Cinefilia: Críticas de cine | Análisis de películas Cinefilia
El especialista
Profesión peligro, conocida con el titulo original de The Fall Guy, es una película de acción en la que David Leitch rastrea las fórmulas básicas del género, supongo, con la finalidad de homenajear a esos profesionales del riesgo que asumen desde el anonimato las tareas de realizar las acrobacias riesgosas que los colocan en la delgada línea de una caída segura a la muerte; pero basando el asunto también en aquella serie de televisión de los años 80 que fue emitida por la ABC y tenía a Lee Majors como protagonista singular. A juzgar por lo que veo en más de dos horas, no me parece otra cosa que una comedia de acción aburrida, letárgica, previsible, abarrotada de personajes vacíos que pierden todo su combustible en medio de pirotecnia aparatosa y de unas secuencias rutinarias que repiten inútilmente su comentario sobre los límites de los dobles de riesgo, donde no me queda más remedio que soportar el enorme peso de su narrativa cuando avanza sin ningún tipo de ritmo durante dos horas interminables que solo me producen hastío. Su trama tiene como protagonista a Colt Seavers, un doble de acción de Hollywood que, tras resultar gravemente herido en un accidente durante el rodaje de una película, regresa meses después a la producción con la que debuta su exnovia como directora (una epopeya de ciencia ficción titulada Metalstorm) para poner a prueba sus habilidades físicas y el conocimiento en materia de movimientos con el fin de recuperar la carrera perdida; mientras es obligado por una productora a buscar al actor principal desaparecido para evitar la cancelación de la película y, dicho sea paso, intenta reconciliarse en el set con la directora que está enfadada por la ruptura. Desde el principio, la narrativa frecuenta los caminos comunes del héroe de acción que es incriminado por un asesinato y busca a los responsables para limpiar su nombre, pero ahora mostrada desde la óptica de un doble de riesgo que investiga por su cuenta las pistas y utiliza sus destrezas para pelear contras los enemigos. Por lo regular, el aparato de acción me resulta bastante básico porque las acciones de los personajes desbloquean situaciones previsibles que anuncian de inmediato las peleas en espacios cerrados, las persecuciones por las calles de la ciudad, el caos en los ejercicios del plató. Los personajes son solo simples figuras de plástico que responden a descripciones superficiales de guion, y los giros argumentales son tan obvios que los puedo anticipar hasta con los ojos cerrados. La presencia de Ryan Gosling, conocido por su carisma y su versatilidad, se mantiene en piloto automático, ofreciendo una interpretación insípida y desinteresada que no inyecta nada destacable al héroe involuntario más allá de la pericia física que demuestra en algunas escenas. No hay humor ni sorpresas, además de que el romance luce como una telenovela melodramática con los diálogos de doble sentido. Su química con Emily Blunt no es suficiente para sacar el conflicto de una inercia de clichés manoseados que nunca escapan del epicentro de tiroteos, puñetazos y destrucción ruidosa. Todo lo que sucede con ellos se resuelve de una forma facilona que funciona, entre otras cosas, para subrayar los riesgos de los dobles que se ganan la vida sustituyendo a los actores que ignoran la contingencia. Las secuencias de acción, aunque técnicamente competentes, carecen de innovación y me parecen meras repeticiones de secuencias previamente explotadas en otras películas de acción, sin aportar nada nuevo al género fuera del componente de metacine que parodia las dificultades logísticas de realizar ciertas piruetas arriesgadas. Creo que ya no espero nada del cine de Leitch. Me resulta igual de plana que Tren bala

Ficha técnica
Título original: The Fall Guy
Año: 2024
Duración: 2 hr. 06 min.
País: Estados Unidos
Director: David Leitch
Guion: Drew Pearce
Música: Dominic Lewis
Fotografía: Jonathan Sela
Reparto: Ryan Gosling, Emily Blunt, Aaron Taylor-Johnson, Winston Duke, Hannah Waddingham
Calificación: 4/10


Crítica breve de la película El especialista, dirigida por David Leitch y protagonizada por Ryan Gosling y Emily Blunt.

Godzilla y Kong: El nuevo imperio

Godzilla y Kong: El nuevo imperio es la quinta entrega en la saga del MonsterVerse que tiene ya diez años establecida como marca registrada y, además, es una película en la que paso cerca de dos largas horas tratando de descifrar qué pudo haber pasado por el cerebro de los guionistas para tratar de fusionar inútilmente las dos icónicas franquicias de monstruos por segunda vez consecutiva. Como mucho, es una secuela aburrida y cansina que se pierde en un hueco de peleas aparatosas entre lagartos y gorilas en CGI, mientras gravita por los mismos territorios del género que nunca escapan de la insulsez más plomiza ni de los instantes previsibles que se cuentan con los dedos. Su trama se sitúa poco después de Godzilla vs. Kong y sigue a la Dra. Ilene Andrews, una científica que se embarca junto a su equipo en una aventura por la Tierra Hueca para investigar una señal no identificada que los guía hasta una tribu ancestral que se relaciona su propia hija adoptiva sordomuda que se comunica por lenguaje de señas; mientras Kong encuentra un reino inexplorado de primates de su especie gobernado por un simio tiránico y Godzilla continúa luchando contra los monstruos gigantes para defender a la humanidad antes de irse a dormir en el Coliseo romano. En general, el espectáculo de monstruos me produce serios efectos dormitivos y, dicho sea de paso, me aburro enormemente con todo lo que sucede porque los personajes carecen de desarrollo y se anulan a sí mismos con una exposición depauperada que suele reducir sus acciones a los clichés convencionales de la aventura de ciencia-ficción, producto de un guion torpe que reitera en exceso las situaciones que se distribuyen entre los coloquios en la jungla, los combates entre los titanes, la destrucción de ciudades con fines turísticos. En lugar de una construcción gradual, el conflicto parece surgir de la nada para justificar una exploración absurda y se resuelve de una manera apresurada que abre más preguntas que respuestas. De igual forma, las motivaciones de los personajes me resultan vacías porque rellenan una casilla de descripción y sus diálogos solo funcionan para encadenar esos eventos predecibles que se sustituyen por una evidente falta de cohesión narrativa. El ritmo pesado me obliga a suspender cualquier interés para involucrarme en la superficie del relato antropológico sobre esa tribu perdida que pide auxilio por telepatía en medio de la disputa entre las bestias gigantescas. Tampoco me importa el barullo de subtramas sobre la lucha milenaria entre Kong y Godzilla, o el clímax de la batalla en la región frígida en el que ambos se enfrentan por separado a sus respectivos enemigos antes de la tregua señalada. Los intentos de crear una historia convincente alrededor del enfrentamiento de los monstruos lucen precipitados y caen en una inercia de sinsentidos que provoca una sobresaturación de situaciones paralelas. La banda sonora no logra acentuar adecuadamente los momentos de tensión, y en muchos casos, simplemente se siente como ruido de fondo sin ningún propósito real. No obstante, lo único que me atrevo a rescatar entre tanta pirotecnia son los efectos visuales en CGI que renderizan con cierta fidelidad las texturas que acentúan el diseño de los monstruos, a pesar de que la dependencia excesiva a menudo se ven empañada por un caos visual que dificulta seguir la acción con claridad en algunas de las secuencias de pelea. Todo lo otro no es más que el producto de un reciclaje de fórmulas genéricas que, propiamente dicho, refleja la sequía de ideas creativas que tiene a Hollywood al borde de una crisis.

