Más allá del premio Nobel Santiago Ramón y Cajal: los otros "Cajal"

Más allá del premio Nobel Santiago Ramón y Cajal: los otros "Cajal"

Explorando las contribuciones ocultas y el legado perdurable de los discípulos y colaboradores de Santiago Ramón y Cajal, los otros “Cajal” que forjaron el camino de la neurociencia moderna.

Más allá del premio Nobel Santiago Ramón y Cajal: los otros
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La larga sombra de Santiago Ramón Cajal, si bien pudiera antojarse ubicua como padre de la neurociencia, no es capaz de eclipsar a otros dos «cajales», acaso tan interesantes y poliédricos como el propio Santiago: Justo y Pedro, su padre y su hermano, respectivamente.

Porque no solo las maneras disciplinadas y austeras del padre conformaron la visión de la vida del Nobel, sino que el trabajo en la sombra de su hermano, considerado más responsable y diligente, complementaron los estudios del que se considera uno de los científicos más importantes de la historia de la ciencia española.

Antonia Cajal (en el centro) rodeada de sus cuatro hijos: Pabla, Jorja, Santiago y Pedro.

Antonia Cajal (en el centro) rodeada de sus cuatro hijos: Pabla, Jorja, Santiago y Pedro.Instituto Cajal (CSIC)

El padre estricto

Justo Ramón Casasús nació en Larrés, Huesca, en 1822, en una España políticamente convulsa que había ido perdiendo todas sus colonias en América del sur.

Desde bien joven trabajó como labrador y pastor y más tarde, ya con dieciséis años, se mudó a Javierrelatre, aldea ribereña del Gállego, para ejercer como mancebo en una barbería del barrio del Arrabal, al otro lado del río Ebro. La surtida biblioteca de libros de cirugía de su jefe, así como el cuidado y asistencia que le confiaba de sus enfermos, fueron despertando en él la vocación de la carrera médica.

De una fuerza de voluntad granítica y una memoria prodigiosa, Justo estaba persuadido por la idea de que debía convertirse en un hombre de bien y ganarse la vida con un trabajo bien remunerado, así que, con apenas veintidós años de edad, solicitó su sueldo, se despidió de su trabajo y emprendió una marcha a pie hasta Zaragoza. Allí estuvo varios días malviviendo hasta que otra barbería le consintió asistir a las clases y emprender la carrera de cirujano.

Su férrea determinación, sumada a unos años de completa austeridad, le permitieron no solo ganar una plaza de practicante del Hospital Provincial de Zaragoza, la cual le daba derecho a residencia, manutención y un sueldo de tres duros, sino también completar sus estudios de cirujano de segunda o romancista (es decir, un tipo de cirujano que no sabía latín, a diferencia del cirujano de primera o latino). Obtuvo sobresaliente en todas las asignaturas.

Sin embargo, ni siquiera la obtención de este título fue un camino sencillo para Justo, pues un cambio en la legislación le obligó a terminar sus estudios en Barcelona, ciudad a la que llegó desde la capital de Aragón tras siete días de caminata, sorteando a los salteadores de caminos. En Barcelona, además, tuvo que instalar un puesto de barbero ambulante en el Puerto para complementar sus ingresos; puesto que voló por los aires cuando los levantamientos revolucionarios de la época obligaron a los cañones del destacamento de Montjuic a abrir fuego sobre la ciudad. Además, el ataque hirió a Justo en una pierna, pero no fue capaz de doblegar su determinación.

Así que, con su título bajo el brazo, Justo regresó a Petilla de Aragón para empezar a trabajar como cirujano y, dos años después, se casaría con Antonia Cajal Puente, en Larrés, el 11 de septiembre de 1849.

Hasta ese momento, solo firmaba humildes contratos en pueblos como Luna, Valpalmas o la particular villa de Petilla de Aragón, un enclave navarro rodeado por tierras aragonesas donde también nació su hijo Santiago. Incluso para un hombre titulado, las condiciones eran deplorables. En palabras del propio Santiago, Petilla era un pueblo pobre y abandonado del Alto Aragón, sin carreteras ni caminos vecinales, así que los trabajos de su padre le reportaban unos emolumentos modestos, y su oficio le obligaba no solo a visitar a pacientes, sino también a afeitar a los vecinos. Unos emolumentos que debía complementar cazando liebres, conejos y perdices. 

