La ley y el Evangelio - Protestante Digital

La ley y el Evangelio

La ley revela el carácter de Dios. A modo de respuesta a quienes se preguntan si son evangélicos los adventistas porque guardan la ley de Dios, debo decir que los principales argumentos a favor de la correcta observancia de la ley no proceden de los ministros de culto adventistas, sino de consagrados líderes del mundo protestante.

17 DE FEBRERO DE 2007 · 23:00

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Por ejemplo, Ernest F. Kevan, director del “London Bible college”, en una obra traducida por José Grau, dice: “Es importante, por consiguiente, no perder de vista el hecho de que la ley del Sinaí, aunque dada al pueblo hebreo, fue fundamentalmente una revelación hecha a la Humanidad en su conjunto”(1). Es importante observar que en la ley de Dios, la Escritura da a conocer los atributos divinos. A semejanza de Dios, “la ley de Yhwh es perfecta” y “los preceptos de Yhwh son rectos” (Sal 19,8a y 9a); “todos tus mandamientos son fidelidad” y “son justicia” (Sal 119,151b y 172b). Pablo dirá: “Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual” (Rom 7,14); “Así que, la ley es santa, y santo el precepto, y justo y bueno” (Rom 7,12). Como muy bien dice Kevan, “Dios usó a Israel, su “siervo”, como el vehículo de la revelación al publicar de nuevo esa ley moral que, originalmente, había estado escrita en el corazón del hombre. La entrega de la ley debe ser considerada, pues, como formando parte del más alto propósito de Dios de revelarse a todo el mundo(2). Veamos algunas citas más, cargadas de acierto, del mismo autor: “En ninguna parte enseña el Nuevo Testamento que el creyente ha terminado con la ley”(3). “La ley todavía proclama las exigencias de Dios. Los aspectos condenatorios de la ley han sido solucionados por Cristo a favor del pecador, pero la obligación de la criatura con respecto al Creador todavía sigue en pie”(4). “La Biblia no ofrece base válida para la opinión de que la ley ha sido abolida. No hay ninguna indicación en el Nuevo Testamento en el sentido de que la ley hubiera perdido su validez, ni tampoco hallamos la más mínima sugerencia de que haya de ser repudiada. Por el contrario, el Nuevo Testamento enseña sin ambigüedades que los Diez Mandamientos constituyen todavía hoy una norma para todos los hombres”(5). Los Diez Mandamientos revelan la norma divina de conducta para la humanidad, porque definen la relación de Israel en el Antiguo Testamento, y de la Iglesia en el Nuevo, con Dios y con el prójimo (cf. Mt 22,36–40). La Escritura dice que “el pecado es quebrantamiento de la ley” de Dios (1 Jn 3,4); lo cual es ratificado repetidamente en Romanos (cf. 3,20; 4,15; 7,7). De acuerdo con Pablo, la ley revela que el hombre es pecador “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (3,20). Esto quiere decir que por medio de la ley se conoce la “relación” o “experiencia” con el pecado, por cuanto el “conocimiento” en la Biblia tiene que ver con una “relación” o “experiencia íntima” (cf. Jn 17,3)(6). La función de la ley no es solamente proporcionar “conocimiento del pecado”, sino además, mostrar al hombre que el “pecado” es un poder que mantiene en la esclavitud a todo aquel que lo comete (cf. Rom 6,16–18.20–22)(7). José Grau, en la introducción del libro de Kevan afirma: “Es igualmente contrario al testimonio bíblico afirmar que el Nuevo Testamento no contiene ley, o bien asegurar que la ley no tiene nada que ver con la dispensación del nuevo pacto. Jesús mismo enseñó la validez permanente de la Ley (Mt 5,17–19)”(8). El evangelio y la ley. La relación del evangelio con la ley se establece en función de la relación de la gracia con el pecado. Cuatro pasos lo explican claramente: 1. Primero fue la “ley”. De acuerdo con la declaración de Kevan, Dios dio en el Sinaí la ley que previamente había puesto en el corazón del hombre en el Edén. Esto es lo que nos dice el Evangelio. Dios creó un mundo armónico en el que puso dos seres que reflejaban su voluntad. La ley es anterior al pecado no hay duda, pues “donde no hay ley, tampoco hay transgresión” (Rom 4,15). Cuando acabe esta experiencia de pecado y redención nos dice la Escritura que todo volverá a estar en armonía con el Creador como al principio (cf. Ap 21,1–4; 22,1–4). El pecado no tendrá lugar en la tierra nueva (Ap 22,14–15). 