Ficha técnica
Título original: Godzilla x Kong: The New Empire
Año: 2024
Duración: 1 hr. 55 min.
País: Estados Unidos
Director: Adam Wingard
Guion: Terry Rossio, Simon Barrett, Jeremy Slater
Música: Junkie XL, Antonio Di Iorio
Fotografía: Ben Seresin
Reparto: Rebecca Hall, Dan Stevens, Kaylee Hottle, Brian Tyree Henry
Calificación: 2/10



Desafiantes
En Desafiantes, el director italiano Luca Guadagnino permanece ajustado a las fórmulas hollywoodenses que justifican su salario desde Llámame por tu nombre y, además, rastrea las coordenadas de ese cine deportivo sobre el mundo del tenis que lleva algunos años instalado como tendencia en películas como La batalla de los sexos y Borg vs. McEnroe. Su apuesta se sujeta a los marcos de la ficción, pero mezcla el drama deportivo con la intriga romántica. Se puede decir que su jugada híbrida entre el romance y el drama deportivo tiene un arranque interesante que se beneficia del triángulo amoroso, pero su narrativa cruza una línea que le quita profundidad al asunto y coloca a los personajes en una serie de dinámicas previsibles que nunca escapan de la frivolidad. Su argumento sigue a Patrick Zweig, Art Donaldson y Tashi Duncan, un trío de tenistas profesionales enredados en un triángulo amoroso a lo largo de dos décadas, en medio de un partido decisivo entre los dos primeros que garantiza un pase directo a la redención. En términos generales, la narrativa estructura el conflicto con un montaje invertido que, dicho sea de paso, ensambla las peripecias con el recurso de la analepsis, situando a cada uno de ellos en varios momentos del tiempo que rememoran los días en que eran tenistas jóvenes con grandes ambiciones. Pero, desafortunadamente, los personajes se sienten superficiales porque sus acciones, por lo regular, se reducen a un vacío de desarrollo que repite las mismas escenas episódicas. De esa manera para mí no es muy difícil anticipar la atracción de dos hombres sobre una mujer, los partidos de tenis a plena luz del día, las relaciones abiertas a la hora pautada, las frustraciones personales, las discusiones de pareja, las infidelidades de turno, el sexo pasional en los espacios cerrados, la tensión homoerótica, los exabruptos de celos que debilita las amistades, la ausencia de confianza que pone en duda las habilidades deportivas, los tropiezos profesionales que amplían el miedo al fracaso. Los diálogos a menudo me resultan forzados. Los personajes carecen de textura psicológica. La rutina de describir situaciones preedecibles me parece que es solo una excusa inútil de Guadagnino para construir un texto subrepticio sobre la idea de identidad y el autodescubrimiento entendido como la crisis de tres personas que, en el crisol de la ambición y la competitividad, confrontan sus deseos, sus errores y la posibilidad de redimirse para encontrar una verdadera conexión consigo mismos y con los demás, donde el deporte del tenis no es más que una capa intertextual que oculta los claroscuros del deseo reprimido y las contrariedades sexuales de género que encarcelan las relaciones humanas. Esto es especialmente cierto porque los protagonistas no solo lidian con sus vínculos entre sí en un epicentro de amistad, lealtad y traición, sino, además, con la búsqueda de quiénes son fuera de ese ámbito competitivo del tenis que domina sus aspiraciones y amenaza las segundas oportunidades. Hay poca cosa fuera de su síntesis discursiva. Pero reconozco que hay una buena química entre Zendaya, Josh O'Connor y Mike Faist. Todos ellos demuestran una pericia física que le añade autenticidad a los partidos de tenis. Y O'Connor se roba algunas escenas al interpretar a un tenista fracasado y egocéntrico que suele navegar en sus propias decepciones mientras enfrenta las decisiones erráticas de su inmadurez y crece a partir de la fuerza de voluntad que lo traslada al camino del perdón. Guadagnino los encuadra en una puesta en escena que se deja notar por algunos componentes estilísticos que emplea a su favor para agregar valor al registro formal, entre los que puedo recuperar la elipsis, el contrapicado, el primer plano, el plano subjetivo, el plano imposible, la iluminación artificial, la cámara lenta y algunos apuntes del encuadre móvil que dinamizan lo que sucede como una especie de accesorio cosmético. La banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, por lo menos, supone algo de música para mis oídos con su selección de techno y electrónica. Nada de eso, no obstante, logra solventar una carencia de ritmo que se prolonga durante dos horas bastante largas, en las que no pasa nada que me atrape más allá de las obviedades de último minuto que responden a las modas de género de la actualidad.

Ficha técnica
Título original: Challengers
Año: 2024
Duración: 2 hr. 11 min.
País: Estados Unidos
Director: Luca Guadagnino
Guion: Justin Kuritzkes
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom
Reparto: Zendaya, Josh O'Connor, Mike Faist
Calificación: 5/10


Crítica breve de la película Rivales, dirigida por Luca Guadagnino y protagonizada por Zendaya y Josh O'Connor.

Pearl
En Pearl, el director Ti West experimenta de nuevo con el cine de terror slasher para continuar explorando el universo del personaje previamente establecido en la antecesora X, que también protagoniza Mia Goth en una interpretación dual. En esta ocasión, lo que observo detenidamente me lleva a razonar lo suficiente como para saber que es superior a la predecesora que me aburrió a perpetuidad y, como precuela, tiene algunos momentos de slasher que se amplifican con la actuación siniestra de Goth como la reina del grito vestida de rojo, pero, desgraciadamente, frecuenta demasiados lugares comunes y nunca escapa de los clichés rutinarios del género que le quitan fuerza a las interrogantes psicológicas que plantea. Su trama se ambienta ahora en 1918 durante la pandemia de gripe española y sigue la vida de Pearl, una joven que vive en una granja en Texas junto a su padre paralítico y la madre dominante que abusa verbalmente de ella, mientras hace las tareas de ordeñar a la vaca y espera el regreso del esposo que se fue servir en la Primera Guerra Mundial. En una primera mitad, muestra los impulsos reprimidos de la psicopatía Pearl que, en parte, se manifiestan cuando ella mata animales en la granja para alimentar al cocodrilo del lago, maltrata físicamente a su padre enfermo, se masturba con un espantapájaros, va a la sala de cine a ver películas mudas y conoce a un proyeccionista apuesto con el que fantasea; mientras también acude a una audición para perseguir su sueño de ser una actriz famosa y es consumida psicológicamente por el miedo al fracaso. En la segunda, presenta el delirio de Pearl cuando mata a sus padres y a todo aquel que hiera sus sentimientos, donde el asesinato es una especie de refugio que calma los síntomas asesinos provocados por el rechazo que golpea su inseguridad y, asimismo, por la imposibilidad de lograr ser una estrella del cine para salir de la cárcel de la dependencia. En términos generales, la narrativa pretende profundizar en la psicología de Pearl, mostrando su transformación de una joven soñadora a una figura inquietante, pero en todo el trayecto la ejecución se siente acartonada cuando alterna torpemente entre el melodrama rural y el horror slasher, dejando las acciones de los personajes en un vacío que nunca subraya su desarrollo más allá de las caracterizaciones planas y de las descripciones superfluas que rellenan escenas para quemar metraje. Los intentos de generar suspense se ven constantemente saboteados por diálogos torpes y situaciones predecibles que despojan a las escenas de cualquier impacto emocional. Las motivaciones de Pearl, aunque en apariencia son moralmente complejas, se reducen a una simple búsqueda de atención y reconocimiento, lo que banaliza su descenso a la locura. A pesar de todo, me parece que el compromiso de Goth es notable y se deja sentir en cada escena con una interpretación con la que saca su mejor registro expresivo para interpretar, con el acento sureño y la mirada triste, a una mujer ingenua que es abusada física y verbalmente y mata por venganza para mitigar el desprecio que recibe de los demás, transmitiendo una extraña mezcla entre vulnerabilidad y obsesión que define su punto de solidez en el monólogo en el que rememora todas las heridas del pasado en un largo plano fijo. Con ella, West elabora un comentario que metaforiza apuntes breves sobre la emancipación femenina y la frustración de fracasar, pero también puntualiza las tragedias personales causadas por los abusos en el núcleo de una familia disfuncional. También captura con cierta eficiencia la atmósfera rural y aislada que contribuye a acentuar el deterioro mental de la protagonista en medio de referencias al cine mudo, a menudo con elementos estilísticos que añaden textura al espacio a través de la elipsis, el plano simbólico, el uso psicológico del color rojo y los distintos puntos de iluminación. De igual forma, la banda sonora aporta valor acústico a las situaciones de brutalidad que se originan a puerta cerrada en la casa del terror y reflejan el quiebre de la psicópata enjaulada. Todo lo demás permanece situado entre puntos suspensivos y, dicho sea de paso, no va a ninguna parte. 

