Sindicatos Agrícolas Montañeses (SAM): una historia lechera

La búsqueda de una alternativa al control del mercado lácteo por parte de Nestlé y la lucha contra el sindicalismo de clase se materializó en la creación de una empresa en Renedo de Piélagos que contó con el apoyo de la Iglesia y sectores políticos conservadores

Había que luchar en la Montaña contra la usura láctica, es decir, contra la venta forzada de la leche fabril a precio sensiblemente inferior al de costo, insólitamente fijado por el monopolizante comprador, a su conveniencia y capricho. También convenía crear un potente organismo cooperativo que, por su amplio cupo, pudiera, sobre serenos márgenes comerciales asentaos, fijar el precio de la leche en la provincia de Santander.

Si no prestamos mucha atención a las referencias geográficas parecería un texto contemporáneo, con esa problemática general del sector agrario que se cuela en los telediarios, y más específicamente de la ganadería de leche: algo muy cántabro, podríamos decir. Ernesto Alday, director de la Colonia Agrícola “Polders de Maliaño”, lo escribió en 1957 en un artículo titulado El “río blanco” en la Montaña, publicado en la revista Agricultura. Y lo que contaba, desde su perspectiva, era el proceso de creación de la cooperativa lechera SAM (Sindicatos Agrícolas Montañeses). Si el sector lechero representa muchas veces la imagen colectiva de Cantabria, la cooperativa SAM ha figurado en nuestras vidas a lo largo de muchos años y de varias generaciones, y sigue estando presente en Renedo de Piélagos, donde podemos ver su planta, pero ya bajo otras marcas, eso sí.

Desde su creación en los años 30 del siglo XX acumula, a nuestro modo de ver, todos los acontecimientos vividos en él, siendo testigo, protagonista o parte damnificada de los procesos que entre nosotros se han desarrollado: económicos, políticos, sociales e incluso culturales. Por esa longevidad, y por esa transversalidad que implica beber leche, nos ha parecido interesante hacer un poco de memoria lechera. Así, a lo largo de tres documentos del mes, nos proponemos acercarnos a sus vicisitudes y contextos. Empezaremos por el proceso que desembocó en la inauguración de sus instalaciones en 1932, en el mismo lugar que sigue ocupando la planta en la actualidad, y su andadura inicial hasta el parón, aunque breve, que supuso el golpe de estado fallido del 36 y la guerra que lo siguió.

Los cambios nunca paran

Parece claro que Alday escribe sobre lo que entiende como un monopolio industrial lechero. Y es que la implantación de La Nestlé en 1905 supuso uno de los elementos desencadenantes de cambios que, junto con otros factores económicos y sociales, participaron activamente en este nuevo ciclo en el que se entiende la creación de la cooperativa SAM. Por un lado (1) , estas nuevas industrias que proliferaron por aquel entonces, aunque todas de tamaño reducido, demandaban un producto específico: la leche. Por el otro, tenemos a los productores. Salvo para venderla directamente al consumidor urbano, la producción no se entendía, hasta esa nueva demanda, como un medio a partir del cual generar beneficios. Por ello, su volumen era escaso, con la excepción del dirigido al mercado de las ciudades cercanas. Así que la instalación industrial facilitó una “conversión” ganadera que veía en el producto “leche” una oportunidad. Tal circunstancia provocó que el predominio del crédito al consumo característico de la economía campesina tradicional (aparcería y usura o unas relaciones forzadas y controladas) diera paso al crédito a la producción (2). En realidad, una mini liberación de la relación de dependencia enfermiza que las redes clientelares rurales mantenían como control socio-económico. Y si lo sumamos a la posibilidad, de esos mismos pequeños productores a partir de entonces (o algunos de ellos), de combinar su tiempo y sus rentas con el trabajo en esas mismas instalaciones industriales (y otras como minas, etc.) y su contacto con una nueva realidad obrera, se aclara la visión que pudiéramos tener de aquellos cambios: la pluriactividad familiar como fenómeno económico y social.