2. En segundo lugar vino el “pecado”. Que el hombre desobedeció y que por esa razón Cristo murió en la cruz es una verdad bien fundamentada en la Escritura. En el corazón de la Epístola a los Romanos Pablo lo deja muy claro cuando dice que: 1) la “desobediencia” del hombre se concretó 2) en “transgresión”, es decir, en “pecado”; y éste trajo 3) “condenación” y 4) “muerte eterna”. Por el contrario, Cristo mediante 1) la “obediencia” nos ofrece 2) su “gracia” para eliminar el pecado; su aceptación por la fe produce 3) “justificación”, y como consecuencia, 4) “vida eterna” (cf. Rom 5,12–21). Desde Gn 3 hasta Ap 20 la historia del hombre es la historia del pecado y de la transgresión de la ley. 3. El tercer lugar prevaleció la “gracia”. La historia del pecado se ha enfrentado a través de los siglos con la historia de la redención en Cristo Jesús. Primeramente por medio de tipos y símbolos en el Antiguo Testamento; después mediante la cruz y su significado en el Nuevo Testamento. Esta es la gran verdad de la “gracia” divina, “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Cor 15,3); que somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en cristo Jesús” (Rom 3,24). 4. Estas tres grandes verdades (ley, pecado y gracia) constituyen el “Evangelio”. No hay nada más evangélico que reconocer y aceptar que Dios creó al hombre recto (Ecl 7,29), en armonía con su voluntad y con su ley eterna (cf. Sal 89,34; 119,152; Mal 3,6; Stg 1,17; Heb 13,8). Que fue el pecado, la transgresión de los principios morales de la ley, que Dios había puesto en la mente del hombre, lo que hizo necesaria la gracia abundante del cielo por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rom 3,24) para que los hombres pudiésemos ser justificados por la fe (Rom 3,22–25; 5,1). Pero si no hubiese ley, no habría transgresión, no se hubiera conocido el pecado (cf. 1 Jn 3,4; Rom 3,20; 4,15; 7,7). En ese caso, ¿se habría manifestado la gracia de Dios al hombre? Debe entenderse muy bien, claramente, que sin ley, no hay pecado; sin pecado, no hay gracia; y sin ley ni pecado ni gracia, no hay evangelio. Esta es la gran bendición del evangelio, la posibilidad de que nos volvamos a Dios por medio de una conversión genuina para vivir en armonía con la ley divina. Calvino dijo muy bien que “no debemos imaginar que la venida de Cristo nos ha librado de la autoridad de la ley; por cuanto esta es la regla eterna de una vida santa y devota, y por lo tanto debe ser tan invariable como la justicia de Dios”(9). La Iglesia Adventista siente la responsabilidad de ser instrumento en las manos de Dios para llevar a todo el mundo el “evangelio eterno” (cf. Ap 14,6). No es cuestión de ésta o aquella dispensación; es cuestión de que la humanidad entienda que somos transgresores de la ley, que hemos sido concebidos en pecado (Sal 51,5; cf. Rom 7,14–24), y que solamente por los méritos de Cristo podemos ser salvos. No por la obediencia a la ley, sino para poder obedecerla en Cristo (Rom 8,7; cf. Gál 2,20).
(1) KEVAN, Ernest F., La Ley y el Evangelio. Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1973, p. 57. (2) Ibid. (3) Ibid., p. 82. (4) Ibid., p. 83. (5) El autor cita Jn 14,15.21; 15,10; Rom 1,18; 3,20; 7,12; 8,4; 13,8–10; 1 Cor 7,19; Gál 5,14; 1 Jn 2,3–8; 3,22–24; 5,2–3 (cf. Ibid., 87) (6) Cf. Gn 4,1; Mt 7,22-23; y también 2 Cor 5,21, donde se dice que Cristo “no conoció pecado” (7) Cf. MOO, Douglas J., The Epistle to the Romans. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Co., 1996 p. 210. (8) GRAU, José, en KEVAN, Ernest F., Op. cit., p. 20 (9) CALVINO, Commenting on a Harmony of the Evangelists, trad. de W. Pringle. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing Co., 1968, vol. I, p. 2 Nota de la Redacción: este artículo es un derecho a réplica que se nos ha solicitado, ante los dos artículos publicados recientemente con la autoría de Amable Morales, en los que se cuestionaba la identidad evangélica de la doctrina adventista.

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