Este film puede ser encasillado dentro del género de las biopics, pero el Robert Kearns que Greg Kinnear interpreta aquí de forma magistral está desprovisto por completo del magnetismo, del talento y de las facetas extraordinarias de tantos héroes del cine estadounidense.  

Y, sin embargo, su historia es simbólica de uno de los valores fundacionales de la sociedad estadounidense: la posibilidad de que un simple individuo encuentre su reivindicación incluso en medio de un sistema dominado por poderosas corporaciones.

Kearns, un profesor de ingeniería eléctrica de Detroit, padre de seis hijos e inventor a pequeña escala, tuvo la idea de desarrollar un limpiaparabrisas parpadeante, intermitente (que se siguen utilizando hasta hoy), y de asociarse con un par de empresarios con la idea de fabricarlos para Ford. Pero, tras un acuerdo con la compañía automovilística, ésta se apropió de su invento y lo incorporó luego a sus nuevos modelos.

Este film dirigido por el debutante Marc Abraham -un prolífico y prestigioso productor- está ambientado entre 1953 y 1982 y se centra en la obsesiva búsqueda que emprende Kearns para obtener una admisión pública por parte del gigante Ford, aún a costa de perder a su familia, su prestigio, su trabajo y su salud física y mental.

Si la primera mitad del film es un típico drama familiar, la segunda resulta un atrapante thriller judicial en el que Kearns -que se representó a sí mismo en el multimillonario duelo legal- litiga contra los más despiadados abogados. Alan Alda, Dermot Mulroney y Lauren Graham completan el excelente elenco de este film sobre el Gran Sueño Americano que remite a películas como Tucker, de Francis Ford Coppola, y a buena parte de la filmografía de Frank Capra.

(Esta nota fue publicada previamente en el diario La Nación).