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9 Jun 2024
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Civil War (2024): La realidad espectral y extremadamente violenta de Álex Garland

En un entorno civil militarizado también los periodistas, generadores de una realidad ficticia altamente mediatizada, son máquinas de guerra; y de eso también nos está hablando Garland: Civil War

¿De qué hablamos cuando hablamos de Simulacro? Se trata de una ficción que ha acabado por acontecer en la realidad e, incluso, que ha acabado generando la realidad. Eso que Nick Land denominó como “hiperstición”, esto es, una suerte de retroalimentación siniestra en el Sistema (cada vez más cercano al Colapso) que termina por generar profecías autocumplidas.

¿Y qué papel ha jugado específicamente Hollywood, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, en la generación industrializada y programadora de ese mismo Simulacro en la percepción mental de los occidentales? El bosque-sagrado es un lugar fundante e irradiador, el epicentro mundial de la escenificación, de la producción inmaterial de deseos y goces, de esa maquinaria destinada a generar una realidad propia y una autopercepción de los sujetos aparentemente interna, pero en el fondo inculcada con precisión desde el exterior. La secularización de las sociedades modernas es una farsa, entonces, una mentira exotérica cuya realidad esotérica muestra una férrea faz religiosa y, más aún, profundamente ritual. Así pues, la verdad ficticia del Simulacro siempre trabaja para la consecución de un móvil profundo de carácter pseudo-sagrado.

El shock y la catástrofe de Garland

Como la ficción es entonces una parte central de la realidad, nuestra utilización de la misma para aproximarnos a la misma realidad se encuentra de sobra justificada. Ensayos como La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, de Naomi Klein, y novelas como Los Mandible. Una familia: 2029-2047, de Lionel Shriver, están ya más allá de la realidad y la ficción. Nosotros también; y no digamos ya Civil War (2024), la última película de Álex Garland, autor de importantes obras del cine reciente, tales como Ex-Machina (2015), Annihilation (2018) o Men (2022), que acaba de firmar una de las más relevantes aproximaciones al catastrofismo del cine reciente.

En la película de Garland, que es casi un documental de hiperrealidad, se nos cuenta el viaje de cuatro periodistas por unos Estados Unidos atomizados. La violencia y la amoralidad, si es que la diferencia cabe, cunden multiformes a falta de un Estado aglutinador y de un proyecto ordenador. Reina un Estado de excepción permanente, saturniano incluso, donde la hiperstición se ha cumplido y la destrucción típicamente exterior del Imperio por fin se ha vuelto contra sí, a modo de mal interior dentro de sus propias fronteras.

Estos cuatro periodistas serán los ojos del espectador en el intento por capturar una realidad espectral, alucinada, extremadamente violenta. Cada parada en el camino es un jalón más, un círculo del Infierno atravesado que nos aproxima al epicentro del Laberinto. La avezada fotógrafa interpretada por Kirsten Dunst, en apariencia el Virgilio o psicopompo de la joven Cailee Spaeny (tanto Dunst en los 90 como más recientemente Spaeny han sido “vírgenes suicidas” en el cine de Sofía Coppola), es en realidad la víctima sacrificial para habilitar el rito de paso en sus últimas consecuencias. Hasta llegar ante la presencia de ese Minotauro que tiene tanto del General Kurtz como del Presidente Trump.

En un entorno civil militarizado también los periodistas, generadores de una realidad ficticia altamente mediatizada, son máquinas de guerra; y de eso también nos está hablando Garland: Civil War es, en ese sentido, y como antes la reciente Dejar el mundo atrás, una perfecta autopsia del estado de las cosas en Norteamérica, por medio de un sadismo catastrófico que busca reflejarse en el espectáculo altamente estilizado de un futuro distópico (en apariencia cercano). Sam Esmail, otro director relevante del presente, lo hacía en Dejar el mundo atrás, siguiendo una novela de Rumaan Alam, con el descenso a los infiernos de una familia de clase media-alta; mientras que Garland nos lo muestra aquí, como ya se ha dicho, a través de un grupo de periodistas dispuestos a entrevistar al último Presidente de la nación… O al menos a filmar su muerte, si es preciso. No en vano catábasis, catacumba y cataclismo tienen la misma raíz etimológica.

Caos y Orden

Caos y Orden conforman, en tanto que polos opuestos, una bipolaridad radical. Las crisis, como todo fenómeno de raíz política, suelen estar circunscritas a un espacio o nomos concreto: en este caso, el de la película de Garland, a los Estados Unidos de América. Toda situación de Caos, esa cara B del Orden habilitada por las infraestructuras propias de cualquier forma de descomposición, favorece la transgresión ritual, la ocasión sacrificial, la ventana de oportunidad para una hipotética reconstrucción, para el restablecimiento de un orden perdido que debe ser obtenido de nuevo bajo una forma distinta, tras inmolar aquello que es considerado como “sobrante” desde la élite, como imposición dispuesta desde arriba y hacia abajo.

Es aquello que Garland, en su película, denomina como “Guerra Civil”, y cuyo sentido hierogámico profundo se nos revela en los minutos finales del filme homónimo, uno de los más relevantes, en más de un sentido, de los estrenados en los últimos años, al menos para alcanzar a entender la realidad en la que todos los occidentales vivimos en el siglo XXI en general y, más concretamente, en un año decisivo de elecciones estadounidenses, en particular, como lo es este 2024, donde muy probablemente Donald Trump regrese, allá por noviembre, a la misma Casa Blanca cuya destrucción todavía podemos contemplar, en primicia, estos días en cines.

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