«En el año 1014 d.C., el emperador bizantino Basilio II venció al ejército búlgaro e hizo 15.000 prisioneros. Pudo haberlos matado, pero tuvo una idea diferente. Quería debilitar a sus oponentes durante las décadas venideras. Ordenó de cada 100 prisioneros, 99 de ellos fuesen cegados [sacándoles los ojos]. Al número 100 se le permitió conservar un ojo con el que guiar al resto a casa, obligando a las comunidades [búlgaras] a cuidarlos durante el resto de sus vidas.»

Los 15.000 ciegos de la batalla de Bulgaria

El texto de arriba, traducido al castellano, así como la imagen de cabecera, forman parte del vídeo The Most Gruesome Parasites – Neglected Tropical Diseases – NTDs, de Kurzgesagt; que trata sobre cómo algunas enfermedades usan mecanismos similares para debilitar especies enteras. La estrategia de Basilio II fue no solo cruel, también fue muy efectiva y de un liderazgo que hoy día sigue estudiándose en las escuelas.

Búlgaros a la gresca con sus vecinos

Bizantinos y búlgaros llevaban, hacia el siglo XI, un tiempo a la gresca: yo te quito un valle, yo te quemo un bosque, yo rapto a decenas de campesinos, yo tiro abajo un templo. El imperio Bizantino se expandía con virulencia, y los búlgaros eran los únicos que parecían contener su avance en una frontera ciertamente permeable de lo que hoy día son el centro de Bulgaria por un lado, y la frontera entre Grecia, Macedonia y Albania por otro.

Unos siglos antes, los búlgaros habían ganado ese territorio dando caña a los romanos, cuando en el siglo VII los búlgaros empiezan a colonizar las tierras romanas aprovechando el Danubio para avanzar. Esto a los romanos no les gustó nada de nada, y los conflictos armados se volvieron frecuentes ya por aquel entonces.

Aunque tenían a raya a los romanos y todo fue bien durante un tiempo para el Imperio búlgaro, en pleno desarrollo los kievanos empezaron a recortarles terreno por el norte como ellos se lo robaban al ya en decadencia Imperio romano de Oriente. En el 968 d.C. el príncipe kievano Sviatoslav empezó a atacar las provincias septentrionales búlgaras. Para que aprendan.

Llegó el XI y los búlgaros llevaban siglos a la gresca con sus vecinos, arremetiendo contra todo lo que encontraban a su alrededor. Llegó un momento en que estaban enfrentados con todos ellos. Teniendo en cuenta que buena parte de su frontera lindaba con el Imperio bizantino, empezaban a pasarlo bastante mal. Habían sido los abusones del patio, y ahora se las estaban devolviendo las collejas con intereses.

Los bizantinos tampoco eran tan malos

Victoria de los bizantinos sobre los bulgaros. Chronicle of John Skylitzes, XIVth century | Fuente: Biblioteca Nacional

El emperador bizantino Basilio II (el de los ojos) ascendió al trono en 976 d.C. y, dado que toda su familia había sufrido durante décadas la violencia búlgara, orientó todo su imperio a defender y ampliar la frontera noroeste, la que pertenecía al imperio búlgaro. Prescindiendo completamente de cualquier atisbo de empatía hacia sus propios ciudadanos (y a veces hacia sí mismo) empezó a enviar tropas y tropas a épicas (pero penosas) batallas contra los búlgaros.

Quizá fue la mala planificación o el ansia de matar a sus vecinos, pero el caso es que el primer tiro le salió por la culata a Basilio II, y en 986  el propio emperador estuvo a punto de perder la vida en el paso de la Puerta de Trajano, donde murió buena parte del ejército bizantino convocado.

A la mala leche que tenía contra los búlgaros se unía los conflictos armados cada vez más violentos con el Imperio fatimí (también llamado Califato fatimí o califato de Egipto), que le pisaban los talones los bizantinos desde hacía tiempo en el linde sureste. Vamos, que o ganaba a los búlgaros y expandía el imperio por Europa, o Asia y África se lo comían vivo.

En otras palabras, los bizantinos tampoco eran tan malos, y se juntaban en ellos el hambre con las ganas de comer. Conquistar el imperio búlgaro era su única salida a un conflicto por el este al que cada vez podían hacer menos frente.

La Batalla de Kleidion

En estas que llegó el año 1014 d.C., y la escalada de violencia (de todos contra todos, por cierto) ya resultaba insostenible: los bizantinos atacaban a los búlgaros; y estos a su vez a serbios, bosnios, croatas italianos y húngaros (aunque todavía no se llamaban así); el califato fatimí recortaba posiciones por el este; y a estos a su vez les daban en plan bien todas las tribus de Asia Menor por el oeste, y Asia por el este.

Fue en este año cuando el ejército bizantino caminó y cabalgó (más lo primero) hacia Constantinopla, intentando penetrar las defensas búlgadas. Por desgracia para ellos, a la altura del pueblo de Klyuch una muralla de madera bien protegida redujo considerablemente el ejército atacante.

Samuel de Bulgaria, general del Imperio Búlgaro, cuando fue informado del ataque, pensó «¿Ah, sí? ¿Con que esas tenemos, eh?» o algo similar, y envió varias decenas de miles de soldados al enclave, protegidos tras la barricada de madera. Basilio II volvió a arremeter, sin éxito, hasta que el 29 de julio de 1014 se alinearon los astros.

Un reducido número de soldados búlgaros situado sobre la muralla habían mantenido a raya al ejército bizantino, pero este consiguió distraerles durante unas horas, que aprovecharon para romper el muro. Los bizantinos entraron a tropel, matando a todo lo que se movía, e incluso entonces consiguieron hacer 15.000 prisioneros. Algunas fuentes reducen esta cantidad a 8.000 soldados.

Fue tras esta batalla, la Batalla de Kleidion, que Basilio II decidió no matar a los prisioneros. En lugar de eso los colocó en fila india y sacó ambos ojos a los 99 primeros, dejando al número 100 con un ojo sano; repitiendo la operación con los 15.000 soldados. Luego, dio instrucciones a sus hombres para que dejasen regresar a los soldados a casa.

El ejército de ciegos

Si el lector ha estado alguna vez en un concierto y puede imaginarse a 15.000 personas juntas, imagine ahora lo siguiente: 150 hileras de 100 hombres cada una, andando penosamente por los montes de regreso a casa. Solo el primero de ellos veía, y tan solo con un ojo. Esta trágica caminata tardó días en volver a las aldeas de los alrededores, que pronto se vieron incapaces de atender a todos los ciegos.

Arriba, la Batalla de Kleidion. Abajo, el regreso del ejército de ciegos y la muerte de Samuel de Bulgaria. | Fuente: Manuscrito Vaticano

Durante dos años, los búlgaros intentaron seguir con sus quehaceres de matar vecinos y defender las defensas del imperio; pero no es fácil cuando se carga con miles de personas inválidas (en aquella época ciertamente lo eran). Pensemos lo que supondría añadir 15.000 ciegos a una ciudad moderna; y tengamos en cuenta que la población de todo el planeta por aquel entonces era de 310 millones (ahora somos más de 7.500).

Se dice que Samuel de Bulgaria murió de un ataque al corazón al ver el ejército de ciegos aparecer. No es para menos. Aquel día el Imperio búlgaro se hundió un poquito, y terminó de hundirse cuando en 1018 el Imperio bizantino dio la estocada final. ¿La estrategia? Debilitar al oponente. ¿El resultado? Un magnífico episodio para coleccionistas como este pequeño gabinete de curiosidades que es La Piedra de Sísifo.

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