Goya y Lucientes, Francisco de - Museo Nacional del Prado
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Goya y Lucientes, Francisco de

Nigel Glendinning

(Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, 1828). Pintor español. Nació el 30 de marzo de 1746 en Fuendetodos, donde sus padres, que vivían en Zaragoza, estaban de paso. La familia de su madre, los Lucientes, estaba afincada en ese pueblo y pertenecía a la hidalguía rural aragonesa. Los Goya, en cambio, de ascendencia vasca, aunque establecidos en Zaragoza desde mediados del siglo XVII, oscilaban entre las profesiones y los oficios mecánicos, es decir, entre la burguesía y la clase obrera. Tenían, desde luego, la posibilidad de solicitar «vizcainía» (prueba de su origen vasco y comparable a la hidalguía) para facilitar los ascensos sociales. El artista mismo, en 1792, empezaría los trámites al respecto, con el deseo de probar su misma honorabilidad y garantizar la de su propio hijo. Pero su padre era dorador y ni siquiera podía usar el distintivo de «don», aun cuando compartiese el trabajo con frecuencia con los pintores, que sí podían. El hijo mayor, Tomás, siguió la misma carrera, y hasta se denominó pintor en algunos documentos. No sorprende, por tanto, que el segundo hijo, Francisco, también tuviera inclinaciones artísticas y que su familia las alentase, después de hacerle pasar por las escuelas zaragozanas a cargo de los padres escolapios y quizás también jesuitas. El primer maestro de dibujo y pintura que Goya tuvo fue José Luzán Martínez, que enseñaba en su casa y también en la Academia de Dibujo que se fundó en Zaragoza en 1754, poco antes de que Goya entrara como alumno suyo a los trece años. Luzán, que había estudiado con pintores napolitanos, le hizo copiar las estampas mejores que tenía, hasta saber lo suficiente como para pintar de su propia invención. Ceán Bermúdez destaca la «frescura» y «dulzura» del colorido de Luzán y su buen gusto en las tintas, pero hay que subrayar también su meticulosidad al perfilar los contornos de las figuras. Después de tres años de estudios con este maestro, Goya solicitó una pensión de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, en diciembre de 1763, a los diecisiete años. Parece que se había hecho alumno de Francisco Bayeu por entonces, recién trasladado este último a la corte desde Zaragoza. Bayeu era también ex alumno de Luzán, y estaba, asimismo, relacionado lejanamente con la familia Lucientes, por el casamiento de unos primos suyos. No tuvo éxito Goya, sin embargo, en aquel concurso ni tampoco en el de 1766, cuando fue opositor en la primera clase de pintura en la Academia. En esta última ocasión se premiaron a otros dos ex alumnos aragoneses de Luzán: Ramón Bayeu, hermano de Francisco, y José Beratón, un poco mayor que Goya aquél y más joven éste. Aunque se atribuyen cuadros religiosos a Goya, pintados en la década de 1760, es poco verosímil que se ganara la vida con su trabajo por aquella época. Emprende un viaje a Italia, probablemente en 1770, para granjearse más méritos en el estudio del arte y mejorar sus posibilidades. A juzgar por el cuaderno de apuntes y notas que se ha conservado, hizo el viaje por tierra, atravesando el sur de Francia y el norte de Italia antes de quedarse, sobre todo, en Roma. Procuró visitar las más importantes ciudades italianas, absorbiendo las técnicas pictóricas, analizando las cualidades estéticas de los grandes pintores del país y aumentando su repertorio de imágenes clásicas sacadas de las esculturas antiguas. Tomó nota de algunos trajes de la región y de las máscaras típicas del tea­tro popular y las arlequinadas de Roma y Venecia, dejando constancia de su temprano gusto por lo grotesco y lo satírico. Durante su estancia se anuncia un concurso organizado por la Academia de Parma, y Goya se apresura a participar, preparándose cuidadosamente, con estudios y bocetos previos, para pintar un cuadro sobre el tema de «Aníbal cruzando los Alpes» propuesto para el premio. Los académicos parmesanos elogian su capacidad para expresar las emociones de los personajes y admiran la fluidez de sus pinceladas. Pero el colorido poco realista empleado no les agradaba y concedieron el premio a otro. Goya volvió a Zaragoza poco después de remitir el lienzo en abril de 1771 y, casi en seguida, en el mes de octubre, a los veinticinco años, recibe un encargo importante para pintar la bóveda del coreto en la basílica del Pilar, después de demostrar previamente su dominio de las técnicas del fresco, adquirido, sin duda, en Italia. A continuación se le proporcionan nuevos