Resumen de «La burlada Aminta, y venganza del honor» (M. Zayas)

La burlada Aminta, y venganza del honor (María de Zayas)

Segunda maravilla de las 'Novelas Amorosas y Ejemplares'

La burlada Aminta, y venganza del honor es la segunda novela corta o maravilla de las Novelas Amorosas y Ejemplares publicadas en 1637 por María de Zayas y Sotomayor.

Estas novelas siguen la técnica de narración enmarcada. Es decir, una historia incrustada dentro de otra historia, cada una con su propio narrador. Recordemos que la historia principal la protagonizan Lisis y sus invitados, que durante cinco noches cuentan una maravilla a los demás (una maravilla es una novela corta). La burlada Aminta, y venganza del honor es la segunda maravilla que se cuenta la primera noche y su narración corre a cargo de Matilde, que coge el testigo de Lisarda y su Aventurarse perdiendo.

Resumen de La burlada Aminta, y venganza del honor

Aminta era una muchacha de catorce años, huérfana, que tras morir su padre dejó su Vitoria natal para vivir en casa del capitán don Pedro -su tío paterno- en Segovia. Don Pedro tenía un hijo, don Luis, con el que quería casar a Aminta. Como la joven había heredado el mayorazgo familiar, era una buena oportunidad para unificar el patrimonio, cosa que daría más prestancia al linaje. Don Luis servía como soldado en la guerra de Monferrato, así que le mandaron llamar para celebrar el enlace.

En lo que llegaba su prometido, Aminta se dedicó a la vida contemplativa, asistiendo junto a su tía a todo aquel sarao que se celebrara en Segovia. Además de potencialmente adinerada -pues su tío gestionaba su herencia hasta la boda-, Aminta era hermosísima y traía de cabeza a todos los varones del lugar. No había hombre que no cayese rendido a sus pies. Pero ella no hacía cuenta de sus pretendientes. El compromiso con su primo estaba por encima de todo y sólo don Luis gozaría de ella. Aminta desdeñaba los elogios, y su comportamiento era tan bueno que tenía la plena confianza de sus tíos.

Personajes de 'La burlada Aminta, y venganza del honor'

Personajes - AmintaPersonajes - Don JacintoPersonajes - FloraPersonajes - Don MartínPersonajes - Don PedroPersonajes - Doña ElenaPersonajes - Doña LuisaPersonajes - Don Luis

Hasta que llegó don Jacinto.

Don Jacinto era un comerciante madrileño que llegó a Segovia en compañía de su hermana Flora. Bueno, esta era su carta de presentación. En realidad se llamaba Francisco y la tal Flora era su amante. Tenía treinta años. Su legítima esposa, doña María, estaba en Madrid, donde la fama de juerguista de Francisco/Jacinto era ampliamente conocida. Doña María le aguantó un año, pero luego se cansó de sus devaneos y regresó a casa de sus padres.

Don Jacinto era pecador asiduo, pero también un fiel creyente que no se perdía una misa. Fue en la iglesia donde vio a Aminta por primera vez. Y claro, ya fue incapaz de pensar en nada más. Se informó sobre ella, supo que la férrea voluntad de la joven impediría el contacto íntimo y esto le quitó las ganas hasta de acercarse a su amante. Cuando estaba solo -o cuando creía estarlo- cogía su laúd y se dedicaba a cantar lastimosas coplas.

Flora, mosqueada por esa tristeza repentina, indagó hasta saber qué causaba la desdicha de Jacinto. Y para sorpresa de este, se ofreció a allanarle el terreno. Flora decía que los celos eran insanos, y oye, si don Jacinto se había enamorado (se enamoraban rapidísimo en esa época), pues ella colaboraría para que él tuviera a Aminta. Básicamente porque estaba segura de que, en cuanto la catara, se desenamoraría a la velocidad del rayo.

Así que trazó un plan. Toda la ciudad sabía que Aminta sólo se entregaría a su futuro marido, por lo que no quedaba otra que recurrir al engaño. Ella se acercaría a Aminta en misa, trabaría amistad y aprovecharía para hablarle de las virtudes de su hermano. Por su parte, él vestiría sus mejores galas y la agasajaría con joyas. Una vez vencida la voluntad de la joven, la sacarían de casa con la promesa de boda. Pasada la noche de bodas, desaparecerían y nunca nadie sabría nada, pues Aminta no sería tan torpe de reconocer su deshonra ante su tío.

