‘Dune’, de Herbert a Villeneuve | ctxt.es
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CINE

‘Dune’, de Herbert a Villeneuve

Ciencia ficción, islam y psilocibina

Naief Yehya 11/05/2024

<p>Fotograma de <em>Dune 2</em>. (Denis Villeneuve, 2024)</p>

Fotograma de Dune 2. (Denis Villeneuve, 2024)

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Obras de culto

El universo de los fanáticos de la ciencia ficción está esencialmente dividido en dos grandes grupos. El primero lo forman aquellos que adoran las grandes épicas cósmicas, las historias renacentistas y medievales transportadas a rincones remotos del espacio. Esta ciencia ficción opera en mundos más cercanos a los cuentos de hadas y de fantasía y en ella  se describen conflictos entre palacios reales, linajes milenarios, herencias disputables y paternidades cuestionables. El segundo grupo, al que pertenecíamos el resto de los fanáticos, estaba integrado por los que  preferíamos los elementos del género más sórdidos, sucios y distópicos, que proyectaban a escenarios futuros el malestar contemporáneo provocado por el avance tecnológico y sus implicaciones sociales y morales. Denis Villeneuve, quien se obsesionó por el género con 2001: odisea del espacio (1968), de Kubrick, y Blade Runner (1982), de Scott, ha demostrado su inmenso talento en ambos tipos de historias. Primero fue en su fabulosa La llegada (Arrival) de 2016, en la que llevó a la pantalla la noveleta La historia de tu vida, de Ted Chiang, y mostró un inmenso poder evocativo y sentimental a partir de las posibilidades del lenguaje y la forma en que una especie extraterrestre que se expresa en una “escritura” sin principio ni fin tiene la capacidad de vivir fuera del tiempo. A esa obra maestra siguió un desafío gigantesco: la secuela de la obra cumbre de ciberpunk: Blade Runner. Con Blade Runner 2049, de 2017, Villeneuve se jugaba literalmente la carrera, ya que los fanáticos de aquella cinta clásica y emblemática no estábamos dispuestos a tolerar nada menos que una película excepcional. El resultado es un film neo noir que hace honor a su predecesor tanto en materia estética como narrativa, un prodigio que extiende las reflexiones planteadas por Philip K. Dick en la novela Sueñan los androides con ovejas electrónicas y por Ridley Scott en su adaptación libre. Habiendo superado esa difícil prueba, Villeneuve se aventuró a filmar otra obra de culto cuidada celosamente por sus fanáticos: Dune, de Frank Herbert. 

Primera parte

En octubre de 2021 Denis Villeneuve estrenó la primera parte de Dune (2021). Se trata de una cinta espectacular y mesurada, de una belleza impactante, que sirve como fastuosa presentación del Duniverso, un entorno familiar y desconocido, creado por Herbert en 1965, al combinar sus intereses como periodista en materia de ecología (inspirado por el avance de las dunas de arena de Florence, Oregón, algunas de las cuales eran tan altas como la pirámide de Guiza, y que amenazan devorar la tierra fértil, un tema sobre el cual escribió un artículo seminal en 1959), la geopolítica del Oriente Medio y el Magreb a partir del período entreguerras y su fascinación con los hongos, especialmente en sus variantes alucinógenas. Inicialmente, Dune pasó desapercibida, pero poco a poco fue ganando reconocimiento y convirtiéndose en una novela fundamental, así como un eje cultural que influenció tanto al movimiento ecologista como al género de ciencia ficción, al dar lugar a gigantescas franquicias literarias y fílmicas (La guerra de las galaxias y sus numerosos derivados, así como Juego de tronos y otras obras de fantasía, son sus herederos).  

Villeneuve decidió por un lado mantenerse relativamente fiel a la historia y por otro dividirla en dos películas (por lo menos) para evitar las trampas y peligros puestos en evidencia por la adaptación de David Lynch en 1984, una cinta enfebrecida y sobresaturada que se ha vuelto a su manera un filme de culto. Puestos en evidencia también por la miniserie chata y predecible de John Harrison (2000), así como por ese delirio que debía durar catorce horas de adaptación libre de Alejandro Jodorowsky que nunca llegó al proceso de producción pero que algunos consideran la mejor película jamás filmada. Frank Pavich dirigió un documental en 2013 sobre esta fatídica, desproporcionada y frustrada aventura que involucraba a Orson Welles, Mick Jagger, Pink Floyd, Magma, Salvador Dalí, David Carradine, H.R. Giger, Moebius y un Brontis Jodorowsky de doce años. Su legado será siempre permitirnos imaginar lo que hubiera podido haber sido.

