¿Dónde estabas tú cuando yo ponía los cimientos de la tierra?. Por Oriol Pérez Treviño - nosolocine
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¿Dónde estabas tú cuando yo ponía los cimientos de la tierra?. Por Oriol Pérez Treviño

Martes, 14 de mayo de 2024

Pocos filmes han adquirido una dimensión de película de culto como la ha alcanzado El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) de Terrence Malick (Ottawa, Illinois, 1943). Escribo «de culto» siendo consciente que no es nada fácil delimitar esta etiqueta taxonómica. Sin adentrarme excesivamente en temáticas sociológicas y antropológicas, cabe decir que hubo un momento en el que esta expresión «de culto» empezó a implementarse, especialmente, en el mundo del cine con expresiones como la citada «películas de culto». De esta forma se concretaban aquellas películas que sin, necesariamente, ser reconocidas en el momento histórico que se estrenaron, con el paso del tiempo se fueron admirando más y más. También sirve para definir aquellas películas que, inicialmente, no tuvieron una recepción excesiva, pero que con los años les ha permitido agrandar dicha recepción. Y también ha servido para determinar las películas que «han envejecido bien». O lo que es lo mismo: que el tiempo no ha sido impedimento para encontrar interés y reflexión en ellas.

Pero a pesar de estas directrices cabe decir que la controversia es todavía muy grande para determinar qué es en realidad una película de culto. A pesar de la controversia, algunos críticos cinematográficos han llegado a la convención de que la película de culto es aquella obra cinematográfica de cualquier género que, por novedosa o transgresora, ha conseguido una adoración popular, o de grupos reducidos, con el paso del tiempo. Según esta convención, estos filmes se caracterizan por mantenerse al margen de las convenciones narrativas y técnicas de la industria cinematográfica, a la vez que han sido controvertidos por su temática y con resultados económicos, casi siempre, bastante escasos. Ahora bien, no es menos verdad que otras visiones también han decidido incluir en la definición de «películas de culto» a filmes producidos por grandes estudios e incluso éxito de taquilla. El árbol de la vida es una película de culto como también lo son filmes frikis o extraños como Freaks (1932) de Todd Browning, Plan 9 from Outer Space (1959) de Ed Wood, Pink Flamingos (1972) de John Waters, The Wicker Man (1973) de Robin Hardy, The Rocky Horror Picture Show (1975) de Jim Sharman, Eraserhead (1977) de David Lynch, Arrebato (1979) de Iván Zulueta, El asesino del Shogun (1980) de Robert Houston, junto a otras películas de culto más convencionales como Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles, Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick, El Padrino (1972) ) de Francis Ford Coppola, Blade Runner (1982) de Ridley Scott o Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino. Pero es más: diría que El árbol de la vida traspasa la categoría estrictamente cinematográfica para erigirse como expresión de la llegada de un tiempo que muestra los indicios de un salto de dimensión de conciencia. O al menos, de la necesidad de integrar dicho salto y adentrarnos en una nueva etiqueta taxonómica no exenta de peligro: el Nuevo Paradigma. Y digo peligrosa porque sé de que hablo. No he visto etiqueta más usada y abaratada por personas del viejo paradigma para justificar lo injustificable.

Me parece que no me equivocaré demasiado si escribo que ver El árbol de la vida no es ver una película más. Es adentrarnos en una profunda experiencia que afecta a las dimensiones vital, metafísica, moral, religiosa y, en el fondo, espiritual de cada uno de nosotros. En el fondo lo que acaba consiguiendo Malick es hacernos tomar conciencia de cómo somos algo más que un cuerpo que piensa, siente y se emociona. Para tomar conciencia debemos sumergirnos en esta experiencia cinematográfica que nada tiene que ver con la confusión existente, actualmente, de lo que es la cultura. Que nadie espere al ver este filme nada que tenga que ver con el entretenimiento, el ocio, la diversión, la evasión o la distracción. Ver El árbol de la vida es conocer y reconocer lo que ya somos en esencia, pero que sólo nos falta de una experiencia que percute nuestro interior y active la resonancia que nos puede hacer plenamente conscientes del regalo que es la vida, de la belleza de estar vivos. Pero ésto, como bien sabemos, va condicionado a una verdad trágica: somos seres condicionados por la finitud de la vida en una dimensión tridimensional que es donde se suceden nuestros dramas y tragedias vitales. Pero también es verdad que gracias a las ancestrales tradiciones espirituales y/o de sabiduría, y los importantes descubrimientos de disciplinas como la física cuántica, la cosmología o la medicina, se intuyen y existen indicios de la existencia de otra dimensión que es eterna, omnisciente y omnipotente propia del Dios que, al parecer, vive en lo más profundo de nuestro interior. ¿Cómo deberíamos comprender, así, el drama de nuestra vida? Me atrevería a decir por erigirse la vida como la única forma que tiene este Dios para experimentar aquello que ni le pertenece ni le atañe: la finitud y el dolor. La vida, consecuentemente, podría ser entendida como una intensa experiencia de amor en la finitud de una conciencia local, la de nuestro pequeño yo, previa a la infinitud de una conciencia supralocal, la de nuestro Yo superior, que es la  que explicita, en un momento de la película, el personaje de la Señora O’Brien (Jessica Chastain), esposa de O’Brien (Brad Pitt): «la única forma de ser feliz es amando. Si no amas, la vida te va a pasar volando».