Se pusieron manos a la obra. Don Jacinto se puso sus mejores ropas y se dedicó a rondar la calle de la joven hasta que llamó la atención de Elena, la vecina de la planta baja de la casa, que lo interceptó una noche para ver quién era.

Doña Elena era viuda y tenía cierta confianza con la familia del capitán, lo que le permitía entrar y salir de su casa. Esto le vino muy bien al zagal, que la convenció (previo pago de cincuenta coronas) para que le entregase una carta a Aminta. Obviamente, también adornó un poco su historia: dijo tener una renta de cuatro mil ducados y grandes planes para la muchacha. Acompañaba a la carta una sortija con un diamante, que a buen seguro no pasaría desapercibido.

Como poderoso caballero es don dinero, doña Elena se empleó a fondo en su papel de celestina. Entregó de inmediato la carta a la joven, la convenció de leerla y le habló de las virtudes de don Jacinto, mucho mejor partido que don Luis, dónde va a parar. Aminta aparentó no dar mucha importancia a la misiva, pero se puso el anillo y fue incapaz de pegar ojo esa noche, pensando y releyendo las palabras de su misterioso pretendiente.

Al día siguiente era fiesta y Aminta se arregló más que otras veces. Estaba deseando ver al remitente del anillo. No tardó mucho en atisbarlo: cuando salió de casa con su tía vio a un hombre de unos treinta años hablando con doña Elena, lo que le excitó más de lo deseable, al punto que acabó tropezando y cayendo a los pies de don Jacinto. Él le ayudó a levantarse y ella le dejó ver que llevaba puesta su sortija. Después marchó a misa y don Jacinto corrió a contarle a Flora las novedades.

Sin pérdida de tiempo, Flora y don Jacinto se presentaron en la iglesia, tomando asiento detrás de Aminta, que ardió de celos cuando los vio entrar. Se calmó al saber que eran hermanos. Flora hizo un cumplido a la joven y, una vez entablada la conversación, le habló de las virtudes de don Jacinto, que había viajado a Segovia desde Valladolid sólo para comprobar si lo que se decía de la belleza de Aminta era cierto. El hombre estaba loco por ella, y Flora le suplicaba que no lo ignorase.

En este punto, Aminta se sinceró: sí, le gustaba don Jacinto. Y mucho, hasta el punto de maldecir a su tío por comprometerla y desear la muerte del primo. Y si no la muerte, que se quedase en la guerra algunas décadas más. Estaba hecha un lío y no sabía qué hacer. Si por ella fuera, se lanzaría en brazos de don Jacinto sin tener en cuenta la honra u opiniones ajenas. Pero, si lo pensaba con más detenimiento, ahí sí temía las consecuencias que eso podría acarrearle.

Flora, tras escuchar atentamente, le brindó la solución: casarse con don Jacinto. Que eso cabrearía a su tío, pero seguirían la política de hechos consumados y no dirían nada haberse desposado. Para apaciguar los ánimos, ella se ofrecía a casarse con don Luis y pagarle veinte mil ducados de dote, pero si eso no cuajaba tampoco se hundía el mundo. Aminta podía renunciar al mayorazgo para compensar a sus tíos, ya que el amor de don Jacinto era tan puro y honesto, que renunciaba a cualquier dote con tal de tenerla como esposa.

Como tanta cosa era difícil de asimilar, Flora propuso a Aminta reunirse con su hermano en casa de doña Elena. Allí podrían hablar con tranquilidad, y, si decidían casarse, ir directamente al vicario para que celebrase la ceremonia. Una vez desposada con don Jacinto, ni su tío, ni nadie, podría decirle nada. Como don Pedro tenía visitas que hacer ese día, Aminta decidió que se reunirían por la tarde. Le urgía la cosa porque su primo llegaría a Segovia en breve y ahí sí o sí tendría que olvidarse de don Jacinto.

Después de comer acudieron los tres a la cita en casa de doña Elena. Don Jacinto se empleó a fondo cubriéndola de halagos y promesas. Doña Elena y Flora le hacían el coro. De ese modo vencieron las últimas resistencias de Aminta, que accedió a casarse con él. No había tiempo que perder, así que el enlace sería al día siguiente y ocultarían el nombre de Aminta al vicario para que no saltasen las alarmas antes de tiempo. Don Jacinto la recogería a mediodía. Se casarían e irían a una posada, partiendo al día siguiente hacia Valladolid. Luego avisarían a don Pedro del matrimonio por medio de doña Elena.

