Isabel la Católica y el Descubrimiento de América - Revista de Historia

Isabel la Católica y el Descubrimiento de América

En el mismo año de 1492, además del fin de la Reconquista, se producen otros hechos históricos aún más trascendentes: el descubrimiento de América y la publicación de la Gramática de la lengua española de Antonio de Nebrija.

Acontecimientos, en comparación con los anteriores menos significativos, son la expulsión de los judíos, la unificación de los reinos peninsulares y la oficialización de la religión católica como la única en España. Comienza la era de España en el mundo entonces conocido, y su papel como potencia económica, política y militar va a ser, comparativamente hablando, superior al de los Estados Unidos de hoy.

Isabel la Católica y el Descubrimiento de América

Isabel es nieta de una inglesa, la reina Catalina de Lancaster, e hija de una portuguesa, la reina Isabel de Braganza (o Isabel de Portugal), a su vez nieta de la inglesa Felipa de Lancaster, por lo que poco había en ella de sangre castellana, aunque el hecho de nacer en la Castilla profunda (Madrigal de las Altas Torres) le imprime un carácter castellano puro. Sus cuatro hijas y su hijo se casan con los príncipes de las casas reales de potencias europeas como Portugal, Inglaterra y Alemania, aunque la política matrimonial de Isabel y Fernando no es ninguna novedad dentro de la historia medieval de España si observamos los casos de sus antepasados, desde la época de la dinastía borgoñona de Alfonso VI, Urraca, Alfonso VIII y Enrique III de Trastámara.  Gracias a dicha política matrimonial, España extiende su dominio y su influencia por Europa. Hay que reconocer sin duda que Fernando el Católico fue un político-diplomático de primer orden, además de un reconocido gran soldado que ayudó mucho a que España fuera una gran potencia europea y mundial.

Descubrimiento del nuevo continente

Dentro de los hechos trascendentales ocurridos en 1492, el descubrimiento del nuevo continente sin duda es el más importante. La relación de Isabel con Colón, ambos casi de la misma edad, viene desde 1485, cuando Colón se hallaba en Moguer, un pueblo costero de Huelva, después del fracaso de su intento por convencer al rey portugués de realizar la navegación en busca de rutas occidentales para alcanzar Catay y Cipango. A través de los monjes del monasterio de La Rábida consigue contactar con los Reyes Católicos, que estaban por la zona de Granada, para presentarles el proyecto de navegación, pero en aquella época de plena guerra de Granada los Reyes no mostraron demasiado interés. Colón lo intenta en repetidas ocasiones, convenciendo a la nobleza más cercana a los Reyes, pero pasan siete años de espera desesperada que casi le hacen abandonar el proyecto y acaba ofreciéndoselo a otros reinos como Francia o Inglaterra. Mientras que Isabel demostró siempre interés, curiosidad y simpatía por el plan, Fernando mostró un total desinterés, quizá porque sus reinos mediterráneos y los territorios pirenaicos del Rosellón y la Cerdaña ocupaban su mente debido a los conflictos con Francia y la amenaza turca, entre otros problemas.

Finalmente, por iniciativa de Isabel se convoca un consejo para tomar decisiones sobre el proyecto de Colón. Los expertos se reúnen y dan una respuesta negativa a los Reyes, quienes rechazan de nuevo el plan de Colón considerándolo inviable. Cuando ya no quedaba ninguna posibilidad para materializar el proyecto colombino, Isabel, obviando la decisión tomada por el comité, convence a Fernando y da apoyo a Colón para que realice el viaje. Colón, una vez conseguida la aprobación, pide a cambio una serie de derechos y choca de nuevo con la negativa del rey, ya que una de las cosas que solicita es el título de almirante del océano y virrey de todos los territorios conquistados. La negativa de Fernando se debía a que su tío Enríquez tenía el mismo título, y que un extranjero de clase baja como Colón pretendiera equipararse con su tío no era aceptable.

Después de algun tiempo Isabel vuelve a convencer a Fernando y por fin aceptan conceder todas las exigencias de Colón firmando las capitulaciones de Santa Fe en abril de 1492, ya terminada la guerra de Granada, con lo que comienza una aventura nunca realizada en la historia de la humanidad hasta entonces. Se calculaba que necesitarían varios meses de navegación según los expertos cosmógrafos, pero los barcos de entonces solo posibilitaban entre diez y quince días de travesía debido a su capacidad de almacenamiento de víveres y de agua potable. Y, por supuesto, la vuelta no estaba garantizada. El milagro fue que, antes de alcanzar la meta buscada, Colón se encuentra con las islas del continente americano en la mitad del camino y por ello se salva.