Dune, la película, parece inicialmente una épica de intrigas palaciegas, mitología exótica y el lugar común del Elegido que salva a un pueblo oprimido. Sin embargo, es mucho más compleja y contemporánea, ya que es una épica magna que fusiona ecocidio, extractivismo (la especia como una fusión del petróleo y las esporas de psilocibina), genocidio, colonialismo, fanatismo, fascismo y colonialismo, asuntos que siguen siendo relevantes para la política veinte milenios en el futuro, cuando diferentes clanes humanos se extienden por el universo. Asimismo, más que un regodeo con las paradojas de las religiones antiguas, es una reflexión sobre la creación, propagación, adoctrinamiento y manipulación de los pueblos al implantar creencias y de esa manera controlar a las masas mediante la programación de profecías que se cumplirán eventualmente. Y además es una obra que pone en evidencia el blanqueo de las historias que tienen temas islámicos o árabes y la profunda incomodidad hollywoodense al abordar esos temas.

La primera parte arranca en el año 10.191 d.g. (después de la creación del Gremio espacial, la institución responsable de los viajes interplanetarios) con la historia de la trampa de que es víctima la casa Atreides al recibir “un regalo que no es un regalo”: el control del hostil planeta desértico Arrakis, la única fuente de producción de la preciosa especia o melange, la sustancia más valiosa del universo, que provoca sueños reveladores y alucinaciones, extiende la vida y es indispensable para navegar por el espacio. Su producción y distribución representan un enorme poder político y económico pero su recolección es difícil y peligrosa. La especia es central para la cultura de los nativos fremen, un pueblo que parece moldeado en los beduinos, que han encontrado maneras de recogerla manualmente para su consumo sin exponer su vida. El imperio en cambio utiliza enorme maquinaria para recoger la especia con el riesgo de provocar a los enormes gusanos de arena que la protegen y son capaces de devorar naves y maquinaria de extracción sobre la superficie del planeta. Esta sustancia se forma en las profundidades de las arenas de Arrakis donde las excreciones fúngicas de los gusanos de arena se mezclan con agua y forman una masa explosiva que al calentarse sale a la superficie. La explotación y codicia que produce la especia es comparable a la que provocaban las especias que llegaban de Oriente a Europa, así como el petróleo y por supuesto las drogas, comenzando con el opio y llegando a las drogas sintéticas contemporáneas. El Barón Vladimir (Stellan Skarsgård) se baña en una sustancia negra y viscosa que parece petróleo en una clara evocación de lo que verdaderamente está en juego en el universo. La explotación de la especia es también un reflejo de la explotación inmoderada de los recursos naturales, sin consideración por la sostenibilidad o la ética. A los fremen, por supuesto, no les concierne el valor de la especia como producto sino por la forma en que integran la sabiduría derivada de su uso en sus vidas. El final abrupto del primer filme llega con el ataque militar fulminante y sorpresivo que dan los Harkonnen a la recién instalada administración del barón Leto Atreides (Oscar Issac), la cual trataba de colaborar con los nativos.  

Herbert le confesó a Stamets que la inspiración para la construcción del universo de la novela vino en buena parte de sus propias experiencias psicotrópicas

Especia y psilocibina

De acuerdo con el micólogo Paul Stamets, quien conoció a Frank Herbert en los años ochenta, el autor de Dune era un aficionado a la micología que aparte de recolectar hongos en su propiedad, cerca de Port Townsend, en el Estado de Washington, desarrolló su propio y novedoso método para cultivar hongos a partir de las esporas, en particular logró cultivar hongos chanterelles (usando hongo en agua) alrededor de pinos jóvenes, lo cual aparentemente no se había intentado antes. La inspiración de la especia fue la psilocibina, aunque cabe mencionar que el apodo popular que se da al DMT (dimethyl-triptamina) es especia. En el mundo de Dune el recurso más valioso del universo es un psicotrópico sagrado y poderoso que ofrece grandes beneficios de salud que aparte de extender la juventud da una claridad de pensamiento sin precedente que permite al gremio de los navegantes cósmicos aprovechar la curvatura del espacio y encontrar pasajes seguros entre las estrellas. 

