Liturgia Dominical – «ID AL MUNDO ENTERO»

Mons. José Manuel del Río Carrasco – (Diario de León, 12/05/2024)

La Ascensión gloriosa es el punto final de la carrera de Jesucristo en este mundo, en el que nosotros vivimos. Cierra el ciclo de todos los misterios de la vida de Cristo, conforme al plan de Dios, que él expuso con toda sencillez: “Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). La Ascensión forma un todo con la resurrección y la entronización de Jesús a la derecha de Dios, como Señor de todas las cosas.

Le vieron subir al cielo. Fue una muestra visible para los discípulos del misterio de la glorificación de Jesús, conforme a la mentalidad que tenían del mundo. El hecho de verlo “subir” no es más que un signo de que Dios ha glorificado a “su siervo, Jesús”. Y, al mismo tiempo, les cercioraba de la separación de su vivencia habitual con el Maestro. Llegaba el final de aquella convivencia, que había durado todo el tiempo de la vida pública de Jesucristo.

Ahora empezaba el tiempo de la Iglesia. Jesucristo seguirá siempre presente entre los suyos. Pero ya no estará junto a ellos de manera visible. No le podemos ver ni palpar, como cuando caminaba por el mundo como un hombre más entre los hombres. Lo esencial a la fe, respecto de este misterio, es saber que Dios “ha glorificado a su Siervo Jesús” (Hech 3,13). Que Jesucristo, en premio a su generosidad, a su humillación y entrega, en aras de su amor al Padre y a todos los hombres, sus hermanos, ha sido revestido de la gloria de Dios y elevado al primer puesto, como Rey y Señor de todos los hombres y de toda la creación. Esto es lo que pertenece a nuestra fe cristiana.

La fiesta de la Ascensión de Jesucristo es una llamada a todo corazón noble y cristiano, para que, avivada nuestra fe y nuestra esperanza, el amor a nuestro Señor nos lleve a caminar por el mundo a la manera como él caminó. Para que también se pueda cumplir en nosotros aquello: “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”.