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Jon Fosse. Narrador, poeta y dramaturgo noruego. Con una extensa producción, traducida a más de cuarenta idiomas, es uno de los autores vivos más reconocidos e influyentes. Se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 2023.


Avance

Jon Fosse: Ales junto a la hoguera. Random House, 2024.
Jon Fosse: «Ales junto a la hoguera». Random House, 2024

Una mujer mira por la ventana. Espera a su marido que marchó un día para no regresar jamás. La naturaleza se lo tragó. El fiordo no le dejó escapar. Su tragedia se suma a otras que sacudieron a las generaciones anteriores que habitaron ese mismo lugar. Allí donde se mezclaron las sangres, se mezclan también las historias, los nombres, los recuerdos… Todo queda unido en esta nueva narración de Jon Fosse que fue publicada originalmente en 2004 y que ahora edita Random House con el título Ales junto a la hoguera.

En ella se concitan algunas de las claves de la escritura del autor noruego: desde una puntuación que se da sus propias normas y privilegia la forma más expresiva del discurso, hasta las torsiones del lenguaje a la búsqueda de lo que no se deja decir con palabras. Esto último, en este caso particular se encarna en las paredes de esa casa que ha visto desfilar distintas generaciones cada una con sus anhelos, rupturas y desgracias unidas por los lazos del tiempo y del espacio. Ales junto a la hoguera es, así, el intento de recuperar en palabras lo que esos muros han visto y oído: lo que las paredes callan.


Artículo

Con frecuencia es difícil pasar la página que la desgracia escribe en la vida de cada cual. Las palabras, las imágenes, las escenas de lo que ocurrió quedan, más que impresas en el papel, tatuadas en la memoria de quién lo experimentó. Quedan también disponibles para elaborar diversas versiones que a menudo comienzan por una interrogación torturadora: ¿Y si…?

La desgracia golpea de nuevo a los habitantes de una casa junto al fiordo en la última entrega narrativa que llega a las librerías y lleva la firma de Jon Fosse. Se titula Ales junto a la hoguera, la publica Random House e incluye todos los elementos característicos de la literatura del último Premio Nobel de Literatura: hay una pérdida, una desaparición, una muerte (o dos); personajes que hablan poco, miran mucho y se ven a sí mismos desde fuera; conversaciones entrecortadas, balbuceos; un paisaje oscuro y asesino; y un bucle narrativo que traslada el bucle de una trágica historia familiar.

Sola en su vieja casa de la costa noruega, Signe mira por la ventana y se ve veinte años atrás, sentada ante la misma ventana, mientras espera el regreso de su marido. Asle salió una tarde de finales de noviembre de 1979, subió a su pequeño bote de remos y desapareció en las aguas del fiordo. Todo es igual —los objetos que la rodean son los de siempre y el paisaje permanece inalterado— «y sin embargo ha cambiado todo, piensa, porque desde que él se marchó y desapareció, ya nada es lo mismo, ella simplemente está, sin estar». Todo ha quedado trastocado para Signe: desde ese día reverbera aquella trágica jornada, la vida en común y un pasado que abarca distintas generaciones de un clan familiar.

Escenas de un matrimonio junto al fiordo

La historia de la pareja protagonista se resume en unas pocas líneas. Un día él llegó y ella «lo vio venir andando hacia ella, con su pelo largo y negro, y en ese mismo momento, así debió de ser, en ese mismo momento quedó decidido que él y ella serían el uno para el otro así, debió de ser, piensa». Con las mismas, igual que un día llegó, otro se marchó «y no hay nada que decir, simplemente ha abierto la puerta y se ha ido, piensa». Las tribulaciones, las preocupaciones son para ella, que se queda sola, o mejor, con la presencia de su ausencia porque, en el curso de la novela, lo ve o lo siente revolverse, hacer preparativos, dar señales, mirar incansable al infinito… ¿Sucedió realmente o es una elaboración suya?

Pues no hay mucho que mirar ahí afuera, dice Signe
No, nada, dice Asle
y le sonríe
Solo la oscuridad, dice Signe
Solo la oscuridad, sí, dice Asle
Y entonces ¿qué es lo que miras? pregunta Signe
No sé lo que miro, dice Asle
Pero estás ahí quieto ante la ventana, dice Signe
[…] 
Pues simplemente estoy aquí quieto, dice
Supongo que no siempre se quiere decir algo
con lo que se dice, dice
Supongo que casi nunca se quiere decir algo, dice
Simplemente se dice algo, cualquier cosa, así es, dice Signe
Así es, sí, dice Asle

Signe sospecha que sus salidas al fiordo «todos los santos días» —se lee en un inusitado arranque expresivo— se deben a que no quiere estar con ella. Desconoce las razones porque apenas, «siempre ha sido un poco así, un poco reservado, un poco como si pensara que siempre es una carga para los demás, que estorba a los demás solo con su presencia». Un día, el día en que no regresó, igual decidió hundir o dejar esa carga en el mar. La barca, hecha añicos, quedó tirada en la playa hasta que unos chicos pidieron quemarla en la hoguera de san Juan.

