Raphaël Glucksmann, la nueva gran esperanza de la izquierda europea
Raphaël Glucksmann, la nueva gran esperanza de la izquierda europea
Ramón González Férriz

Tribuna Internacional

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Raphaël Glucksmann, la nueva gran esperanza de la izquierda europea

Los últimos experimentos de la izquierda europea han salido mal. Syriza y Podemos alcanzaron el poder, pero fueron pésimos gobernantes. Ahora, hay otra opción: Plaza Nueva

Foto: El fundador de Plaza Pública, Raphaël Glucksmann. (Reuters/Abdul Saboor)
El fundador de Plaza Pública, Raphaël Glucksmann. (Reuters/Abdul Saboor)
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Los últimos experimentos de la izquierda europea han salido mal. Syriza y Podemos alcanzaron el poder, pero fueron pésimos gobernantes. La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, no está cerca de gobernar, y es una suerte, porque representa todos los tópicos del izquierdismo antiglobalista y reaccionario. Sumar no hace más que acumular traspiés y pronto podría perder a algunos de los miembros de su coalición. Dos nuevos partidos se estrenarán en las elecciones europeas. En Alemania, la Alianza Sarah Wagenknecht, que tontea con lo peor del comunismo y tiene fuertes rasgos xenófobos. Aquí, Izquierda Española, que tiene un programa deliberadamente opaco y maximalista que probablemente seduzca más a los intelectuales que a los votantes. Mi apuesta es que a ambos les irá también mal.

Pero hay otra opción. Se llama Plaza Pública. No es exactamente nueva, ya que su fundador, el francés Raphaël Glucksmann, lleva cinco años como europarlamentario. Pero en los últimos meses se ha convertido en una estrella política en Francia, se le considera un rival del cada vez más derechista partido de Emmanuel Macron y una posible alternativa, en el futuro, a Marine Le Pen. Los franceses son dados a encumbrar a figuras como él, que luego fracasan y pasan de moda. Pero su currículum y sus ideas encarnan el sueño de la izquierda más centrada.

De Ucrania a China

Raphaël, de cuarenta y cuatro años, es hijo de André Glucksmann, el célebre filósofo sesentayochista que acabó pasándose a la derecha liberal y proestadounidense. Ello le permitió frecuentar muy pronto a la élite intelectual francesa que vio con simpatía a Nicolas Sarkozy y abrazó un cosmopolitismo que hoy resulta antipático a partes del progresismo. Inició su vida pública con un documental sobre la responsabilidad francesa en el genocidio de Ruanda y se implicó en la lucha de Georgia y Ucrania por desembarazarse de la influencia rusa y acercarse a la Unión Europea. Ha dicho que durante un tiempo se sintió más en casa cuando estaba en Berlín o Nueva York que cuando visitaba determinadas regiones de su propio país, lo cual reconoció como un rasgo muy problemático de los miembros de la clase alta parisina. Fue director de una sofisticada y pedante revista literaria, Nouvelle Magazine Littéraire, y ha escrito un puñado de ensayos. Después de parecer durante un tiempo otro provocador francés de derechas, se declaró de centro-izquierda, apoyó a los socialistas y, tras su debacle, fundó Plaza Pública y se presentó a las elecciones europeas de 2019.

Foto: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. (Europa Press/Iñaki Berasaluce) Opinión

Y en estos años en el Europarlamento ha encarnado una izquierda liberal y combativa. Se buscó problemas con China por denunciar reiteradamente los ataques del Partido Comunista a la minoría uigur. Ha sido partidario de la transición verde y ha defendido una y otra vez sacar al ecologismo de su nicho ideológico. Tras la invasión de Ucrania, ha recordado sin cesar el peligro autoritario que representa Rusia y la necesidad de ayudar a los países a los que amenaza.

Sus rivales en la izquierda francesa le detestan. Dicen que es neoliberal. Que es demasiado proisraelí (la familia de su padre es judía y él ha condenado enérgicamente los atentados de Hamás y el antisemitismo, pero también las acciones del Gobierno de Netanyahu). El 1 de mayo fue expulsado violentamente de la manifestación del Día del Trabajador. Se ha roto la vieja coalición de pequeños partidos de izquierda porque muchos de ellos están incómodos con sus posturas. Sin embargo, la radicalización de esa izquierda antiliberal, y la percepción de que Macron es ya indistinguible de la derecha tradicional, le está dando el apoyo de muchos centristas e izquierdistas moderados. Hoy es tercero en las encuestas para las elecciones europeas, pero podría superar a la candidata de Macron y quedar segundo.

No por la izquierda, sino por el centro

Durante los últimos quince años, la izquierda ha dado por hecho que su renovación procedería de posiciones más radicales, que denunciaran la cobardía de la socialdemocracia y su aceptación del marco neoliberal, la UE y la OTAN. Pero todos esos intentos han fracasado o están en vías de hacerlo. Han sido, por lo general, aventuras estériles que han dejado tras de sí un montón de chatarra ideológica y de carreras personales quemadas. Hoy, en cambio, parece claro que Keir Starmer, el muy moderado líder del Partido Laborista, será el nuevo primer ministro británico. Los Verdes de Alemania, que conjugan el ecologismo con una robusta política exterior antiautoritaria y unas ideas económicas de centro-izquierda, tienen innumerables problemas como miembros de la coalición de Gobierno, pero encarnan un futuro posible para el progresismo juicioso. Glucksmann puede fracasar: es demasiado fotogénico, las acusaciones de que encarna el “socialismo champán” no resultan inverosímiles, y el entusiasmo de las élites europeístas y cosmopolitas por él puede hacerle daño. Y, como decía, las modas políticas francesas son en ocasiones fugaces: recuérdese que hace apenas dos años parecía que el derechista radical Éric Zemmour podía ser el nuevo presidente francés, y acabó recibiendo el 7% de los votos en las elecciones. Pero, tras Starmer y los Verdes, Glucksmann representa una nueva posibilidad de que la renovación esté en el centro, no en el extremo.

Tras Starmer y los Verdes, Glucksmann representa una nueva posibilidad de que la renovación esté en el centro, no en el extremo

Algún izquierdista español podría responder a esto que esa figura no hace falta. Para ello está ya Pedro Sánchez. Este sigue teniendo una buena imagen en el resto de Europa, y se le considera un socialdemócrata ortodoxo. Pero está creciendo la sensación de que sus métodos para retener el poder, o su uso de las propias instituciones europeas, son marrulleros, de viejo político artero. Hoy puede ser imitado por la izquierda italiana, por ejemplo, pero ha dejado de generar ilusión. Al menos en estas semanas previas a las elecciones, esta la encarna Glucksmann.

Los últimos experimentos de la izquierda europea han salido mal. Syriza y Podemos alcanzaron el poder, pero fueron pésimos gobernantes. La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, no está cerca de gobernar, y es una suerte, porque representa todos los tópicos del izquierdismo antiglobalista y reaccionario. Sumar no hace más que acumular traspiés y pronto podría perder a algunos de los miembros de su coalición. Dos nuevos partidos se estrenarán en las elecciones europeas. En Alemania, la Alianza Sarah Wagenknecht, que tontea con lo peor del comunismo y tiene fuertes rasgos xenófobos. Aquí, Izquierda Española, que tiene un programa deliberadamente opaco y maximalista que probablemente seduzca más a los intelectuales que a los votantes. Mi apuesta es que a ambos les irá también mal.

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