Paula (Julieta Díaz) es una de las ¿dueñas? ¿directoras? de una revista ¿digital? llamada Bruna, que, paradójicamente, a pesar de tratar temas de la agenda feminista de los últimos años (esos valores con los que está tuneada la pared de la oficina que comparte con su socia y que incluyen a la política y los derechos humanos) está cerca de la quiebra. Como un encadenamiento silogístico, accedemos, en las escenas posteriores a la presentación de su lugar laboral, a un diálogo con su hermana Eva (Celina Font) en el que queda explícito su rechazo a la maternidad, a la sugerencia de ella para que escriba sobre ello y a la decisión de Paula de escribir una columna sobre las razones de una mujer para no ser madre. Previsiblemente –vamos, que se trata de una película industrial que sigue un patrón establecido para no espantar público- los textos, firmados con seudónimo, se convierten en un hit en las redes, se viralizan, están en boca de todos –en especial de otros medios que los replican y amplifican-, con lo que la revista parece quedar a salvo momentáneamente de los vaivenes económicos (aunque la película no se toma el trabajo de explicitar el cómo).

Los textos, atravesados por la mirada que Paula tiene sobre la maternidad –y de los cuales conocemos más las reacciones de las redes y su título espectacular que el contenido de los mismos-, se complementan con la construcción del personaje sobre la idea de una mujer independiente: emprendedora, con cierto poder de decisión en su trabajo –aunque se revela la existencia de una capa superior innombrada que impone cambios en la publicación-, pero que sobre todo ha elegido vivir sola, mantener una relación abierta con Fernando (Sebastián Wainraich) y despreciar las instituciones sociales como el casamiento y la maternidad. Es una Paula del manual de la mujer actual de las grandes ciudades: una corrección política en la que se hace encuadrar a un personaje para después contar una historia que lo desvirtúe.

Paula se llama también la protagonista de Paula, la película de Eugenio Canevari estrenada en 2015. Ella no vive en un cómodo y moderno departamento de la Capital ni dirige una revista. Es la criada cama adentro de una pareja de jóvenes hacendados cordobeses que tiene tres niños. Paula ha quedado embarazada de su novio y, mientras oculta su panza con una faja, intenta conseguir el dinero para poder abortar. Ella tampoco quiere ser madre, pero tiene que cuidar de los hijos de los otros. Es en la película de Canevari donde se dice una frase casi exactamente igual a la que falta en la de Carnevale, aunque se usa como título de la película: cuando una de las nenas le dice “Mamu”, Paula responde, tajante, “Yo no soy tu mamu”. En la película de Carnevale, aún a pesar del título, la reacción del personaje central es distinta: cuando Rocío, la hija de Rafael (Pablo Echarri), la señala en la salida del jardín de infantes y dice “Esa es mi mamá”, Paula no reacciona, no responde por la negativa. Se acomoda, incluso, a la indiscreción de las otras madres, juega a ser la espectadora de un juego ajeno en el que actúa su lugar solo para obtener material de primera mano para su columna. Si la Paula de Canevari se terminaba invisibilizando para salir de la doble cárcel de su propia maternidad no deseada y de la que se le impone laboralmente, la de Carnevale se apropia de un lugar que no desea para un beneficio momentáneo, para desde allí ejercer la burla o el desprecio –además desde su identidad oculta- de sus congéneres. La Paula independiente lo es tanto que hasta se independiza de las otras mujeres a las que debería defender aún a pesar de sus diferencias: sus textos, en ese punto, más que de una mujer que rechaza lo instituído, parecen provenir de la apropiación del discurso del hombre respecto de las mujeres.