Herbert le confesó a Stamets que la inspiración para la construcción del universo de la novela vino en buena parte de sus propias experiencias psicotrópicas. “Frank me dijo que buena parte de la premisa de Dune… venía de su percepción del ciclo de vida fúngico y su imaginación fue estimulada a través de estas experiencias con el uso de hongos mágicos”, escribió Stamets en su libro Mycelium Running. Y muy específicamente incluyó elementos que evocan a los hongos: los ojos que se ponen azules cuando se usa la especia (cerúleos como el color de la psilocibina al contacto con el oxígeno), los fremen al vivir en el desierto y estar constantemente expuestos a la especia tienen ojos completamente azules. Si bien su hijo sabía de la afición por la micología de su padre, no ha confirmado que su padre usará psilocibina. Herbert describe la especia como un polvo de color naranja, pero cuando aparece en contenedores adquiere un color azulado radiante. 

Asimismo, está la secta de mujeres sabias de la sororidad Bene Gesserit, supuestamente inspirada en parte en las historias de mujeres chamanes, en particular María Sabina. Ellas emplean la religión como una herramienta de poder y su estrategia es sembrar profecías para más tarde engendrar fanáticos. Así como los pilotos utilizan la especia para tener premoniciones y evitar obstáculos al navegar, las Bene Gesserit usan la especie como enteógeno que les da visiones místicas y destrezas que parecen superpoderes. En esa lógica Paul Atreides, está predeterminado para volverse el kwisatz haderach, la figura religiosa que las masas han de seguir en una yihad interplanetaria, el entrenamiento que ha recibido toda su vida sumado a los poderes que ha heredado de su madre, quien es parte de la orden, le otorgan ciertos atributos como el poder de ver el futuro y de canalizar el conocimiento ancestral. Estos poderes se ven aumentados por la especia y por el agua de vida (otra sustancia mortal y alucinógena que es sacada de la bilis de un gusano de arena joven). Herbert reflexiona en torno a la religión organizada como una maquinaria de poder y control, mientras que plantea que el misticismo a través de sustancias psicodélicas puede ser entendido como una forma de acceder a un plano superior, a lo divino o como quiera que lo llamemos.  

Villeneuve creó una cinta con un impacto sensorial, emocional e intelectual que rebasa las expectativas dejadas por la primera parte

Segunda parte 

Villeneuve no sabía si lograría filmar la continuación, pero todo cayó en su lugar a la perfección. Si bien le bastaba repetir el modelo y la riesgosa tarea habría sido cumplida con gracia, Villeneuve, quien coescribió la secuela con Jon Spaihts, necesitaba mucho más que una continuación. De tal manera creó una cinta con un impacto sensorial, emocional e intelectual que rebasa las expectativas dejadas por la primera parte, esto se refleja en imágenes icónicas que remiten a la novela pero que construyen una imagen y un legado propio. No hay un solo aspecto descuidado en esta cinta que muestra la poesía del desierto, en clara evocación a Lawrence de Arabia (1962), de David Lean, con la fotografía de Greig Fraser en las locaciones de Wadi Rum, en Jordania y Abu Dabi. Esas imágenes radiantes, cegadoras contrastan con la secuencias en el planeta de los Harkonnen, Giedi Prime, donde el cineasta filma en impactante y dramático blanco y negro. La música de Hans Zimmer, por su parte, exige atención, reverencia y solemnidad, que compiten con la ironía, cinismo y nihilismo del texto. 

