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21 mayo 2024

El plan de paz de Sahra Wagenknecht

WOLFGANG STREECK


La nueva líder de la centroizquierda quiere liberar a Alemania de las garras de Washington

En su discurso en la primera conferencia nacional de su nuevo partido, Sahra Wagenknecht pidió al gobierno alemán que dejara de suministrar armas a Ucrania y pusiera fin al embargo de petróleo y gas a Rusia. Los medios de comunicación trataron el argumento como si fuera una combinación de pacifismo ingenuo y "alta traición" con sabor a Putin. Sin embargo, las propuestas de Wagenknecht podrían y deberían brindar una oportunidad ideal para un debate largamente esperado sobre el interés nacional de Alemania en un momento de colapso del orden mundial dominado por EEUU, un debate que rechazan obstinadamente los partidos del establishment y sus partidarios.

Este rechazo tiene una larga tradición. Con la excepción de la era de Willy Brandt, se había convertido en un axioma en Alemania Occidental después de la guerra que no podía haber un interés alemán genuino fuera del interés global de Occidente, formulado por EEUU, y que desde luego no podía tratarse de la seguridad nacional. Cualquiera que tuviera una opinión diferente, como Egon Bahr o Hans-Dietrich Genscher, asesor de política exterior de Brandt y ministro de Asuntos Exteriores de Schmidt respectivamente, era sospechoso de un nuevo nacionalismo alemán, sospecha alimentada por EEUU como medio de mantener la disciplina aliada. Esto sigue vigente hoy en día, con la excepción quizá de la negativa de Gerhard Schröder, en alianza con Jacques Chirac, a participar en la invasión de Irak, y el veto de Angela Merkel en 2008, junto con Nicolas Sarkozy, a la invitación de George W. Bush a Ucrania para entrar en la OTAN. Tres décadas después del final de la Guerra Fría, en las que no pasó un día sin que EEUU se viera envuelto en una guerra en algún lugar del mundo, y a pesar de la catástrofe de la estrategia global estadounidense en Irak, Afganistán Siria y Libia, y en Palestina -ejemplos de una política de intervención global imprudentemente negligente que no deja más que caos a su paso-, el llamamiento de Wagenknecht para que Alemania rompa con la estrategia estadounidense sobre Ucrania y redefina su relación con EEUU desde los cimientos, y por tanto también con Rusia, no debería parecer en absoluto aventurado, especialmente a la luz de la alta probabilidad de un segundo mandato de Donald Trump.

En cuanto a Ucrania, es de esperar que la guerra, como la de Afganistán, termine con la derrota del Occidente liderado por EEUU. Las líneas del frente están bloqueadas desde hace más de un año. En el lado ucraniano, casi setenta mil soldados habían perdido la vida el pasado mes de octubre, muriendo, según la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, "por nuestros valores"; otros cincuenta mil, según cálculos conservadores, habían sufrido heridas tan graves que no podían ser enviados de vuelta al frente. No obstante, el Gobierno ucraniano, alentado por EEUU y Alemania, se aferra a sus objetivos bélicos maximalistas: una "victoria" para Ucrania en forma de reconquista de Crimea y de todas las partes del país ocupadas por Rusia, incluidas las zonas de habla rusa.

Nadie puede decir cómo puede lograrse tal victoria. Constantemente se demandan y suministran nuevas armas milagrosas, pero producen poco más que películas publicitarias para sus productores. El entusiasmo de los ucranianos por la guerra decae en consecuencia. Mientras se cancelan las elecciones presidenciales y los medios de comunicación están más alineados que nunca, las esposas y madres de los soldados de primera línea que se han visto obligados a permanecer en el campo sin permiso desde que empezó la guerra, probablemente porque nadie quiere reemplazarlos, se manifiestan en las calles. El alto mando militar exige el reclutamiento de otros quinientos mil hombres. Al mismo tiempo, doscientos mil hombres aptos para el servicio militar residen ahora en Alemania -ilegalmente según las leyes de su país- como refugiados que no tienen ningún deseo de morir por Crimea. En la propia Ucrania, la corrupción florece en las oficinas de reclutamiento de los distritos y en los consultorios médicos, donde las exenciones del servicio militar se compran en masa por entre tres mil y quince mil dólares (como siempre, son los hijos de los pobres los que tienen que morir por los sueños de la clase media y el beneficio de los ricos). Parece razonable dudar, con Wagenknecht, de que el suministro de cada vez más armas esté haciendo bien a nadie, excepto a Rheinmetall y a los demás fabricantes de armas europeos y estadounidenses.