Ficha técnica
Título original: Pearl
Año: 2022
Duración: 1 hr. 42 min.
País: Estados Unidos
Director: Ti West
Guion: Ti West, Mia Goth
Música: Tyler Bates, Tim Williams
Fotografía: Eliot Rockett
Reparto: Mia Goth, David Corenswet, Tandi Wright, Matthew Sunderland
Calificación: 6/10


Crítica breve de la película Pearl, dirigida por Ti West y protagonizada por Mia Goth y David Corenswet.

La mujer que corrió
En menos de una hora y cuarto, consumo en mi sala oscura las imágenes que ofrece La mujer que corrió, una película en la que el cineasta coreano Hong Sang-soo retorna a su poética de la soledad para hablar, supongo, de cuestiones centrales sobre los dilemas conyugales de la mujer surcoreana, como lo viene puntualizando en películas como El día después, La cámara de Claire y El hotel cerca del río. Pero lo que observo en ese lapso de tiempo, me obliga a razonar lo necesario como para pensar que es igual de regular que otras cintas suyas recientes como En la playa sola de noche y Grass. Nuevamente, Hong estructura un relato introspectivo y minimalista que a menudo goza de una actuación sobria Kim Min-hee, sin embargo, por momentos tengo la sensación de que se repite inútilmente sin ir a ningún lugar específico en su afán de subrayar el anhelo de emancipación de una mujer. En la trama, Kim interpreta a Gam-hee, una mujer que visita a tres de sus amigas mientras su esposo está en un viaje de negocios. De entrada, la narración estructura el asunto de Gam-hee de una forma episódica que, en general, reduce sus acciones a los diálogos a puerta cerrada que sostiene con cada una de las mujeres del vecindario, ofreciendo una ventana a las vidas y preocupaciones que atraviesan por ser mujer en una sociedad patriarcal. A través de las discusiones de las mujeres, Hong emplea el relato no iconógeno y algunos componentes lingüísticos de la pragmática para elaborar un texto que, a modo subrepticio, metaforiza la búsqueda de libertad de una mujer tolerante que en la superficie lleva un matrimonio infeliz que se niega a reconocer para satisfacer las exigencias del marido ausente que no la ama, en el contexto de una sociedad contemporánea en la que la mujer surcoreana ya no depende del hombre para tomar sus propias decisiones (la actividad masculina es un estorbo para estas mujeres que presenta). El problema que encuentro, no obstante, es que coloca a los personajes bajo una capa textual que borra cualquier rastro de profundidad y los subordina, dicho sea de paso, a un registro fútil que se amplifica por los diálogos extensos y triviales que describen los claroscuros de las relaciones interpersonales sin un propósito mayor que sea ajeno al significado. Las conversaciones cotidianas muestran algo de verismo, como si se tratara de un caso de la vida real, pero, desafortunadamente, no revelan nada sustancioso y mantienen en puntos suspensivos el conocimiento previo que es compartido por los hablantes en esas situaciones cotidianas que suelen reiterar los tópicos sobre la soledad, la independencia y las dinámicas de género en la sociedad surcoreana. La repetitividad de los encuentros y la ausencia de un conflicto real muchas veces me dan la impresión de que no avanza ni evoluciona significativamente, además de que sospecho que los personajes son simples figuras de papel para rellenar el momento. A pesar de todo, me parece creíble la actuación de Kim Min-hee cuando utiliza los gestos sutiles y contenidos para capturar la esencia de una mujer que pasea por las calles del pueblo buscando algo indefinido en medio de su aparente libertad (una pareja honesta que llene su vacío afectivo). Hong la encuadra en una puesta en escena que me causa ciertas inquietudes estéticas cuando crea una atmósfera de naturalidad y autenticidad en medio de los coloquios cotidianos. Su enfoque minimalista se apoya del uso del gran plano general, los planos fijos de larga duración, la elipsis simbólica, la cámara estática, la música extradiegética y algunas modalidades del encuadre móvil (zoom, reencuadre, etc.) para acentuar el valor de los diálogos y las pequeñas expresiones faciales de los actores cuando conversan en los espacios íntimos que se fugan por la ventana. El sello formal de Hong preserva su grado de consistencia, pero me temo que no es suficiente para añadirle algún foco emocional a su drama obvio de mujeres en crisis.

Ficha técnica
Título original: The Woman Who Ran (Domangchin yeoja)
Año: 2020
Duración: 1 hr. 17 min.
País: Corea del Sur
Director: Hong Sang-soo
Guion: Hong Sang-soo
Música: Hong Sang-soo
Fotografía: Kim Sumin
Reparto: Kim Min-hee, Seo Young-hwa, Song Seon-mi, Kwon Hae-hyo
Calificación: 6/10


Crítica breve de la película La mujer que escapó, dirigida por Hong Sang-soo y protagonizada por Kim Min-hee y Seo Young-hwa.

Pasajeros
Pasajeros es una película de Morten Tyldum que veo ahora tras haber pasado cerca de su estreno sin mayor interés hace más de ocho años y en la que, dicho sea de paso, permanezco sentado en una especie de letargo de dos largas horas que me obligan a pensar que el guionista tenía el cerebro perdido por el espacio cuando escribió el guion. Su premisa de ciencia-ficción sobre amantes en el espacio arranca con interrogantes que prometen, pero pronto se aproxima a un horizonte que carece de profundidad y se pierde, desde un principio, en un agujero negro de clichés mecánicos del que no puede escapar la pareja de Chris Pratt y Jennifer Lawrence, en un viaje por el espacio que frecuenta lugares comunes y me deja con la extraña sensación de que no sucede nada sustancioso que no haya visto antes con mejores resultados. La trama transcurre en una nave espacial que transporta a miles de colonos hacia el planeta habitable de otro sistema estelar y tiene como protagonista a Jim Preston, un ingeniero mecánico que despierta de su cápsula de hibernación 90 años antes de la fecha programada (el viaje dura 120 años) debido a una falla mecánica que se produce cuando la nave colisiona con una lluvia de asteroides que daña su sistema de defensa. En una primera mitad la narrativa muestra a este individuo como un hombre solitario que, durante un año de aislamiento, busca desesperadamente una manera de solucionar la crisis investigando los interiores de la nave para volver al estado de hibernación, mientras tiene como compañero a un androide bartender que le sirve un par de tragos y, entre otras cosas, tiene una relación sentimental con Aurora, una escritora a la que despierta abruptamente para que le haga compañía, a pesar de que sabe que su decisión es moralmente incorrecta. En la segunda, se presenta las secuelas del romance entre Jim y Aurora que comienza cuando se revela el engaño anticipado y la pasión cede el paso a las discusiones de pareja que anuncia la ruptura, mientras unos cuantos golpes de efecto de último minuto impulsan la trama con una serie de conflictos previsibles que son colocados para el lucimiento del héroe con traje de astronauta. De entrada, la falta de desarrollo de los personajes debilita la narrativa porque sus acciones solo responden a descripciones superficiales que gravitan alrededor de las conversaciones a puerta cerrada, la rutina amorosa a la hora señalada, las caminatas por el espacio, la reparación de módulos dañados, las citas en el bar del robot, los peligros que amenazan con destruir la nave espacial. Las situaciones a menudo se resuelven sin mucho esfuerzo, y, dentro de su registro de obviedades hay poco espacio para profundizar en los dilemas éticos entre los dos pasajeros que interpretan con química Pratt y Lawrence. En lugar de explorar las complejidades morales del problema, Tyldum opta por presentar una relación romántica idealizada que parece una cursilería híbrida entre el drama romántico y la ciencia-ficción del montón, donde la falta de riesgo percibido elimina cualquier sentido de urgencia en la narrativa. Solo rescato, como mucho, el aparato visual que se fortalece con algunos efectos especiales y el diseño de producción que agrega autenticidad a los decorados de cada escena dentro y fuera de la nave, así como la banda sonora de Thomas Newman. Pero, desgraciadamente, estos elementos no logran compensar las deficiencias en la escritura que debilitan sus tópicos sobre la soledad, el amor y la ética en un viaje interestelar.

