Terminemos ya con esta inútil guerra | El Heraldo de México
COLUMNA INVITADA

Terminemos ya con esta inútil guerra

Todas las guerras tienen efectos inesperados. Vladímir Putin decidió imponer a golpe de invasión la “histórica unidad de los rusos y ucranianos

OPINIÓN

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Luis David Fernández Araya / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Todas las guerras tienen efectos inesperados. Vladímir Putin decidió imponer a golpe de invasión la “histórica unidad de los rusos y ucranianos”.

El presidente ruso empezó una guerra unilateral contra Ucrania en un momento en el que Occidente, como siempre, parecía ausente en reflexiones internas sobre pérdidas de hegemonías globales, vulnerabilidades aumentadas y necesidades de mejoras estratégicas.

El Kremlin percibió este ensimismamiento como una señal de debilidad, no calculó que, ante la ofensiva rusa, la UE buscaría fortalecerse con una rapidez e intensidad inusitadas.

El retorno de la guerra en suelo europeo, treinta años después del genocidio bosnio, ha recordado a unos Estados Unidos obsesionados con China y el Indo-Pacífico que Europa es todavía un continente clave en la seguridad global. La misma Unión Europea que se debatía sobre cómo debía ser su futura estrategia de seguridad y defensa común –y si era necesario incluir a Rusia en la ecuación de esta arquitectura de seguridad, como defendían algunos de sus estados miembros– ha cerrado filas políticas, y ha abierto fronteras a la llegada de refugiados ucranianos.

La UE geopolítica se ha materializado ante la emergencia y las relaciones con Moscú, que desde la anexión de Crimea se habían convertido en el termómetro del difícil consenso en la Política Exterior y de Seguridad Común, han acabado adquiriendo una dimensión sin precedentes.

A la asfixia económica, a través del bloqueo financiero y las prohibiciones comerciales, la persecución de los oligarcas y los fondos que mantienen el régimen desde el exterior, el cierre del espacio aéreo, así como la inclusión de Vladímir Putin y su ministro de Exteriores, Serguei Lavrov, como objetivos últimos de las sanciones, se le han sumado también la creación de una célula en Bruselas para coordinar la compra de armamento que solicite el Gobierno ucraniano, y la financiación de parte de esas compras con presupuesto comunitario.

En esta transformación pesa enormemente el giro que ha dado el debate político en Alemania. En sólo unos días, el canciller Olaf Scholz ha detenido la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2 –que debía llevar gas directamente de Rusia a Alemania, ha
aceptado excluir a Rusia del sistema de pagos internacionales Swift, y permitir la venta de armamento de fabricación alemana a Ucrania, y se ha comprometido a elevar su presupuesto militar hasta el 2% del PIB. El revisionismo histórico de Putin ha llevado al nuevo Gobierno alemán a revisar por la vía rápida la herencia de la política exterior de Angela Merkel.

También el Gobierno español de Pedro Sánchez ha dado un giro, después de siete días de bombardeos, al anunciar el envío de armas a Ucrania a través del mecanismo europeo, asumiendo así una crisis interna en el ejecutivo de coalición con Podemos, contrario a “contribuir a la escalada bélica”.

Incluso la OTAN, que desde el final del Pacto de Varsovia y la caída del Muro de Berlín ha intentado reinventarse y adaptarse a una nueva realidad geopolítica en la que la trascendencia del vínculo transatlántico parecía superada, ahora vuelve a tener un propósito, un nuevo sentido existencial. La agresión de Putin contra Ucrania incluso ha llevado a Finlandia –un país que comparte 1.300 kilómetros de frontera con Rusia y a Suecia que ha roto con su propia tradición al anunciar que enviará armas a Ucrania a abrir sendos debates políticos sobre una posible adhesión a la Alianza Atlántica. Supondría el entierro definitivo de la finlandización como concepto de neutralidad en plena Guerra Fría, que en estos días se vuelve a recalcar como estrategia de descompresión.

De esta forma, Putin ha empujado a Europa a una militarización, a pesar de que la UE deposita su confianza política en la guerra financiera con la esperanza de debilitar los puntos de apoyo del régimen y evitar cualquier escenario de expansión de una confrontación armada.

Pero, mientras arrecian los bombardeos rusos sobre Kíev, el vínculo entre Ucrania y la Unión Europea se estrecha hasta el punto de que la Eurocámara se ha pronunciado a favor de concederle el estatuto de país candidato a la UE.

Un gesto altamente simbólico en este momento, aunque sea un proceso de largo recorrido y amenace, una vez más, de crear frustración entre la opinión pública ucraniana que apuesta desde hace años por el acercamiento a la Unión. Sin embargo, la resolución del Parlamento Europeo refuerza, a su vez, la figura del presidente Volodímir Zelenski, que justo antes de la agresión pasaba por horas bajas de popularidad, y hoy se ha convertido en el héroe inesperado de la resistencia ucraniana.

Si la anexión de Crimea de 2014 significó la escenificación del fin de la cooperación con Rusia por parte de la UE, las consecuencias de la invasión de Ucrania iniciada el 24 de febrero han actuado como un imperativo de unidad sobre la Unión. Todos estos efectos aumentan, asimismo, la sensación de arrinconamiento y agravio de un Vladímir Putin que, cuanto más se alargue la guerra, más puede ver emerger el malestar entre la población rusa.

Y ese es un riesgo añadido: un Putin asediado no luchará sólo por la gran Rusia, sino también por su propia supervivencia. Ante ese escenario, una Unión Europea, que se ha reforzado de manera reactiva por la escalada bélica, debería ahora poder anticipar e intentar mitigar los próximos pasos del líder ruso.

Luis David Fernández
Economista

MAAZ