Los que tardamos una hora en llegar a todas partes no permitiremos que se rían de nosotros
Los que tardamos una hora en llegar a todas partes no permitiremos que se rían de nosotros
Héctor G. Barnés

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Los que tardamos una hora en llegar a todas partes no permitiremos que se rían de nosotros

Lo que duele no es solo la hora de más que se pierde en el transporte público. Es que es una hora que se emplea una mañana de un lunes en ir a trabajar para ganarnos la vida

Foto: Varios viajeros en Atocha. (Europa Press/Fernando Sánchez)
Varios viajeros en Atocha. (Europa Press/Fernando Sánchez)
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El lunes me levanté a las siete y media de la mañana, me duché, desayuné, llegué al andén de la estación de Acacias a las nueve y cuarto, pasé alrededor de media hora esperando al tren. Cuando llegó a la siguiente estación, Príncipe Pío, apagó las luces, nos hicieron bajar, subimos a otro tren y pasaron otros veinte minutos hasta que nos desalojaron definitivamente. Decidí ir a la estación de Moncloa (otro cuarto de hora, otras tres paradas), coger el autobús y aparecer en las oficinas de este su diario de confianza a alrededor de las once y pico, más de dos horas después de salir de casa. Un poquito menos de vida y una gymkana estresante más en la mochila del cansancio semanal.

Había sido una mañana caótica, otra de esas que abundan cada vez más en Madrid pero sin el eximente de la lluvia. Un hombre había sido atropellado en el metro de Tirso de Molina y, por un sorprendente efecto mariposa (que alguien me explique qué tienen que ver Cercanías y Metro de Madrid), decenas de personas terminaron caminando por las vías del ferrocarril en Atocha. Perdón por el madrileñocentrismo, porque sé que no es exclusivo de la capital y yo también he sufrido en mis carnes un trayecto entre Tarragona y Barcelona que más que Rodalies parece Lejanies.

No es una experiencia excepcional, pero me parece que me toca contarlo porque la mayoría de columnistas no viajan en transporte público. Los retrasos frecuentes en autobuses, trenes y metros resultan particularmente desesperantes porque son lluvia sobre mojado. No es que se tarde una hora más, es que se tarda una hora más sobre la hora que no te quita nadie que es la medida que la mayoría de los que vivimos en los alrededores de las grandes ciudades utilizamos como medida para saber cuánto vamos a tardar en llegar a cualquier sitio si no vivimos en el centro-centro.

Me ha hecho gracia ver ese reconocimiento de la hora como medida de la vida extrarradial en Los parques de atracciones también cierran (Arpa) de Ángeles Caballero, que para algo es de Getafe. Como la compañera dice, los que siempre hemos salido una hora antes que el resto para llegar a tiempo a los sitios tardamos poco en reconocernos. Esa hora perdida no es solo una cuestión temporal, sino también espacial (vivir lejos) y de clase social (vivir aún más lejos). Las personas que tardamos una hora en llegar a cualquier sitio hablamos de una manera particular, nos movemos de determinada forma y tenemos un concepto del tiempo muy concreto.

La hora perdida se añade a una serie infinita de horas perdidas en ir al trabajo

Lo que duele no es solo la hora de más que se pierde en el transporte público. Es que es una hora que se emplea una mañana de un lunes en ir a trabajar para ganarnos la vida a costa de nuestro tiempo libre o el que podemos pasar con la familia. Una hora que se añade a una serie infinita de horas empleadas en desplazamientos para llegar a los puestos de trabajo: si uno no teletrabaja y pasa dos horas al día en transporte, salen unas 626 horas, haciendo la cuenta mal y pronto. Te puedes leer el Quijote treinta veces.

Lo doloroso, en este caso, es que se haya convertido en una herramienta de enfrentamiento político entre PSOE y PP, otra batallita de competencias para ver qué servicio funciona peor, si el Metro gestionado por la Comunidad de Madrid de Ayuso o el Cercanías gestionado por el Ministerio de Transportes de Óscar Puente en una estúpida igualación por abajo. Qué ilusionante es para el ciudadano el "tú peor". Lo doloroso es ver cómo el tiempo de las personas que tardamos una hora en llegar a cualquier sitio se convierte en el enésimo campo de batalla entre los dos partidos hegemónicos.

A mí, si me preguntan, diré que ambos funcionan cada vez peor, al mismo tiempo que reconoceré que en el pasado (y en momentos del presente) funcionan razonablemente bien, comparados con otras capitales europeas. Precisamente por ello me parece algo a conservar, como la educación o la sanidad pública. Me enfada que Puente se defienda aduciendo que es algo puntual y que "el metro funciona peor". Podemos tirarnos las próximas mil campañas electorales discutiendo quién ha devaluado más sus servicios, adelante, pero con mi voto que no cuenten.