Ficha técnica
Título original: Passengers
Año: 2016
Duración: 1 hr. 56 min.
País: Estados Unidos
Director: Morten Tyldum
Guion: Jon Spaihts
Música: Thomas Newman
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne
Calificación: 5/10


Crítica breve de la película Pasajeros, dirigida por Morten Tyldum y protagonizada por Chris Pratt y Jennifer Lawrence.

Sin límites
Sin límites es una película de Neil Burger que yo evadí en el momento de su estreno ocurrido hace ya más de una década atrás, pero recuerdo que recaudó suficientes millones para satisfacer al público y, ante todo, desbloqueó un potencial de franquicia que el estudio de Lionsgate no supo capitalizar luego de lanzar una serie que fue cancelada después de una sola temporada. Tras ver sus escenas en menos de dos horas, razono lo necesario como para darme cuenta de que su premisa de ciencia ficción sobre la droga mejorada tiene un arranque atrapante, pero que, en el corto plazo, nunca rompe sus límites y pierde la dosis de suspense cuando frecuenta lugares comunes que, como un efecto secundario, la vuelven terriblemente aburrida, incluso con la presencia magnética que proyecta el carisma de Bradley Cooper. En la trama, basada en la novela The Dark Fields escrita por Alan Glynn, Cooper interpreta a Eddie Morra, un escritor neoyorquino que pasa por una crisis personal después de terminar con su novia y chocar con la dura realidad impuesta por la falta de motivación que le imposibilitan escribir su libro a modo de bloqueo, pero cuyo destino, sin embargo, da un giro cuando recibe de su antiguo cuñado una extraño estimulante nootrópico que altera la capacidad del cerebro para poder funcionar al 100%, algo que utiliza de inmediato para recobrar su creatividad y la concentración. En un principio, la narrativa del escritor drogodependiente me interesa por la forma en que se muestra el concepto de la droga que mejora las habilidades cognitivas del individuo, pero al rato me doy cuenta de que no hay mucha sustancia detrás del asunto, sobre todo cuando las acciones de los personajes responden a fórmulas preconcebidas del género del thriller de ciencia-ficción que obstruyen su desarrollo más allá de las descripciones superficiales y la presunta complejidad de las pastillas, donde anticipo con facilidad el ascenso del protagonista en la esfera corporativa de Wall Street fruto de su precognición de los mercados; la adicción a las drogas que lo colocan en un estado perpetuo de desrealización; la asesoría al magnate que le garantiza el éxito en la burbuja capitalista; la persecución del asesino enviado para matarlo por saber demasiado; los días de fiesta que terminan en una resaca imposible; la colisión con los mafiosos que buscan apoderarse del químico para la distribución clandestina; la creación del laboratorio en un intento de aplicar ingeniería inversa a la droga. Todo lo que veo me resulta demasiado familiar entre saltos temporales y reuniones de negocio a puerta cerrada. Además de que la ausencia de ritmo solo debilita el pulso de los tiroteos, las peleas y las pocas secuencias de acción que suceden en menos de un minuto. La actuación de Cooper, no obstante, me parece algo creíble cuando utiliza su expresividad y su carismática personalidad para interpretar a un hombre astuto, atrapado por el vicio y la abstinencia, que necesita la droga para ser exitoso en el mundo profesional que exige ser competente para no quedarse atrás. A su lado Robert De Niro también luce convincente como el empresario inescrupuloso. Burger los captura en una puesta en escena que, dentro de sus limitaciones, al menos es algo correcta al implementar a menudo el plano de inserto, el sobreencuadre, el plano subjetivo, la iluminación artificial y los cambios de tonalidad (de fría a cálida) de la fotografía de Jo Willems para subrayar los estados alterados que atraviesa el protagonista cuando toma el suministro de la droga para ser alguien. Esas cualidades son las únicas cosas que me atrevo a resaltar de este thriller que desperdicia su concepto al transitar sin vértigo por las calles de otras franquicias similares.

Ficha técnica
Título original: Limitless
Año: 2011
Duración: 1 hr. 45 min.
País: Estados Unidos
Director: Neil Burger
Guion: Leslie Dixon
Música: Paul Leonard-Morgan
Fotografía: Jo Willems
Reparto: Bradley Cooper, Abbie Cornish, Robert De Niro, Anna Friel, Andrew Howard
Calificación: 5/10


Crítica breve de la película Sin límites, dirigida por Neil Burger y protagonizada por Bradley Cooper y Robert De Niro.

The Girl with the Dragon Tattoo
Los hombres que no amaban a las mujeres es una película del cineasta sueco Niels Arden Oplev que yo veo, entre otras cosas, para cumplir con mis deudas pendientes y, además, sacar unas cuantas comparaciones inevitables con la versión de Fincher que, inoportunamente, vi primero hace ya más de 13 años y me dejó estado de shock. Al margen de cualquier comparativa y considerando además que es la primera adaptación de la obra de Stieg Larsson, no me cabe la menor duda de que la versión de Fincher está por encima de esta en todos los departamentos cinematográficos, pero, a pesar de todo, me parece un thriller que mantiene una cuota de misterio considerable al narrar, con pulso e intriga, un relato perturbador sobre hombres que no aman a las mujeres. Su trama se ambienta en el año 2002 en Suecia y sigue a Mikael Blomkvist, el periodista y copropietario de la revista Millennium que, luego de perder un caso de difamación contra un empresario de alto perfil y estando a la espera de su sentencia para ir a prisión, es contratado por el patriarca anciano de una familia aristocrática, Henrik Vanger, con la finalidad de que investigue la desaparición de su sobrina Harriet, ocurrida en 1966 bajo circunstancias extrañas durante una reunión familiar (el tío asimismo sospecha que el culpable se encuentra entre algunos de los miembros de la familia que tenían conexiones con el régimen de los nazis). En general, el asunto de la joven desaparecida tiene un arranque que me atrapa por la manera en que la narrativa se estructura estableciendo algunas modificaciones a las fórmulas habituales del cine policial en parejas y del misterio whodunit, evidenciado con mayor ímpetu desde que el periodista asume la tarea de un detective para resolver el crimen recopilando las pistas del rompecabezas de un pasado fragmentado, mientras recibe la ayuda de una colaboradora inusual que resulta ser una mujer con aspecto de emo que es hacker profesional y se llama Lisbeth Salander. En una primera mitad, se muestra por separado las pesquisas cuando uno de ellos investiga unas fotografías y la otra, en cambio, examina las pruebas de este accediendo sin permiso a los archivos secretos de su computadora para identificar algunas referencias bíblicas relacionadas con una lista de nombres y una serie de asesinatos irresolubles. En la segunda, los dos agentes se reúnen para concluir el caso de homicidio de un asesino antisemita de extrema derecha que mata mujeres por fanatismo religioso y, de paso, establecen un vínculo afectivo muy cercano como pareja extraña que son. A veces la trama atraviesa algunos instantes redundantes que debilitan el ritmo narrativo en varias escenas, pero me olvido de inmediato de eso porque, dicho sea de paso, observo que la química de los protagonistas se siente orgánica y los golpes de efecto guardan los secretos más siniestros hasta el clímax inesperado en el sótano oscuro. La actuación de Michael Nyqvist me parece correcta cuando interpreta a Blomkvist, dentro de sus irregularidades expresivas, como un periodista honesto comprometido con la ética que busca solventar el caso de asesinato para obtener el dinero necesario para limpiar su nombre frente a los corruptos. Noomi Rapace, por el contrario, me parece fenomenal cuando utiliza sus gestos sutiles para interpretar a Salander como una mujer solitaria, corpulenta, adornada de piercings, vestida con chaqueta de cuero negra y tatuada por todo el cuerpo, que detrás de la mirada fría oculta el historial de abusos que marcó su personalidad hermética y distante y, además, impulsa su motivación de atrapar al asesino de mujeres. Ellos son encuadrados por Oplev en una puesta en escena más o menos decente que, con sus propiedades estéticas, capta la atmósfera enigmática de su materia policial escandinava sin perder de vista el desarrollo psicológico de su antiheroína y su comentario didáctico sobre las consecuencias de la misoginia, el abuso sexual y la violencia contra la mujer. En ocasiones su enfoque pierde el horizonte de complejidad al extender el metraje más allá de lo necesario, pero eso no impide que, como thriller, sea una película entretenida y muy inquietante, aunque diametralmente inferior a La chica del dragón tatuado (Fincher, 2011). 