contratos por parte de varios aristócratas aragoneses para pintar pechinas en las iglesias de Muel y Remolinos y, después, para lienzos destinados a decorar la capilla del palacio remodelado del conde de Sobradiel en Zaragoza. En estas últimas obras vuelven a aparecer motivos ya usados por Goya anteriormente y diseños basados en las composiciones de otros artistas, sacados de estampas. Así, adaptándose al gusto de los mecenas, empieza a ganar dinero y ya se le trata de «don», a diferencia de su padre. Sin duda, su maestro Francisco Bayeu confía más en su futuro como pintor, puesto que le permite casarse con su hermana Josefa, un año más joven que Goya. La boda se celebra en la iglesia de San Martín de Madrid el 25 de julio de 1773, aunque el joven artista sigue trabajando en Zaragoza por aquellos años, como consta en los libros de impuestos de esta ciudad. Nace el primer hijo, Antonio Juan Ramón, el 29 de agosto de 1774 en la capital aragonesa, pero por desgracia ni éste ni los cinco hijos siguientes nacidos entre 1775 y 1782 sobrevivieron, y tan solo el último, Francisco Javier Pedro, alcanzó la edad adulta. La carrera de Goya avanzaba rápidamente por aquella época. El gran ciclo de pinturas murales sobre la vida de la Virgen para la cartuja del Aula Dei a 12 kilómetros de Zaragoza aumentó su fama en 1774, demostrando, por cierto, en esta serie la gran facilidad que Goya tenía para organizar sus composiciones, incluso aprovechando con cierta gracia los accidentes de las paredes, al pintar encima de unas pequeñas rejas de hierro que había en el lugar. Luego Anton Raphael Mengs, primer pintor de Carlos III, a la vuelta de una estancia en Italia (donde es posible que hubiera conocido a Goya), le llamó a la corte para pintar cartones para los tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara. Mengs percibe en seguida la gran capacidad inventiva de Goya, pues este último sigue las indicaciones del maestro al componer en forma piramidal los grupos de figuras en las escenas que pintaba, variando asimismo la postura de los personajes representados. Establecido en Madrid a partir de enero de 1775, se le señala sueldo anual de 8 000 reales al año siguiente para trabajos del ­real servicio. En mayo y octubre de 1775 entrega sus primeros nueve cartones sobre temas de caza para los tapices que decorarán el sitio de San Lorenzo de El Escorial. A finales de ­octubre de 1776, entrega el primer cartón para una de las series de tapices para el comedor de los príncipes de Asturias en el palacio de El Pardo. Pero por entonces, de pronto, le entró una gran inseguridad con el anuncio de la próxima partida de Mengs para Italia. A juzgar por el borrador de una carta de Goya a este último, escrita a lápiz en el Cuaderno italiano, el pintor incluso decide ir a Roma con su familia en aquel trance para seguir disfrutando de la protección del maestro y además, para estudiar con él. Pero su proyecto no fructificó y se quedó en Madrid. En 1777 y 1778 pinta otros diez cartones para la decoración de El Pardo, y entrega diecinueve más en 1779 y 1780. Por aquellos años, consta que el artista y su familia vivían en la calle del Espejo, n.º l, en enero de 1777, trasladándose a Desengaño, n.º l, antes de octubre de 1779, en cuya calle seguirán viviendo la mayor parte de su vida, aunque mudando de casa a una que hacía esquina entre Desengaño y Valverde en fecha desconocida, después de comprarla en julio de 1800. En 1778 se granjeó el apoyo del secretario de Estado, el conde de Floridablanca, y del secretario de la Academia de San Fernando, Antonio Ponz, por grabar al aguafuerte un grupo de retratos ecuestres y otras obras de Velázquez, pertenecientes a las colecciones reales, iniciando con ello un proyecto para reproducir, grabándolos, todos los cuadros de aquellas galerías. El embajador británico, Lord Grantham, entusiasta admirador de Velázquez, compró cinco ejemplares de estas series y trató de persuadir a Goya -sin éxito- para que grabase el autorretrato del genio andaluz, sacado de Las meninas, para ilustrar un catálogo de las obras velazqueñas que preparaba. La década de 1780, por tanto, empieza de manera muy prometedora para Goya. En julio de 1780 solicita entrar en la Real Academia de San Fernando, presentando el lienzo de Cristo crucificado como muestra de su habilidad, y se le admite como académico de mérito por unanimidad. Aunque a continuación se le complica la vida al pintar al fresco una bóveda sobre el tema de la Virgen como reina de los mártires y un grupo de pechinas, que le habían encargado para la basílica del Pilar en Zaragoza. Entrega