La última y me voy - La Opinión de Málaga

Opinión | Notas de domingo

La última y me voy

Lunes. La sala, pequeña, donde se celebra el acto de presentación del libro 'El recurso a la belleza', de Mariano Vergara, editado por la Fundación Unicaja, estaba a rebosar. Cabía un alfiler, pero se quedó en la puerta del agobio que le entró. El volumen recoge artículos publicados en La Opinión de Málaga. Una visión de la vida desde el dandismo, la lucha contra la fealdad, una cierta nostalgia y una decadente elegancia. Por el libro desfilan Ratzinger, Cánovas, Roma, Viena, Málaga o Madrid. Ese Madrid del Museo del Prado, el Ateneo, la civilidad, las cañas bien tiradas, los cielos velazqueños y la alegría de vivir. La que me entra a mí una vez que termino de hablar. No se libra uno nunca de esa pequeña punzada previa, esos nervios, antes de subir y hablar en un atril y cerrar de ojos. La cosa sale bien y entonces hay caña posterior, caña merecida, caña de lunes, no a la madrileña y sí en vaso algo grande, rozando las dimensiones del copón. Sabe bien. Sabe a estrés liberado a deber cumplido, a alegría del triunfo de un amigo. Como hay que madrugar muchísimo, me quedo hasta las tres de la mañana leyendo. Y viendo idioteces en Tik Tok. Sí, yo también.

La última y me voy

La última y me voy / Jose María de Loma

Martes. Pedro Urraca fue un ser deleznable que se dedicó en la Francia del 39-40 a «cazar rojos», ejercer la delación, forzar detenciones de republicanos exiliados, trasladarlos a España. A cualquiera que le pareciera bien y con mucha inquina. En numerosas ocasiones sin motivo. Un buen día se ofrece al director general de seguridad para que le dote de un colaborador. A partir de ahí, el ambiente de personajes, personajillos, artistas, escritores, etc. en esa Francia que Hitler está a punto de invadir. De esto trata la última novela de Juan Manuel de Prada, 800 páginas, ‘Mil ojos esconde’, se titula. En ella vuelve a aparecer Pedro Luis de Gálvez, que protagonizó otra novela de Prada, Las máscaras del héroe. Ya saben, Gálvez, el bohemio transmutado en chequista que paseó a su bebé muerto por las tascas, metido en una caja de zapatos, para pedir limosna con la que emborracharse, escena que inmortalizó Valle Inclán.

Miércoles. No sé qué hace la poesía contemporánea que no se ocupa más de la lata de atún. La lata de atún salva cenas, refrena antojos, saca de apuros, marida con una olvidada mitad de tomate que haya en la nevera y admite hasta la compañía de la última rebanada de pan Bimbo. Vale para todo y puede ser símbolo de la falta de previsión o bandera de la improvisación. No se queja, no se echa a perder, cabe en cualquier sitio, le gusta la mayonesa, vale para tortilla. Poca poesía se le hace, sí. Incluso podría valer para la poesía social, en plan héroe vencido, la negritud de la noche, pensión cutre. Y latita de atún que mancha de aceite la colcha raída.

Jueves. Coloquio en Alhaurín el Grande a propósito de Chaves Nogales junto a Luis Guerrero y Agustín Rivera. Ochenta años de la muerte de quien tuviera como bandera el lema de «andar, ver y contar». Un asistente nos pregunta que dónde estaría ahora Chaves Nogales. Le digo que en Gaza, informando. Me reconcome de vuelta a casa, conduciendo de noche, ingrata actividad ya para mí, la pregunta y la respuesta. Le tenía que haber dicho: en el paro. No emitía bulos, no se casaba con nadie, denunció el fascismo, el comunismo, la burrez, la sed de sangre, la ridiculez de algunos políticos. J. Bayona prepara una serie o película basada en A sangre y fuego. Expectación.

Viernes. La última y me voy como undécimo mandamiento.