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Jueves, 6 de Junio de 2024

Despedir a las amistades a tiempo

Alejandra Lagunes ha trabajado en comunidades espirituales indígenas y con terapeutas avanzados que utilizan psilocibina (hongos) o ayahuasca para sanar. Las sustancias no son enemigas. El silencio y el estigma, sí lo son
Domingo, 19 de Mayo de 2024 10:45
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Municipios Puebla

Terminar una amistad es casi tan doloroso como una relación amorosa. Tal vez, el duelo de las amistades sea aún más profundo, pues por lo regular, las amistades habitan un lugar de soporte ante las propias parejas, hermanan una experiencia cotidiana desde la igualdad.

En el Giro de Italia el rosa que sí es chingón… Lo que la clase alta espera de ClaudiaXóchitl Gálvez y Sheinbaum están en empate técnico: Massive CallerSin embargo, despedirlas también es parte de seguir adelante. Liberarse de aquello que ha dejado de tener sentido en nuestras propias vidas o colocar un límite estricto a lo que nos hace daño. Si es que existe un lugar en el que he encontrado amistades que hieren, es en el activismo feminista. Sea porque quienes fueron víctimas, a veces, reproducen violencias. Sea porque todas las personas estamos en procesos y entre nuestros errores hay sana distancia para dejar de lastimar cuando somos la razón del dolor de alguien más.

Tantísimas mujeres llegan todo el tiempo, intentando sanar dolores que otros causaron, a ese espacio de encuentro en el que hay quienes guardamos la utopía de construir un mundo más justo a través de construir soluciones, convirtiendo los episodios de fractura en una nueva semilla que rinda frutos de prevención y mejoras a un sistema totalmente construido por hombres, como lo es el andamiaje jurídico de nuestro país que últimamente ha cambiado gracias a la paridad de género y a la presencia de otras mujeres en los espacios de poder.

He perdido una amistad que guarda una relación íntima con las drogas y el alcohol que jamás pude comprender muy bien. Desde la empatía, le acompañé en exigencias justas como recuperar hijos que llegó a tener y dejó de ver, como parte de la violencia. Después de leer el texto de la columnista, Claudia Santillana, en este portal, me atrevo a contar esto.

Es una realidad que las adicciones y el alcoholismo, acompañados de una profunda crisis de salud mental, acechan a las personas más jóvenes. Es dolorosísimo ver a las personas ser camaleónicas, como distintas versiones que nunca parecerían encontrarse entre sí: dulces y amigables en sobriedad; destrozadas y deprimidas en alguna sustancia; suicidas y obsesivas en otra; agresivas y cargadas de violencia en alcohol; incertidumbre en el día con día. La dependencia sustituye siempre a sus objetos: a veces las parejas, los hombres, las sustancias, las personas, la memoria, lo que sea.

Lo personal es político y Claudia Santillana aborda, a propósito de los nuevos videos sobre el hijo de Xóchitl Gálvez, la experiencia de ser hija de una madre que lidió con el alcohol. Si es que para ella fue complejo, tan sólo recordar lo que implica lidiar en amistad con personas que consumen más que alcohol, me hace pensar en los hijos de aquellas.

Jamás pude perder la compasión propia de la amistad, para desear y luchar con todo mi corazón porque ella pudiera estar con sus hijos. Su anhelo era o es o ha sido, o en realidad, ahora mismo ya no lo sé, que sus menores vivieran con ella. Ahora mismo, pienso en que al menos deberían poder conocerla e interactuar y pasar tiempo juntos.

Ser amiga de una persona así, como dice Claudia, es difícil y desgastante. Para mí, fue como abrazar una navaja pensando en que hasta aquellas merecen cariño y compañía, en constantes vaivenes en los que, de pronto se voltea para cortarte. Queriendo o sin querer, como si fuese parte de su naturaleza. No te mata, pero te hiere. Ni siquiera te atreverías a juzgarla pues no es ella, sino aquello que se apropia de su inconsciencia y le hace ser así. Como quiera, los límites y el auto cuidado hacen imposible que alguien sin vínculos familiares permanezca ahí por mucho tiempo. Desearía que las adicciones, el alcohol y la salud mental tuvieran el abordaje que sugiere mi compañera columnista de medio: desde la sensibilización, sin estigmas. Sin que sea una ofensa sugerir que un problema sea reconocido y atendido desde el amor.

Desearía que las sustancias y circunstancias dejaran de ser razón para que juzgadores y sociedades discriminen a las personas, principalmente, a las mujeres. Tal vez así, las mujeres y las personas podrían hablar abiertamente de sus problemas, recibir ayuda y círculos específicos de apoyo. Podría dejar de ser un tabú y un ataque. Sería como lo es, simplemente, una condición de salud que no necesariamente tendría que aparejar la condena de perder las relaciones familiares, como la de los hijos.