La narradora cuenta que al día siguiente era martes, haciendo alusión directa a aquello de «en martes, ni te cases ni te embarques». Aminta estaba de los nervios. Hizo un petate con todas sus joyas y comió con sus tíos. Cuando estos se retiraron a dormir la siesta, ella salió corriendo al portal. La silla enviada por don Jacinto ya esperaba. Aminta subió y fueron raudos a casa del vicario, donde esperaba don Jacinto para celebrar el enlace.

El vicario los casó sin saber que ella era Aminta (pues llevaba la cabeza cubierta por un velo y no dio su nombre), y que el otro no se llamaba Jacinto. Como la ciudad era tan transitada por comerciantes, no vio nada raro en que un forastero quisiera casarse. Hubo, no obstante, un último aviso de la desgracia que acarrearía esa boda: el anillo de esmeralda que llevaba Aminta se partió y uno de los trozos impactó en la cara de don Jacinto. Pero siguieron a lo suyo, y al acabar fueron a la posada, donde se consumó el teatrillo matrimonio.

Mientras en la posada todo eran albricias, en casa de Aminta la familia ya la había echado en falta y puesto el grito en el cielo. Pero como nadie sabía nada -salvo doña Elena, que por la cuenta que le traía callaba-, no pudieron hacer nada. El vicario informó que a las dos de la tarde casó a una misteriosa dama que, visto lo visto, no dudaba que fuese Aminta. Y ahí sus tíos acabaron de poner el grito en el cielo y toda la ciudad se enteró de la huida de la admirada Aminta.

Los rumores llegaron a la posada al día siguiente, y don Jacinto, ya con la cabeza en su sitio, se dio cuenta de que había ido demasiado lejos. Mas, puestos a meter la pata, pues metámosla del todo. La única que conocía el percal era doña Elena, que se mantenía en silencio. Pero él barruntaba que, si le apretaban un poco, cantaría La traviata, así que fue a verla esa noche pertrechado con un pistolete. Llamó a su ventana, la señora abrió, y, mientras hablaban, él sacó el arma, apuntó al corazón y le arreó un pistoletazo. Hablar ya no hablaría, desde luego.

Ahora tenía otro problema: los guardias buscarían al asesino de doña Elena y no era descartable que registraran las posadas, y si encontraban a Aminta él estaría en serias dificultades. Tenía, pues, que deshacerse de ella, pero como no era cuestión de ir dejando fiambres a su paso, idearon otra solución. Don Jacinto dejaría a Aminta en casa de una conocida suya, una señora principal que vivía a las afueras con la que estaría protegida. Mientras tanto, él escaparía de Segovia. Si pasados unos días la familia de Aminta no la había encontrado, le mandaría un coche para viajar a Valladolid y, una vez allí, hacer público el casamiento.

Esta fue la historia que don Jacinto contó a Aminta, pero lo único cierto es que Flora y él abandonaron Segovia rumbo a su pueblo (cuyo nombre ignoramos). La señora principal era en realidad una pariente suya que vivía con su hijo, don Martín, y a quien don Jacinto cargó el bulto aduciendo que tenía que ir urgentemente a Valladolid por negocios, que le hiciera el favor de cuidar de su amiga mientras tanto, que en unos días volvería a buscarla.

Total, que doña Luisa -así se llamaba la mujer- se quedó con el marrón sin saberlo, pues al estar su hijo de cacería y no salir mucho a la calle, no se había enterado de la desaparición de Aminta. Y aunque se hubiese enterado le daría igual, ya que hacía poco que vivía en Segovia y, además, Aminta no se presentó como Aminta, sino como doña Vitoria.

Cuatro días después de su partida, don Martín volvió de cazar. Se quedó obnubilado ante la belleza de la invitada de su madre, pero no la reconoció. La cosa se puso interesante cuando salió a pasear por la ciudad y se enteró de las novedades. Durante la cena contó a su madre y a doña Vitoria la extraña desaparición de Aminta, que encontraron muerta a doña Elena y que, a resultas del crimen, tanto el capitán don Pedro como sus criados acabaron en prisión.

