El guionista y director venezolano -radicado en Santa Fe- Arturo Castro Godoy ya había demostrado su capacidad como narrador en Silencio y ahora ratifica sus condiciones en esta intensa historia ambientada en su ciudad de adopción que tiene como protagonista a Lucía (Julieta Zylberberg), madre soltera de un niño con Asperger.

Tras exponer brevemente la cotidianeidad de esa relación madre-hijo, Lucía deja a Mateo (Ceferino Rodríguez Ibáñez) en la escuela y va a su precario trabajo como cajera de un supermercado (ni siquiera tiene un contrato firmado). Al rato la llaman del colegio para informarle que el niño ha sufrido un accidente y ha sido trasladado de urgencia a un hospital.

Con una apuesta que recuerda a Después de hora, de Martin Scorsese; o Un día de furia, de Joel Schumacher; todo lo que puede salir mal, resulta peor: el niño es derivado a hospitales cada vez más lejanos, ella se queda sin dinero, hay manifestaciones y piquetes que tornan imposible el tráfico y así. La cámara pegada a Lucía remite al cine de los hermanos Dardenne y nos lleva a acompañar siempre el punto de vista de nuestra heroína, que para colmo de males es asmática y se va quedando sin fuerzas.

La narración está concentrada en poco más de una hora y, si bien esa decisión le otorga el film una necesaria tensión (Zylberberg, a quien hace un par de semanas vimos en la comedia All inclusive, logra transmitir toda la angustia y la frustración de esa madre al borde de un ataque de nervios), también limita el desarrollo de ciertos conflictos, como el que ella mantiene con su madre Carmen (María Onetto). Más allá de ese u otros reparos, se trata de un noble y logrado relato construido en y desde el interior del país.

(Esta reseña se publicó en el diario La Nación del 1º/10/2018)