Michael Ignatieff, filósofo y ensayista, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024

El pensador canadiense, que ha estudiado a fondo el nacionalismo y el liberalismo, cuenta con una larga trayectoria académica y participó directamente en la política de su país durante casi una década.

El filósofo y escritor canadiense Michael Ignatieff, conocido sobre todo por sus ensayos sobre el nacionalismo, el liberalismo y los derechos humanos, ha obtenido el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, según informó este miércoles la fundación que otorga los galardones. Defensor acérrimo del liberalismo, Ignatieff lleva cerca de medio siglo de actividad intelectual, entre las aulas de Oxford y Harvard, varios ensayos reconocidos y celebrados, el periodismo o la política en el Parlamento canadiense, como diputado y candidato del Partido Liberal durante casi una década. El intelectual, de 77 años, impartió justo ayer en Madrid la conferencia La democracia en las urnas: cuando el sistema se convierte en el problema, en la Fundación Areces.

“Todos provenimos de algún lugar y, cuando tomamos decisiones morales y políticas relevantes, ese lugar influye de forma decisiva en ellas”, afirmó en el prólogo a la edición española de Las virtudes cotidianas, un ensayo escrito en 2017 a la búsqueda de un sistema operativo moral que funcionase como una respuesta constructiva al temor al cambio global que atraviesa las clases medias occidentales. El lugar del que procede el galardonado es clave para explicar una trayectoria que entronca con el mundo de ayer y que está desde siempre comprometida con su tiempo.

Este intelectual, que se dejó tentar por la política, lo relató en el ensayo autobiográfico El álbum ruso (1987). Su abuelo fue ministro de educación del último gabinete del zar Nicolás II, su abuela era una princesa cuya familia formaba parte de la élite aristocrática rusa. Contar aquella vida era contar un país, pero aquel mundo terminó arrasado por la Revolución de 1917. El abuelo Paul quedaría en tierra de nadie porque era un monárquico liberal. Se marchó. De Petrogrado al Cáucaso lejos de la zona de guerra, luego Constantinopla, dirección Inglaterra y salto a Canadá.

Su padre, nacido en 1913 San Petersburgo, se formó con brillantez entre Canadá e Inglaterra. Durante la Segunda Guerra Mundial se afilió a la Artillería Real y fue asistente personal del Alto Comisionado de Canadá en el Reino Unido. Se convertiría en uno de los diplomáticos canadienses más destacados de la segunda mitad del siglo XX. Se casó con una mujer que pertenecía a los mejores círculos de su nuevo país. “La familia de mi madre era tan ambiciosa como la familia Ignatieff y compartía la misma vocación de servicio público”, escribió más tarde el filósofo. Michael fue el primero de dos hijos. Nació en 1947 en Toronto. El lugar del que provenía era la élite y lo mejor de su trayectoria es que ha asumido la responsabilidad cívica de pertenecer a ella.

Los hitos de su formación lo descubren como un líder. Delegado de estudiantes, capitán del club de deporte, editor del anuario de la escuela, pronto voluntario del Partido Liberal. En alguna entrevista ha contado que, a mediados de la década de los sesenta, durante un concurso de oratoria, afirmó que un día sería primer ministro de Canadá. Amigos de casa eran los Pearson o los Trudeau. Pero él tardaría en dedicarse a la política.

Estudió historia en el Trinity College de Toronto y complementó su formación en Oxford, donde Isaiah Berlin lo distinguió como uno de sus discípulos predilectos. E Ignatieff, en 1998, publicaría la biografía de Berlin, analizando cuál había sido la aportación del filósofo a la idea y la práctica de la libertad. Desde mediados de los ochenta, además de académico empezó a actuar como intelectual y a intervenir en el debate público. Es un conferenciante de lujo.

Era y es un liberal cosmopolita que ha querido entender las virtudes cívicas y los peligros convivenciales del nacionalismo. Su experiencia como periodista en los Balcanes le marcó. En 1994 publicó el excelente Sangre y pertenencia. Viajes al nuevo nacionalismo. Allí definió la nación como una comunidad de ciudadanos iguales y portadores de derechos, unidos en el apego patriótico a un conjunto compartido de prácticas y valores políticos. No dejaría de analizar los conflictos del presente en libros posteriores.

“¿Estás listo?”, le preguntaron en 2005 cuando daba clases en Cambridge (Massachusetts). Dijo que sí. Un sí que era perfectamente coherente con su biografía: se comprometió en política, volvió a su país. Tras el paso de Stéphane Dion por el liderazgo del Partido Liberal, Ignatieff asumió el relevo.

Durante ese período, preparando la candidatura a la presidencia de su país, publicó un artículo que revela que más que un político siempre ha sido un intelectual. Si en su día apoyó la invasión norteamericana de Irak, en 2007 tuvo el coraje cívico de reconocer su equivocación en un artículo publicado en The New York Times: “He aprendido que adquirir un buen juicio en política comienza con saber cuándo admitir tus errores”. Ese aprendizaje le llevó a precisar cuál es la diferencia fundamental entre la actividad intelectual y la política. “La responsabilidad de un intelectual por sus ideas es seguir sus consecuencias dondequiera que conduzcan. La responsabilidad de un político es dominar esas consecuencias y evitar que hagan daño”. Esa tensión está en la base de uno de sus mejores libros: Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política. En 2011 dimitió.

Volvió a la academia, entre Harvard y Toronto, hasta que en 2014 dio el paso de convertirse en presidente y rector de la Universidad Centroeuropea de Budapest, financiada por George Soros. El gobierno húngaro de Viktor Orban no dejó de atacarla. “Es la primera vez desde 1945 que un Estado europeo intenta cerrar una universidad libre”, declaró Ignatieff tras reunirse con el vicepresidente de la Comisión Europea Frans Timmermans. Cuando Orban lo consiguió, Ignatieff no se calló: “Una institución estadounidense ha sido expulsada de un país que es un aliado de la OTAN, una institución europea ha sido expulsada de un Estado miembro de la UE”.

En ese contexto se publicó Las virtudes cotidianas. Ante la amenaza de la democracia liberal, el intelectual, comprometido, volvió a ser honesto, en una entrevista con EL PAÍS: “Nadie comprende en su totalidad lo que estamos viviendo. No le voy a contar una bonita historia que ate todos los cabos porque no creo que sea posible”. Pero no dejaba de buscar una interpretación de lo que ocurre para preservar los valores de la ilustración. Valores cívicos y valores éticos. Los que analizó, con conocimiento y sensibilidad, en su última gran obra, En busca del consuelo: una búsqueda y divulgación de ese sistema operativo moral que es el que ha querido encarnar con su obra y con su biografía.

Información por el País

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