Así pues, durante este primer tercio de siglo XX y como una de las ideas a retener, Cantabria se convirtió en el centro de un distrito agroindustrial lácteo caracterizado por una producción de la materia prima diseminada, con un elevado número de explotaciones familiares y una transformación de la misma a cuenta de un grupo de empresas muy concentrado y, por tanto, con gran poder de mercado (3): La Granja Poch, la Sociedad de Industrias Lácteas y la Sociedad Lechera Montañesa de Torrelavega, la granja Henar de Camargo, etc. Es decir, en este proceso capitalista, la ganadería, el campo, o como queramos entenderlo, tiene su papel protagonista, eliminando así ese lugar común de lo exclusivamente industrial que a veces vemos en él.

Una familia montañesa a principios del Siglo XX

Una familia montañesa a principios del Siglo XX

Pero aún hay más que destacar. Dos importantes protagonistas: la burguesía agrarista y los sindicatos católicos ganaderos. Y en ambos casos, involucrados con la política y sus relaciones de poder. Unos y otros mezclaban responsabilidades en puestos sectoriales, objetivos económicos, cargos políticos, militancias… Los primeros, ganaderos de salón, vieron una oportunidad de negocio en el novedoso ámbito de la importación de ganado de razas foráneas especializadas en la producción de leche. La mejora genética, la importación y comercialización de todo lo relacionado con ello complementaban la actividad. Por su parte, los sindicatos católicos ganaderos constituían un lobby de defensa de los aspectos más tradicionales de la explotación ganadera. Su aportación: el modelo de financiación. La creación de cajas rurales, microcréditos, fórmulas de cooperativismo o garantías recíprocas era una constante entre ellos. La primera experiencia en este sentido la protagonizó, en 1893, la Sociedad mutua de auxilios contra accidentes del ganado vacuno, en Cueto, Santander. Exigía la responsabilidad solidaria ilimitada de los socios “con sus bienes o con las reses inscritas”, sobre las que había que pagar una cantidad mensual (16 reales) a cambio de lo cual cada animal quedaba asegurado contra accidentes “en el trabajo o fuera de él” (50 ptas.) y contra “muerte repentina” (200 ptas. y el cuero), pudiendo el socio dar de baja sus reses y “retirar el interés que tenga satisfecho” si estaba al día del pago de sus cuotas (Sociedad 1894 (Reglamento 1898; 1903).” (Domínguez, 2001, p. 132) [Entre 1906, año de la Ley de Sindicatos Ganaderos y 1920 se crearon 29 sociedades de seguros ganaderos y 71 sindicatos agrícolas].

Y ya, por último, como otra idea que recordar, enlazada con lo anterior, se encuentra la función de control social de estos sindicatos agrarios. Así, la presencia de socios honorarios (responsables de las “donaciones” con las que empezaban a funcionar los sindicatos), la condición de “tener buena conducta moral y religiosa” para poder ser socio de número (“No podrá pertenecer a esta Sociedad el que no ajuste en todo su conducta a la moral y religión católica”), la actividad de los consiliarios en las juntas directivas (los sacerdotes que, a propuesta de las mismas, nombrase el arcipreste del partido judicial, y cuya “misión” sería “cuidar de que nunca se realice acto alguno opuesto a la Religión Católica, para lo cual podrá impedir que se discuta cualquier proposición contraria al espíritu de la Iglesia”), o la advocación del sindicato a un santo patrono (Estatutos 1907; 1911; 1914b; Reglamento 1910), constituyen ejemplos de una realidad constatada por varios autores” (Domínguez, 2001, p. 12). La creación de estas organizaciones pretendía contrarrestar la labor asociativa socialista, utilizando para ello la red de los sindicatos católicos. El círculo se cerraría con la constitución de la Agrupación Regional Independiente, al frente de la cual y con un programa de “orden, propiedad, familia y religión”, salió elegido diputado a Cortes Lauro Fernández González, (consiliario de los Sindicatos Agrícolas Montañeses), que más tarde se integraría en la triunfante a nivel provincial Unión de Derechas Agrarias y en la autodenominada Candidatura Contrarrevolucionaria.