Estamos ante un inmenso poema cinematográfico o, si desean, ensayo filosófico en forma de película que se inicia con una pregunta, extraída del Libro de Job, que nos dice: ¿Dónde estabas tú cuando yo ponía los cimientos de la tierra?. Película de culto, experiencia cinematográfica al límite, ver El árbol de la vida es poder tomar conciencia de la tarea de darnos cuenta como las pérdidas, de la clase que sean, son la propia vida en movimiento que se inicia con una energía primogénita que aparece en distintos momentos del filme. Una energía que sabemos que no se crea ni destruye, sino que se transforma. Quizás el día que asumamos e integramos esta verdad habremos empezado la historia ya no sólo del árbol de la vida, sino de una redención que, por ahora, parece un horizonte tan utópico como imposible de alcanzar. ¿Dónde estabas tú cuando yo ponía los cimientos de la tierra?

Oriol Pérez Treviño

 

ON ERES TU QUAN JO POSAVA ELS FONAMENTS DE LA TERRA?

 

Dimarts, 14 de maig de 2024

 

Pocs films han adquirit una dimensió de pel·lícula de culte com l’ ha assolit L’arbre de la vida (The Tree of Life, 2011) de Terrence Malick (Ottawa, Illinois, 1943). Escric «de culte» sent conscient que no és gens fàcil delimitar aquesta etiqueta taxonòmica. Sense endinsar-me excessivament en temàtiques sociològiques i antropològiques, cal dir que va haver-hi un moment on aquesta expressió «de culte» va començar a implementar-se, especialment, en el món del cinema amb expressions com aquesta de «pel·lícules de culte». D’aquesta manera es concretaven aquelles pel·lícules que sense, necessàriament, ser reconegudes en el moment històric que van estrenar-se, amb el pas del temps es van anar admirant més i més. També serveix per definir aquelles pel·lícules que, inicialment, no van tenir una recepció excessiva, però que amb els anys els hi ha permès engrandir aquesta recepció. I també ha servit per determinar aquelles pel·lícules que «han envellit bé». O el que és el mateix: que el temps no ha estat impediment per poder-hi trobar interès i reflexió.

 

