No hay pelotas (1998), de John Godber

Arthur, un ex jugador profesional de rugby en horas bajas, dedicado a las chapuzas a domicilio, acepta una arriesgada apuesta de Reg, su más acérrimo enemigo deportivo: debe entrenar al peor equipo de la liga de aficionados, y lograr vencer al actual campeón, que dirige Reg. Para poner en forma al desastrado equipo recurre a una monitora de aerobic.

La película se inscribe en la tradición de comedia abierta por Full Monty: personajes normales, de clase obrera, que pese a sus discusiones desarrollan un gran sentido de la amistad. En esto caso se añade, además, la emoción típica de las películas de contenido deportivo, por el resultado incierto de un partido: en ese sentido, las escenas finales de competición no tienen nada que envidiar a otros títulos clásicos del cine deportivo.