La apariencia no se problematiza desde la película, sino que se asume como forma. La variación en el personaje central sobre el que se articula el relato es uno de los elementos. Un segundo elemento aparece en la despareja valoración que se establece sobre los personajes masculinos y femeninos. Los primeros son pocos y parecen pertenecer a una escala en la que los valores negativos son suavizados o directamente negados. Fernando es un snob, un subproducto de clase de barrio rico de la Capital, con un ego desproporcionado (“Estúpido, pero qué potrazo te estás comiendo” le dice a Paula refiriéndose a sí mismo), pero es también el que le advierte a Paula en el momento de la ruptura, su deslizamiento hacia la convencionalidad (“Eras la progre que no quería compromiso y ahora sos una Susanita que se tira al primer plan que se le presenta”). El hermano de Rafa (Cristian Sancho) tiene características similares a Fernando en cuanto al ego, aunque centrado en su contextura física como un supuesto modelo sexual. Es stripper de un club nocturno, pero también el que soluciona el absurdo problema que se plantea con el cumpleaños de Rocío, consiguiendo una “casita de fiestas” y convirtiéndose en animador de la celebración. Rafael es la encarnación del ideal de hombre, más allá de lo físico: padre que, además de trabajar, se ocupa de su hija continuamente (a diferencia de los invisibles padres de sus compañeritos de jardín, que no aparecen ni siquiera en la fiesta de cumpleaños, o hasta del esposo de Eva) después de que la madre se haya ido a trabajar a Finlandia. Las mujeres, en cambio, son otra cosa, y el discurso que se vislumbra en ellas parece ir en contra de la idea de una película que sostenga su independencia. Mollo (Daniela Pal), la mujer que cuida a Rocío, no solo tiene ese nombre equívoco, sino que se la construye con modales y formas de habla más cercanas a lo masculino. El grupo de las madres está construido por una suma de lugares comunes: la personal trainer separada y calentona que vende juguetes sexuales, el ama de casa que solo quiere seguir teniendo más hijos, la que arrastra a su hijo a la escuela a los gritos y está arrepentida de ser madre, la que tiene trabajo de bioquímica y organiza la representación de las madres en la escuela. La charla entre ellas cuando van a tomar algo retoma esos lugares comunes que sostienen la ambivalencia: la maternidad es “el dolor más lindo del mundo” y lo que extrañan de antes de ser madres es “dormir, poder mirar una película y que me despierten de un pijazo”. Ninguna de ellas, objeto del escarnio posterior de Paula en su columna, parecen rebelarse –ni siquiera tienen el interés- de esa realidad que las circunda y que es dominada una y otra vez por la presencia del hombre, aunque éste permanezca en fuera de campo.

Algo de ese planteo ya se vislumbraba en el tráiler de la película (que, a decir verdad, daba mucha vergüenza ajena). Allí se presentaba a Paula como una mujer que no quiere ser madre en una oposición drástica (“Ella vs. Mamis felices” dice el cartel) que sostiene una serie de argumentos del enfrentamiento. Y sugiere el cambio en la idea de “pero se te cruza un papito” (y se reafirma en el cartel siguiente: “UN papito”). La aparición de Rafael, y la idea de que allí “empiezan los problemas”, sugiere desvergonzadamente que las ideas y convicciones de una mujer, respecto de su cuerpo y de su vida, pueden modificarse ante la aparición de un hombre apuesto, seductor y cargado de características positivas a partir de ser quien se encarga de la crianza de la hija. De nuevo, el esfuerzo que hace la película por construir a Paula como un personaje ligado a las luchas femeninas que explotaron en los últimos años (y eso incluye, por caso, ser la única que hace una mención que defiende a la mujer de Rafael que eligió aprovechar una oportunidad de crecer personalmente a través de un trabajo en Finlandia antes que someterse al rol que le impone la familia), es artificial y mentiroso: lo que importa es el cruce romántico, lo que, en el fondo, reafirma la manera en que la sociedad termina imponiendo su modelo, incluso sobre quienes parecen estar dispuestos a rechazarlo.

