El Fraticidio y la Oración en Hamlet: Una Perspectiva Moral y Teológica

El Fraticidio

En las primeras líneas, el rey Claudio reconoce la inmundicia penal y moral del fraticidio que ha cometido matando al rey Hamlet, su hermano, hecho criminal literario basado en hechos históricos daneses que Saxo Gramatico había relatado en las Gestas dánicas (s. XII-XIII), pero haciendo el asesinato público, durante la celebración de un festejo, y sin la trascendencia moral que Belleforest en sus Historias trágicas (s. XVI) y Shakespeare le confieren. Es tan terrible y putrefacto su comportamiento, que Claudio habla del hedor que desprende y que llega hasta el cielo; es decir, que horroriza al mismo Dios. En la línea octava se refiere a su mano maldita y a la sangre que la tiñe y agranda a sus ojos, deseando que pueda haber una piedad divina que la limpie, aunque es tan grave su acto que no está seguro de que pueda alcanzar el perdón. Además de fraticidio, se trata de un regicidio, aunque ante lo desnaturalizado de matar a un hermano la gravedad política de asesinar a quien gobierna no pesa en la conciencia del personaje, como, en cambio, sí hará en la shakesperiana Macbeth (1606). El crimen que encumbra al protagonista hasta la corona fue incitado por lady Macbeth, quien se nos aparece en la tragedia enloquecida por el hecho criminal e intentando hacer desaparecer de sus manos las manchas de sangre invisibles para los demás, pero indelebles para su conciencia. Volviendo a Hamlet, este fragmento refleja una versión cristianizada de las señales sensibles que en la literatura pagana acompañaban a las transgresiones de la ley natural. Aquí se refiere Claudio al hedor de su crimen, el mismo que, por ejemplo, desprendía el cuerpo insepulto de Polinices en Antígona (s. V a. C.), como manifestación natural de la transgresión de la ley natural que los soldados podían percibir para ser atormentados con los remordimientos y el temor de ser castigados por las Erinias por no dar entierro a un cadáver. En el mismo contexto pagano, Esquilo pintará también en las Euménides a esas terribles divinidades  olisqueando el olor de la sangre que no puede lavarse jamás, pues procede de la transgresión de la ley natural (el matricidio realizado por Orestes). En Los siete contra Tebas, otra vez Esquilo relata el enfrentamiento en la batalla de los hermanos Eteocles y Polinices y hace que el coro repita la idea de que la sangre del fraticidio es una mancha que nunca envejece, que no puede lavarse. La mitología pagana convierte en señales sensibles (al olfato o a la vista), lo que la lógica moderna y cristiana refleja como tormento moral, remordimientos, en este texto, “culpa”. Shakespeare poetiza la misma idea en ese deseo de Claudio de que una “lluvia celestial”  se apiade de él y deje blanca y pura como la nieve su mano asesina. Como vemos, Shakespeare combina la tradicional visión pagana del fraticidio, pero parte de la tradición bíblica a la que se refería en la segunda línea aludiendo a esa “primera y primitiva maldición”: es decir, el rey Claudio es un Caín moderno, asesino de su hermano Abel.

Así, el tormento moral del rey Claudio es tan profundo como toda la tradición judeocristiana y pagana que pesa sobre la conciencia del personaje.

Qué es la Oración

Tan grave es su acto y tan profunda su culpabilidad que Claudio afirma que no puede rezar. Desea hacerlo (“fuertes son inclinación y voluntad”), pero aunque quiere, le acometen los remordimientos impidiendo su oración. Por eso reflexiona sobre la naturaleza o requisitos de la oración: la inmensa piedad divina, o la capacidad de la oración para prevenir malos actos y a la vez, lograr el arrepentimiento y perdón. Pero como vemos, la reflexión del personaje lo lleva a la cuestión del arrepentimiento y de las condiciones que ha de cumplir y que él no reúne. Puesto que no ha renunciado a la corona, a la reina ni a su ambición, no ha reorientado su vida a Dios, y por tanto, de esta manera, en tal estado, no quedaría perdonado, pues no hay confesión según lo establecido por el concilio de Trento para obtener la absolución. Es decir, la conciencia de Claudio se rige por los requisitos contrarreformistas. Algo que también habíamos observado como preocupación en obras más populares como la reciente tragedia Fausto de Christopher Marlowe, donde también se menciona la necesidad de un arrepentimiento que no sea únicamente estar en conocimiento de las faltas cometidas.

En la línea contrarreformisma, el mismo rey es consciente de que la oración en que el pensamiento no está presente es inútil y no alcanza el cielo. Aparece aquí el tema de las PALABRAS VACÍAS DE CONTENIDO tan del gusto shakespperiano y aquí en relación con la autenticidad de la religión. Idea muy extendida en la época para subrayar la necesidad de evitar la repetición sin sentido, monótona y sin alma de oraciones en idiomas que no se entendían (latín) o de propósitos morales que realmente quien las entonaba no pretendía cumplir. En esa línea entre otras obras, fue muy conocido el Manual del soldado cristiano de Erasmo de Rotterdam, que subrayaba la importancia de que la religión fuese menos social y aparatosa y más sencilla, íntima y personal.

Por esto mismo, a pesar de que Hamlet debería haber asesinado a Claudio en este momento, tal y como sucedía en las tragedias de venganza de sangre (por ejemplo, en La tragedia española de Thomas Kyd), no sucede este desenlace y por el contrario, la obra juega con las expectativas del espectador de este género, subrayando así la importancia de la confesión (sacramento muy criticado por los protestantes) y de la oración y sus requisitos. Obviamente, estas cuestiones no aparecían en las versiones anteriores de la misma historia, lo cual subraya la importancia que tienen para nuestro autor. Dado que Hamlet cree que Claudio ha purificado su alma en la confesión y oración, no lo asesina aún.

El Libre Albedrío

Shakespeare pone en boca de Claudio la idea de que todo hombre nace con gracia (línea 12), es decir, con capacidad para salvarse, contrariando a Lutero en su De servo arbitrio, y en línea con Erasmo y su De libero arbitrio (s. XVI). Esa misma libertad del hombre se refleja en que Hamlet no mata a Claudio porque piensa que aunque su acto criminal lo llevaría al infierno (es decir, no es consecuencia de estar atado a Satanás, sino acto de libertad), su acto de confesión le habría granjeado el perdón divino.

[Algunos podrían comentar a raíz de este tema la situación probable de Shakespeare como recusant o disidente, pero eso también es quizás más adecuado hacerlo al introducir el comentario y mencionar el Acta de supremacía vigente en la época del autor.]

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