Por lo tanto, nos encontramos ante la constitución de un muy importante polo industrial-ganadero, en el que la burguesía vio una oportunidad de nuevos negocios en los cuales invertir. En este proceso hay factores relevantes: la lucha de poder social y de mantenimiento de la hegemonía económica del tradicionalismo vinculado al terruño, acostumbrado al clientelismo y el control social junto con la Iglesia, su aliado necesario natural. Un incipiente modelo de financiación basado en las relaciones de solidaridad mutua, con claras inspiraciones en las utopías de la época, que tenían presencia en las ciudades, y que pretendían acceder al campo, pero marcando distancias de ellas por lo que suponían de ataque a la propiedad privada. Y sin dejar de lado que el minifundismo era un buen antídoto revolucionario. Además, por supuesto, del hecho que una Guerra Mundial había disparado la demanda de leche en todo el Estado.

Los primeros pasos de la SAM

Tan selectas simientes vindicatorias germinaron vigorosamente en las fértiles almas de don Lauro Fernández, canónigo de nuestra santa iglesia catedral basílica, señor de gran temple y ascendiente rural, y de don José Santos, inteligente y culto notario, orador de grande elocuencia y florida pluma, quienes, con el nombre de Sindicatos Agrícolas Montañeses, sesudamente planearon un conjunto de “ventas en común” sobre la antigua Federación Montañesa Católico-Agraria. (ALDAY, Ernesto, 1957).

Para el verano de 1929 la Federación Montañesa Católica Agraria ya tenía claro que quería presentar cara a la Nestlé y vender leche en Madrid bajo la fórmula financiera de una cooperativa. 2.937 asociados de 72 sindicatos provinciales fueron los primeros en estampar su apoyo, económico y de responsabilidad financiera, para el préstamo inicial proporcionado por el Banco de España . Aparte de las dos evidentes columnas sobre las que se cimentó el proyecto que suponían la presencia de Lauro Fernández, la Iglesia, y José Santos, digamos la conexión directa con el poder político y económico, resulta interesante, al menos desde la perspectiva actual, como un planteamiento innovador que tenían claro. Y es que no escatimaron en conseguir una patente americana, desplazándose hasta la mismísima Nueva York, para negociar in situ los derechos de uso de un novedoso sistema de envasado a base de papel parafinado, y de encargar la maquinaria necesaria para tal procedimiento. Y todo a partir de la certeza de que conseguirían el dinero, no poco, para toda la operación, incluyendo la necesaria construcción de una planta transformadora, así como los terrenos necesarios. La capacidad para aglutinar a estas casi tres mil personas en un proyecto “intangible” y su financiación revela el verdadero peso social y político de ambas en aquella provincia de Santander.

El 29 de marzo de 1932 se inauguró la fábrica de Renedo de Piélagos, acto que contó con la presencia del obispo de la diócesis, de representantes de las organizaciones agrícolas y ganaderas montañesas, así como de ganaderos y curiosos de toda la región. Y ya desde sus inicios incorporó no solo la innovación ya señalada del papel parafinado para la leche pasterizada, sino una torre de secado de leche (sin terminar) y una sección de mantequería, (Casado, Aguayo y Sainz 2005).

La inauguración de la SAM en El Cantábrico

La inauguración de la SAM en El Cantábrico edición del 30 de marzo de 1932

Inmediatamente se abrió despacho en Madrid para vender leche, transportada en camión, y envasada en ese no retornable, que la convertía en única. Y es imprescindible mencionar los refrescos de leche con cacao, Don Lauros, que parece causaron furor en la capital. En 1933 también se despachaba leche en Santander, e incluso continuando con esa innovación, ya se producían leche en polvo y productos dietéticos infantiles en 1935.

La SAM se convertía de esta manera en un competidor destacado para la Nestlé, que para esos años 30 gozaba de una posición de privilegio, casi monopolio industrial, en el manejo del mercado de la leche y sus productores.