Dichas las novedades, don Martín se interesó por la invitada. Su madre le dijo la verdad, que un familiar le pidió que la alojase mientras iba a tratar unos asuntos a Valladolid, y que al terminar pasaría a por ella para llevársela a su tierra. A requerimiento del hijo, doña Luisa respondió que no era su esposa. Y ahí Aminta ya se mosqueó del todo. Y preguntó, claro.

De golpe se enteró de que don Jacinto no era don Jacinto, sino Francisco, y que estaba casado en Madrid con una tal María, aunque no hacían vida conyugal. También se enteró de que Flora no era su hermana, sino su amante. La que se mosqueó ahora, viendo la reacción de la muchacha, fue doña Elena, que, a pesar de preguntar, no logró saber qué demonios le pasaba, pues parecía que de un momento a otro se echaría a llorar.

Visto el desasosiego de la zagala, doña Elena la acompañó a su habitación y la dejó sola. Ahí Aminta lloró, maldijo a todos y se maldijo también a sí misma por ingenua. Quiso cortarse las venas con un cuchillo, pero don Martín, que había estado espiándola desde el cuarto contiguo, entró a tiempo para impedirlo. La irrupción del muchacho provocó el desmayo de la joven, y don Martín aprovechó la circunstancia para violarla.

Cuando Aminta volvió en sí, a don Martín le faltó tiempo para declararle su amor. Ella al principio le mandó a freír gárgaras, pero luego le contó su historia. Oída, don Martín le reiteró el deseo de ser su esposo, y por tanto, tomaba como propia la afrenta de don Jacinto y prometió vengarla. Pero Aminta no quería esto. Accedió a prometerse con don Martín, pero no se casarían hasta que ella, y nadie más, acabara con la vida de don Jacinto. Pidió a don Martín que la acompañara, pero sólo por su seguridad. Ella se encargaría del resto. Y don Martín, sin más opción, aceptó.

Dejó una nota a su madre, se vistió de criado y le dio ropas de hombre a Aminta, pues ella creía que haciéndose pasar por varón sería más fácil acercarse a su enemigo. Se agenciaron dos mulas y partieron, tardando algunos días en llegar. En la ciudad sin nombre (pues la narradora nos lo oculta) se alojaron en una posada. Para no levantar la liebre decidieron que don Martín se quedara oculto en la posada, pues también era su ciudad y tenía conocidos en ella. Una vez instalados, Aminta salió en busca de don Jacinto.

Lo encontró en la iglesia mayor, tomando la misa con otros hombres. Se acercó a ellos con templanza, pero procurando ser vista, y preguntó si alguno buscaba criado. Sobre sí misma dijo llamarse Jacinto y ser de Valladolid, de donde había huido tras hurtar un dinero a su padre. Esperaba que pasara el tiempo suficiente para que el hombre olvidase el hurto y le perdonase. A don Jacinto su cara le recordaba a Aminta, aunque no la mencionara, y sólo por eso le contrató. Ella le acompañó a su casa y después volvió a la posada a coger sus cosas e informar a don Martín de lo sucedido.

Aminta se instaló en casa de sus nuevos señores. A Flora casi le dio algo al verle, pues Jacinto le recordaba mucho a Aminta. Pero como parecía que Francisco se había olvidado ya de ella, no dijo nada. Con los días, el criado se convirtió en insustituible para la pareja, que estaba muy contenta con su servicio. El que no estaba contento era don Martín, que seguía encerrado en la posada y no entendía por qué Aminta demoraba tanto en llevar a cabo su venganza. Quiso acabar el asunto él, pero casi le costó la ruptura con Aminta y no le quedó otra que tener paciencia.

Don Martín mataba su tiempo carteándose con conocidos de Segovia. Gracias a ellos supo que el capitán don Pedro salió bajo fianza de la cárcel, pero murió nada más pisar su casa. Don Luis por fin había llegado de Italia y se ocupó de obtener la libertad de los criados a la vez que intentaba dar con el paradero de Aminta. Esta, al conocer la muerte de su tío, entró en cólera y decidió que había llegado el momento de la venganza. Avisó a don Martín de que estuviese preparado, pues sería esa misma noche.