Ficha técnica
Título original: The Girl with the Dragon Tattoo (Män som hatar kvinnor)
Año: 2009
Duración: 2 hr. 32 min.
País: Suecia
Director: Niels Arden Oplev
Guion: Nikolaj Arcel, Rasmus Heisterberg
Música: Jacob Groth
Fotografía: Eric Kress
Reparto: Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Sven-Bertil Taube, Peter Andersson
Calificación: 7/10


Crítica breve de la película Los hombres que no amaban a las mujeres, dirigida por Niels Arden Oplev y protagonizada por Michael Nyqvist y Noomi Rapace.

The Blues Brothers
Los hermanos Caradura es una película de culto de John Landis que yo me detengo a ver, supongo, para tratar de encontrar una comedia que me saque alguna sonrisa en los días lluviosos. Anteriormente, hace ya muchos años atrás, me había topado con algunas de sus escenas en televisión por cable, y más adelante supe que tuvo una producción accidentada en la que era frecuente el consumo excesivo de cocaína de varios miembros del reparto encabezado por Dan Aykroyd y John Belushi. Más allá de esos detalles de revista de chisme, me parece una comedia aburrida que, lejos de algunos números musicales que cuento con los dedos, se vuelve previsible en su viaje por la carretera y termina frecuentando lugares comunes en los que el humor seco suplido por la química de Aykroyd y Belushi se desgasta como la llanta de un automóvil, en dos horas y media que me resultan innecesariamente largas en su festival de música, persecuciones y situaciones absurdas. En la trama, basada en los personajes desarrollados a partir del sketch musical recurrente "The Blues Brothers" de Saturday Night Live, Aykroyd y Belushi interpretan a Elwood y Jake "Joliet" Blues, dos hermanos que se embarcan en su Bluesmobile en una aventura por la carretera con el fin de reunir a los miembros de su antigua banda de R&B y realizar un concierto que sirva para recaudar los 5 mil dólares necesarios para pagar la factura hipotecaria del orfanato católico romano en el que se criaron, luego de haber sido tocados por el rayo luminoso de su Dios en los interiores de una iglesia bautista en la que escuchan el sermón de un reverendo estrafalario que interpreta el propio James Brown. El asunto de estos dos hermanos vestidos de negro y con gafas Ray Ban, se esquematiza como una comedia que a menudo combina los tropos básicos del cine musical con el humor slapstick, mostrado con frecuencia en cada una de las escenas en que sus acciones catalizan una serie de situaciones aparatosas que inician cuando son perseguidos por dos policías, una mujer misteriosa y armada, un grupo de neonazis y una banda de country. Observo que hay, además, persecuciones policiales, colisiones entre vehículos, conciertos en honky-tonk, diálogos a puerta cerrada, musicales que surgen de escenas cotidianas. Pero, desgraciadamente, nada de lo que veo me causa gracia porque, ante todo, Landis mantiene a los personajes sujetos a escenas cómicas en piloto automático que muy pocas veces se toman el momento idóneo para desarrollarlos a profundidad, quedando más o menos como caricaturas de relleno que justifican sus ocurrencias superficiales sin ningún tipo de sorpresa, como si fuera una versión extendida de SNL que incluye cameos de músicos famosos como Ray Charles, Aretha Franklin, Cab Calloway, John Lee Hooker, Matt Murphy, Alan Rubin y Lou Marini. Todo luce repetitivo, nimio, acartonado. Belushi y Aykroyd hacen lo que pueden cuando interpretan a la pareja de hermanos que se mete en problemas con la ley, como si fuesen el otro lado del casete de El Gordo y El Flaco. El primero es un hermano serio, mandón y malhumorado, colocado por el éxtasi de la música que canta y las piruetas exageradas que da para animar al público. El otro es un hermano despreocupado, ingenioso y sencillo que anda en una "misión de Dios" para renovar su banda de blues junto al hermano del que depende. Ellos poseen una presencia que se convierte en icónica, sospecho, por el vestuario (saco, corbata, sombrero y gafas negras), pero, a mi parecer, permanecen estacionados en un terreno tibio que pierde el protagonismo por una selección musical que, eso sí, al menos logra seducir mis oídos con canciones como Hold On! I'm Comin, Boom Boom, Stand by Your Man, Your Cheatin' Heart y Jailhouse Rock. Aunque algunas de las secuencias del musical se notan algo impostadas entre tanto alboroto, la música que escucho se queda conmigo una vez que finalizan los créditos y me sirve, dicho sea de paso, para olvidar la enorme fatiga que me provocan los dos hermanos vestidos como agentes de la CIA al servicio del blues.

Ficha técnica
Título original: The Blues Brothers
Año: 1980
Duración: 2 hr. 13 min.
País: Estados Unidos
Director: John Landis
Guion: John Landis, Dan Aykroyd
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Stephen M. Katz
Reparto: Dan Aykroyd, John Belushi, Carrie Fisher, John Candy, Henry Gibson, Charles Napier
Calificación: 5/10


Crítica breve de la película Los hermanos Caradura, dirigida por John Landis y protagonizada por Dan Aykroyd y John Belushi.