También tuvieron la suerte de poder regresar, ya que si hubiera ocurrido cualquier accidente en el mar en el viaje de vuelta, no se habría sabido nada del descubrimiento. La visión de Isabel en aquel momento seguramente no llegó tan lejos ni fue tan premonitoria como luego algunos han interpretado, ya que no contaba con elementos suficientes para poder imaginar la inmensa trascendencia que iba a suponer tal descubrimiento: nada menos que el nuevo continente americano, el océano Atlántico y el posterior avance hacia el océano Pacífico con sus islas y el continente asiático. Un acontecimiento grandioso y capital en la historia acababa de suceder gracias a la iniciativa de Isabel, hecho ejecutado por Colón, súbdito de los Reyes Católicos. Castilla va a ser la madre de las nuevas tierras y su lengua castellana será su medio de comunicación.

Permítaseme aquí una digresión. ¿Y si hubieran llegado a Cipango (Japón) como habían planeado en lugar de dar con las islas del continente americano? Japón, tal como lo conocemos hoy, seguramente no existiría, ya que el Japón de 1492 se encontraba en el periodo Muromachi del shogun Ashikaga Yoshitane, época de guerra civil entre los clanes regionales que no obedecían al shogun, aunque por encima de él se hallaba el emperador Go-Tsuchimikado, pero sin poder. Los poderes militares de los clanes crecieron cada vez más hasta llegar a hundir el del shogun Ashikaga, dando fin al periodo de guerra civil que duraba desde 1467. Aunque la organización militar de Japón bajo el poder del shogun era bastante mejor que la de los Imperios azteca e inca, no hubiera resistido la invasión del ejército español porque las armas niponas utilizadas entonces eran fundamentalmente la espada, la lanza y el arco, mientras que España contaba con arcabuces, artillería y cañones, todas armas de fuego que habrían aniquilado a los aborígenes.

A las islas japonesas se les habría asignado, por ejemplo, el nombre de Isabelinas, de manera parecida a las Filipinas, y sería un país más de los muchos que hoy existen en Hispanoamérica. En fin, eso no ocurrió, por suerte o por desgracia, pero hubiese podido pasar si el continente americano no se hubiera interpuesto en el camino de los españoles, quienes realmente buscaban conquistar el continente asiático. Continuando con la hipótesis, los distintos clanes japoneses habrían apoyado al ejército invasor para ganar su guerra particular como ocurrió con el Imperio azteca, o quizá no se habría llegado a ese extremo porque en el caso de Japón la figura del emperador representaba la unidad nacional desde seiscientos años antes de Cristo. El gobierno o shogunado estaba debajo de la figura imperial, una gran diferencia respecto de los aztecas o los incas.

En tal caso, ante el peligro invasor extranjero, los clanes en conflicto se habrían reconciliado para hacer frente a los conquistadores arropando a la corte del emperador. En el periodo de Kamakura de los siglos XII-XIII, los mongoles de Gengis Kan llegaron a las costas del sur de Japón, donde desembarcaron en 1274 y 1281 con el propósito de invadirlo, pero los ejércitos se levantaron para combatir, rechazaron la invasión con la ayuda del viento divino Kamikaze y destruyeron la flota de los mongoles. Más tarde, en el siglo XVI, de España llegaba la misión religiosa encabezada por el jesuita Francisco Javier. Para los japoneses de entonces los españoles eran los occidentales bárbaros y no existían para ellos otras naciones más que España. En japonés, España se escribía «país del oeste», y el océano Atlántico, «gran océano del oeste», es decir, océano de España.

Europa occidental es «océano del oeste», o sea que España significaba Europa occidental. No había duda al respecto ya que los únicos extranjeros que venían de Europa eran los españoles y los portugueses. La huella que España dejó en el Japón de entonces sigue viva hoy. Por ejemplo, la palabra pan está integrada en japonés igual que olla y tempura (tempurano) porque los españoles introdujeron el uso del aceite y de la olla junto con el pan. La tempura, el plato famoso de la cocina japonesa, viene de aquella época: se fríe rápido para que salgan crujientes las frituras y se llama tempura de tempurano.

España, junto con Portugal, fue el primer país de Europa que llegó a Japón y los clanes nipones más poderosos pudieron ganar la guerra civil gracias a las armas de fuego que empezaron a usar por primera vez y que proporcionaron grandes logros frente a los enemigos más difíciles de combatir. La consecuencia definitiva es que en la época del clan Nobunaga se da fin al shogunado Ashikaga (1575) después de ganar batallas decisivas contra los clanes más poderosos gracias al uso de arcabuces contra los ejércitos tradicionales de katana, arco y lanza. Una auténtica revolución armamentística.

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