Kevin Costner en 'Horizon. Una saga americana'

Kevin Costner en 'Horizon. Una saga americana'

Cine

Kevin Costner vuelve al Oeste épico 35 años después de 'Bailando con lobos' y Los Ilusos iluminan Cannes

Jonás Trueba presenta en el festival su obra más arriesgada y excitante, y Costner estrena la primera entrega de su tetralogía 'Horizon'.

20 mayo, 2024 17:37

En Volveréis, proyectada dentro de la Quincena de Realizadores, Jonás Trueba, Itsaso Arana y Vito Sanz siguen explorando, desde un cine sensible y juguetón, los recovecos que la vida de a pie reserva a quienes la miran atentos. Después de la luminosa Tenéis que venir a verla, que abordaba las vicisitudes de la pareja estable desde lo puramente vivencial, en Volveréis los derroteros del “amor-repetición” –así los llama Kierkegaard– son puestos bajo escrutinio desde lo cotidiano y lo práctico, a la vez que actúan como muletas para construir la forma de la propia película.

Los Secretos de un matrimonio del madrileño empiezan cuando Ale (Arana), o Alex (Sanz), porque la confusión es buscada, propone al otro que sigan el consejo del padre de ella (Fernando Trueba como padre frío y divertidísimo) y organicen una fiesta para celebrar su separación inminente, tras catorce años de una pareja que dejan en buen término.

La película –cuyo título es en sí mismo un pronóstico desmentido en bucle– seguirá cómo van explicándolo a amigos y familia cual espejo privilegiado con el que descubrir, o ilustrar, los deslices que se esconden detrás del mutuo acuerdo… Uno triste, cansado, siempre un poco absurdo. Asimismo, Volveréis hará también las veces de tarot con el que probar cómo se siente aquello que cuando lo decimos ya no es nuestro y ya es un poco real.

¿Cómo te verás cuando no estés conmigo?

Todo parte, claro, de la espontaneidad refinada que tanto Jonás Trueba como Itsaso Arana han ido perfeccionando en sus últimos proyectos (Las chicas están bien llevaba lo cotidiano a un término sencillísimo y magistral), y que aquí viene anidada por una fórmula calculadísima y en oxímoron: diálogos vivaces, rítmicos pero esponjosos. Se viven, que no se entienden.

Vito Sanz e Itsaso Arana en 'Volveréis', de Jonás Trueba

Vito Sanz e Itsaso Arana en 'Volveréis', de Jonás Trueba

Al mismo tiempo, y en la línea de estas últimas películas, Trueba, Arana y Sanz romperán la cuarta pared para emplear el cine como lupa –o muleta, decíamos–, para la fantasía. Ale es directora, Alex su actor. Acompañada por Miguel Ángel Trudu (quien, por cierto, no monta la película), desde la sala de montaje Ale puede mirar a Alex cuando va solo y triste por la calle, o cuando atiende a su cercana profesora de pintura; verlo sin estar presente.

También podrá verse a sí misma, por qué no, y retocar esa musiquilla melancólica que nos acompaña a todas horas cuando nos sabemos protagonistas de una historia de desamor. El cine como forma de paladear aquello que aún no es del todo, de hacer tangible la pérdida y sostenerla, como Alex intenta bromeando medio borracho en un bar, o Ale comprándose un pijama de seda que ya es suyo y sólo suyo.

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Pero esta es una película de Los Ilusos, así que el amor debe aparecer en alguna parte. El primer gran descubrimiento de Volveréis es maravillosamente superficial: separarse supone una fantástica forma de cartografiar el estado de salud de todas tus otras relaciones, un camino de regreso a los amigos que apartamos y a aquello que éramos sin contarnos. Lo sabemos: romper nos obliga o nos permite (que es lo mismo) a explicarnos de nuevo, como si fuéramos en efecto protagonistas de nuestra propia película. Un drama, quizás, que no se entiende sin personas y personajes a ambos lados de la pantalla.

Kevin Costner amplía nuestros horizontes de grandeza

Han pasado algo menos de treinta y cinco años desde Bailando con lobos, wéstern sensible dirigido y protagonizado por Kevin Costner y que reventó la temporada de premios, Oscars inclusive. Desde entonces, Costner ha guardado bien el fuerte del Oeste clásico, hogar del bien, del mal y de las mejores historias, con sombrero y pistoleras, sobre la letra pequeña del contrato social.

El de California vestía sus botas en la pequeña pantalla por la serie Yellowstone, que también producía, y por el filme prácticamente olvidado Open Range (2003), que también dirigía. Así es que su presentación en las pantallas enormes de Cannes, dentro de Sesiones Especiales, se haya vivido como un regreso en toda regla.

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Durante estas tres décadas, Costner ha estado preparando un proyecto colosal: Horizon. Una saga americana, un serial en cuatro capítulos y unas diez horas aproximadas, de las que hemos visto tres en su primera entrega. Se trata de una superproducción de noventa millones de dólares (de momento, quedan los dos últimos episodios por rodar), financiada en parte por el propio Costner y sin ningún reparo sobre su propia magnitud.

En forma y fondo, Horizon se sabe un elefante entre antílopes, un clásico a contracorriente en tiempos de cambio. Se hilvana con la entereza de las novelas televisivas de antes, enredadas de tramas y donde no podía perderse un segundo sin que la acción avanzara.

Primero, asistimos a la masacre de una comunidad de colonos en tierras de Apaches, el luto de los caídos y los albores de una venganza por parte de los hombres supervivientes; una venganza que no traerá más que sangre, como arguye el coronel interpretado por Sam Worthington, pero que en vista del retrato endemoniado de la comunidad nativa casi parece justificable.

Luego veremos la persecución de un grupo de matones a través del boscoso Wyoming, detrás del caballero andante al que interpreta el mismo Costner, con damisela en apuros incluida (Abbey Lee). Por último, se intercalan breves ojeadas al conflicto entre una pareja de clase aburguesada en una caravana que cruza el desierto, capitaneada por Luke Wilson.

He simplificado muchísimo un argumento prieto por los lugares comunes del género, a los que esta serie de películas vuelve con auténtica reverencia, siempre con la transparencia emocional por bandera. Horizon se gusta, y con razones. La música de John Debney es majestuosa, los colores y las ópticas de James M. Muro pulen la grandeza controlada del wéstern clásico, caballo domado que no se cuestiona sus propios pilares (Costner no es Tarantino, o los Coen).

Horizon, que peca de larga justamente por falta de novedad real y de “viejuna” por una representación artificiosa de mujeres e indios, funciona eso sí como un homenaje sentido a los grandes referentes, aquellos clásicos que conocemos y los que aún no. La saga de Kevin Costner abre el apetito por las grandes llanuras, incita a descubrir el wéstern. Promete valles verdes al otro lado de la cordillera… Pero que los encontremos en los capítulos que vienen, eso ya será otra cosa.