En Ucrania, como es su costumbre, EEUU está en proceso de retirada, dejando tras de sí un campo de escombros para que otros lo limpien. Cualquiera que confíe en ellos debe comprender que, especialmente tras el fin de la bipolaridad de la Guerra Fría, no tienen motivos para pensárselo dos veces antes de intervenir militarmente donde quieran: su posición en una isla del tamaño de un continente con sólo dos Estados vecinos, ambos bajo su control, les hace invencibles. Esto explica la temeridad con la que conciben su política de seguridad o, quizás, de inseguridad: no les puede pasar nada. Desde este punto de vista, no hay mucha diferencia entre Joe Biden y Trump. Biden quiere llevarse consigo a la OTAN cuando abandone Ucrania rumbo a China; Trump cree que puede prescindir de la OTAN. Biden quiere utilizar el conflicto con Rusia para mantener a Europa Occidental alineada con EEUU y, por lo tanto, no aceptará un acuerdo de paz; a Trump no le importa Ucrania. Por lo tanto, la retirada de Trump de Europa será desorganizada, la de Biden no: a diferencia de Afganistán, es probable que veamos un intento de dejar algo parecido a un orden al servicio de EEUU.

En este sentido, parece preverse un papel especial para Alemania. Encerrada en su pacifismo de posguerra hasta el Zeitenwende -o "punto de inflexión" de la política exterior alemana- de 2022, Alemania reclama ahora un papel de liderazgo europeo, por primera vez sin intentar implicar a Francia, por insistencia de Washington, pero también de los Verdes y de la industria de defensa alemana, esta última representada por su socio liberal de coalición, el FDP. En este papel, Alemania, como sustituto de EEUU en su ruta hacia Asia, debería proporcionar los medios necesarios para una victoria ucraniana definida en términos de objetivos bélicos ucraniano-estadounidenses. El problema, especialmente para Alemania, es que esto va mucho más allá de los límites de lo posible.

Entre el inicio de la guerra en enero de 2022 y finales de octubre de 2023, Alemania gastó 23.900 millones de euros en Ucrania, de los cuales 13.900 millones se destinaron únicamente a la acogida de refugiados ucranianos, mucho más que Gran Bretaña (13.300 millones de euros) y Francia (4.700 millones de euros). Hay planes para duplicar la ayuda militar directa alemana de 4.000 a 8.000 millones de euros en 2024. La UE asignó recientemente 50.000 millones de euros a Ucrania, que se pagarán en cuatro años; es decir, 12.500 millones de euros al año, de los cuales 3.000 millones procederán de Alemania. Es dudoso que esto pueda financiarse con el presupuesto ordinario de la UE. EEUU, que había aportado 71.400 millones de dólares hasta octubre de 2023, está considerando un paquete de ayuda militar a Ucrania de 60.000 millones de dólares sólo para 2024; sin embargo, es poco probable que se apruebe en el Congreso. No hay ninguna posibilidad de sustituir la ayuda estadounidense por ayuda alemana, o europea, bajo el liderazgo alemán, sobre todo teniendo en cuenta los imprevisibles pero gigantescos costes de la prometida "reconstrucción completa" de Ucrania (Von der Leyen), que está previsto que comience durante la guerra. Todo esto sobrecargará a Alemania, especialmente si se tiene en cuenta que su Schuldenbremse ('freno a la deuda') por mandato constitucional, tal y como lo interpreta actualmente el Tribunal Constitucional alemán, prohíbe al gobierno federal obtener fondos para la guerra en Ucrania mediante préstamos adicionales, deudas que servirían para evitar recortes de gastos que sin duda debilitarían el apoyo interno a las fuerzas de defensa.

El resultado para Alemania es que ponerse a la cabeza de la guerra de Occidente contra Rusia, como exigen EEUU y varios vecinos europeos de Alemania, sería casi una misión suicida, incluso ignorando los probables riesgos adicionales para la seguridad nacional alemana asociados a ella. Cuanto más fracase la deseada victoria sobre Rusia, y lo más probable es que no se materialice en absoluto, más se convertirá Alemania en el chivo expiatorio no sólo de los ucranianos y los estadounidenses, sino de toda Europa. Poner fin ahora al suministro de armas alemanas a Ucrania, como exige Wagenknecht, señalaría un claro rechazo de este papel y obligaría a los aliados alemanes a replantearse lo que pueden y quieren conseguir en Ucrania; sólo esto ya lo convertiría en un elemento indispensable de una política de seguridad alemana responsable en y para Europa.

¿Y el restablecimiento de las importaciones de petróleo y gas? Parece muy posible, como sugiere John Mearsheimer, que Rusia ya no esté necesariamente interesada en una resolución del conflicto ucraniano tras el espectacular fracaso del intento de Occidente de erradicarla como Estado y sociedad industrial. Nadie puede saber si Rusia estará dispuesta a volver a los acuerdos de Minsk o al estado de las negociaciones en Estambul en marzo de 2022, cuando Boris Johnson convenció en el último momento al gobierno ucraniano de que podía hacer lo que quisiera porque las sanciones occidentales destruirían Rusia en pocos meses. Quizá tras dos años de guerra convencional mayoritariamente exitosa y la asombrosamente rápida expansión de su industria bélica, Rusia se sienta lo suficientemente fuerte como para apostar por una hemorragia prolongada de Ucrania -por una rebelión de los soldados, un colapso del gobierno nacionalista radical, la emigración de la generación más joven, una marcha de los oligarcas a Londres y Nueva York- y condenarla a languidecer como un Estado fallido durante décadas.

