La otra 'Capilla Sixtina' está escondida en una pequeña iglesia de Florencia

Primer renacimiento

La otra 'Capilla Sixtina' está escondida en una pequeña iglesia de Florencia

Esta obra, realizada en colaboración por los artistas Masolino, Masaccio y Filippino Lepi, muestra cómo evolucionó la pintura florentina a lo largo del siglo XV.

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Al otro lado del río Arno, cerca de donde se encuentran el Palazzo Pitti y los Jardines de Boboli, hay una pequeña iglesia de aspecto rústico y sencillo. En el interior de este santuario dedicado a Santa Maria del Carmine (la Virgen del Carmelo) se esconde una de las joyas artísticas más importantes de Florencia: la maravillosa Capilla Brancacci, también conocida como la “Capilla Sixtina del primer Renacimiento”. 

 

 

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Capilla Brancacci
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Dos pinceles, un mismo estilo

El origen de esta fascinante obra se remonta al siglo XIV, cuando los Brancacci, una adinerada familia de Florencia, compraron una capilla familiar en aquella iglesia, situada en pleno corazón del barrio de Oltrarno. Iniciado ya el siglo XV, los Brancacci encargaron la decoración de la capilla a uno de los talleres más reputados del momento, el taller de Masolino, al que también pertenecía el joven artista Masaccio, de tan solo veintiún años (dieciocho menos que su maestro). 

 

Los pintores se repartieron los frescos que debían aparecer en las dos paredes de la capilla, relatando las Historias de San Pedro, y comenzaron a trabajar de manera perfectamente coordinada. Ambos utilizaron una misma gama cromática, para dar unidad a la composición, y pintaron desde un mismo punto de vista: el del espectador que contempla los frescos desde el centro de la sala. 

 

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Brancaci chapel
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El tercer pintor que se sumó a la obra

En septiembre de 1425, después de más de un año pintando mano a mano, Masolino abandonó la obra para trasladarse a Hungría, donde le ofrecieron ser pintor de la corte de Budapest. Masaccio heredó el encargo y prosiguió con su cometido de forma individual, sin embargo, en 1428, el joven falleció durante un viaje de estudios a Roma, dejando la obra inacabada. 

 

A esta serie de infortunios se sumó el hecho de que, en 1436, la familia de los Médici ascendió al poder y desterró a los Brancacci de Florencia, dada la enemistad que había surgido entre ambas familias. El exilio duró hasta 1480, momento en el que el nombre de los Brancacci fue rehabilitado y los miembros de la familia pudieron regresar a la ciudad y recuperar sus pertenencias, entre las que se encontraba la preciada capilla. Entonces, los Brancacci encargaron la finalización de la obra al artista Filippino Lipi, alumno de Sandro Botticelli, que terminó los últimos frescos de las Historias de San Pedro. 

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Un siglo de evolución artística

En la actualidad, la Capilla Brancacci es un perfecto reflejo de la evolución de la pintura renacentista florentina, capturada en una única obra. De esta manera, contemplar el sello que dejaron Masolino, Masaccio y Filippino Lippi es como recorrer una línea del tiempo que muestra cómo se desarrolló la pintura en Florencia a lo largo de prácticamente un siglo.

Este “museo en miniatura” también alberga algunos de los frescos más importantes del Renacimiento florentino, pinturas que han sido restauradas tres veces a lo largo de la historia –una, de hecho, después del incendio de 1771, que estuvo a punto de terminar con la capilla– para mantener la esencia y perfección de la obra original.