La felicidad nunca viene sola (2012), de James Huth

Sacha es el eterno soltero ligón, inmaduro, que odia a los niños, y al que una mamá que no vive con él pasa por su apartamento a limpiar y llenarle la nevera. Su padre fue un famoso músico, pero él se limita a componer para spots comerciales. Su vida da un vuelvo cuando conoce a la encantadora, hermosa y torpe Charlotte, experta diseñadora. Aquello es un flechazo, la química es total... Sólo hay un problemilla: Charlotte vive con sus tres hijos tras dos divorcios. Y resulta que uno de sus ex es el jefe de Sacha.

Salvo error, La felicidad nunca viene sola es la primera película que llega a España de su director James Huth. No da la impresión de que nos hayamos perdido nada, pues tiene en su haber poco más que un nada apreciado Lucky Luke, donde da vida al cowboy de cómic nada menos que Jean Dujardin.

En La felicidad nunca viene sola firma el guión con Shonja Sillito, una colaboradora habitual, y lo cierto es que libreto y dirección conforman un auténtico despropósito, del que no podían salir indemnes ni siquiera el gracioso Gad Elmaleh, o la guapísima Sophie Marceau.

Así que se nos sirve un cóctel indigesto donde conviven sin orden ni concierto el sexo apasionado de la pareja, el slapstick de las torpezas de Charlotte y Sacha, las escenas con niños, los pasajes de piano y musical, la familia judía de Sacha y... ¡Casablanca! ¿Qué tienen que ver Casablanca y La felicidad nunca viene sola? Pues nada, pero el original dúo de guionistas concibe una escena de despedida que se supone que debe ser un homenaje, e incluso puede que con los ex de Charlotte se dé el comienzo de una hermosa amistad. Eso sí, del fondo del film de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, nada de nada, monada.