Nikolái Gógol: la nariz, una historia posible 2020/12/06 | Excélsior

Nikolái Gógol: la nariz, una historia posible

Leda Rendón

Leda Rendón

Umbrales mínimos

Abrí con fruición el paquete de mariguana. Lo saniticé y desenvolví cuidadosamente la bolsita de un plástico que la hacía parecer un niño envuelto. Sacudí el paquete y lo volví a sanitizar. Di un grito y salté hacia atrás cuando vi claramente una nariz en medio de toda la hierba. Lo primero que supuse fue que era la nariz de algún narcotraficante o distribuidor: alguien directamente implicado con el narcotráfico. Después reconocí de quién era esa nariz y me aterroricé. Pronto estarían helicópteros sobre mi pequeño departamento. La nariz de la bolsa era de alguien prominente. Una persona conocidísima.

Respiré profundo. Primero, nadie sabía que dicha nariz se encontraba en mi poder. En cualquier caso, sería a los distribuidores a quienes buscarían primero. Me dormí. Antes me aseguré de poner la nariz bajo llave. Desperté por un mensaje que me llegó al celular en el que mencionaban como primera noticia que este personaje prominente había amanecido sin nariz. En su lugar había un espacio plano, decían, porque el hombre estaba en una casa de seguridad.

La noticia se volvió internacional muy rápido. Yo me metí a mi cama y me hice rollito. Me levanté. Verifiqué que la nariz siguiera en su lugar y sí, estaba tranquila, respirando como de costumbre. Me dio lástima; pobre nariz, tener que ser parte fundamental de ese repugnante personaje. Quizá ahora acá conmigo se sentía liberada, menos culpable. Así solita tenía un poco de gracia.

Claro está que todo el tiempo que pasó en medio de esa cara adormilada le dejó marcas en el alma.

La saqué de donde la tenía encerrada y le compré una jaula de pájaro que puse en medio de mis plantas. Comenzó a flotar, se sacudió en una jícara llena de agua que le puse, prendí un cigarrillo de mariguana y soplé el humo hacia la jaula. Ella estaba saltarina y luego la vi cómo respiraba la noche, llena de estrellas y mosquitos, recostada en un nido: la mitad de un huevo con algodón. Pronto me llegó otro mensaje al celular: el reconocido personaje declaraba sentirse muy mal. Sus médicos estaban preocupados porque, al parecer, el hombre había tenido visiones y alucinaciones.

Después hubo variedad de notas periodísticas y especulaciones de todo tipo. Hasta que un día el personaje eminente anunció que daría una recompensa millonaria a quien le diera al menos una seña de dónde podría estar su nariz, aseguraba que seguía oliendo muchas cosas.

Pensé en liberar a la nariz, no tenía por qué meterme en problemas. Aunque yo la veía bien y sentía que contribuía al bienestar del mundo. Le leí infinidad de historias, le mostré mis películas clásicas favoritas y ya la dejaba libre volando por el departamento.

Disfrutaba encontrarla detrás de una orquídea o chapoteando entre los lirios que vivían en una bandeja de cristal. Los perros la perseguían como a un bicho volador. Me encariñé. Hecho que me producía un conflicto existencial terrible: cómo podía sentir simpatía por la nariz de un idiota, de un hombre tan ambicioso y cínico. 

Me desperté y la nariz estaba acurrucada entre mis senos, sus dos ventosas o alerones corrieron a prenderse de uno de mis pezones y me sentí ultrajada. Apenas logré sacar a la nariz del éxtasis y ya grupos paramilitares tenían rodeado mi departamento. La nariz temblaba. Era claro que no quería regresar a esa horrible cara. Se puso roja e hinchada. Cuando entraron a mi habitación la nariz comenzó a revolotear y salió por la puerta que habían dejado abierta, la seguí hasta la azotea y vi cómo se perdía entre los helicópteros y después entre las nubes. Me toqué el pezón y seguía pegajoso y duro.

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