los bocetos para la cúpula el 5 de octubre de 1780, y termina la obra a principios de marzo de 1781. Pero el público quedó poco satisfecho, y los bocetos para las pechinas no merecieron «la aprobación que se esperaba» por parte de la junta de la fábrica. El desaire resultó aún mayor cuando la junta insistió en que sometiese sus revisiones al dictamen de su cuñado Francisco Bayeu, en el momento en que empezaba a desarrollar un estilo más personal empleando unas pinceladas más sueltas, inspiradas en las de Velázquez. A pesar del apoyo de sus amigos zaragozanos, notablemente el de Martín Zapater, se siente deshonrado por lo ocurrido aunque restablece su reputación casi en seguida en Madrid con el lienzo que pinta para uno de los altares de la iglesia de San Francisco el Grande: La predicación de san Bernardino de Siena (1781-1783). A continuación consigue importantes encargos, retrata a la familia del infante don Luis (1783), a don José Moñino, conde de Floridablanca (1783), a los duques de Osuna (1785), y a los condes de Altamira y sus hijos (1786-1788). La protección de los jóvenes duques de Osuna le proporciona una serie de encargos para cuadros religiosos, retratos y pinturas decorativas a lo largo de varias décadas, y fueron ellos quienes animaron a Goya a crear conjuntos de una gran originalidad para algunas de las salas de su casa de campo en la finca de La Alameda de Osuna, cerca de Barajas. Igualmente importante en los años ochenta fue la amistad que el artista trabó con el magistrado y literato, Gaspar Melchor de Jovellanos, muy aficionado al arte, y con el amigo de éste, Juan Agustín Ceán Bermúdez, notable coleccionista e historiador. Gracias a estas relaciones amistosas y profesionales, Goya recibiría en aquellos años no solo encargos en el Banco Nacional de San Carlos y en el Colegio de Calatrava en Salamanca, sino que también establecería contactos muy directos con el círculo de intelectuales y de reformistas españoles asociados con la Ilustración europea. A través de esa relación Goya se familiariza con nuevos conceptos sobre la educación, las libertades políticas, así como con las nuevas doctrinas de la «razón» y la lucha contra la superstición. En su compañía también se abren nuevas perspectivas estéticas: la reevaluación del naturalismo de Velázquez y Murillo que le aparta del idealismo mengsiano, y las teorías de lo «sublime», que le enseñan, sobre todo, la fuerza expresiva de la oscuridad y lo gigantesco. Todo tipo de personas adineradas quieren que Goya les retrate: actores, cantantes y toreros; burgueses y aristócratas. La crisis más grave de su vida le alcanza en la corte en otoño de 1792, a los cuarenta y seis años, poco después de emitir su dictamen sobre la enseñanza del arte en la Academia. Estuvo dos meses en la cama con «dolores cólicos» y con toda probabilidad tenía el llamado «cólico de Madrid», peligrosa enfermedad muy difundida en la capital por entonces, a resultas de la frecuente contaminación metálica en la preparación de la comida y la ingestión del plomo usado en los barnices de la cerámica y las soldaduras de las cacerolas. Para recuperarse hace un viaje a Andalucía, pero sufre un nuevo ataque en Sevilla en febrero de 1793, y lo recoge en su casa gaditana Sebastián Martínez, coleccionista excepcional de libros, cuadros y grabados. Padece los típicos efectos de debilidad en los pies y en las manos, de los que se repone, pero queda irremediablemente sordo y, por lo tanto, en un principio, tremendamente aislado. Aunque pudo volver a Madrid a mediados de 1793, todavía se le consideraba convaleciente en abril de 1794. Su remedio lo encuentra primero en el arte, volcando su inseguridad en un nuevo tipo de pintura, aún más expresivo y personal que antes, como lo hace, por ejemplo, en una serie de pequeños cuadros de gabinete sobre temas taurinos, robos, naufragios, incendios y escenas de bandidos y locos, y más adelante en escenas de graves enfermedades, muertes y violaciones. En los años siguientes rehace su carrera: se le elige director de pintura en la Academia en septiembre de 1795, pasando a ser director honorario a causa de su sordera, que le imposibilita la enseñanza, en abril de 1797. Pronto tiene nuevos protectores, entre ellos los duques de Alba, y más especialmente la duquesa después de la muerte de su marido, con la que llega a tener una relación muy íntima y quizás amorosa. En 1796-1797, Goya le acompaña en un viaje a su palacio en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). En esta época también dibuja muchísimo, recogiendo episodios -reales o imaginarios- de la