La segunda parte de Dune se inicia con la incineración de pilas de cadáveres de soldados y personal de la casa Atreides, que al ganar poder se había vuelto una amenaza para el emperador padishá Shaddam IV (Christopher Walken), como escribe su propia hija, la princesa Irulan (Florence Pugh). Entre los sobrevivientes están Paul Atrides (Timothée Chalamet) y su madre, Jessica (Rebecca Ferguson) a quienes los fremen rescatan a regañadientes. Ahí Paul encuentra a Chani (Zendaya), literalmente la mujer de sus sueños. Aquí Chani es un personaje ampliamente expandido con respecto al que escribió Herbert y de haber una tercera cinta en la serie es de esperar que seguirá creciendo su importancia. Herbert muestra cómo los colonizadores, ya sean los despiadados y crueles Harkonnen (quienes después de eliminar a sus rivales desean exterminar a los fremen) o los más tolerantes y comprensivos, Atreides, en esencia representan lo mismo para los nativos (no es coincidencia que ambos están vinculados por la sangre, la historia, la ambición y los compromisos), Chani se pregunta: “¿Quiénes serán nuestros próximos opresores?”.  

Las señales de que Paul es el elegido parecen multiplicarse al mismo tiempo en que aumenta el escepticismo de Chani (“¿Quieres controlar a la gente, diles que viene un mesías?”), quien se convierte en el eje moral y espíritu crítico de su pueblo y de la película al entender las consecuencias del poder sin limitaciones que va a adquirir Paul, quien no tarda en traicionar su amor por ella. En esta segunda parte se hace patente la pesada herencia del pesimismo político de la obra al mostrar que el heroísmo y el carisma se transforman en trágicas condenas sociales. Esta cinta cambia notablemente de ritmo en la última parte, donde el desarrollo de los acontecimientos se acelera y se introducen elementos que anticipan lo que viene en el siguiente libro, Mesías. Lejos de ser un blockbuster de acción más, esta es una tragedia shakespeariana que entre otras cosas da la oportunidad a los representantes de una nueva generación de estrellas hollywoodenses de mostrar su verdadero talento.

Influencia árabe

En la segunda parte están de vuelta los elementos norafricanos y árabes que inspiraron a Herbert y que en la Primera parte, así como en las otras adaptaciones, estaban diluidos o ignorados, en parte por considerarlos muestra de “orientalismo”, en el sentido zaidiano, es decir, de exotismo. La estética está dominada por numerosos elementos tomados de esas culturas, desde los ritmos y sonidos que evocan al folclor árabe y las emblemáticas ululaciones de la pista sonora, hasta un extenso vocabulario que incluye palabras como shai-hulud el nombre que se da a los gigantescos gusanos y quiere decir: cosas de la eternidad. Paul Atreides será Muad’Dib o maestro y es el Lisan al-Gaib, que sería algo como “la lengua de lo invisible”. Herbert estudió religiones (sunita, shiíta, sufí), culturas (no únicamente árabes sino persas y turcas también) e historia del Oriente Medio de una manera bastante exhaustiva e integró elementos de forma directa y sin adulteración. En la novela empleó datos de la lucha árabe en contra del imperio otomano (Arrakis –Irak– es una visión del Medio Oriente como botín de las potencias Occidentales en el período entre guerras), basándose en el libro de T.E. Lawrence Los siete pilares de la sabiduría; también consideró la guerra de independencia argelina en contra de Francia (de donde tomó el grito celebratorio Ya hya chouhada! o ¡Vivan los guerreros!), las estrategias de los bereberes y de los yemenitas, la lucha de los chechenos contra Rusia y de los sudaneses contra los ingleses. Las sacerdotisas de la orden Bene Gesserit usan aforismos coránicos. De ninguna manera usó esas influencias desde una perspectiva acrítica, superficial o exotista sino que trató de imaginar un mundo islámico miles de años en el futuro. De esta forma reclamaba a Occidente no dar su legítimo lugar al islam y la cultura árabe y Dune era una muestra de gratitud y reconocimiento de esa deuda. Además, tuvo la gran sabiduría de no caer en el clásico absurdo de insertar como héroe a un redentor blanco, un salvador occidental. La cinta es más conservadora que el libro y evita complejidades al emplear una lógica binaria: el imperio es blanco y malvado, los nativos son una mezcla de pueblos de piel oscura y son buenos. Herbert había evitado ese maniqueísmo al plantear que no todos los nativos eran espirituales ni fieles a los intereses de su pueblo. Mientras que los fremen de Villeneuve, entre los que no hay actores del medio oriente ni el Magreb en ningún papel relevante (con la excepción de la suiza, de origen tunecino y holandés, Souheila Yacoub), son estereotipos anticolonialistas con acentos incongruentes. Simplemente se nos explica que los fremen del sur son religiosos y supersticiosos, mientras que los del norte son escépticos y desconfiados.  

