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La integración continental y los infiltrados

Los tiempos hablan de la necesidad de crear bloques sólidos para “enfrentarse” al mundo globalizado, pero hay “agentes” que se empeñan en hacerlos fracasar

Latinoamérica molesta. El potencial de un continente enorme, rico y relativamente despoblado, que habla un idioma común y que comparte raíces civilizatorias, modernas y ancestrales, asusta en los centros del poder, y ya se sabe que, ante cualquier miedo, la peor opción es quedarse quieto.

Latinoamérica es el resultado de un proceso de colonización particular y complejo, dispar y diferente del de otras regiones que no entraremos a valorar en este momento. Ahora, desde su independencia ha estado sometida siempre a presiones neocoloniales e imperialistas que, por decirlo suave, han contribuido a hacer descarrillar todos los proyectos de integración con mayor o menor grado de convergencia confederal que se han ido planteando.

Ha habido tiempos más propicios y tiempos que menos, pero muy pocas veces se planteó una integración en serio, ni siquiera en el formato Sudamérica. Las dos iniciativas más longevas han sido la de la Organización de los Estados Americanos (OEA), que pivota alrededor de los intereses de Estados Unidos, y la Cumbre Iberoamericana que desde los 90 y al amparo de las nuevas lecturas de la colonia a los 500 años se organizó alrededor de España y Portugal y que hoy, ciertamente, pinta poco.

En un momento en el que el mundo se ha configurado como multipolar y donde las relaciones diplomáticas se intermedian por los intereses nacionales (o imperiales) más nítidamente que nunca, Latinoamérica debería ser un poder que participara de la conversación, pero no lo es, y apenas Brasil se sienta a las grandes mesas de los BRICS sin el respaldo suficiente del continente.

Desde siempre se supo que la mejor forma de mantener alejadas estas voluntades de integración no eran solo restarle la importancia debida a los beneficios directos que reportaría incluso si implicaba alguna cesión de soberanía, sino sobre todo, alimentar los odios y rivalidades nacionales y regionales, y así podemos identificar centenares de pleitos entre los países por pedazos de tierra, fronteras mal trazadas o guerras mal cerradas que se han quedado en lo popular y que nos hacen vivir de espaldas a otros países, y ni que decir si los conflictos son internos.

Por eso conviene analizar todo lo que viene sucediendo en el continente en los últimos meses desde ese prisma de la integración fallida: Ecuador asaltando la embajada de México, Milei llamando terrorista a Petro y este demente al primero; Bullrich hablando de guerrilleros iraníes campando a sus anchas por Chile y Bolivia, Kast hablando de construir muros entre Chile y Bolivia, Boluarte hablando de aprehender a Morales si pone un pie en Perú, etc., vienen a ser episodios tremendamente tóxicos con rápida propagación, que aunque acaban en nada, ahí quedan. Suma y sigue.

Los tiempos hablan de la necesidad de crear bloques sólidos para “enfrentarse” al mundo globalizado protegiendo los intereses nacionales. Ojalá las derivas ideológicas y los infiltrados que operan para intereses externos no alcancen sus objetivos. Ojalá seamos capaces de entendernos más y mejor. La integración continental es el mejor camino para el país.


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