vida de la duquesa, de las calles y las casas andaluzas o madrileñas, a cuyas escenas añade luego rasgos satíricos o caricaturescos y, después, comentarios verbales, pies o epígrafes. Basándose en un principio en los dibujos más caricaturescos o irónicos, prepara la gran serie de aguafuertes satíricos, que se titularán, al publicarse en febrero de 1799, los Caprichos, mezcla originalísima de temas y técnicas cultos (ilustrados) y populares. En la década de 1790 Goya tiene nuevas posibilidades en el escalafón de los pintores del rey, a consecuencia de la muerte de sus cuñados Ramón y Francisco Bayeu. En 1795 solicita aumento de sueldo y el derecho a emprender los proyectos aún no ejecutados por este último pintor, con el apoyo de Godoy, al parecer. Pero no le suben el salario hasta 1799, cuando llega a ser nombrado primer pintor. Son años de intenso trabajo cortesano: los frescos para San Antonio de la Florida en 1798; retratos de los reyes y la familia real; retratos también de Godoy y otros encargos suyos. Pinta La maja vestida para este último y no es inverosímil que hubiera pintado antes La maja desnuda también para el príncipe de la Paz, aunque no hay pruebas de ello, y es posible que fuera encargo de otra persona. Pinta, desde luego, varias alegorías para el palacio de Godoy en los primeros años de la nueva centuria. La Guerra de la Independencia entre 1808 y 1814 es un momento en que el arte tiene que ponerse al servicio de la patria. Salieron alegorías patrióticas del taller de Goya; lo llama Palafox a Zaragoza para representar las hazañas del primer sitio; y en los últimos meses de la guerra, en 1814, pide permiso a la Regencia para celebrar los hechos heroicos del 2 y del 3 de mayo de 1808 en grandes lienzos. Bajo el régimen de José I había retratado a oficiales franceses y ministros y le dan la orden de España, por mal nombre «la berengena». Pero según los testigos de la época no quiso nunca llevar la insignia, e incluso trató de salir del país. A partir de 1810 empieza a grabar una larga serie de estampas, que no termina por motivos políticos: los llamados Desastres de la guerra. En ellas, lo mismo que en El dos de mayo y Los fusilamientos, destaca el papel del pueblo y demuestra su solidaridad con él. Su apoyo a la Constitución de Cádiz y a la causa liberal se refleja en las estampas alegóricas de los Desastres, hechas después de la guerra, y en muchos dibujos. Muere durante la guerra, en 1812, su esposa Josefa, y se suele fechar desde entonces la relación del artista con una pariente de su nuera, Leocadia Zorrilla, de veintitrés años y casada con Isidoro Weiss. Algunos opinan que Rosario Weiss, nacida en 1814, podría ser hija del pintor, pero es imposible demostrarlo. Goya necesitaría de compañía, desde luego, después de la guerra. Su hijo Javier vivía en casa propia; algunos de sus amigos, como Jovellanos, ya habían muerto y otros eran perseguidos por afrancesados o encarcelados por liberales. Goya expresa su repugnancia ante el régimen absolutista de Fernando VII en estampas que no publica y en dibujos con letreros irónicos que solo ven los amigos. Como pintor del rey, sin embargo, hace retratos de Fernando VII y su ministro el duque de San Carlos, y sigue retratando a la nobleza, a la burguesía y a los miembros de su familia. Graba dos series originales de aguafuertes: la Tauromaquia, que publica en 1816, y los enigmáticos Disparates, que deja sin terminar. En 1819, compra una casa de campo, conocida como la Quinta del Sordo, al otro lado del Manzanares, en una zona elevada con hermosas vistas, terreno para cultivar y posibilidades de ensanche que aprovecha el artista septuagenario. Sufre otra grave enfermedad y, cuando recobra la salud, llena las paredes de las dos salas principales de la Quinta con tremendas escenas llamadas Pinturas negras, con temas de tiempo y muerte, destino y maldad humana. Ya piensa en el futuro de su nieto, Mariano, al que regala cuadros y, en 1823, la Quinta misma. Al finalizar por entonces, el Trienio Constitucional solicita permiso para ir a tomar las aguas a Francia, y dos años después, en 1826, pide su jubilación desde el país vecino. Vive sus últimos años en Burdeos entre exiliados liberales, acompañado por Leocadia y los dos hijos de ésta, haciendo nuevos proyectos y creando novedades en sus litografías y miniaturas sobre marfil. Pasa una corta estancia en París, hace un viaje a Madrid y, al fin, muere en tierra francesa a los ochenta y dos años, el l6 de abril de 1828, a las dos de la madrugada.

Obras

Bibliografía

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