En busca de la comedia perdida

En octubre de 2022, Halloween Ends fue -es decir, fue en mi experiencia- una sorpresa mayúscula en la pantalla de cine desde el mismísimo comienzo (shock de accidente mortal más la mezcla musical del legado), y una de mis respuestas ante la interpelación fue escribir acá mismo (link) Ya sabemos desde hace décadas que David Gordon Green puede sorprender de forma recurrente con su cine, y que incluso cuando nos decepciona se trata de un director con potencia, con desparpajo, un cineasta hecho a alguna de las viejas usanzas, más bien moldeado en los vapores, las asperezas y los humores del cine de los setenta de su país y en la versatilidad para los géneros de algunos clásicos. Un director sobre el cual delinear una identidad estable puede llegar a ser una tarea inútil, o al menos para la cual no tengo demasiada predisposición hoy en día.

Yo no estaba buscando películas de David Gordon Green, estaba mirando el menú de comedias -sin incluir series, porque para algo sirven algunos filtros- de una plataforma. Y ahí, al final del final de la oferta del género, vi una imagen con Jonah Hill y un título anticuado como Un niñero sinvergüenza, busqué más información -los nombres de los directores están cada vez más ocultos o necesitan más clicks en estos tiempos- y vi que era algo llamado The Sitter, que era de 2011 y que la había dirigido David Gordon Green. Esa película se me había perdido, se me había pasado por alto durante trece años. Se había estrenado por ese entonces en pocos países en salas de cine y acá había salido directamente en DVD, en esos años en los cuales las plataformas todavía no estaban dominando el mercado mientras el DVD entraba o estaba en o seguía acentuando su decadencia. Miré velozmente qué “consenso crítico” había sobre The Sitter y vi que, para decirlo con pocas palabras, había sido muy maltratada en promedio por los medios y sus miedos.

Comedia, 2011, Jonah Hill (una de las mejores carreras del siglo XXI, para decirlo de forma superficial), David Gordon Green, consenso crítico en contra: las chances de que la película fuera algo valioso crecían (recordemos que artefactos como 12 años de esclavitud tienen abrumador consenso crítico a favor). Y sí, The Sitter es una de esas comedias que, estrenadas cuatro años después de Supercool, ostentan con claridad y orgullo la influencia de esa película-hito de la comedia del siglo XXI. Pero además The Sitter es una película de singular inventiva cómica, de explosiones por fuera del respeto a la verosimilitud, felizmente despreocupada de si esto o aquello es casualidad, de cómo puede ser que los personajes se crucen así, etc. Esas objeciones son para otro tipo de película, no para este festín de lujos y caprichos cómicos y de grandes ejemplos del arte de la puteada, como decía Kael: cuando el niño Rodrigo rompe cosas, he ahí uno de esos momentos de felicidad primitiva de la comedia, de ese tipo de cosas a las que otras películas llegan con una carga de explicaciones, preparando el momento. The Sitter marcha a flamígera velocidad y rompe, explota, pega, destruye, roba, trafica, grita, insulta. Y lo hace con tres niños a cuestas, que viven la gran aventura. Sí, claro, uno ve la película y se pregunta si el Hollywood de hoy podría permitirse esta película. La respuesta está flotando en ese huevo de dinosaurio que explota, proveniente del estrafalario búnker -otro lujo de capricho cómico digno de una película surrealista- lleno de fisiculturistas comandado por Sam Rockwell (que siempre es el mejor actor que existe). Película de formas punks, The Sitter comete uno de esos pecados que -evidentemente, a juzgar por la recepción que tuvo- se vuelven imperdonables. En medio de eso de romper, golpear, bombas en inodoros y diversos improperios, la película se permite apelar a fórmulas emocionales probadas, como esas que ponen de frente la conexión entre personajes que aparentemente no tenían chances de conectar. Es decir, The Sitter se ubica en la tradición de usar mecanismos ya probados muchas veces a la vez que se despreocupa de muchos asuntos que parecen importar a “la crítica” y decide que su camino y su disfrute y su fruición serán comandados por la decisión de poner en escena chistes y más chistes y más golpes y caídas y choques e insultos. Una comedia ideal para tratar de entender qué es lo que odia la crítica, o qué es lo que odiaba en 2011. Pero no, en realidad es una comedia para reírse bien fuerte. Para reírse un montón.