La calle del terror: Parte 1, 1994 (2021), de Leigh Janiak

1994. Shayside, en Ohio, está considerada como una de las localidades mas peligrosas de Estados Unidos, porque a lo largo de las décadas se han acumulado numerosos casos escabrosos de asesinos en serie, que según una leyenda urbana que corre entre los adolescentes acontecen como resultado de la maldición que lanzó en 1666 Sarah Flyer, ejecutada allí por brujería. Mientras, la vecina Sunnydale se ha convertido, gracias a su tranquilidad, en un lugar próspero. La estudiante Deena Johnson, vecina del primer lugar, ha roto con su novia, Sam, que se mudó a Sunnydale, donde ha iniciado una nueva relación. Ambas chicas, Josh –hermano friki de Deena– y otros dos amigos, Simon y Kate –que venden drogas– se verán perseguidos por alguna razón por varios de los autores de matanzas en Shayside, pese a que se supone que habían muerto.

A R.L. Stine se le conoce por sus obras de miedo para niños de los 90, que generaron el film Pesadillas, donde le interpretaba Jack Black, y su secuela. Se desconoce más la serie anterior “Fear Street”, destinada a un público un poco más mayor. La traduce en imágenes Leigh Janiak, responsable de capítulos de Scream: The TV Series, que recupera el espíritu de aquella serie televisiva, y de la saga de películas de terror adolescente de Wes Craven. Inicia una trilogía, cuyas otras dos entregas, La calle del terror: Parte 2, 1978, y La calle del terror: Parte 3, 1666, se rodaron encadenadamente justo después. Cuando se terminaron en 2019, había expirado el acuerdo con una distribuidora para el estreno en cines, por lo que los filmes se han estrenado al final dos años más tarde, gracias a que Netflix llegó al rescate.

Lo mejor, la música de Marco Beltrami, responsable de las cuatro entregas de Scream, entre otros títulos de terror, y la aparición breve de Maya Hawke, una actriz que ya demostró su valía en la tercera parte de Stranger Things, serie de la que se recoge el espíritu nostálgico y la voluntad de imitar la fórmula de las películas de Amblin de entonces. Por desgracia, esta vez la acumulación de referencias a cine, música y libros de los 80 y 90 parece menos sutiles y sentidos, mientras que sus excesos violentos y eróticos desentonan con el espíritu de las viejas producciones de Steven Spielberg. Hubiera dado igual si la realizadora tejiese buenas secuencias de tensión, pero todas resultan demasiado facilonas, y se abusa de sustos de ésos que se supone que hacen botar a los más jóvenes en los cines, pero que a los ya veteranos les resultan cansinos.

No ayuda que los actores, a excepción de Hawke, sin llegar a fracasar en su trabajo, no aporten demasiado carisma a sus personajes (las comparaciones con la serie de Once y compañía resultan odiosas), por lo que al espectador su destino le traerá sin cuidado. Por otra parte, los asesinos sobrenaturales parecen invitados a una fiesta de disfraces que imitan con poca gracia a otros ya vistos en la pantalla. Su alegato contra la discriminación –materializado por los ataques al hermano rarito, y a la pareja de lesbianas– suena a ya visto, y se desaprovecha la ocasión de meter alguna píldora social, a costa de las desigualdades económicas entre los ciudadanos de las dos localidades que se nos presentan al principio. En suma, no es de entrada la mejor tarjeta de invitación para animarse a ver las continuaciones.