La Opinión de Javier Benítez | Los Gallos

Descanso Dominical

Los Gallos

Era más que una caseta, era una máquina del tiempo sin relojes, el recuerdo de las juergas desmemoriadas

Fue una Feria del Caballo de cuyo año no quiero acordarme. El día se enredó con la noche y, las cosas que pasan, salimos del Real cuando el alumbrado ya no alumbraba y el cielo se estaba encendiendo. Uno de los interfectos de la cuadrilla se había bebido Sanlúcar, El Puerto y Jerez a buchitos cortos y frecuentes. Iba como a nadie le importa. Ole. A esas horas la mayoría de los taxis se habían retirado a sus cuarteles de invierno así que no tuvo más remedio que caminar hasta su casa, en pleno centro. Al día siguiente le preguntamos cómo había transcurrido la feliz travesía y solo acertó a responder: “Qué larga es la calle Larga; y qué estrecha”.

En aquellos años, nuestros días y noches de gloria en la Feria siempre tenían un denominador común, una última parada, un desideratum, una tierra prometida. Y aunque era mucho más estrecha que la calle Larga, no nos hacía falta más espacio que ese porque el mundo entero cabía en el único módulo de Los Gallos. Era más que una caseta, era una máquina del tiempo sin relojes, el recuerdo de las juergas desmemoriadas, un microcosmos de carcajadas, confesiones y amaneceres, el patrimonio de más de una generación. En dos cuartas de la barra estabas codo con codo con un primo lejano, una ex y un compañero del colegio. Y tan contentos. Había gente que solo se veía una vez al año. Ocurría allí bajo la atenta mirada de Fofo, el líder espiritual de aquel templo feriante jerezano en el que las canciones y los brebajes curaban todas las penas.

El año pasado seguía en pie con el nombre de Los Gallos, pero ya no era Los Gallos sino un número más en el plano de la Feria, un sitio con olor a fritanga, sevillanas en bucle y cuatro mesas en la terraza. Esta Feria,ni eso. En su lugar ya solo se levantaba un contrachapado blanco como queriendo tapar las vergüenzas de la caseta vecina. Los terrenos habían sido expropiados y repartidos para culminar lo que ha sido una despedida en dos actos. Ya no queda nada de Los Gallos más que nuestra gratitud por habernos hecho tan felices todos estos años, un palco de honor en los corazones, y las miradas que, cuando pasemos por allí, siempre dedicaremos a ese rincón bendito de la calle Manuel Soto ‘Sordera’.

Estoy jodido, lo reconozco. Esto no se hace, siento que me han robado algo íntimo. Además, me da mucha prereza tener ahora que cambiar todos mis planes y buscar otro remate épico a mi vida. Yo que siempre quise que el fin del mundo me sorprendiera bailando una de Radio Futura a las tantas de la madrugada en la caseta de Los Gallos.

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