Libro Eviterno, capítulo Capítulo I: Inesperado, página 1 leer en línea

Eviterno

Capítulo I: Inesperado

Como era habitual, Lucas salió de su reducido monoambiente y se dirigió al parque. Sostenía la cajetilla de cigarrillos con los dedos trémulos por la inquietud. Gastaba su vida en trabajo y más trabajo, y la nicotina, al parecer, era su única compañía eficaz para olvidar su monotonía. Unas buenas caladas le harían ignorar el vacío que se le expandía en el pecho y carcomía sus emociones positivas. Aunque alguna vez se dijo que la soledad era lo que necesitaba, no contempló que era un arma de doble filo que hacía lo imposible por clavarse más y más en su alma herida, pero estaba dispuesto a cruzar esa agonía. No volvería con sus padres, salvo si era en una urna con sus cenizas. Había llegado a su límite… Todo lo que abrumaba su mente se había desligado de él en el momento en que empacó sus pocas pertenencias y se marchó sin avisar.

Avistó su banca y se apresuró a sentarse en ella. Buscó en uno de los bolsillos delanteros de su pantalón y sacó el encendedor para prender el primer cigarrillo de la noche. Sabía que quizá devoraría la cajetilla entera hasta aliviar los pensamientos truculentos que lo visitaban en ese horario. Inhaló con placer y se regocijó con el ardor que atravesó su garganta. Esa era la sensación idónea que lo apartaba de cualquier malestar.

Suspiró y se dedicó a mirar el firmamento, su otro compañero perpetuo.

—Lloverá —musitó perdido en las estrellas, que parecían saludarlo con entusiasmo.

No se percató del hombre que deambulaba cerca ni de su interés por el cigarrillo que sostenía como si diera la vida por él.

—¿Puedes darme uno?

Se estremeció y lo observó ceñudo.

—Hombre, qué fantasma —espetó, y aunque quería pasar de él, no pudo evitar fijarse en sus ojos oscuros. Brillaban, sí, pero ese brillo se le hacía muy conocido.

«Conque tú también, eh».

Apretó los labios y le tendió un cigarrillo con el encendedor.

—Estás de suerte, porque hoy me siento muy caritativo.

El extraño ladeó una sonrisa y asintió después de encender el cigarrillo y devolverle el encendedor.

—Qué suerte la mía. —Inhaló la primera bocanada y luego tosió afanado—. Ah, había olvidado este regusto.

Lucas soltó una risa baja y le dio la razón con un ademán.

—Ya le agarrarás el gusto de nuevo, colega. —Le sopló el humo y se rio por su expresión aturdida—. ¿Qué? Solo te ayudo a acostumbrarte de nuevo. Me lo agradecerás después.

La boca presionada en una fina línea se alivió y relució una sonrisa divertida.

—Pues gracias —replicó, y señaló el espacio vacío en la banca—. ¿Puedo hacerte más compañía?

Lucas entrecerró los ojos y lo examinó como si fuera un criminal a punto de robarle los pocos billetes que cargaba encima. Era alto, delgado, con el cabello tan oscuro que parecía negro, así como sus ojos, los cuales eran su mayor atractivo, no por la profundidad en ellos, sino por ese desosiego perenne.

Lo percibió como un igual, así que, con un gesto burlesco, lo invitó a sentarse a su lado.

—Lucas —le extendió la mano—, un gusto.

El hombre se la estrechó.

—Cassiel.

—Y dime, Cassiel, ¿recayendo otra vez? —Ocultó la mano por la sensación repentina que lo recorrió en cuanto el pelinegro lo soltó.

—La verdad es que no.

—Ah, bien.

No dijeron más, solo se dedicaron a fumar y hacerse compañía, aunque Lucas no lo veía así. De igual modo, muy en el fondo se alegró. No era bueno cosechando amistades porque prefería apartarse y encargarse de la fatiga mental que le dejaba el trabajo a su manera. Le parecía una pérdida total gastar su tiempo en amigos y esas cosas. Asimismo, estaba acostumbrado a recorrer el camino en solitario. No obstante, esta vez se permitió la agradable compañía que le ofrecía Cassiel, quien también se preguntaba por qué había tenido ese impulso repentino de acercarse al rubio, aunque concluyó lo mismo que Lucas: eran iguales. Debían darse ese soporte que el otro anhelaba tener.

Se miraron por el rabillo del ojo.

Los pensamientos enmudecieron y ambos disfrutaron esto como el manjar más exclusivo que les brindaba la vida.

Esa noche se repetiría y echaría a patadas su miseria, o eso era lo que pensaban.




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