Como Justo no quería quedarse anclado en aquellas condiciones, continuó estudiando, ampliando su formación en Madrid. Allí obtuvo el bachiller de Medicina por la Universidad de Madrid en 1860, cursando las asignaturas de Patología Médica, 1o de Clínica Médica, Higiene Pública y Medicina Legal y Toxicología. Ese mismo año, se inscribió en la Universidad de Valencia para acceder al grado de licenciado. Dos años después, ya se estaba sometiendo a un examen práctico de un caso de «catarro pulmonar crónico», obteniendo la calificación de aprobado.

Fueron la tenacidad y la capacidad de sacrificio las que permitieron que, poco a poco, Justo se convirtiera en un facultativo cada vez más conocido no solo en la provincia de Aragón, sino también en la Ribera Navarra, particularmente en Corella, donde quiso aprovechar sus contactos para que su hijo Santiago ejerciera también como médico, o más bien como cirujano, porque como él mismo decía: «Para los efectos del premio existirá siempre entre el cirujano y el médico la misma relación que entre el diplomático y el caudillo. Quien persuadiendo, triunfa, granjea opinión no libre de envidia; quien triunfa combatiendo, tiraniza hasta la envidia misma».

Una relación tensa con su hijo mayor

Justo había ya dado clases de anatomía a su hijo, y también lo había colocado como mancebo de un amigo suyo que era cirujano. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, Santiago rechazó aquella oferta, pues tenía otros planes para su futuro. Aquel rechazo no pilló desprevenido a Justo, que a menudo había mantenido una relación difícil con su primogénito. Pero aun así, intentó persuadirlo una y otra vez, pues siempre había ambicionado que sus dos hijos se labraran un buen futuro en la medicina. 

Quería concienciarlos de lo difícil que era salir adelante si se dormían en los laureles. Bien lo sabía por su condición de tercer hijo de una familia humilde de labradores, lo que le había acarreado la pérdida del derecho a heredar las pocas tierras de su padre: era común en la zona pirenaica y en otras comarcas de Aragón que las tierras fueran heredadas por el mayor de los hijos, también llamado el ereu en la fabla aragonesa. Así que su filosofía en la vida era que nada se obtenía si no era a través de tesón y sacrificio.

Justo Ramón Casasús (1822-1903), padre de Santiago Ramón y Cajal, retratado cuando tenía en torno a los 55 años.

Justo Ramón Casasús (1822-1903), padre de Santiago Ramón y Cajal, retratado cuando tenía en torno a los 55 años.RANME

Es por ello que Justo no dio tampoco por concluido su peregrinaje formativo. Continuó estudiando, hasta obtener un puesto como profesor de disección en la Universidad de Zaragoza. Como explica el propio Santiago en su libro autobiográfico Recuerdos de mi vida: «Apesadumbrado en los primeros años de su vida profesional, por no haber logrado, por escasez de recursos, acabar el ciclo de sus estudios médicos, resolvió, ya establecido y con familia, economizar, a costa de grandes privaciones, lo necesario para coronar su carrera académica, sustituyendo el humilde título de Cirujano de segunda clase con el flamante diploma de médico-cirujano».

A los 61 años, dimitió de la docencia al no poder revalidar su plaza cuando la escuela libre provincial de Zaragoza pasó a ser la Facultad de Medicina estatal, aunque continuó ejerciendo en su clínica. Era 1883.

Quince años más tarde, su esposa falleció tras sufrir largos padecimientos de una dolencia crónica. Sin embargo, escaso tiempo permaneció viudo, pues un desliz cometido dos años antes con una joven de Castellón, Josefa Albesa, le había dado un hijo fuera del matrimonio. Justo, a pesar de su provecta edad, nada menos que 76 años, estuvo obligado a casarse con Josefa, de apenas 22. Poco después, con 81 años, Justo falleció en su casa de la calle de San Jorge de Zaragoza.

Timoteo Aparicio (1814-1882), político y militar uruguayo miembro del Partido Nacional que encabezó la Revolución de las Lanzas. Pedro Ramón y Cajal se enroló en su guerrilla.

Timoteo Aparicio (1814-1882), político y militar uruguayo miembro del Partido Nacional que encabezó la Revolución de las Lanzas. Pedro Ramón y Cajal se enroló en su guerrilla.

El hermano modélico

El hermano de Santiago, Pedro, nació dos años después que él. A diferencia de Santiago, de naturaleza díscola y rebelde, siempre fue un hijo modélico y también un excelente estudiante. Sin embargo, con diecisiete años, su reputación se hizo añicos de la noche a la mañana. El excesivo celo y tutela del padre, que insistía en que sus dos hijos se convirtieran en grandes médicos para huir de las penurias económicas tal y como él lo había hecho, no solo había originado en Pedro la necesidad de ser siempre el mejor. También había instalado la idea de que si fracasaba, el error sería imperdonable. Por esa razón, cuando suspendió una asignatura del último curso de bachillerato, decidió escapar de casa para evitar enfrentarse a su padre y a su fracaso.

