Reseña de “Juegos privados”, de Carmelo Chillida, por Alberto Hernández XXXVII Premio Internacional de Poesía FUNDACIÓN LOEWE 2024 Saltar al contenido

Juegos privados, de Carmelo Chillida

lunes 13 de mayo de 2024
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Carmelo Chillida
Carmelo Chillida, de manera mesurada, ha concitado la presencia de la poesía en persona, la ha personificado y la ha sentado frente a él mientras su inquieto lápiz comienza a llenar las líneas de las páginas.

“Juegos privados”, de Carmelo Chillida
Juegos privados, de Carmelo Chillida (Kálathos, 2023). Disponible en Amazon

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El lector entra en un poema dedicado a la poesía y sabe que lo convierten en parte de ese proceso de traslado de un espacio imaginado a otro. El poeta que protagoniza esta aventura ha reconocido que tenía tiempo sin escribirla, sin tenerla en la escritura, quizá en el pensamiento, en la mesura de algunas ideas e imágenes, pero ésta, la poesía, se negaba, como dama difícil, a salir a flote, a presentarse con sus atavíos y colores, con su desnudez, con sus silencios y pausas. Se negaba, y por eso el solitario, el poeta que la ansiaba, escribió al comienzo este fluir de palabras:

Así que, después de tantos años,
me visitas de nuevo, amiga.
Eres bienvenida.
Toma asiento, ponte cómoda, ¿quieres un café?…

Y ella, obediente, tomó el café mientras le enseñaba las rodillas al poeta, pero no la injurió, como lo hizo el otro hace tantas décadas. La recibió, conversó con ella, le pidió consejo. La atendió como se atiende a una dama, como se atiende a la belleza, como se atiende a alguien amado que hace mucho tiempo no se veía y ahora, allí, cerca, puede oler su presencia, leer sus líneas faciales, sus dedos que toman la taza y se la lleva a los labios en silencio. Sorbe el líquido y entonces Carmelo Chillida, el anfitrión, le dedica varios días, varias páginas que, habiendo estado en blanco, esperaban la encarnación de los sonidos, que de la boca de la poesía emergen con la fuerza de las palabras bien hiladas, enhebradas.

Y por eso:

Cuando la Musa viene, viene.
Y cuando viene, es hora de sacarle punta al lápiz…

Usa el poeta la voz “musa”, que podría parecer vieja, rancia, en desuso, pero sucede que ella, la Musa, ha estado siempre anclada en la ausencia de ella misma. Es un fantasma que aparece de pronto, que puede permanecer con otro nombre, escondida. Es más, lo hace. Otros prefieren decir inspiración, también poco recibida con agrado por muchos, pero es una palabra que se sostiene en ella misma, por ella misma, en quienes la usan o la malversan o la requieren como elevación. Ambas voces son de quienes las usan. Habría que borrar todas las antiguas que andan por allí a la espera de que alguien las pronuncie.

El poeta insiste en la poesía que recién llega, la que se asoma y está a punto de trazarse sobre el papel o quedar iluminada en la pantalla del computador.

Lector y poeta se encuentran en esta insistencia: ¿qué va a decir, que lo motivará a escribir?

Entonces:

El autor anda buscando un tema.
El tema busca al autor…

Y una vez que ha dado con el tema, con el impulso para escribir, surge la crítica de quien puede leer ese tema:

Si escribes sobre la luna,
te llamarán lunático.
Si escribes sobre la Musa
tus versos estarán pasados de moda…

El tema, como personaje, lo atrapa, lo hace posible como poeta, una vez más.

 

El poeta espera, hasta que ella, la poesía, retorna, íntima, silenciosa, dueña de sus viajes, sonidos y silencios, pausas y versos.

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Una cierta privacidad juzga y juega con el autor. La poesía se esconde. Ambula lejos, se ata a las nebulosas, ancla sus ecos a las galaxias. Mientras tanto, el poeta espera, hasta que ella, la poesía, retorna, íntima, silenciosa, dueña de sus viajes, sonidos y silencios, pausas y versos. Se sienta y acepta la invitación. El poeta juega con esa privacidad en la sala donde compone sus palabras, las arma, alista para hacerlas públicas. La niña, muchacha o señora que ha dejado la taza regresa a la página como años antes y se desplaza hasta conformar el tomo que habrá de hacerse libro. Este juego, esta privacidad, se revierte en lectores. El lector, hecho uno con el libro, se consagra a descubrir los secretos de quienes habían entablado relación de entrega.

La insistencia del lector es la misma de la del poeta: mientras se lee el poema encontrado se indaga en la búsqueda anterior para ver los resultados. Lector y escritor juegan en un espacio secreto, en una suerte de privada y silenciosa expresión de respeto por las palabras que se han constituido en poema, en su contenido y esencia, la poesía: Carmelo Chillida, de manera mesurada, ha concitado la presencia de la poesía en persona, la ha personificado y la ha sentado frente a él mientras su inquieto lápiz comienza a llenar las líneas de las páginas.

Surgen los temas. Surgen las insidias. Los motivos, los asuntos que andaban atados en el interior del universo personal del poeta, ahora sueltos como aves invisibles. Y él mismo se pregunta por los temas, por lo que va a decir. Y es la misma poesía quien lo lleva de la mano a encontrarlos, porque ella es el tema.

Arriba a una edad durante la cual “no se puede perder tiempo en tonterías”, como él avisa, porque la vida va paso a paso a tu alrededor, y hay que sacarle provecho, vivirla, pasearse por las diferentes estaciones, por la vejez que alguna vez llegará, y allí el personaje de la abuela… La poesía lo increpa: “¿Qué buscas en estas líneas, asomado?”. Claro, el tema, busca el tema, se busca él mismo, por eso recuerda en los versos sus paseos por el Ávila, referente ancestral que vigoriza la existencia. Mira el mundo desde el sexto piso de su edificio y recuerda al poeta Harry Almela. Conversa solo con Mark Strand a quien le agradece su influencia y dice de las quejas de los poetas. La soledad y su diccionario de mitología griega y romana donde perduran también los personajes de muchos temas, de muchas vidas donde está la de él mismo como reflejo.

La poesía siempre será un homenaje. Carmelo Chillida va al abuelo, ya ido, pero vivo en la memoria, en el poema que acaba de escribir una vez que la poesía regresó. También a la poeta Wislawa, un tributo como para agradecer su escritura, esa privacidad que juega con la presencia permanente del silencio, hasta que éste aparece vertido en imágenes, en poemas volátiles, sueltos, descomplicados, hermosos desde el decir cotidiano.

Una vez leído el libro, éste deja de ser un juego privado, íntimo, para ser compartido, un juego de múltiples complicidades. De impresiones que quedan como una marca familiar, poética.

Alberto Hernández
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