Però malgrat aquestes directrius cal dir que la controvèrsia encara és molt gran per determinar què és en realitat una pel·lícula de culte. Tot i aquesta controvèrsia alguns crítics cinematogràfics han arribat a la convenció que la pel·lícula de culte és aquella obra cinematogràfica de qualsevol gènere que, per novetosa o transgressora, ha aconseguit una adoració popular, o de grups reduïts, amb el pas del temps. Segons aquesta convenció, aquests films es caracteritzen per mantenir-se al marge de les convencions narratives i tècniques de la indústra cinematogràfica, a la vegada que han estat controvertits per la seva temàtica i amb resultats econòmics, gairebé sempre, força minsos. Ara bé, no és menys veritat que altres visions també han decidir incloure dins la definició de «pel·lícules de culte» a films produïts per grans estudis i, fins i tot, èxit de taquilla.  L’arbre de la vida és una pel·lícula de culte com també ho són films frikis o estranys com com Freaks (1932) de Todd Browning, Plan 9 from Outer Space (1959) d’Ed Wood, Pink Flamingos (1972) de John Waters, The Wicker Man (1973) de Robin Hardy, The Rocky Horror Picture Show (1975) de Jim Sharman, Eraserhead (1977) de David Lynch, Arrebato (1979) d’Iván Zulueta, El asesino del Shogun (1980) de Robert Houston, al costat d’altres pel·lícules de culte més convencionals com Ciutadà Kane (1941) d’Orson Welles, Psicosi (1960) d’Alfred Hitchcock,  La taronja mecánica (1971) d’Stanley Kubrick, El Padrí (1972) de Francis Ford Coppola, Blade Runner (1982) de Ridley Scott o Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino. Però és més: diria que L’arbre de la vida traspassa la categoria estrictament cinematogràfica per erigir-se com expressió de l’arribada d’un temps que mostra els indicis d’un salt de dimensió de consciència. O si més no, de la necessitat d’integrar aquest salt i endinsar-nos en una nova etiqueta taxonòmica no pas exempta de perill: el Nou Paradigma. I dic perillosa perquè sé de que parlo. No he vist etiqueta més usada i abaratida per persones del vell paradigma per justificar l’ injustificable.

 

Em sembla que no m’equivocaré gaire si escric que veure L’arbre de la vida no és veure una pel·lícula més. És endinsar-nos en una profunda experiència que afecta les dimensions vital, metafísica, moral, religiosa i, en el fons, espiritual de cadascú de nosaltres. En el fons el que acaba aconseguint Malick és fer-nos prendre consciència de com som alguna cosa més que un cos que pensa, sent i s’emociona. Per prendre’n consciència ens cal submergir-nos en aquesta experiència cinematogràfica que res té a veure amb la confusió existent, actualment, del que és la cultura. Que ningú esperi en veure aquest film res que tingui a veure amb l’entreteniment, l’oci, la diversió, l’evasió o la distracció. Veure L’arbre de la vida és conèixer i reconèixer allò que ja som en essència, però que només ens falta d’una experiència que percudegi el nostre interior i activi la ressonància que ens pot fer plenament conscients del regal que és la vida, de la bellesa d’estar vius. Però això, com bé sabem, va condicionat a una veritat tràgica: som éssers condicionats per la finitud de la vida en aquesta dimensió tridimensional que és on passen els nostres drames i tragèdies vitals. Però també és veritat que gràcies a les ancestrals tradicions espirituals i/o de saviesa, i les importants descobertes de disciplines com la física quàntica, la cosmologia o la medicina, s’intueix i hi ha indicis de l’existència d’una altra dimensió que és eterna, omniscient i omnipotent pròpia del Déu que,segons sembla, viu en el més profund del nostre interior. Com hauríem de comprendre, així, el drama de la nostra vida? M’atreviria a dir per erigir-se la vida com l’única forma que té aquest Déu per experimentar allò que ni li pertany ni li ateny: la finitud i el dolor. La vida, conseqüentment, podria ser entesa com una intensa experiència d’amor en la finitud d’una consciència local, la del nostre petit jo, prèvia a la infinitud d’una consciència supralocal, la del nostre Jo superior, que és la que explicita, en un moment de la pel·lícula el personatge de la Senyora O’Brien (Jessica Chastain), esposa d’O’Brien (Brad Pitt): «l’única forma de ser feliç és estimant. Si no estimes, la vida et passarà volant».

 

Estem al davant d’un immens poema cinematogràfic, o si voleu assaig filosòfic en forma de pel·lícula, que s’inicia amb una pregunta, extreta del Llibre de Job, que diu: On eres tu quan jo posava els fonaments de la terra?. Pel·lícula de culte, experiència cinematogràfica al límit, veure L’arbre de la vida és poder prendre consciència de la tasca d’adonar-nos com les pèrdues, de la classe que siguin, són la pròpia vida en moviment que s’inicia amb una energia primogènita que apareix en diferents moments del film. Una energia que sabem que no es crea ni es destrueix, sinó que es transforma. Potser el dia que assumim i integrem aquesta veritat haurem començat la història ja no tan sols de l’arbre de la vida, sinó d’una redempció que, ara per ara, sembla un horitzó tan utòpic com impossible d’assolir. On eres tu quan jo posava els fonaments de la terra?.

 

 

About Jose

Escritor, cineasta, activista cultural y organizador de festivales de cine

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