Constantino I - Veritas

In hoc signo vinces

Hijo de Constancio Cloro, Constantino I el grande se convirtió en un emperador crucial para la historia de Roma el cristianismo, es decir, para la Europa cristiana. Diocleciano, debido a la magnitud del imperio y su complicada gobernabilidad y administración, fundó una forma de gobierno que en pocos años se desmoronaría: la tetrarquía. Dos Augustos y dos Césares ostentarían el poder a partir del año 293. Todavía hoy podemos encontrar una representación de esta medida en la Catedral de San Marcos de Venezia, en un lateral exterior. De esta manera el Imperio Romano quedaba dividido y gobernado de la siguiente manera: Maximiano, Augusto de Occidente teniendo como a César a Constancio Cloro; Diocleciano como Augusto de Oriente con Galerio Maximiano de César.

El César de Occidente, Constancio Cloro, tenía bajo su poder el control de Britania y la Galia, además de la frontera renana, un territorio alemán en la actualidad. En el 305 se convertiría en Augusto dando paso a la segunda tetrarquía, pues los dos primeros augustos, Diocleciano y Maximiano renunciaron al trono. La tetrarquía era ya un sistema condenado a la desaparición. Esto se plasmó tan solo un año después cuando el hijo de Constancio Cloro, Constantino, fue aclamado como Emperador de Roma en la catedral de York en el verano del 306, siendo su padre quien le pasase el poder sin intención de cumplir con las leyes que regían el sistema establecido por Diocleciano. La tetrarquía no había provocado más que un compendio de guerras civiles en el seno del imperio en el que cada agente intentaba hacerse más fuerte mientras soñaba con el control total de Roma. El hombre que supo dar el golpe decisivo fue Constantino, quien entró en la capital del imperio tras vencer en el 312 al general Majencio, que ostentaba el poder de la ciudad eterna, en la conocida Batalla del Ponte Milvio. De esta batalla nace una de las tradiciones históricas más conocidas e importantes para el devenir occidental y de su conocimiento depende la comprensión de los hechos históricos que más tarde irían conformando lo que ya en la Edad Media se conocería como Cristiandad.

Diocleciano protagonizó la última persecución a los cristianos, la que fue a su vez la más sangrienta. Pero por uno de esos misterios que suceden en la historia, no fue más que la antesala del triunfo del cristianismo en el seno del imperio. Pues tras la batalla del Ponte Milvio el cristianismo fue llamado, en sucesivas etapas, a instaurarse como la religión oficial y como la fe que mantendría unida a Europa incluso tras la caída de la parte occidental del imperio. Cabe señalar esto en una época en la que vivimos las últimas fases y consecuencias de una sociedad profundamente descristianizada y que ha hecho de la apostasía su bandera, pues es un canto de esperanza y espera.

La tradición histórica que empujó al imperio a esta profunda transformación gira en torno a un sueño que tuvo el emperador poco antes de la contienda que tuvo lugar en el Ponte Milvio situado a pocos kilómetros del centro de Roma. Las narraciones pueden ser cambiantes y los detalles de los hechos que se sucedieron son variables, pero la tradición acepta por lo general que Jesús se apareció en sueños a Constantino tras la visión de una cruz en el cielo acompañada de una inscripción que rezaba en griego lo que al latín se tradujo como “In hoc signo vinces” (“Con este signo vencerás”). Fue así como el emperador ordenó a sus tropas grabar en los escudos las dos primeras letras griegas del nombre Cristo (XP, Χριστός, Khristós, “el ungido”). Parece ser que Dios se puso de lado del emperador Constantino y, como buen seguidor de su consejo, le colmó con la victoria en aquella batalla. Sin juzgar la veracidad de los hechos, que muy probablemente no sean ciertos, el hecho es que Constantino se convertiría tras hacerse con el control total de Roma en un impulsor fundamental del cristianismo, lo que permitió que dicha religión se fuese asentando por las diferentes ciudades del orbe latino creando comunidades y estructuras cada vez más influyentes y decisivas para el porvenir de Europa. Además, la visión de Constantino y la orden dictada de grabar las dos primeras letras de Cristo en los escudos de los soldados fue el origen del crismón, símbolo que recogió más tarde la tradición cristiana, todavía hoy utilizado y que adorna y decora cientos de altares, bóvedas, iglesias, cálices, estolas… por todo el planeta. Un ejemplo bello es la bóveda del que es considerado como el baptisterio más antiguo de occidente, que puede visitarse por un módico precio a modo de donación en el Duomo de Nápoles, la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción. El baptisterio pertenece realmente a una basílica anexa a la catedral que data de la época de Constantino. Los mosaicos, aunque deteriorados y algo estropeados, siguen siendo de una belleza delicada y exquisita.

Un año después de la batalla del Ponte Milvio, en el 313, el vencedor Constantino se reunía con el otro emperador de Roma, Licinio, en Milán. Fruto de esas reuniones sería el Edicto de Milán, por el que se toleraba a los cristianos (y a tras confesiones) a mantener su religión y a seguir sus ordenanzas. Ya como emperador único de Roma tras derrotar a Licinio en el 324, Constantino convoca un año después el Concilio de Nicea, que pretendió acabar con la primera gran división de la Iglesia provocada por Arrio de Alejandría. Nace entonces el credo, que si bien sería ampliado más tarde en el Concilio de Constantinopla en el 381, es el núcleo fundamental de la oración que recoge las dogmas fundamentales de los católicos y que todavía hoy sigue siendo recitada todos los días por los fieles de la Iglesia de Roma en los templos católicos del mundo entero.

Categorías: Historia

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