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Actualizado: 02/06/2024 23:44
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Cuba, Inmigrantes, Deterioro

90 millas no son 145 kilómetros

La cercanía geográfica y la distancia idiosincrática entre La Habana y el sur de la Florida parecen ser cada día mayores. Nunca han estado tan lejos y a la vez tan cerca

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Se da por sentado que entre el punto más al sur de Estados Unidos y la costa próxima de Cuba hay 90 millas de distancia. Equivaldría en el sistema internacional de medidas a cerca de 145 kilómetros. Sin embargo, entre La Habana y Miami, las ciudades más populosas de los dos estados, hay 228 millas, unos 367 kilómetros. Sobre esos cálculos fríos, tardaríamos de 30 a 45 minutos entrar por avión a cada país, o un poco más de una hora al volar desde el aeropuerto José Martí al Internacional de Miami. Un crucero a veinte nudos tardaría apenas 10 horas. Y si algún día se construyeran un puente entre los puntos bastaría para llegar a un lado y al otro hora y media en automóvil. Hace sesenta años había un sistema de botes de pasajeros y automóviles que por 30 dólares hacían la travesía en la mañana y la tarde (desayunar en La Habana, almorzar en Miami).

Sin embargo, la cercanía geográfica y la distancia idiosincrática parecen ser cada día mayores. Nunca La Habana y el Sur de la Florida han estado tan lejos y a la vez tan cerca. Lejos porque después de seis décadas de comunismo tropical, el material humano que desembarca en estas costas al Norte, salvo excepciones, acusa el deterioro lógico de no haber vivido en libertad. Cerca porque, aunque Miami dejó de ser muchos años atrás el lugar donde viejos, millonarios y traficantes norteamericanos se refugiaban de la muerte y de la ley, ahora la masa emigrante latina hace casi imposible oír hablar inglés en cualquier rincón de la Ciudad Mágica.

Aún no sabemos si para bien o para mal, Miami está a punto de colapsar por el tráfico, un desempleo galopante (solo trabajos parciales y mal remunerados), seguros de carros y casas incosteables, la eclosión de nuevos barrios con las mismas carreteras de siempre, una alcaldesa que parece tener la vista puesta en los rascacielos del Downtown y dice “Miami está floreciendo” (también florecen los jardines del cementerio). No hay un día en que usted salga a la calle y no se tope con varios accidentes. Es difícil entrar a un mercado y no oír la gritería y la falta de educación. La música alta, los Vehículos Recreativos convertidos en casas, hombres jóvenes y fuertes sentados en las esquinas.

Ningún grupo de recién emigrados en esta ciudad es tan contradictorio como el de los cubanos. Tienen como ninguno privilegios con razones que no es momento explicar. Pero esas mismas prebendas pueden convertirse en palos a las ruedas de la inserción en este país. Matemáticas sencillas reportan que han entrado más de medio millón de cubanos en los últimos 3 años. Suponiendo que la mitad, unos 250.000, se localicen en el Sur de la Florida, equivaldría a la sexta parte de los habitantes que viven aquí. El detalle, sin embargo, no es la cantidad, difícil de asimilar en breve tiempo. El dato importante es cualitativo: el deterioro de la masa humana que alcanza estas costas, para quienes, como el 80 % de la población de la Isla, la palabra libertad y responsabilidad no dicen nada apenas.

Quienes lean estas líneas y no sean cubanos, creerán que son exageraciones. En Cuba usted no es dueño ni del agua que se toma. El régimen decide quien recibe agua, cada qué tiempo y cómo. Hay ciudades en donde llevan años cargando cubos desde las pipas. Con fortuna en ciertos municipios de La Habana hay un día con agua y otro sin ella. Usted no puede elegir si quiere tomar agua fría (luz eléctrica), gaseada, en pomo, saborizada, o energética si no tiene la “moneda del enemigo”. Al llegar al cruel capitalismo debe ser responsable: son dañinos los excesos de calcio, los edulcorantes, el exceso de sales y minerales en las energéticas.

Cuba se está apagando, literalmente

En Cuba usted no decide ni el aire que respira. Si tiene un aire acondicionado solo puede prenderlo unas horas para evitar el tarifazo eléctrico. Si tiene un ventilador debe ahorrar, aunque en la noche isleña el calor hace que las aspas vomiten fuego. En la calle los dueños de autos viejos han sobornado a las autoridades y los inspectores; sus carros expelen contaminantes que tiznan los pulmones de los ciudadanos y las fachadas de edificios que se derrumban.

En Cuba la persona humana no decide lo que va a comer. Se debe conformar con lo que “echan” en la bodega. O como antiguos recolectores y cazadores, andar a la búsqueda del manjar del día que puede ser una croqueta de ave…, un picadillo sin textura, un pollo “del enemigo”, un pan ácido con una “pasta” también de ave… El recolector-cazador no tiene sal para salar, ni grasa para freír y guardar, y menos luz para refrigerar. Debe comer, y comérselo todo, como si fuera a invernar en el Trópico.

El cubano se viste con lo que le regalan. O lo que se compra con la “moneda de la mafia cubana”. Es así como podría ir a un lugar serio con una lycra o una camiseta playera, y a una fiesta con camisa de mangas largas (guajiro endomingado). Nadie sabe anudarse una corbata. Combinar medias, zapatos y camisa. En invierno se pone el abrigo que fue del abuelo, y la estola de la abuela. Lejanos quedaron los días cuando podían escoger calzoncillos o camiseta por un cupón del MINCIN.

El lector no cubano está lejos de comprender el complejo tránsito desde donde no se deciden cosas elementales a un lugar donde todo depende de una buena o mala elección personal. Vivir sin control de nada a tener en sus manos la dirección casi total de la vida y del futuro. “Casi” porque en la sociedad de mercado el ser humano es parte de lo que se vende y se compra. La analogía que se me ocurre es la de nuestros compatriotas apelotonados en un autobús —una imagen muy real. No tienen idea de a qué lugar van, ni quien —caprichoso— conduce la guagua. Pueden percibir el camino accidentado. Pero, aunque quieren avanzar, el automóvil permanece en el mismo sitio. Y no pueden o no quieren bajarse del autobús. Quienes se apean enfrentan el dilema de manejar su propio carro sin experiencia ni conocimiento de las “leyes” en una vía totalmente distinta. La “adaptación creativa” es fundamental. Es otro detalle al cual el recolector-cazador no está acostumbrado: somos lo que fuimos capaces de hacer por nosotros mismos. La vida humana y la libertad no dependen de un Partido, un Líder, un Papá.

Cuba se está apagando, literalmente. Y si un día para algunos fue como un Sol, hoy tiende a ser un Agujero Negro, una estrella que al morir absorberá toda la energía que ha dispersado por el universo. No habrá límites de espacio ni de tiempo. Millas y kilómetros. ¿A quién le importará?


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