Pol�tica

Berl�n: El Muro de la verg�enza

Fotograf�a de archivo del 11/11/1989 que muestra a gran n�mero de personas celebrando con bengalas, la apertura del Muro de Berl�n. EFE

La finalidad de los muros cuando de ellos se habla en t�rminos de opciones pol�ticas y sociales, e incluso personales, es la de impedir la entrada de algo o de alguien. El muro de Berl�n tuvo desde el principio de su existencia la finalidad contraria: la de prohibir la salida de las personas que hab�an decidido buscar otro acomodo ideol�gico. Y es que, en efecto, entre 1949, cuando nace la Rep�blica Democr�tica Alemana -la resultante de la conversi�n en Estado de la zona sovi�tica de ocupaci�n de Alemania, como al mismo tiempo nac�a la Rep�blica Federal de Alemania agrupando las que hab�an sido zonas occidentales de ocupaci�n- y 1961, cuando se erige el muro, m�s de tres millones y medio de habitantes en la zona oriental del pa�s hab�an huido hacia los territorios occidentales.

La sangr�a demogr�fica, ocupacional e intelectual, alcanzaba tales niveles que los dirigentes comunistas del nuevo Estado sat�lite de la URSS estimaron que no ten�an otro remedio a su alcance. La decisi�n fue recibida con un comprensible horror por los c�rculos democr�ticos en los pa�ses occidentales y por un profundo embarazo en los partidos comunistas y afiliados de esos mismos pa�ses. Las autoridades alemanas orientales explicaron la decisi�n como necesaria para "poner barreras al fascismo" mientras que sus simpatizantes en Occidente embarraban sus palabras aludiendo a la "necesidad de levantar barreras f�sicas para que el pueblo no tenga la tentaci�n en escapar, dado que en determinadas fases de construcci�n del socialismo las exigencias sociales necesitan de duras medidas de contenci�n".

El muro lleg� a tener una extensi�n de 155 kil�metros, separando al Berl�n Este del Oeste y aislando a este �ltimo de la circundante Rep�blica Democr�tica Alemana. De las alambradas iniciales pronto pas� a convertirse en un sofisticado sistema de control y detenci�n, consumiendo en ello una parte significativa de la siempre torpe econom�a socialista del sat�lite germano pero mostr�ndose cruelmente eficaz en su prop�sito de impedir y abortar los intentos de fuga: fueron m�s de 100.000 personas las que en los veintiocho a�os de existencia del muro lo intentaron, consigui�ndolo menos de 5.000 y muriendo m�s de doscientas en el intento. La polic�a este-alemana no ten�a reparos en disparar a matar contra aquel que lo intentara y estuviera a tiro.

El muro, pronto adecuadamente calificado por los medios democr�ticos occidentales como el de la "verg�enza", sirvi� de escenario en 1963 para el discurso en el que el Presidente Kennedy orgullosamente proclam� ser un berlin�s y para la reclamaci�n del Presidente Reagan en 1987, pidi�ndole al entonces Secretario General del Partido Comunista de la URSS, Mija�l Gorbachov, que lo derribara. Se hab�a convertido en la manifestaci�n pl�stica del "tel�n de acero" que en 1946 Churchill hab�a descrito en la Universidad de Fulton en los Estados Unidos -"Desde Sttetin en el B�ltico hasta Trieste en el Mediterr�neo..."- como la divisoria entre el mundo de las libertades y el de la opresi�n. Y el grafismo del entorno se hab�a tornado en una cruel caricatura del fracaso del sistema: mientras el Berl�n occidental brillaba con la luz propia del desarrollo econ�mico, pol�tico y cultural, la parte desgajada en el Este estaba sumida en las mazmorras literales de la decrepitud econ�mica y de la opresi�n sist�mica. Para los que todav�a guarden alg�n escepticismo al respecto, la revisi�n de la pel�cula La vida de los otros, entre otros miles de estremecedores testimonios, deber�a bastar para disiparlo.

En 1989 la URSS se hab�a visto forzada a abandonar Afganist�n, despu�s de un decenio desde que comenzara la invasi�n de pa�s, con la amarga constataci�n de la derrota militar y pol�tica, dejando atr�s los miles de muertos propios y ajenos y la infinita destrucci�n material y delante el estallido de la realidad: la orgullosa rep�blica de los soviets que Lenin fundara y Stalin proyectara fuera de las fronteras rusas, era ya un sonoro fracaso.

Gorbachov, el �ltimo Secretario General del PCUS de la URSS, batallaba para mantener el sistema con perestroika y glasnost, mientras las poblaciones otrora sat�lites comenzaban a utilizar los derechos humanos del Acta Final de Helsinki para reclamar libertades en Polonia, y en Hungr�a, y en Checoslovaquia. Y cuando los habitantes de la RDA aprovechan el momento de confusi�n y comprenden que pueden huir hacia el Oeste pasando por Hungr�a y los dirigentes de la vacilante rep�blica socialista alemana se ven confrontados con las preguntas sobre la posibilidad de hacerlo atravesando el otrora impenetrable muro y no saben qu� decir, el marat�n hacia la libertad ya no tiene obst�culos.

El sistema

La ominosa estructura cae por su propio peso. Lo hab�a derribado al car�cter inviable del sistema cuya existencia hab�a querido proteger.

En 1991, dos a�os despu�s, fenece la Uni�n Sovi�tica. Y lo hace en las mismas condiciones en que hab�a ca�do el muro berlin�s: sin que nadie disparase un solo tiro para conseguirlo. Rara vez en la historia de la humanidad se podr� recordar un hecho similar: la desaparici�n de todo un andamiaje que se quiso universal y eterno sin que para ello fuera necesario utilizar la violencia.Ninguno de los par�metros en los que quiso proclamar su predominancia mundial el modelo marxista leninista del socialismo real ten�a armadura ideol�gica, capacidad t�cnica o conocimiento b�sico de las elementales necesidades del ser humano.

Bueno es recordarlo cuando en los tiempos presentes no dejan de acecharnos algunos que tienen en su repertorio las mismas recetas totalitarias que caracterizaron las pol�ticas sovi�ticas desde 1918. Se hacen llamar populistas y, con diversas caracterizaciones, no son otra cosa que estalinistas redivivos. En 1990 se produjo la reunificaci�n de Alemania. La gran y positiva noticia ten�a la contrapartida de su precio: dos billones de euros hasta el momento actual. Y contando. Es el coste del empe�o en igualar infraestructuras, servicios sociales, atenciones sanitarias, coberturas acad�micas y tantas otras necesidades entre las mis�rrimas que conocieron los ciudadanos del Este y las ya consagradas en la RFA.

La simbolog�a del muro se reduce a tres palabras: miseria, desolaci�n y muerte. Nunca m�s.

Embajador de Espa�a y patrono de Faes