RETROSERIES. Los profesionales: nunca fuimos decentes
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RETROSERIES. Los profesionales: nunca fuimos decentes

The Professionals (CI5 Los Profesionales) fue una serie de la televisión británica, emitida en la red ITV desde 1977 hasta 1983. Protagonizada por Gordon Jackson, Martin Shaw y Lewis Collins como agentes dedicados a la contrainteligencia antiterrotista, fue la serie que mostró la diplomacia mafiosa de los ingleses puesta al servicio de defender el reino a cualquier costo.

Viernes 10 de marzo de 2017

Los años 70 condicionaron sobremanera los cambios en las series televisivas. Los acontecimientos históricos se precipitaban en las calles y en las conciencias protestando contra las guerras, hablando de revolución y cambios violentos, llamando a levantarse en armas sin importar la geografía o la omnipotencia de los grandes imperios.

Las series edulcoradas, empalagosas de excentricidad, que dominaban los televisores de los 60 necesitaban una adecuación urgente. Tal fue el caso de la emblemática serie inglesa Los vengadores. Su secuela, Los nuevos vengadores, trató de adaptarse a los nuevos paladares con viejos ingredientes pero naufragó en el camino. Ésta no era la senda. La necesidad de un cambio exigía, de verdad, hundir bien profundo el cuchillo. Era necesario matar lo viejo.

Brian Clemens, el perceptivo productor de Los vengadores, supo escuchar, entre los estridentes descontentos de los 70, el clamor sordo de los que buscaban algo verdaderamente nuevo. Y entonces concibió Los profesionales (The professionals).

Como todo aquello que llega a desbancar los viejos gustos, destronar los estereotipos y despreciar las viejas semblanzas, Los profesionales recibió un rechazo inicial que lo puso al borde de la cancelación. ¡No!― clamaron las hipócritas conciencias inglesas― ¡Esto es demasiado violento! ¡Nosotros no somos tan crueles! ¡Los guantes de nuestra democracia aún siguen siendo blancos! Pero Clemens sabía que había hecho algo bueno. Y perseveró.

Protagonizada por el veterano y temperamental Gordon Jackson como el incorruptible George Cowley, jefe del ficticio servicio de inteligencia criminal CI5 (Criminal Intelligence Five), secundado por Martin Shaw y Lewis Collins sus dos mejores agentes, Doyle y Bodie, la serie fue emitida por la cadena ITV desde el año 1977 hasta 1983. Y después de ella, nada volvió a ser lo mismo en el mundo de las ficciones televisivas.

Así como el genial Marlon Brando inflamó de realismo las anémicas actuaciones del cine de la década del 50, Los profesionales le confirió al thriller político esa dosis de cinismo y pragmatismo ideológico sin la cual ya no era posible mirar el mundo. Si algo conseguían las perentorias demandas sociales de aquel tiempo era, precisamente, desgarrar el velo de la delicadeza y la sensibilidad de un estado de bienestar que menguaba, y exhibir en primer plano, como si de un desnudo pictórico se tratara, el cuerpo despellejado de la estética occidental. ¡Ah, qué gran placer sentir esa caricia! La sensación de que algo se acababa y algo nuevo llegaba. No sabíamos exactamente qué, pero nadar en aquel caldo de cambios casi cotidianos era como encaramarse al frenesí de un veloz carro de montaña rusa.

La búsqueda de una estética que nos represente en cada generación nunca puede ser algo malo. Ésto, por supuesto, no significa que el movimiento sea siempre hacia adelante. En absoluto. Lo nuevo, lo recién llegado, no siempre será próspero. Será, seguramente, atrevido y cruel, y muchas veces reaccionario. Pero esta posibilidad no invalida la búsqueda. En consonancia con esto, por un lado Los profesionales fue la serie que se atrevió a desnudar un mundo de intrigas y miserias que avergonzaba a la doctrina occidental. Esto fue su mérito. Y lo hizo con tal dosis de descarnada credibilidad que enmudeció a las críticas, vinieran de donde vinieran. Los políticos ya no eran los rectos prohombres defensores de las virtudes del reino y de la democracia; los servicios de inteligencia ya no defendían la tranquilidad de los lacayos de su majestad. Pero todos, sin excepción, defendían el status quo de un mundo que sabían injusto, pero aún así perseveraban por ese extraviado sofisma de patriotismo. Cuesta dejar de decirlo: sin ésta, otras series geniales como Spooks jamás hubiesen existido.

Pero, al mismo tiempo (es necesario reconocerlo), Los profesionales también fue la serie que demonizó las críticas sociales y a los grupos políticos que las representaban: los malos ya no podían ser los dementes villanos de la vieja TV; ahora serían los malditos comunistas, los bastardos guerrilleros, los inconscientes y estúpidos jóvenes universitarios. La moralidad la portaban, por supuesto, los agentes del CI5. Sobre todo el jefe Cowley.

Sin embargo, fue la incorrección política lo que traspasó las barreras de Gran Bretaña y se extendió al resto del mundo. Los agentes de la seguridad interna del reino tomaban decisiones que, lo sabían, afectarían la vida de muchas personas. Con frecuencia, derivaban en su muerte. Pero si el pragmatismo político así lo exigía, las voluntades avanzaban. Brian Clemens, su productor, parecía decirnos: “Sí. Hacemos esto. ¿Y qué? Lo hacemos porque nos resulta jodidamente necesario”. Fue esta sinceridad irreverente la semilla que hizo germinar la idea.

La serie nunca dejó de ofender ciertos pudores. Incluso a sus intérpretes. Luego de cuatro años de protagonismo, Martin Shaw (el agente Doyle) se retiró del programa argumentando estar cansado de tanta violencia. Los profesionales había terminado.

Su cruda franqueza, sus increíblemente realistas escenas de persecución y tiroteo, sus chanchullos políticos susurrados en bosques solitarios u oscuros estacionamientos, todo regado con abundante whisky, le confirieron el halo que toda ficción desea: el de llegar a ser un clásico.

Como si se tratara de un viejo automóvil, un vino añejado en un olvidado estante o una descolorida fotografía de quien ya no está, nos resulta grato volver a disfrutarla. Tal vez, ya no busquemos verdades en ella, o ese regocijante sentimiento de próxima novedad. No. Tal vez sólo se trate de reconocer que alguna vez fuimos testigos de nuestra propia ingenuidad y de un despertar abrupto. O tal vez sea, simplemente, nostalgia.


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