El planeta de los simios
El planeta de los simios es una película de Franklin J. Schaffner de la que guardo el recuerdo imborrable de haberla visto al lado de mi padre en televisión local durante mi infancia, sin pensar mucho en lo que veía, pero, ante todo, absorbido por la extrañeza de ver ese mundo poblado de simios parlantes y hombres primitivos en perpetuo estado de esclavitud. Al recuperar sus imágenes ahora, no creo que se trate de una de las mejores del género de ciencia-ficción que he visto, pero, sin temor a equivocarme, es una película bastante entretenida, en la que Schaffner saca sus mejores cartas en la presencia heroica de Charlton Heston y en una trama distópica que, en su choque de civilizaciones, interroga la naturaleza autodestructiva de la especie humana sin perder de vista el sentido visual que crea su mundo de simios inteligentes con maquillaje prostético. En su argumento, basado en la novela homónima de Pierre Boulle, Heston interpreta a Taylor, un astronauta acompañado de otros tres tripulantes que viaja a la velocidad de la luz en una nave espacial que se dirige hacia un planeta desconocido para fines de exploración científica y que, luego de permanecer en un lapso prolongado de hibernación, despierta en el momento en que su nave se estrella en un lago y calcula que por la dilatación del tiempo se halla en un presunto sistema estelar situado a 300 años del planeta Tierra; pero cuyo trayecto como superviviente cambia radicalmente cuando descubre, junto a sus compañeros, que el planeta en cuestión está habitado por una raza de simios inteligentes que dominan a unos humanos primitivos que son mudos, en un utopía darwiniana invertida donde al parecer los primeros evolucionaron por encima de los segundos. En general, la trama deja unas cuantas preguntas sin responder que olvido de inmediato, supongo, porque las acciones de los personajes responden a situaciones de supervivencia que a menudo catalizan el conflicto cuando el héroe es capturado por los simios junto a una comunidad primitiva de humanos y, estando encarcelado en su celda, establece un vínculo con una psicóloga chimpancé que se queda fascinada por su inteligencia. El asunto, que en apariencia presenta un híbrido entre el cine carcelario y la aventura de ciencia ficción, mantiene mi interés encendido porque el montaje ensambla cada una de las escenas con un ritmo que estructura la narrativa de una forma cohesionada que deja pocos cabos sueltos y, además, coloca en el centro del discurso la motivación de un astronauta que anhela escapar de la prisión para continuar sus estudios científicos, así como una sociedad de simios donde la autoridad se ejerce sobre la base de una teocracia que suprime el conocimiento en nombre de la fe. A través de los roles invertidos entre los humanos y los simios, se edifican alegorías sociológicas que hablan de cuestiones integrales como el racismo, la discriminación, la intolerancia, las injusticias y la discrepancia entre la ciencia y la religión. La sociedad simia, estratificada por el miedo y la ignorancia, sirve como un espejo distorsionado de los problemas sociales de la humanidad que, a día de hoy, todavía siguen vigentes como peldaños de nuestra civilización. La actuación de Heston, por otro lado, le añade profundidad a la acción que cristaliza esos tópicos porque interpreta a Taylor como un hombre determinado, cínico y duro que no teme enfrentarse al poder teocrático para encontrar la libertad fuera de la jaula, demostrando también su pericia física para las persecuciones y los combates. A su lado se destaca también Kim Hunter como la psicóloga que estudia el comportamiento del humano enjaulado y desafía las normas de su sociedad por el beneficio de la ciencia. Schaffner suele encuadrarlos en una puesta en escena solvente en la que, en resumidas cuentas, es notable por la representación de los paisajes desolados y la atmósfera opresiva del planeta alienígena, evocando sobre mí la sensación de ver un mundo totalmente diferente pero extrañamente familiar. Su uso del gran plano general y del encuadre móvil subrayan la desorientación del protagonista al estar atrapado en un planeta rarísimo. Su punto más sólido se muestra en la caracterización de los simios a través de sus gestos y expresiones faciales, realizada por John Chambers mediante una innovadora técnica de maquillaje prostético que agrega autenticidad a sus valores de producción. Sus efectos especiales, sumados a ese giro final en el que el astronauta halla los restos de la Estatua de la Libertad en la playa (revelando, en efecto, que ha regresado a un planeta Tierra destruido por guerra nuclear apocalíptica), son imágenes de advertencia sobre el destino de la humanidad que no olvidaré nunca. Sentí el mismo impacto siendo un niño y lo vuelvo a rememorar tras varios años.
 
Ficha técnica
Título original: Planet of the Apes
Año: 1968
Duración: 1 hr. 52 min.
País: Estados Unidos
Director: Franklin J. Schaffner
Guion: Michael Wilson, Rod Serling
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Charlton Heston, Roddy McDowall, Kim Hunter, Maurice Evans, James Whitmore, Linda Harrison
Calificación: 7/10


Crítica breve de la película El planeta de los simios, dirigida por Franklin J. Schaffner y protagonizada por Charlton Heston y Kim Hunter.

Yo creo en ti
Aparte de ser el primer largometraje de Hollywood rodado en la ciudad de Chicago, Yo creo en ti es una película que funciona como un docudrama, en el que su director, Henry Hathaway, ensambla sus piezas como si fuera un documental, pero combinándola, además, con las características esenciales del cine negro sobre periodismo de investigación que era común durante finales de los 40 y principio de los 50, como sucede en El reloj asesino (Farrow, 1948) y Mientras Nueva York duerme (Lang, 1956). Tiene ligeros momentos que anticipo con facilidad, pero, en términos generales, es una película de cine negro que nunca pierde su cuota de intriga con la presencia de James Stewart y, además, posee una trama afilada que documenta la eficacia del periodismo de investigación para esclarecer la verdad frente a las injusticias provocadas por los fallos del sistema judicial. Su argumento se basa en hechos reales ocurridos durante la Ley seca en 1932 y, a partir de la escena inicial en la que un policía es asesinado en un bar por dos desconocidos, narra once años después las pesquisas de P.J. McNeal, un reportero del periódico Chicago Times al que le asignan el caso de un hombre condenado a 99 años de prisión por ser el presunto culpable del delito junto a otro sospechoso, luego de que su editor leyera un anuncio clasificado en el que la madre del convicto ofrece una recompensa de 5.000 dólares por información sobre los verdaderos asesinos del oficial de policía. El asunto de este McNeal se esquematiza siguiendo los elementos integrales del cine negro sobre periodismo, en el que el periodista asume el papel de un detective mientras investiga a fondo el problema para solventar el crimen y, dicho sea paso, descubre una turbiedad sepultada en un mundo de mentiras y de testimonios falsos omitidos por la corrupción policial. Sin embargo, me resulta atrapante porque no se dispara ni una sola bala y, para resolver el caso, McNeal hace preguntas a una serie de individuos a los que le da el beneficio de la duda con sus diálogos. De esa manera me parece sorpresivo verlo interrogando a la madre honesta que ahorró 5 mil dólares limpiando pisos como un botín para el que atrape al verdadero culpable; hablando con el jefe del editorial que lo impulsa perseguir la verdad para preservar la integridad periodística; investigando en los cuarteles de la policía en la que los agentes de la ley se resisten a entregar evidencia; negociando a puerta cerrada con la fiscalía corrupta; enfrentando la presión de unos políticos ansiosos por cerrar el caso para no manchar la credibilidad del sistema jurídico. En ese sentido, la actuación de Stewart me resulta creíble cuando ejerce su registro expresivo para interpretar a un periodista comprometido con la ética que destapa verdades oscuras solo con la perspicacia y el don de la retórica. Cuando Stewart habla, los demás se callan y escuchan. Pero, además, hay una interpretación secundaria bastante notable de Richard Conte, sobre todo cuando este emplea los gestos de su rostro y la mirada para acentuar la condición de un hombre inocente que es injustamente incriminado, alcanzando su punto de solvencia en la escena de la prueba del polígrafo en la que muestra su incomodidad en el interrogatorio de la máquina detectora de mentiras del propio Leonarde Keeler. Ellos dos son encuadrados por Hathaway en una puesta en escena que se destaca por los claroscuros, la iluminación expresionista, el primer plano, el control compositivo del encuadre móvil, el estilo de documental que se subraya con las imágenes históricas de material encontrado, el narrador con la voz en off y las panorámicas que capturan la luminosidad de la arquitectura de la ciudad de Chicago desde los exteriores, fruto de un buen trabajo fotográfico de Joseph MacDonald. Lo que presenta mantiene el ritmo y una tensión dosificada que no termina hasta el clímax en que el periodista revela la foto que prueba que está en el lado correcto de la justicia. Es, propiamente dicho, una buena película de cine negro.

Ficha técnica
Título original: Call Northside 777
Año: 1948
Duración: 1 hr. 52 min.
País: Estados Unidos
Director: Henry Hathaway
Guion: Jerome Cady, Jay Dratler
Música: Alfred Newman
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: James Stewart, Richard Conte, Lee J. Cobb, Helen Walker, Betty Garde
Calificación: 7/10


Crítica breve de la película Yo creo en ti, dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por James Stewart y Richard Conte.