Cuando la ciudad dormía, Aminta, daga en mano, entró en la habitación de la pareja. Mandó a don Jacinto al otro barrio de un certero estoque en el corazón. Flora se despertó, y, para evitar que gritase, la hirió en la garganta y con tres puñaladas fue a hacer compañía a su amante. Consumada la venganza, Aminta cerró con llave, recogió sus cosas y fue a la posada donde esperaba don Martín con las mulas listas, pues había que partir enseguida.

Pusieron distancia de la ciudad y al cabo hicieron un descanso, aprovechando para cambiar sus ropas. Ahora Aminta volvía a ser Aminta, y don Martín un caballero que la acompañaba. Pararon dos días en una posada donde reafirmaron su compromiso mientras esperaban la llegada de un carruaje, una criada y dos criados. Cuando estos llegaron, salieron rumbo a Madrid.

Mientras tanto, los otros criados de Francisco ya habían descubierto el percal. Los alguaciles, a falta de autor material, optaron por detenerlos a todos y luego se fueron a buscar a Jacinto por las posadas. No hubo suerte, claro está, porque había escapado la noche anterior, y los posaderos no sabían nombre ni procedencia del tal Jacinto ni del hombre que le acompañaba.

El Corregidor y los alguaciles salieron a buscarlos, pero por el camino sólo encontraron a don Martín (a quien conocían por ser uno de los principales caballeros del lugar) acompañado de una dama a quien iba a desposar. Tras comer y departir un rato, Corregidor y alguaciles continuaron su búsqueda y la pareja enfiló el camino de Madrid, donde contrajeron matrimonio.

Don Martín y doña Aminta fijaron su residencia en la villa y corte y llevaron a doña Luisa a vivir con ellos. Aminta en adelante se hizo llamar doña Vitoria para evitar que su primo diese con ella, y aunque eso significó renunciar a su herencia -el mayorazgo familiar-, no le importó demasiado, pues era feliz con la vida que finalmente le había tocado.

Personajes de La burlada Aminta, y venganza del honor

– Aminta. La protagonista de la historia, llamada doña Vitoria al final de esta. Al principio es conformista, pues acata la decisión de su tío de casarla con el primo sin chistar. Claro, tiene catorce años y está en esa etapa intermedia entre la niñez y la adolescencia. Presuponemos que ha cumplido alguno más cuando conoce a don Jacinto, y ahí empieza a cuestionarse algunas cosas, como el inconveniente de tener que guardar su honra, lo que le incomoda visiblemente a ratos.

La llegada de don Jacinto le hace cuestionarse su compromiso con don Luis, a quien nunca ha visto ni desea ver. Pero la urgencia por quemar etapas le hace ser ingenua y caer en el engaño de don Jacinto y Flora. No le importa casarse si es el precio que tiene que pagar por estar con él, que en el fondo es lo que quiere. Pero tampoco imagina que alguien sea capaz de tramar semejante argucia sólo por retozar un rato con ella.

Cuando es consciente del engaño es presa de la vergüenza y de la ira. Vergüenza porque ha sido engañada y deshonrada, y su deshonra mancha a toda la familia. Ira por haber sido utilizada de manera tan ruin. Su primer impulso es matarse, pero como don Martín lo impide, decide tomar las riendas de su vida y vengar ella misma la afrenta en lugar de que sea su nuevo prometido, o su tío, quienes lo hagan por ella. A fin de cuentas, ella es la vilipendiada.

Reencontrarse con don Jacinto le llena de contrariedad. No es indiferente al hombre. A fin de cuentas, ella era sincera en sus sentimientos y las cosas no se borran de un día para otro. Al vivir con don Jacinto y Flora revive la afrenta a diario, cada vez que les oye tener relaciones. No siente celos ante esto. Se siente dolida porque, en el fondo, aún le quiere. Quizá por eso alarga más de lo debido el momento de ajustar cuentas. Hace las cosas a su manera, y cuando don Martín le intenta meter prisa le dice que tranquilo, que no se deben nada mutuamente y que, si no está contento, se vaya por donde ha venido.

Finalmente, decide consumar la venganza tras enterarse de la muerte de su tío, víctima colateral del engaño. A partir de aquí, Aminta se despide para dar paso a doña Vitoria, como se le conocerá el resto de su vida. Esta identidad le permite esquivar tanto a su primo -que sigue buscándola- como a cualquiera que, por azar, hubiese conocido a Aminta. Ser libre dentro de lo que cabe, vaya. Pero la libertad tiene un precio, en este caso la renuncia a su herencia, el mayorazgo familiar.