No soy tu mami también puede ser vista como una versión levemente aggiornada de Sin hijos, la película de Ariel Winograd de 2015. Allí se presentaba un triángulo de características similares: padre que cuida a su hija conoce a una mujer atractiva que rechaza la maternidad. Vicky, el personaje que componía Maribel Verdú, podría verse como una versión más radicalizada de Paula: despreciaba a todo niño, huía de los hombres que eran padres y hasta integraba un grupo semi-clandestino llamado No Kids que propugnaba la anti-maternidad. Donde esa película se volvía conservadora era en la resolución de la historia, que sobrepasaba cualquier límite establecido por la comedia: la mujer no solamente terminaba aceptando a la hija del personaje que encarnaba Diego Peretti, sino que en la última escena fantaseaba con cómo se vería su cuerpo si quedara embarazada. Carnevale sabe –o al menos intuye- que someter a su Paula a semejante final no solo no hubiera sido original, sino también demasiado contundente en su oposición con el planteo inicial. Evita ser directo, pero en su circunvalación termina sugiriendo que el camino de Paula no será muy diferente del de Vicky. No habla de tener hijos, y hasta Rafael lo afirma, pero en ese mismo movimiento, deja en claro que no es Paula quien toma la decisión final sobre su cuerpo, sino que necesita de la aprobación posterior –la concordancia- de Rafael. Ni siquiera puede decirse que el personaje formule su deseo y actúe en consecuencia (es su hermana Eva la que la presiona a admitir que Rafa le gusta) lo cual se revela en toda su dimensión en la secuencia en la que Rafa va a su departamento: aún cuando ella le dice que está escribiendo, él se acerca y comienza a besarla y acariciarla, aún antes de que Paula ponga su deseo en palabras. Es que ese deseo queda finalmente en un segundo plano, subsumido al deseo del otro, que vuelve a imponerse. En el final, su retorno como una suerte de oveja descarriada que perdió el camino (el pecado es haber utilizado a los otros para su beneficio, elemento que parece constitutivo de la mujer independiente según la película) proviene nuevamente del hombre que es quien dictamina que el esfuerzo por aceptar las culpas de parte de Paula es valedero. De todas formas, si bien parece mantenerse en pie la idea de que no habrá hijos en esa pareja, la frase que Paula le dice a Fernando en el momento de la ruptura (“Descubrí que hay cosas en la vida que no me quiero perder”) abre las puertas a cualquier desenlace imaginable.

El viraje que experimenta el personaje a lo largo del relato parece condensarse en esa línea de diálogo cerca del final en el que, ante la propuesta de editar un libro con sus columnas, sugiere además escribir otras que expliciten las razones por las cuales ser madre. De alguna manera, Paula cumple en ese proceso de cambio, lo que promete el facilista seudónimo con el que firma sus escritos. Paula es, al comienzo, la Juana de Arco heroica que representa la idea de muchas mujeres ante la presión social hacia la maternidad (“No soy una terrorista en contra de la maternidad, sino una mujer que no quiere tener hijos por elección”) y que consigue un ejército de seguidor@s virtuales acorde con estos tiempos. Pero como Juana, es condenada a una hoguera igualmente virtual: su grupo de cercanía –Rafael, las madres de la escuela- se siente usado y traicionado y Paula/Juana debe optar entre la soledad y el arrepentimiento. La del comienzo, claramente hubiera optado por lo primero. Pero en ese final, se opta por lo segundo. Y entonces Paula se sube a otra hoguera, representada en el escenario de una escuela, disfrazada de frutilla, para asumir sus pecados y, en esa asunción, no ser quemada –porque, claro, tampoco las madres de una escuela son la Inquisicón- sino convertida en una más de aquellas a las que cuestionaba. Paula pidiendo disculpas, argumentando sus prejuicios y diciendo que “en este tiempo entendí sus razones, ojalá que puedan entender las mías”, es la consumación del sacrificio. Y el sacrificio que se exige no es de todos, sino de aquella que se ha corrido del lugar que la sociedad le tenía asignado. La Paula del comienzo ha desaparecido completamente. Ahora es lo que se reclama de ella: un cuerpo en los brazos de un hombre.

Calificación: 4/10

No soy tu mami (Argentina, 2019). Dirección: Marcos Carnevale. Guion: Marcos Carnevale, Nicolás Allegro, Florencia Colacito, Celina Font. Fotografía: Noracio Maira. Montaje: Luis Barros, Ana Paula Torrens. Elenco: Julieta Díaz, Pablo Echarri, Sebastián Wainraich, Celina Font, Valeria Lois, Marina Glezer. Duración: 110 minutos.

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