Tragico adiós de Giulletta Masina a Fellini | Cultura | EL PAÍS
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Tragico adiós de Giulletta Masina a Fellini

Políticos y artistas despiden al "señor de las imágenes" en la misa cardenalicia

Una mano desvaneciente de la que pendía un rosario blanco; una mandíbula Caída que abría la gran boca al abandono general del cuerpo, sostenido a duras penas por su hermano; unos párpados inermes, semicerrados tras las gafas oscuras que no podían camuflar el rostro cerúleo, enmarcado por los pliegues de un turbante inmisericorde con el menor atisbo de cabello. La imagen trágica de Giulietta Masina diciendo adiós al féretro de su marido, que era sacado a hombros entre los aplausos de miles de personas que llenaban el templo romano, hizo ayer realidad todo el dolor por la muerte de Fellini

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Es difícil recordar un rostro tan triste, tan vencido e impotente como el que mostró ayer esta actriz, que en la pantalla ha sido paradigma de vivacidad, de perplejidad, a veces melancólica, y determinación frente al mundo. Y será difícil olvidar que, entre los estragos de una enfermedad y una desolación que le han vuelto casi irreconocible en pocos meses, la actriz aún lograba articular inteligiblemente la palabra amore.

Los funerales solemnes celebrados ayer en la basílica de Santa María de los Ángeles fueron la ocasión de la única comparecencia de Giulietta Masina en los duelos por el marido. La actriz había permanecido prácticamente en la cama desde que Federico Fellini falleciera, el pasado domingo.

Situada a la derecha del altar, en un reclinatorio, siguió la ceremonia sostenida del brazo en casi todo momento por su hermano Mario y su cuñada, Magdalena Fellini. Pero al final, cuando el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro; el del Senado, Giovanni Spadolini; el de la Cámara, Giorgio Napolitano, y muchas otras autoridades presentes en el acto fueron a darle un pésame más afectuoso que protocolario, se vio que la actriz no podría controlar la emoción, que seguía fluyendo pese al agotamiento.

Llenaban el templo, que conserva algún muro romano original de las termas de Diocleciano junto a frescos renacentistas y muestras del barroco más rabioso, numerosas personalidades del cine, sobre todo italiano, como los directores Francesco Ros¡, Franco Zefirelli, Ettore Scola, Alberto Lattuada o Costa Gavras, y actores y actrices como Vittorio Gassman, Mónica Vitti, Paolo Villagio, Anouk Aimée o Sandra Milo.

Nadie vio a Mastroiani

Nadie vio a Marcello Mastroiani, el actor. preferido de Federico Fellini, que ya el martes se había quejado de que los fotógrafos no le dejaban en paz, cuando visitó la capilla ardiente de su amigo fallecido.

Los fotógrafos, inseparables comparsas de tantos filmes de Fellini, abundaban también ayer en el templo. Se echaron de menos otras estrellas, como Sofía Loren, residente habitual en Los Ángeles, que el pasado mes de marzo entregó el Oscar a la carrera al director nacido en la costa adriática, en Rímini, o Anthony Quinn, el Zampanó de La strada, que días atrás vaticinaba a Federico Fellini que el mismísimo san Pedro le daría un excelente guión en el cielo.

"Sus fábulas, siempre nuevas y desbordantes de frescura, eran más reales que cualquier fotografía de la realidad", dijo en la homilía el cardenal Achille Silvestrini, uno de los jefes de la curia vaticana, el prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, que llamó "señor de las imágenes" al difunto cineasta.

"Fellini ha contado la realidad de Italia con todas sus contradicciones y, por ello, debemos estarle agradecidos", añadió luego el purpurado, dirigiéndose al jefe del Estado, que se encontraba a la izquierda del altar, cerca del coro.

Sonó también música de Nino Rota, el compositor cinematográfico favorito de Federico Fellini y autor de numerosas bandas sonoras del director de Rímini. Durante el funeral se exaltó la religiosidad del difunto. "Dijo verdades incómodas para la propia Iglesia, a veces con ironía. Pero era la ironía del que pertenece a la familia y, por tanto, era también amor", aseguró el cardenal Silvestrini, que ya había visitado a Fellini cuando el director estuvo ingresado el pasado verano.

Otro de los concelebrantes de la misa fue el padre Arpa, un jesuita que, en su día, defendió La dolce vita de los furibundos ataques del Vaticano.

La música de Rota fue, sin embargo, anecdótica en una ce remonia dominada por Mozart, Vitoria y cantos rituales eclesias ticos. No puede decirse que el funeral tuviera mucho de felliniano salvo por la presencia, en el templo y entre los miles de personas que quedaron en la calle, de tanto rostro sin nombre intuido o reconocido en las películas del maestro.

Tras el baño de ironía y estética ligera de la capilla ardiente ayer fue el día de la solemnidad del institucionalismo y, sobre todo, de la tragedia de Giulietta Masina. Toda una prueba de que el espectáculo debe terminar en un momento preciso.

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