El fuego, presente en el propio título, evoca de nuevo la mítica escena fundacional en la que unas personas se reúnen para contar historias desde el principio de los tiempos. Ahí junto al fuego, se produce el caleidoscopio que funde lo vivido con lo recordado y de todo esto con lo imaginado. Las visiones se remontan a un pasado más lejano: allí, en ese fiordo y en esa casa que ha pertenecido a la familia de Asle durante generaciones, está el tío abuelo al que él quizá deba su nombre y que murió ahogado el día que cumplió siete años; y está Brita que, desconsolada, mece en brazos a su hijo como si ese gesto pudiera revertir la desgracia y que afirma impasible que el niño vive, mientras su marido confirma los hechos y repite lo que las palabras no pueden revertir: «Asle está muerto».

Algo parecido a un consuelo

La muerte de ese niño el mismo día en el que nació siete años atrás es uno de los episodios más dramáticos de la novela. No es inusual que, en la literatura de Fosse, en estos momentos de mayor intensidad los personajes se acuerden y hablen de Dios. Algo parecido sucede en la pieza teatral titulada El niño, en la que el padre de una criatura que aún no ha nacido —la escena se desarrolla mientras hacen distintas pruebas a la mujer embarazada— habla con la enfermera sobre su relación con Dios. En Ales junto a la hoguera, es esta misma, Ales, «la vieja Ales», la que se sitúa frente a la pareja que trae al niño muerto en sus brazos:

Asle se ha ido, vieja Ales, dice Kristoffer
No os podéis quedar ahí, dice la vieja Ales
Los caminos del señor son inescrutables, dice
Asle está bien, está en el Cielo con Dios, así que no os apenéis, dice
Existe un Dios bueno, dice
y la vieja Ales se lleva una mano, de dedos cortos y retorcidos, a un ojo y se pasa el costado del índice a lo largo del ojo
Un Dios bueno, dice
y entonces la vieja Alex agacha la cabeza y unos espasmos le recorren los hombros y luego simplemente se queda ahí quieta, simplemente se queda ahí,  igual que también están ahí quietos Kristoffer y Brita y Brita con Asle en los brazos.

Ales rememora seguramente el momento en que ella misma estuvo a punto de perder a su hijo, Kristoffer. Fue mientras se afanaba junto al fuego, al lado del muelle. Ella quemaba cabezas de cordero mientras su niño, en un descuido, cayó al agua. Su madre lo sacó a tiempo y lo llevó a la casa para calentarlo y procurar que no enfermara:

¡Pero Kristoffer, Dios mío! grita Ales y Ales se olvida de la cabeza de cordero y de la vara y está en el Muelle y se tumba sobre el borde del Muelle y estira el brazo y rebusca en el agua y consigue agarrar uno de los pies de Kristoffer y tira del pie y luego consigue agarrar un brazo y de un tirón sube a Kristoffer al Muelle
Menudo eres tú, dice Ales.

Lo que el fiordo, escenario y destino, no consiguió con Kristoffer lo remató doblemente en generaciones sucesivas con el pequeño Asle y con el desaparecido Asle después.

Unas voces silenciosas

Un narrador en primera persona viaja en el tiempo, cambia de persona y va contando la historia familiar. Se detiene en recuerdos y visiones que subrayan los desdoblamientos y el bucle narrativo. Las repeticiones, tan características de la narrativa de Fosse, son naturales en esta obra de entorno, nombres y desgracias repetidas y compartidas. Algunos acontecimientos están datados mínimamente, pero el tiempo estalla —no hay cronología que valga— en una amalgama que habla el idioma obsesivo de los recuerdos y hace trampas de la memoria. En medio de esa narración torrencial, sin puntos, que se da sus propias normas y privilegia la forma más expresiva o alucinada del discurso, también se encuentran pistas que revelan la particular relación de Fosse con la literatura. Un lenguaje mudo, tituló el último Premio Nobel de Literatura su discurso de aceptación. En esta obra, escrita en 2004 ese lenguaje silencioso lo encarnan las paredes: aunque no puedan decir nada con palabras, lo hacen con el gran silencio. Hay un fragmento elocuente en esta novela:

[…] y entra en la casa y las viejas paredes de la entrada lo envuelven y le dicen algo, como hacen siempre, piensa, siempre es así, lo note o no lo note, piense o no piense en ello, las paredes se están ahí, y es como si unas voces silenciosas le hablaran desde ellas, un gran silencio hay en las paredes y ese silencio dice algo que no se puede decir con palabras, él lo sabe.

Como un médium capaz de percibir y traducir esas voces silenciosas, echando mano de recursos literarios y repeticiones, el narrador va descubriendo ese mensaje encriptado. No tiene miedo de exponerse. Se le notan los esfuerzos, la torsión del lenguaje, el querer abarcar mucho y decir poco o decir del modo más sencillo posible. «[…] porque si algo no le gustaba a él eran las palabras grandes, las grandes palabras solo encubrían y ocultaban», se lee en Ales junto a la hoguera, y se podría leer en cualquier texto de Jon Fosse.

Periodista cultural