El tesoro
El tesoro es una película muda del cine expresionista alemán que he visto, dicho sea de paso, con el fin de continuar estudiando la filmografía de ese gran director llamado Georg Wilhelm Pabst. Se trata, al parecer, de su ópera prima como cineasta, que llega hasta nuestros días en una edición restaurada que por fortuna incluye la partitura musical original de Max Deutsch. Y lo que observo en sus imágenes durante más o menos una hora y media me obliga a razonar lo suficiente como para darme cuenta de que Pabst, con una estética finamente ajustada, evoca algunos de los rasgos particulares del expresionismo alemán en los decorados y las atmósferas turbias, pero que, desgraciadamente, no agrega ningún valor emocional a una trama que se debilita al transitar por las vías previsibles de la tragedia faustiana y el melodrama. La historia se desarrolla en la casa reconstruida de una zona rural y tiene como protagonista a Balthasar Hofer, un maestro orfebre que vive con su esposa y se dedica a trabajar como fundidor de campanas junto a su ayudante Svetelenz y al que, en una taberna, le cuenta el rumor de que un tesoro se encuentra enterrado en algún lugar de la vivienda como producto de la destrucción causada por la invasión de los otomanos en el siglo XVII. En términos generales, el asunto de este orfebre tiene un arranque algo blando que se deja sentir en cada una de las cinco partes que estructuran el argumento, donde las acciones de los personajes permanecen estacionadas en un terreno acomodaticio que describe las situaciones que suceden en la casa con un rastro de teatralidad que pocas veces añade profundidad a sus descripciones más inmediatas. De esa manera para mí no es muy difícil anticipar el romance entre el joven orfebre que llega al pueblo y la hija del maestro; las caminatas nocturnas del asistente jorobado que anhela encontrar el tesoro escondido con una vara de zahorí para casarse con la hija de su amo; la investigación del muchacho que rastrea el tesoro en su ubicación exacta en el mapa de la residencia luego de un trabajo de deducción; la avaricia que destruye a los hombres una vez que desentierran el oro en un cofre hasta ser dominados por una violencia que no responde a tratos morales. Todo me luce demasiado arreglado en su comentario sobre el amor y las trampas de la codicia, que no es más que una respuesta al contexto histórico de la condición socioeconómica de las clases alemanas más desfavorecidas por los efectos de la guerra (los personajes más viejos son mostrados como seres soeces que venden su alma al diablo por dinero), algo que se manifiesta con intensidad en muchas otras películas del período. El derrumbe de la casa simboliza la caída de los que persiguen ese camino. Sin embargo, algunas de las debilidades narrativas son paliadas por las cualidades estéticas que reflejan las inquietudes tempranas de Pabst por el medio cinematográfico, vertidas sobre la puesta en escena a través de componentes como la iluminación expresionista, los claroscuros, el plano simbólico, el primer plano, el plano-contraplano, el uso del montaje paralelo y los decorados artificiosos que acentúan el ambiente de desesperación y de sordidez por el que transitan los personajes en cada uno de los rincones de la enorme casa que se encuadran con el gran plano general. El espacio hermético de las escaleras o el sótano funciona casi como un protagonista arquitectónico en su registro proxémico. La banda sonora de Deutsch, arreglada como una sinfonía en cinco actos, adopta un leitmotiv que seduce mi sentido del oído con sus extrañas piezas atonales y dodecafónicas de piano que subraya el estado de ánimo de las escenas. Estos elementos, junto a la actuación notable de Albert Steinrück como el orfebre que desciende al abismo de la locura, es lo único que me atrevo a rescatar de esta regular película del director alemán.

Ficha técnica
Título original: The Treasure (Der schatz)
Año: 1923
Duración: 1 hr. 20 min.
País: Alemania
Director: Georg Wilhelm Pabst
Guion: Georg Wilhelm Pabst, Willy Hennings
Música: Max Deutsch
Fotografía: Otto Tober
Reparto: Albert Steinrück, Lucie Mannheim, Ilka Grüning, Hans Brausewetter, Werner Krauss
Calificación: 6/10


Crítica breve de la película El tesoro, dirigida por Georg Wilhelm Pabst y protagonizada por Albert Steinrück y Lucie Mannheim.

El molino maldito
El molino maldito es una película muda que consigo rastrear en las profundidades de la Internet, supongo, para investigar en la filmografía temprana que apenas sobrevive del director Alfred Machin (se estima que solo hay disponible 32 de 156 de sus películas), uno de los pioneros del cine francés que, al parecer, ha quedado relegado al olvido más allá de los pocos cinéfilos que nos aproximamos a su cine. Por lo que veo en los seis minutos que dura, Machin edifica un relato regular sobre celos, adulterio y venganza que se eleva la última escena, pero que, desafortunadamente, su atmósfera rural no es suficiente para añadir emotividad a unos personajes estereotipados que nunca escapan de la puerilidad. Su argumento se ambienta en una comunidad campesina y narra un cuento de amor imposible que inicia cuando un campesino pobre llamado Wilhem se enamora de Johanna, una mujer que también está enamorada de él pero que, por causas del destino, prefiere casarse con el rico molinero Pieter, en una ceremonia matrimonial que reúne al pueblo entero y lo coloca de lejos en un estado de pesadumbre. Incluso dentro de sus limitaciones narrativas, que me obligan a predecir fácilmente el resultado, la trama tiene un componente de suspenso que se amplifica en la climática escena en la que el campesino rico regresa en su carreta de una dura jornada de trabajo y encuentra a su mujer con otro en su propio molino, antes de descender hacia la furia que le quita cualquier rastro de moralidad para justificar su venganza sobre la esposa adúltera y el amante pendenciero. Es exactamente en esa escena donde Machin emplea algunos mecanismos de la estética del cine para subrayar el estado de ánimo cambiante a través de la elipsis, el fuera de campo y el uso proxémico del espacio (el molino acentúa simbólicamente la rabia que se agita como el viento en el interior del esposo celoso) para señalar el descenso al abismo de los personajes, utilizando a menudo el gran plano general para evocar un paisaje campesino que pasa del ambiente festivo al suspense inesperado en un abrir y cerrar de ojos. En su estilo confluye el melodrama y el suspenso más obvio, pero también el realismo campesino que adquiere su cuota de autenticidad en los escenarios y en el vestuario de los personajes. El paisaje funciona casi como una entidad complementaria que se roba el protagonismo. Aunque su impacto emocional es mínimo, se deja ver, al menos, como testimonio silente de los primeros experimentos cinematográficos de la historia del cine.

Ficha técnica
Título original: The Mill (Le moulin maudit)
Año: 1909
Duración: 06 min.
País: Bélgica
Director: Alfred Machin
Guion: Pitje Ambreville, Berryer, Mademoiselle Saunières
Música: N/A
Fotografía: Jacques Bizeul 
Reparto: Pitje Ambreville, Berryer, Mademoiselle Saunières
Calificación: 6/10


Crítica breve de la película El molino maldito, dirigida por Alfred Machin y protagonizada por Pitje Ambreville y Berryer.