– Capitán don Pedro. Hermano del padre de Aminta. Militar de profesión, obtiene el favor del rey Felipe III, que se traduce en una renta de seis mil ducados, lo que le permite llevar una vida holgada. Es de Vitoria, pero al retirarse fija su residencia en Segovia, donde se casa y tiene un hijo, don Luis, que al crecer decide seguir sus pasos e ingresa en el ejército. Es encarcelado tras descubrirse el cadáver de doña Elena. Cuando le liberan, muere -presumiblemente de un infarto- al volver a su casa.

Realmente se sabe poco de los tíos de Aminta, que no tienen un gran protagonismo en la historia. De la tía ni siquiera se nos dice el nombre, sólo sabemos que pertenece a una familia de posibles y que es segoviana. Cuando Aminta va a vivir con ellos, acompaña a su sobrina a todas partes, ya sea una misa o un sarao. La ve hablando con Flora en la iglesia, pero no le da mayor importancia hasta que la joven desaparece. A partir de este punto no sabemos más de ella.

– Don Luis. Primo y prometido de Aminta. En el momento del compromiso se encuentra en la guerra de Monferrato, y cuando regresa a Segovia Aminta ya se ha fugado. Logra excarcelar a su padre y a los criados, pero no consigue dar con su prima. Es el heredero de facto del mayorazgo familiar al desaparecer esta.

– Don Jacinto/Francisco. Don Jacinto es un comerciante de Madrid (la narradora lo presenta así) cuyo nombre real es Francisco, aunque eso sólo lo saben en la capital y en su ciudad (que ignoramos cuál es). Está casado, pero vive con su amante, quien le acompaña a todas partes haciéndose pasar por su hermana. Se encapricha de Aminta y no duda en mentir para engatusarla y obtener sus favores. Luego se deshace de ella y huye, no si antes matar a doña Elena, la colaboradora necesaria para que el engaño surta efecto. Aunque logra salir de Segovia es localizado por Aminta, que le mata con una daga.

– Flora. Amante de Francisco, con quien hace vida marital. Aunque dice no ser una persona celosa, no le hace gracia el repentino enamoramiento de Francisco. Pero le conoce, y sabe que la mejor forma de que olvide a Aminta es entregándosela. En lugar de montar una escena, urde un plan para que la cosa se resuelva lo antes posible. Que no le hace gracia Aminta queda patente cuando, tiempo después, esta aparece en su casa bajo el nombre de Jacinto. El criado le recuerda tanto a Aminta, que no se lo dice a Francisco por temor a revivir el enamoramiento. Al final corre la misma suerte que él y muere apuñalada por Aminta.

– Doña Elena. Vecina del capitán. Es viuda y a veces se desempeña como sirvienta, por lo que tiene la confianza de la familia y puede entrar y salir de la casa. Se presta a hacer de celestina con Aminta tras recibir cincuenta ducados de don Jacinto. Es, de hecho, la colaboradora necesaria para llevar a buen puerto el engaño, porque facilita el lugar de encuentro donde se ultima el plan de fuga. A pesar de que guarda silencio al descubrirse la falta de Aminta, don Jacinto cree que hablará si le presionan lo suficiente, por lo que decide matarla.

– Doña Luisa. Pariente de Francisco/Jacinto. Acoge a Aminta en su casa y le descubre la verdadera identidad de su supuesto marido, haciendo que se dé cuenta del engaño.

– Don Martín. Hijo de doña Luisa. Se enamora de Aminta (de la que abusa la primera noche) y consigue que la joven se comprometa con él. Le lleva hasta la ciudad donde vive Francisco/Jacinto (son del mismo lugar y además parientes, sabe dónde encontrarle). Cuando Aminta mata a la pareja, él le ayuda a escapar. Se instala con Aminta (para entonces ya doña Vitoria) en Madrid, donde se casan y fijan su residencia.

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Javier

De pequeño escribía cuentos, ahora de mayor hago blogs. Me gusta contar historias. Releyendo te das cuenta de que el argumento de un libro es siempre el mismo, pero lo que te aporte dependerá del momento en que lo leas. La única condición es que realmente quieras leerlo.

De Madrid al cielo.

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