Naturalmente, la industria competidora, alarmada por los avances cooperativistas, intentó torpedear a la novata industria, elevando el precio de las aportaciones lácticas y creando productos similares a precios bajos. Cantos de sirena manaban de los puestos de recepción fabril anticooperativista, ofreciendo el oro y el moro a los ganaderos que se inscribieran en sus centros absorbentes. (ALDAY, Ernesto, 1957).

La posición de la SAM respecto a Nestlé pasó de una declaración de no agresión, podíamos decir, a una rivalidad abierta por asegurar productores y competir en productos similares en idénticos mercados. Sin embargo, a ninguna de las dos sociedades les interesaba el avance del incipiente movimiento de Casas Campesinasque por toda la región, y dentro del ámbito socialista, pretendían incidir en los precios de la leche, con una perspectiva de clase, y claramente enfrentados a los sindicatos católicos. Parece que el mismo Gil Robles medió y se recondujo la relación, dado que el adversario social parecía más importante. (Sierra Álvarez y Corbera Millán 2007).

Tales “Casas Campesinas” se agruparon en una original Federación, de la que fue nombrado presidente un hombrachón de voz tronante, marxista hasta la medula y de modales bovinos, que, no obstante, me guardó siempre agradecible respeto como presidente del Sindicato lechero y pregonado ganadero. Visto lo cual, procuré establecer, contra la excesiva apetencia fabril, un Frente Único-término muy de moda en aquella época de los “frentes populares”-, extendido desde la extrema derecha, vinculada en el venerable canónigo consiliario de la “S. A. M.”, hasta el barbarote “mandamás” de las “Casas Campesinas”. (ALDAY, Ernesto, 1957).

Cerrando el primer ciclo

Una vez desencadenada la Guerra, la fábrica fue incautada por el Frente Popular. Para entonces, la provincia de Santander se había constituido como un verdadero polo industrial de transformación agroalimentaria, con un mercado extenso y una gran variedad de productos, si bien también sufría las tensiones propias de la competencia capitalista, especialmente con la Nestlé, así como las incertidumbres sociopolíticas de aquellos años. Las nuevas relaciones que se demandaban entre productores e industria, desde perspectivas de la lucha de clases, se mezclaban con la defensa de los intereses sociales y políticos de los viejos poderes vinculados a los nuevos negocios, pero basados en viejas relaciones clientelares, con la Iglesia como socio indispensable. Y para completar el dibujo, estaban las clases sociales burguesas (o urbanas si se prefiere), más vinculadas con los procesos capitalistas mencionados, interviniendo por sus propios intereses.

El parón industrial motivado por el desarrollo de las operaciones bélicas en Cantabria no fue muy extenso. Con el régimen franquista, la SAM se convirtió en una empresa modelo, contribuyendo a la difusión de sus valores y cumpliendo el papel que se le encomendó de forma eficiente, especialmente en su importante papel para el establecimiento de los estándares de calidad alimentaria en el sector. Pero eso lo trataremos ya en la próxima entrega.


  1. SIERRA ÁLVAREZ, J. y CORBERA MILLÁN, M., 2007. Chimeneas en la aldea: las transformaciones inducidas por la instalación de Nestlé en La Penilla de Cayón (Cantabria), 1902-1935. DOI http://hdl.handle.net/10902/2631.
  2. DOMÍNGUEZ MARTÍN, R., 2001. La financiación del sector agrario en Cantabria (1850-1930). Áreas. Revista Internacional de Ciencias Sociales, no. 21, p. 123-143.
  3. DOMÍNGUEZ MARTÍN, R., y DE LA PUENTE, L., 2001. Ganadería e industrialización láctea. La formación del complejo agroindustrial lechero en Cantabria y su integración vertical, 1905. Zaragoza [en línea], vol. 19, no. 21, Disponible en: https://media.timtul.com/media/web_aehe/_wp-content_uploads_2001_10_dominguezmartin.pdf.
  4. CASADO, P., AGUAYO, H. y SAINZ, F., 2005. La Cooperativa lechera SAM. Imágenes para recordar. Cantabria tradicional. Torrelavega,