Una fuerte motivación para hacerlo podría ser una comprensible falta de confianza como reacción a las indisimuladas fantasías de destrucción de Occidente al comienzo de la guerra: desde el "cambio de régimen" de Biden hasta el tribunal especial para el presidente Putin propuesto por la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock (o el juicio en el tribunal de La Haya, en la versión de Ursula Von der Leyen); hasta las sanciones económicas que de nuevo Von der Leyen esperaba que "erosionaran gradualmente la base industrial de Rusia"; por no mencionar la ruina del banco central ruso al dejar al país fuera del sistema financiero internacional. La sorprendente afirmación de Merkel, hecha en defensa propia, de que las negociaciones de Minsk sólo se celebraron para ganar tiempo para seguir armando a Ucrania es igualmente improbable que haya tenido un efecto de creación de confianza. En este contexto, uno se pregunta qué diría Frank-Walter Steinmeier, ahora presidente federal, que en su calidad de ministro de Asuntos Exteriores de Merkel estuvo presente en Minsk, pero que fue, de hecho, el autor de la hoja de ruta de paz de Minsk (razón por la cual la facción Bandera del gobierno ucraniano de derechas, representada en Alemania durante mucho tiempo por el embajador ucraniano, le cubrió de desprecio y odio público).

El llamamiento de Wagenknecht a volver a los suministros energéticos rusos está en consonancia con el interés de Alemania en un suministro energético seguro, también para mantener la base industrial alemana. Cabe mencionar aquí que Biden ordenó recientemente detener la construcción de instalaciones estadounidenses de exportación de gas natural licuado (GNL). Aunque esto se declaró ante la insistencia de los ecologistas, también fue una reacción al aumento de los precios internos debido a la elevada demanda exterior. Alemania se ve especialmente afectada porque se supone que el GNL sustituirá al petróleo y el gas rusos, bajo presión estadounidense, y a la energía nuclear alemana, a instancias de los Verdes. En cambio, Wagenknecht ofrece a Rusia, como incentivo para poner fin a la guerra en Ucrania, la perspectiva de una comunidad euroasiática de Estados y economías, en la línea del Hogar Común Europeo de Mijaíl Gorbachov, la Asociación para la Paz de Bill Clinton y la Europa "de Lisboa a Vladivostok" de Vladímir Putin. Una comunidad internacional de este tipo, cuyos detalles tendrían que acordarse en negociaciones obviamente complejas, comparables a las negociaciones de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa de los años ochenta, sería una alternativa a una división hostil del continente en la frontera occidental de Rusia, a la espera de convertirse en la línea de frente de lo que los belicistas occidentales, instruidos por EEUU, predicen que será un intento ruso de conquistar toda Europa, previsible en un plazo máximo de cinco años.

Una división de Eurasia entre Rusia (aliada con China) y la Europa de la UE y la OTAN, mantenida unida por Alemania como lugarteniente de EEUU, sería el escenario perfecto para una peligrosa carrera armamentística, en la que participarían en Occidente las potencias nucleares de Francia y Gran Bretaña, a las que pronto quizá se uniría como tal Alemania, para regocijo de la industria armamentística, aunque ciertamente no de los contribuyentes. Lo que el nuevo partido de Wagenknecht ofrece, en cambio, son relaciones económicas a largo plazo, para lo cual deberían restablecerse los oleoductos del Mar Báltico, volados por EEUU. Deberían alcanzarse acuerdos de control de armamento y desarme, como los que EEUU ha cancelado sistemáticamente desde principios de siglo. El camino para que Alemania asegure la paz es liberarse de las garras geoestratégicas de EEUU guiándose por los intereses de la supervivencia nacional, en lugar de quedar atrapada en una Nibelungentreue, es decir, la lealtad a la pretensión estadounidense de dominación política mundial.

¿Nibelungentreue? Al final del Nibelungenlied, una epopeya medieval alemana, Krimilda, ahora casada con Atila, rey de los hunos, tiene a sus tres hermanos, los reyes de Borgoña, y a su vasallo Hagen, el asesino de su primer marido Sigfrido, bajo su poder. Cuando Krimilda exige que le entreguen a Hagen, los hermanos se niegan alegando su deber de lealtad (Treue), aunque son conscientes de que esto podría significar su muerte y el fin de su pueblo. Cuando en 1909, en el Reichstag, el Canciller Bernhard von Bülow juró lealtad incondicional a Austria tras la anexión de Bosnia, invocó el Nibelungenlied y la Treue que celebraba, desde entonces denominada Nibelungentreue. Lo que ocurrió cinco años después es bien conocido.

sinistrainrete.info. Traducción: Antoni Soy Casals para Sinpermiso


https://www.lahaine.org/mundo.php/el-plan-de-paz-de-1

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