El sueño como duelo en el nuevo poemario de Vicente Cervera

El sueño como duelo en el nuevo poemario de Vicente Cervera

El sueño de Leteo./ Renacimiento
El sueño de Leteo./ Renacimiento
"Olvida a quien no eres. No eres quien crees. Desenmascara al otro que está en ti. Purga los pecados del vago olvido.", escribe Vicente Cervera Salinas en El sueño de Leteo.
El sueño como duelo en el nuevo poemario de Vicente Cervera

"Quiero adentrarme contigo en las sombras/ y transitar a tu lado las veredas/ cubiertas de cristal y de silencio,/ los jardines desiertos, los confines/ borrosos y los bosques fugitivos". (pág. 56) Así empieza el último poema de El sueño de Leteo, una declaración de intenciones que introduce al lector en un escenario inspirado en el escapismo modernista, pero también en el espesor imaginario que constituye la poesía de Cervera Salinas en títulos como De aurigas inmortales o El alma oblicua.

La poderosa semántica del título de ese nuevo libro introduce dos ejes temáticos que vertebran cada uno de los poemas de esta obra publicada por Renacimiento: Leteo, el río del Hades que produce el olvido en la tradición grecolatina, no elude la responsabilidad de la verdad. Si algo está oculto, es que no ha sido revelado, no significa que no esté. De hecho, verdad en griego (a-leteheia) sería lo más parecido a lo que es visible, lo que permanece y cuyo desvelamiento está en aras del chamán o del bardo. En esa primera constante, los poemas de Vicente Cervera rinden tributo a la capacidad de la memoria para restituir el pasado como una forma de ser en el presente, como si al sujeto, para identificarse con el mundo que tiene delante, no le quedase otra cosa que recordar que existió un pretérito y que lo habitó. La anámnesis como proyección de la vida que fluye todavía, pero menoscabada por la falsa plenitud de lo que se vivió: "Recuerdas y los sueños/ igualmente se han fugado sin proveer/ ningún consuelo, compañía o calma./ Despiertas y deseas de nuevo dormir/ tal vez para no volver a despertar". (pág. 23).

El presente es lo efímero, el cauce por el que Leteo sigue su curso sin otro propósito que el de extinguir todo cuanto revele su existencia: "Y ahora dura menos la tristeza/ y es menos honda y afilada, / pues conozco en parte su raíz/ y aflora protegida por una invisible/ iridiscencia, traída de tiempos muertos/ consagrados a purificar heridas/ tiernas. (...) Ahora emerge de entrañas/ que se hicieron corazón".(pág. 24)

Y es aquí donde una segunda constante temática aparece como reconocimiento de que la realidad es demasiado cruel para elogiarla, pues el poeta se percata de que el presente hace tangible nuestra vulnerabilidad. Por esa razón, ahora es preferible beber de las aguas del Hades, sumirse en el sueño, en la hazaña de Ocnos, resistir las afrentas de la vida desde el letargo (misma raíz que Leteo), desde la quietud, pese a la ponzoña engañosa de sus aguas. Porque si no es así, lo que queda es el duelo de las ausencias, los virajes de la edad, la añoranza de los tiempos en los que todo parecía inquebrantable y con los que la fragilidad no se iba a cebar: " Recuérdame, felino/ rampante, que hoy yaces sin lamer/ mis manos ni acogerte a mi regazo./ Vuela libre tú mientras yo prosigo/ en la terrible luz del nuevo día,/ olfateando la hora en que rimen/ tu ser iluminado y mi desdicha". (págs. 28-29).

El tono arcaizante de algunos versos y la propia estructura salmódica de la mayor parte de composiciones vinculan el acto de escribir con la propia acción profética que, para Cervera, simboliza el hecho poético, más próximo a las raíces atávicas del mito que de la propia literatura, más próximo al mantra y a la letanía que a la retórica: "La desazón/ se arrebuja en los pliegues de las sábanas/ para acechar el sueño y desviarlo/ del seno complaciente hasta llegar/ al otro, a quien se ha ido y sólo encuentras/ más allá de la voz en que te supo/ y te amó". La búsqueda de la cadencia interna a través de la aliteración, los cultismos y el encabalgamiento se funde con metáforas reconocibles en lecturas que han marcado la biografía literaria de Cervera, desde el propio Blake hasta Borges u Octavio Paz.

Sin embargo, detecto la influencia de ese Cernuda de la última etapa en el que, a través del versículo y la intertextualidad, se quejaba de los vaivenes de una vida a expensas del exilio y una soledad no merecida: "La luz artificial de las farolas/ se enciende sin que ellos se den cuenta./ Bajo la tela blanca anudan piel/ y vocablos, y están calmos y nada/ los puede agitar en su cielo" (pág. 30). Que Vicente Cervera no renuncie a ese estilo abigarrado y barroquizante de sus anteriores poemarios lo hace un poeta que no se adscribe a tendencias. Y se agradece. Y de ese carácter reservado y exclusivo de su lírica, forma parte ese tratamiento solemne que le da a sus versos en los que ya no es fácil distinguir el material literario y la vida que lo nutre: "Lo oirás cantar/ entre las hojas./ Lo oirás callar./ No aleteará sordo al silencio/ Sabrá entregarse a nuestro fuego". (pág. 37).

Son inacabables las resonancias a relatos, poemas y ensayos que subyacen en cada verso, como si El oro de los tigres, del autor de El Hacedor, palpitase en cada composición, como si Cervera hubiese encontrado en ese trasvase el tono elegiaco que subsiste en su poemario para no dejar que la memoria de los suyos, la de sus vidas, se pierda. Porque la soledad de su escritura, además de compartida, le duele, pues ha de ser cómplice del lento prisionero de un tiempo soñoliento: "Y entonces, solo entonces, regresar/ habiendo comprendido lo que otrora/ fue intuición fugaz, estremeciéndose/ mi estrella al renacer de tu semilla". (págs. 56-57). Gracias, Vicente. @mundiario

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