Monkey Man
Monkey Man: el despertar de la bestia es una película de Universal en la que Dev Patel inicia sus labores como director de cine y de la que yo, afortunadamente, me llevo una sorpresa que devuelve mi fe por el cine de acción de la vieja escuela. En las dos horas que dura su debut, Patel dirige con pulso un espectáculo que desbloquea un potencial de franquicia con la acción frenética que parece una versión india de John Wick, subvirtiendo algunas de las características convencionales del género para agregar valor en su comentario social sobre la corrupción, la discriminación y la violencia contra la mujer. En la trama, Patel interpreta a un hombre anónimo que se gana la vida participando como peleador enmascarado en un circuito de boxeo clandestino, al que suele llegar con una máscara de mono y donde frecuentemente recibe una compensación económica por perder los combates arreglados, pero cuyo destino se empaña de sangre cuando persigue a un antiguo jefe de policía corrupto para vengarse por la muerte de su madre y la masacre de su pueblo que atestiguó durante su infancia. En términos generales, el asunto de venganza de este sujeto no cuenta nada que yo no haya visto antes dentro de los marcos limítrofes del género de acción, pero en su registro de simplicidad encuentro que lo que ofrece es bien atrapante por la manera en que la narrativa juega sus cartas en los momentos propicios y, en mayor o menor medida, añade capas de profundidad psicológica a la motivación personal del protagonista, justificando su camino de venganza con metáforas que subrayan un discurso sobre el sacrificio y la lucha interna de un individuo que enfrenta sus propios demonios para encontrar alguna luz al final del túnel más oscuro, donde la figura del antihéroe de acción asume un papel simbólico, casi místico, que se aferra al sincretismo religioso como vía de escape a una realidad tortuosa, como una especie de reencarnación de Hánuman, aquel dios mono de la mitología hinduista que emplea su poder y su fuerza física casi ilimitada para ayudar a la gente oprimida. El tono trepidante me atrapa todo el tiempo con lo que sucede en pantalla cuando inician los tiroteos, las persecuciones por las calles nocturnas y las peleas en espacios cerrados que colocan al vengador en un peligro que alcanza las tres dimensiones cuando se suman las lecturas sociopolíticas. La actuación de Patel, en ese sentido, me resulta bastante auténtica porque interpreta al protagonista como un hombre sinuoso, vulnerable, determinado, de pocas palabras, que mata a sus enemigos sin remordimiento cada vez que rememora el trauma infantil del pasado que lo mantiene inmerso en un viaje violento de redención, autodescubrimiento y lucha contra la injusticia, pero cuyo arsenal expresivo se complementa, dicho sea de paso, por la enorme destreza física que demuestra su compromiso para los movimientos y los combates cuerpo a cuerpo que validan sus habilidades de artes marciales. El mayor rasgo de distinción, supongo, se halla en la puesta en escena en la que Patel logra mantener un equilibrio estupendo entre la acción vertiginosa y los instantes de quietud reflexiva que amplían la psicología del personaje principal a través de elementos estéticos como la elipsis, la analepsis, el plano de inserto, el primer plano, la iluminación de neón, el uso proxémico del espacio y las modalidades del encuadre móvil de una cámara en constante movimiento que dinamiza la acción cuando menos lo espero. Su estilo visual para capturar la belleza caótica de la ciudad de Mumbai es notable entre los rascacielos lujosos y los barrios sórdidos, y su elección de utilizar locaciones reales en lugar de efectos digitales exagerados le otorga a la película una autenticidad que se siente palpable en cada una de las coreografías de pelea. La banda sonora de Jed Kurzel, que mezcla la música electrónica pulsante y melodías tradicionales indias, eleva aún más la experiencia. El ritmo no se detiene hasta el clímax que sintetiza la poética de la violencia. Se trata, sin temor a equivocarme, de una ópera prima tensa y estilizada que consagra a Patel como una nueva revelación del cine de acción.

Ficha técnica
Título original: Monkey Man
Año: 2024
Duración: 2 hr. 01 min.
País: Estados Unidos
Director: Dev Patel
Guion: Dev Patel, Paul Angunawela, John Collee
Música: Volker Bertelmann
Fotografía: Sharone Meir
Reparto: Dev Patel, Sharlto Copley, Pitobash, Vipin Sharma, Sikander Kher, Sobhita Dhuliwala
Calificación: 7/10


Crítica breve de la película Monkey Man: El despertar de la bestia, dirigida por Dev Patel y protagonizada por Dev Patel y Sharlto Copley.

Rebel Moon - Parte 2: La guerrera que deja marcas
Rebel Moon - Parte 2: La guerrera que deja marcas es una película en la que Zack Snyder continúa explorando la historia presuntamente original que llevaba años intentando producir con la intención, sospecho, de establecer una franquicia similar a Star Wars bajo la marca de Netflix. Y lo que veo en ella durante las dos horas me obligan a razonar lo suficiente como para darme cuenta de que es incluso peor que la primera parte. Es, propiamente dicho, una secuela aburrida, efectista, que pierde toda la sustancia al arrastrar en mayor o menor medida las mismas inconsistencias narrativas que se hunden en el vacío como un agujero negro del que ni siquiera puede escapar la pirotecnia aparatosa y los personajes superficiales. En esta ocasión, la trama tiene lugar en Veldt y rastrea a Kora cuando entrena junto a los guerreros que reclutó en la entrega anterior para defender a su pueblo de la invasión de las tropas imperiales del resucitado Almirante Noble, en los días en que se unen al pequeño grupo de aldeanos para cosechar todo el suministro de grano en tres días que sirva para evitar el bombardeo de la nave nodriza desde la órbita. En una primera mitad, la narrativa muestra el entrenamiento de los rebeldes mientras preparan las trampas en el pueblo que puedan frenar el ataque inminente de los enemigos y, además, relatan por separado las experiencias del pasado oscuro que los ha obligado a vivir una vida en el exilio. En la segunda, se presenta ya el conflicto que inicia cuando el grupo de Kora se enfrenta a los soldados enviados para exterminarlos por sus crímenes, en medio de una lluvia de tiroteos que se intercambia entre ambos bandos con los típicos láseres. Su narrativa, al igual que la predecesora, falla en las dos mitades porque recurre a los clichés del género que, por lo regular, traslada las acciones de los personajes a un territorio común que nunca abandona el lado previsible ni la falta de cohesión, saltando a menudo de un evento a otro sin un horizonte de eventos que sea claro más allá del refrito de obviedades esquematizado por los guionistas. Todo está demasiado delineado entre los héroes y los villanos. La falta de desarrollo de los personajes sigue siendo igual de alarmante, además de que carecen de cualquier rasgo distintivo que los haga interesantes, quedando muchas veces en vínculos superfluos que evidencia una ausencia de química, como si lo hicieran a desgana. Incluso los villanos de la película son caricaturescos y poco amenazantes, algo que resta cualquier sentido de peligro o tensión a lo que sucede. El elenco de por sí es olvidable porque es desaprovechado por la sequía de desarrollo que hay detrás de las descripciones de los personajes, pero reconozco, por lo menos, que Sofia Boutella demuestra cierta pericia física para las secuencias de acción y los movimientos rápidos con las armas de combate, añadiendo algo de credibilidad a un personaje que en su capa de motivación es completamente anodino. Dentro de sus limitaciones, ella hace lo que puede en una puesta en escena en la que Snyder ejecuta, como es habitual, unos efectos visuales que dejan mucho que desear por el uso barato de imágenes generadas por computadora que se ven falsas y poco convincentes. En su lugar, Snyder se conforma con ofrecer un ejercicio genérico que cae en un abismo mayor que el de Rebel Moon - Parte 1: La niña del fuego, expandiendo inútilmente las ideas de su universo para iniciar una franquicia basada exclusivamente en el reciclaje de fórmulas. No funciona nada de lo que entrega. En pocas palabras, su ópera espacial es una tremenda nadería.

Ficha técnica
Título original: Rebel Moon - Part Two: The Scargiver
Año: 2024
Duración: 2 hr. 05 min.
País: Estados Unidos
Director: Zack Snyder
Guion: Zack Snyder, Kurt Johnstad, Shay Hatten
Música: Junkie XL
Fotografía: Zack Snyder
Reparto: Sofia Boutella, Djimon Hounsou, Ed Skrein, Michiel Huisman, Bae Doona,
Calificación: 2/10


Crítica breve de la película Rebel Moon - Parte 2: La guerrera que deja marcas, dirigida por Zack Snyder y protagonizada por Sofia Boutella y Ed Skrein.