Junto a un buen amigo, recorrió a pie la distancia que había desde Huesca hasta Burdeos. Pero los cuatrocientos kilómetros que le separaban de su padre no fueron suficientes. En Burdeos se embarcó entonces como polizón en el velero Queen, rumbo al lejano Uruguay.

Tras una singladura no exenta de peripecias y hasta situaciones de muerte casi segura, Pedro se enroló en la guerrilla del coronel Timoteo Aparicio nada más llegar a Uruguay. Aparicio era un exmilitar que encabezaba la Revolución de las Lanzas, llamada así porque fue el último conflicto militar en el que se usaría esta arma para librar las batallas. 

Pero a pesar de que casi había tomado Montevideo, poniendo en jaque a las tropas gubernamentales, finalmente tuvo que replegarse hacia el interior del país, donde sus hombres sufrieron continuas derrotas. Debido a que Pedro tenía estudios, enseguida se convirtió en su asistente porque Aparicio no sabía ni leer ni escribir. Los siguientes siete años los pasó así, viviendo aventuras al aire libre, participando en escaramuzas e, incluso, sobreviviendo por muy poco a heridas de combate. 

Siete años fueron suficientes para que Pedro decidiera abandonar la guerrilla junto con otro compañero de origen italiano. La forma de hacerlo no pudo ser más osada: a lomos del caballo del propio coronel. Sin embargo, no tardaron en ser atrapados y condenados a muerte por traición. A punto de ser fusilado, Pedro salvó la vida gracias a la intervención de la familia de su compañero de fugas, que se había puesto en contacto con el consulado italiano para que intercediera en el último momento por él.

Fue así como Pedro logró salir del país y regresar a casa. No podía estar más sorprendido de su buena suerte, así que asumió que la Virgen del Pilar había sido su benefactora. Casualmente, aquella creencia le volvería a salvar la vida por muy poco. Ya llegando en tren a Zaragoza, se bajó del vagón para rezar una oración a la Virgen de la Basílica del Pilar sobre el Ebro. El tren se fue sin él y, poco después, el convoy descarriló y acabó con la vida de sus compañeros de viaje. Su devoción por la Virgen se vería así fortalecida para el resto de su vida.

En 1895, Pedro Ramón y Cajal (1854-1951) ganó la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de Cádiz.

En 1895, Pedro Ramón y Cajal (1854-1951) ganó la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de Cádiz.ASC

El regreso del hijo pródigo

De vuelta en casa, como no podía ser de otra forma, se plegó a las órdenes de su padre y prometió terminar sus estudios, y así lo hizo. A los 24 años de edad, en 1978, ingresó en la Facultad de Medicina de Zaragoza, y un año más tarde ganó por oposición la plaza de alumno interno de Anatomía, licenciándose tres años más tarde con un sobresaliente. 

De este modo, Pedro se convirtió en un reputado clínico de la Facultad de Medicina de Zaragoza, y realizó asimismo importantes investigaciones acerca de la histología comparada del sistema nervioso, ganando en 1895 la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de Cádiz. Como él mismo escribiría, también sería un colaborador cercano del futuro Nobel: «Una de mis mayores satisfacciones fue la de ser el único amigo y confidente de mi hermano Santiago».

Porque Pedro, aunque continuó practicando la medicina y ampliando sus estudios, centrándose en la anatomía patológica de la mujer (particularmente los procesos cancerígenos), nunca lo hizo para eclipsar o superar a su hermano, sino para respaldar la investigación de este a propósito de la teoría neuronal. 

A la edad de 70 años, se jubilaría como catedrático de la universidad pronunciando las palabras que siguen: «Me retiro de la palestra orgulloso de haber vivido la espléndida vida de nuestra Ciencia». 

Con todo, Pedro continuaría ejerciendo como médico colegiado durante un cuarto de siglo más en su clínica de Zaragoza, donde se había especializado en ginecología. Solo dos meses antes de morir, el 10 de diciembre de 1950, la ciudad de Zaragoza celebró un homenaje a Pedro, que ya contaba con 96 años de edad. Había estado trabajando en su consulta hasta los 95 años de edad. 

A pesar de que era reacio a recibir distinciones y honores, aceptó aquel homenaje y pronunció estas palabras que ponen en evidencia su intachable humildad: «Los honores que he logrado han sido muy grandes: ser español, ser aragonés, ser médico y ser hermano de Santiago»

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