Tener ideas - La Opinión de Málaga

Opinión | Tribuna

Tener ideas

Todos sabemos qué es tener una idea buenísima que al poco abandonamos porque empieza a parecernos lo contrario, sospechosamente

William Faulkner.

William Faulkner. / L.O.

Algunas ideas nacen con tanta fuerza que son insostenibles en el tiempo. Generan una ilusión desbordante, y de repente se desploman. Todos sabemos qué es tener una idea buenísima que al poco abandonamos porque empieza a parecernos lo contrario, sospechosamente. Hace unos años, un amigo que en algún momento aspiró a escribir, me enseñó una libreta en la que había anotado decenas y decenas de ideas que pretendieron ser el nacimiento de una novela: una primera frase, un argumento, un personaje, una situación, un lugar, una anécdota. Una novela despunta de muy distintas e imprevisibles formas. Pero lo importante es que continúe, y en aquella libreta nada pasaba del comienzo.

Tener un proyecto, y al cabo no tener nada, es el argumento de muchísimas semanas, o meses, en la vida de cualquiera. El sábado, el cineasta Isaki Lacuesta, del que está a punto de llegar a los cines ‘Segundo premio’, reconocía en Babelia que trabajaba a la vez con muchísimos proyectos. «Nunca sabes cuál va a salir, ni me lo planteo», decía. Y recordaba un libro en el que un autor francés reunió todas las ‘performances’ que quiso hacer y no pudo. «Y yo pensé: ¿Y yo? Me senté y sin esforzarme mucho me salían unas 70 pelis», explicaba.

En casos más clamorosos, a veces tienes una idea, la desarrollas con enorme disciplina, y después de dedicarle grandes esfuerzos y mucho tiempo, no la acabas. El proyecto tuvo un comienzo, una continuidad, y en la última fase no encontró el final. Esa caída estrepitosa duele más. Me gusta la historia de ‘Elmer’, la novela sobre un norteamericano en París que William Faulkner nunca acabó de escribir. Iba a ser una novela «grandiosa», en palabras del propio autor. En agosto de 1925, este se había instalado en París. A la espera de que la Liveright confirmase la publicación de su primera novela, ‘La paga de los soldados’, Faulkner estaba ya inmerso en la escritura de ‘Mosquitos’. Pero el 23 de agosto dirigió una carta a sus padres con un emocionante arranque: «Queridos padres. Estoy a la mitad de otra novela, grandiosa esta. Es totalmente nueva. Hasta anteayer no se me ocurrió. He dejado a un lado ‘Mosquitos’: no creo ser lo bastante viejo para escribirla como debiera escribirse». Tres días después, en otra misiva, insistía en que estaba trabajando duro en la nueva obra. «Pienso con razón que es terriblemente buena; tan clara está en mi mente que apenas puedo escribir lo bastante aprisa».

El 6 de septiembre, cuando volvió a comunicarse con sus padres, la novela tenía ya más de 20.000 palabras. El 10 de septiembre, ‘Elmer’ ascendía a 27.000 palabras. No solo eso: había escrito un poema «tan moderno que ni yo mismo sé lo que significa», así como «el mejor cuento del mundo. Es tan hermoso que cuando lo terminé fui a mirarme al espejo». Pero de pronto, la grandiosa novela autobiográfica decayó. En carta del 13 de septiembre, confesaba a su madre que «he dejado a un lado la novela, y estoy a punto de empezar otra». Es lo bueno de las ideas: después de una se nos ocurre otra, y otra, y otra, hasta que alguna cuaja, si cuaja.

Suscríbete para seguir leyendo