La cinta es más conservadora que el libro y evita complejidades al emplear una lógica binaria: el imperio es blanco y malvado, los nativos son una mezcla de pueblos de piel oscura y son buenos

Lenguaje construido, lógica y política

Así como en La llegada el lenguaje era fundamental para la historia, aquí los idiomas que han sido creados para la película están muy lejos de ser meros balbuceos sin sentido. El lenguaje de los fremen, llamado chakobsa (en el mundo real esto se refiere al idioma del noroeste del Cáucaso), fue inventado para la película por el lingüista y experto en la construcción de lenguajes o conlangs David J. Peterson, quien entre otros lenguajes artificiales inventó el dothraki y el alto valyrio de la serie Juego de tronos. Peterson quien ha estudiado las estructuras, patrones fonológicos, léxicos y gramaticales de más de veinte idiomas, cree que estos “son sistemas evolutivos cuyas características están interconectadas y formadas por una historia única”. Los lenguajes construidos se han vuelto una exitosa tendencia entre los fanáticos y Peterson es sin duda la figura principal de ese campo, con alrededor de cincuenta creados para películas, series y videojuegos, como Thor: el mundo oscuro (Alan Taylor, 2013), Doctor Strange (Scott Derrickson, 2016) y Elemental (Peter Sohn, 223). En Dune partió de elementos mínimos para crear algo nuevo, “un lenguaje a priori con un vocabulario y gramática original que no se deriva de ningún sistema lingüístico existente”. Herbert incluyó palabras en hebreo (kwisatz haderach), en turco (kanly), en navajo (nezhoni) aparte de alrededor de ochenta términos árabes en el lenguaje fremen, que son la gente del Misr o bien Egipto. Pero Peterson optó por el realismo y por despojar al idioma fremen de casi todo rastro del árabe, considerando que han pasado demasiados miles de años para que esto sobreviviera. Esto contradice a Herbert, quien pensaba que el idioma podía sobrevivir sin demasiados cambios en un ambiente aislado como el desierto, como escribió su hijo Brian, en El soñador de Duna. La biografía de Frank Herbert. Asimismo, el novelista pensaba en un islam del futuro que reuniera elementos de sufismo y budismo zen, una entidad polimórfica. Peterson asumió que los términos árabes incluidos en el libro y que debió incluir llegaron al lenguaje del filme como “convergencias fortuitas, no como vestigios antiguos, sino como términos recreados casualmente a partir de nuevos elementos etimológicos”. De cualquier forma ni Peterson ni Villeneuve parecen necesitar una explicación de porqué el héroe se llama Paul y su madre Jessica o cuál es la lógica de que hablen inglés contemporáneo.

Ni Peterson ni Villeneuve parecen necesitar una explicación de porqué el héroe se llama Paul y su madre Jessica o cuál es la lógica de que hablen inglés contemporáneo

Es cuestionable qué tanto puede esta decisión beneficiar al “realismo” de una historia en la que los guerreros cabalgan en gusanos de arena descomunales. Mientras que parece confirmar la tendencia de contradecir la voluntad de Herbert, que era insertar elementos contemporáneos en su recuento. Además de que esta supresión está en línea con la vieja tradición hollywoodense y occidental de borrar o satanizar a los árabes en el cine. Un ejemplo muy evidente es la sustitución de la palabra yihad por cruzada y guerra santa, dos conceptos muy anti musulmanes y que no significan lo mismo. El reemplazo se hizo para evitar las “connotaciones negativas” de ese término que en Occidente se ha vinculado con terrorismo. Hubiera sido inconcebible que dos películas de 165 y 190 millones de dólares hubieran corrido el riesgo de enajenar a su público al ser demasiado árabes o islámicas. 

Obras de culto

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Autor >

Naief Yehya

es pornografógrafo, ensayista y narrador.

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