Hace mil años un vanidoso Abderramán Sanchuelo puso las bases para que España se dividiera en treintantos reinos de taifas, hoy otro Sanchuelo ha olvidado que su partido se llama Español
Nos espera un invierno loco. Vamos a quedar empachados, hartos de negociaciones. Veremos en televisión, leeremos en los periódicos y otra vez nos empacharan.
Pero, al final, todos tendremos miedo de que la historia de España retroceda mil años. Entonces un vanidoso Abderramán Sanchuelo puso las bases para que la España musulmana se dividiera en treinta y tantas autonomías (reinos de taifas).
Su pariente Sancho III de Navarra hizo de su reino otras cuatro. Si a ellas les unimos la docena de condados de la Marca Hispánica (no Marca Catalana) nos encontramos con una España dividida en cuarenta y muchos territorios independientes o ¿autonomías?.
Se tardaron quinientos años en volver a hacer de España una unidad.
¿Será otro Sanchuelo o Sancho, Pedro Sánchez, quien se olvide hoy de que su partido se llama Español y dé facilidades a los antiespañolistas para que rompan España?
¿Después de él su partido tendrá que renunciar al último de los tres calificativos de su nombre y si hoy ya es dudoso que sea Obrero deje entonces de ser Español?
Los responsables de que esto pueda suceder son, en primer lugar, los propios socialistas que votan y aguantan al ¿fake doctor? Sánchez.
La discusión se extenderá a todos los ámbitos: Que si el presidente del gobierno esto, que si los de la oposición casi lo mismo. En definitiva: que todos los politiqueros (y politiqueras) son iguales o, al menos, parecidos.
Jesús Sanchidrián, castellano de mil generaciones, que aprendió a hablar oyendo a sus mayores dedicados a la agricultura y la ganadería volverá a cerrar toda discusión con una frase metafórica, pero lapidaria, aplicada a quienes dicen querer gobernarnos: “La mayor parte tanto de ellos como de ellas a lo que aspiran es a llenar sus escriños. Ellos con un variado herrén, ellas con otro herrén y dijes de todo tipo”.
Y, tras recordarlo, llego a la siguiente conclusión: Que nuestros gobernantes, casi todos ellos politiqueros porque viven de la política, dicen querer nuestro bien. Puede que incluso sea verdad. Mas, como muy pocos tienen oficio y beneficio fuera de la política, lo que primero buscan es su pan. Y si a éste se le añade jamón de Guijuelo, pues mejor.
Aunque eso sea humano y legítimo, el buen gobernante no debe buscar únicamente su propio bienestar, no debe hacer de la política una profesión, no debe ser un politiquero.
Pero lo es. Y tras estas elecciones lo volveremos a comprobar.
Amén.
Juan D. Pozuelo