Debería saberlo sobre todo un socialista, porque el transporte público está muy ligado a la clase social, y para eso solo basta con meterse de vez en cuando en el tren o en el metro, que sé que es difícil, pero no imposible. Hay un hilo en Forocoches sobre los problemas en los Cercanías que observa sagazmente que "el 70% de los que salen en las fotos y vídeos son guachupinos". Pues sí, y además de "guachupinos", mujeres de clase baja que se mueven por obligación hacia su destino laboral. Yo soy un caso excepcional: los hombres solemos utilizar el transporte privado.

Esa hora de transporte en llegar a cualquier lugar es una experiencia compartida por mucha gente; pero solo quien lo ha vivido sabe lo que es. Algo físico, pero también un estado mental, una barrera social evidente. Caballero lo sintetiza bien cuando describe cómo su madre, internada en una residencia para ancianos en El Viso, era incapaz de encajar con la sonrisa forzada de las cuidadoras tras una vida entera en Getafe. Sin embargo, "se relajaba con las auxiliares" que tardaban una hora en llegar a cualquier lugar, como Zaida o María Jesús. Hasta sus nombres lo dicen todo.

No nos criamos en la pobreza pero no podemos aspirar a un apartamento en el Retiro

"Un microclima con vistas a Villaverde, Usera, Vicálvaro, Vallecas, Fuenlabrada, Getafe y Parla", resume. "Metro, cercanías y autobús". Los tres pilares que tan bien conocemos los que tardamos una hora en llegar a cualquier lugar, aunque algunos las empleemos en escribir libros. La de la distancia de la periferia, que no es solo física, sino también cultural, económica o social. Las horas a las espaldas se van acumulando como la desigualdad económica, la falta de oportunidades o la escasez, como algo que parece dado, pero que va ampliando la distancia entre unas clases sociales y otras hasta que dejan de verse unas a otras.

Cuando prosperar es tardar media hora

Es una cosa curiosa el ascensor social. En el libro queda claro que Caballero se crio en Getafe, pero que a su padre le fue tan bien en un momento determinado que podrían haberse mudado a esa perturbadora torre de Valencia que se yergue sobre el Retiro. Pero no lo hicieron y en todo el libro se nota esa tensión social entre haber nacido en la pobreza y haber prosperado hasta permitirse dejar atrás la periferia, la hora en cercanías, pero no hacerlo. No sé si tantas personas nacidas desde los años ochenta podríamos vivir un itinerario semejante: no nos criamos en la pobreza, pero tampoco podríamos soñar con un apartamento en el Retiro. La vida intermedia.

Quizá, como mucho, podemos aspirar a reducir esa hora en transporte a media hora. La del automóvil o, si ya nos ha ido rematadamente bien, la del ir a todas partes en taxi: que te lleven a todos los lugares cuando y como tú quieres. A veces es una media hora figurada porque hay quien, atasco mediante, termina tardando una hora encajonado detrás del volante preguntándose cómo llegó ahí. Pero es el signo de que se ha logrado la emancipación y el control sobre el propio tiempo, que uno vive la falsa ilusión de tener por fin el control sobre su vida. Es decir, de no depender de las averías del tren.

placeholder POV: lo has petado en la vida. (Foto: Efe/Marta Pérez)
POV: lo has petado en la vida. (Foto: Efe/Marta Pérez)

A veces pienso que el transporte público tiene que funcionar siempre un poco mal para recordarnos a todos nuestro lugar en la escala social. Uno querría tardar media hora en llegar a su trabajo en tren, pero a cambio, es cada vez más frecuente que se demore dos horas, o que desplazarse a la provincia de al lado sea un infierno, o que le quiten esas líneas que ya no resultan rentables y tenga que recurrir obligatoriamente al coche. Uno de los lugares donde más devaluado está el transporte público es Estados Unidos. Una vez me dio por meterme alegremente en el metro de Chicago pensando que sería como el de Madrid. Una vez dentro me di cuenta de que era, básicamente, un refugio para mendigos.

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Este fin de semana cogeré un tren a Móstoles. Me da cada vez más pereza, porque me está pasando aquello de lo que ya me quejé, que parece que Móstoles está más cerca de Madrid que Madrid de Móstoles. Me gustaría tardar una hora, no más. Me veo pasando dos horas en un tren para ir a cuidar de mis padres algún día y solo siento vértigo. Porque el tiempo no es solo tiempo, es lo que separa a la gente, las familias, las experiencias y las clases sociales. Las personas que tardamos una hora en llegar a cualquier sitio lo sabemos bien.

El lunes me levanté a las siete y media de la mañana, me duché, desayuné, llegué al andén de la estación de Acacias a las nueve y cuarto, pasé alrededor de media hora esperando al tren. Cuando llegó a la siguiente estación, Príncipe Pío, apagó las luces, nos hicieron bajar, subimos a otro tren y pasaron otros veinte minutos hasta que nos desalojaron definitivamente. Decidí ir a la estación de Moncloa (otro cuarto de hora, otras tres paradas), coger el autobús y aparecer en las oficinas de este su diario de confianza a alrededor de las once y pico, más de dos horas después de salir de casa. Un poquito menos de vida y una gymkana estresante más en la mochila del cansancio semanal.

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