Aquellas amistades de quienes tuve que despedirme, algún día comenzaron a juzgarme por “no ser madre” como ellas, a pesar de que lo fui o lo soy de alguien que aquí no está. Aunque aporté conocimientos jurídicos y todos mis espacios en voces escritas, como este, me han juzgado por permanecer en aquel movimiento sugiriendo que “no soy víctima”. Quienes amablemente me leen y siguen, conocerán las tantas etapas y pruebas que me ha tocado superar como parte de la violencia machista que en algún momento sufrí. Es cierto. No soy más víctima.

Soy sobreviviente y escribo, abogo, pienso, intento crear soluciones y poner mi conocimiento al servicio de mujeres y autoridades para mejorar las instituciones y políticas públicas desde las experiencias reales. Sin embargo, ahora tengo el rol de ex amiga. Me alejé de esas reuniones en las que las palabras se arrastraban y las noches no tenían fin; preferí hacer yoga los fines de semana a ser el contacto designado a quien extraños y conocidos llamaban para ir a rescatar de fiestas o situaciones incómodas a aquellas amigas. Elegí construir e integrarme en espacios donde tomar alcohol en juntas de trabajo no fuera una regla ni fuese algo normal. Un espacio donde quepamos muchas más, donde la experiencia de participación pueda ser saludable en todos los sentidos, sin sustancias. Me elegí. Nos elegí. Estamos en el proceso, pero, aun así, duele.

Se dice que cuando se trata de irse, es mejor hacerlo a tiempo para poder llegar temprano al lugar a donde estamos llamadas. Desearía que las adicciones, el alcoholismo y el exceso de medicina psiquiátrica controlada desde mujeres que maternan pudiera ser abordado sin estigmas ni estereotipos, sin crucificarlas por no ser lo que se ha ordenado de una madre perfecta en aquella construcción romantizada machista. Después de todo, ¿Cuántas y cuantos no han tenido que lidiar con padres varones alcohólicos o consumidores sin que ello sea razón para dejar de verlos o dejarlos de querer?

Que pudieran ser ellas mismas en sus juicios sin miedo a perder para siempre la oportunidad de estar con sus hijos, que decirle “drogadicta” o “enferma mental” a alguien dejara de ser una ofensa predilecta con la que se descalifica a las mujeres, más por sus ex parejas y agresores.

También creo que debe distinguirse del consumo de sustancias al consumo problemático de aquellas. Me parece que la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha sido muy clara al reconocer el derecho al libre desarrollo de la personalidad a través del uso de marihuana, por ejemplo, así como activistas que luchan contra la criminalización por el consumo de sustancias nos han enseñado que las mismas no deben prohibirse. Como el término lo dice, el consumo problemático se refiere a los extremos en que el mismo no puede ser controlado y provoca riesgos para los propios consumidores y para sus personas cercanas. Una o dos copas en un contexto social podría ser parte de la vida adulta, pero botellas completas en soledad en realidad tendrían que ser una señal de la necesidad de resolver aquello de lo que no nos atrevemos a hablar. No hay buenos ni malos en estas historias. No es mi intención que parezca que mi postura es anti recreación. Respecto a las sustancias, me parece urgente el abordaje que plantea la senadora Alejandra Lagunes, quien inclusive ha trabajado con abuelas y abuelos de las comunidades espirituales indígenas, así como con terapeutas muy avanzados que utilizan dosis de psilocibina (hongos) o ayahuasca para sanar. Las sustancias no son enemigas. El silencio y el estigma, sí lo son.

Este texto solo forma parte de la serie de columnas de “Domingo existencial” en las que me he decido por compartir desde la vulnerabilidad, cosas de la vida personal que pueda refrescar mis columnas diarias sobre asuntos públicos en este espacio, aportar algo a las dudas y experiencias que tenemos y encontrarnos desde la realidad de las vidas imperfectas que vivimos.

Desearía haber tenido otras herramientas y fuerzas para aprender a estar sin correr riesgos ni ser objeto de ataques sin sentido. Saber acompañar. Ya que no las tengo, hoy me abrazo y abrazo a las amigas que se han ido, porque a veces, simplemente, hay que aprender a despedir a las amistades a tiempo. Parafraseando a Claudia Santillana, aquel mundo es un infierno y aunque nos destroce ver a seres queridos vivirlo, aquello nunca puede ni debe ser aceptado como nuestra propia condena.

Abrazo con cariño a Claudia Santillana y abrazo la vulnerabilidad con la que ha compartido un pequeño espacio de su memoria de manera tan sincera con sus lectores. Abrazo a su niña que vivió a esa mamá maravillosa, que, dentro de sus contradicciones, nunca dejará de ser esa fuente de amor y vida. Abrazo a las niñas y a los niños con mamás que cargaron con tantísima exigencia y ansiedad que solamente ellas saben o supieron. Principalmente, abrazo a las mamás, a las amistades, a quienes llegan, a quienes se van: gracias.

 

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Columna de Frida Gómez en SDP Noticias

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