¡Hágase la luz!, y la luz eléctrica se hizo en Loja – Diario La Hora

¡Hágase la luz!, y la luz eléctrica se hizo en Loja

A finales del siglo XVIII, la Inmaculada Concepción de Loja era una ciudad pequeñita que, prácticamente, cabía en la palma de la mano.

Alumbrada apenas por mecheros, lámparas de kerosene o el resplandor de la leña en el fogón, esto daba la oportunidad para que en ella habiten, a sus anchas, todo tipo de fantasmas de esos que acobardaban hasta a los más machos vecinos obligándolos a recogerse mansamente en su casa apenas llegaba la noche; quedando afuera solamente las calles vacías, iluminadas con el poquito resplandor que alcanzaba a salir por las ventanas de las casas. El alumbrado público se hacía mediante faroles que se encendían de seis de la tarde hasta las nueve de la noche y era el sereno quien se encargaba de encender y apagar estas luces.

Para quienes tenían irremediablemente que salir de su casa después de las nueve de la noche, el mechero era el único objeto que iluminaba su camino; este solía componerse con un trozo de madera, un pedazo de tela vieja enrollada e impregnada en cebo de res, cera o kerosene.

Cuando se encendía la llama, crecía tanto que resultaba difícil controlarla, por eso era peligroso el uso de la antorcha, que a más de uno le chaspó las cejas, las pestañas y las barbas; sin embargo, no había otra manera de alumbrarse en las ocasiones que las emergencias acontecían.

– ¡Hágase la luz!

Y la luz eléctrica se hizo en Loja.

Los lojanos, quienes siempre han sido una rara mezcla de locura genial, quijotismo, utopía y alcanfor, hicieron realidad un proyecto que, desde hace algún tiempo, merodeaba en la cabeza de algunos vecinos y que se llamó la Sociedad Luz Eléctrica. 

El abogado José Miguel Burneo, en uno de sus viajes a Piura, contactó con el ingeniero francés Alberto Rhor Dargot, quien era un experto conocedor de la maquinaria y de la instalación de estas plantas generadoras de luz eléctrica que en aquella época se implementaba en la lejana Europa.

– Míster, un grupo de lojanos influyentes estamos interesados en crear una planta de luz eléctrica en nuestra ciudad…

– Oh là là! ¿Loja? ¿Estaggr ceggrca o estaggr lejos de Piuggr-ra?

– Queda a unos ocho a diez días a lomo de mula.

– C’est impossible!

Pero el abogado Burneo, necio como somos los lojanos en estos quehaceres, dijo para sus adentros: «Juro por la Churona del Cisne, que no regreso a Loja mientras no lo convenza a este gringo; si es preciso, me lo llevo jalado de las mechas. Dejaría de llamarme Miguel Burneo si no lo llevo ya mismo».

Y siguió palabreando y palabreando, hasta que el extranjero dijo:

– Merde! Tu m’as convainzu.

– ¿Qué?  Ahora sí, no entendí nada, míster -dijo el abogado para volver a escuchar lo que estaba esperando.

– ¡Te digo que nos vamos a Loja hoy mismo!

– ¡Así se habla entre caballeros! -contestó el abogado Burneo sin ocultar su alegría-. ¡Salud, salud, salucita!

– À tuá santé -contestó míster Rhor.

Y se pusieron en camino la misma madrugada que míster Rhor concedió el sí.

Del mar a los Andes el camino era muy largo, se tenía que atravesar llanuras y desierto durante el día y por la noche acampar en los tambos del camino para descansar de los galopes del viaje, hasta que por fin después de unos cuantos días y muchas fatigas arribaron a Loja.

Retos de la lojanidad

«Llegando y no llegando», como se dice acá, se firmó la Escritura Pública de conformación de la Sociedad Sur Eléctrica (SSE) con veinte socios vecinos, decididos a conformar esa aventurada empresa, con un capital inicial de dieciséis mil sucres (lo que hoy representaría más o menos un dólar). En la única escribanía de la ciudad, el 23 de abril de 1897, se legalizó con firma y rúbrica,  bajo juramento la Sociedad donde constaban como accionistas fundadores los señores: Manuel Alejandro Carrión, Ricardo Valdivieso, Serbio Fernando Riofrío, Elías Riofrío, Alberto Rhor, Ramón Eguiguren, Ernesto Witt, Francisco Arias, Manuel Aguirre Jaramillo, Berris Hermanos, José María Burneo, José Miguel Burneo, Guillermo Valdivieso, Vicente Burneo, Darío Benavides, Manuel Cueva y Ramón Moreno Santón.

La Sociedad dispuso la dirección a don Ramón Eguiguren, nombrándolo gerente y encargado de recibir la asesoría técnica del ingeniero Alberto Rhor, y además la responsabilidad de «hacer fabricar en Europa y bajo su responsabilidad, la máquina para el alumbrado con todo lo necesario, y, dirigir personalmente los trabajos concernientes al establecimiento de dicho alumbrado según los proyectos presentados por la Casa Sautler Harle & Cía de París».

De igual manera, la escritura de conformación reza que: «recibida la instalación por la Sociedad, el señor Rhor dirigirá el funcionamiento de la máquina durante los veinte años fijados para la duración de la central de la Sociedad, por esta dirección la Sociedad pagará mensualmente al señor Rhor cien sucres en plata y le dará alojamiento en esta fábrica cuando se concluya el edificio. Este sueldo no empezará a correr sino desde que la empresa produzca el doce por ciento, neto, del capital invertido».

Para cumplir con lo encomendado, Rhor viajó a Europa con diez y seis mil sucres en su bolsillo. Luego, no quedaba otra que esperar confiados en la honorabilidad de mister Rhor. Se entiende que en esta época la comunicación tenía sus dificultades; entonces los negocios, amores, amistades y enemistades se tramitaban, mediante cartas y telegramas que iban y venían con parsimonia y pausada lentitud. Después de una espera más larga de lo previsto, los accionistas se llenaron de incertidumbre y empezaron a impacientarse y a temer por sus capitales invertidos.

– ¡Yora! ¿Qué pasó con el gringo? ¡Se hizo humo! ¡Carajo! ¡Cómo si se lo hubiera tragado la tierra, gringo de mierda, ya creo que nos vio la cara de lojudos!

La larga ausencia de míster Rhor, puso más dudas entre los accionistas; la espera sin noticias hizo que se reorganizara la Sociedad y entraran nuevos socios. Dicen que «quien mucho espera se decepciona y que quien nada espera, se sorprende». Así tuvieron un día tras otro de espera, y cuando la decepción estaba cerca, se adelantó la sorpresa: don Miguel Burneo recibió una misiva desde Piura, era del gringo Rhor y escrita con su puño y letra:

– Estoy en Paita con el enorggme encaggo, ayuda para pagtir a Loja.

En seguida, patrones y peones, con enorme entusiasmo se pusieron en camino.

Debían trasladar la enorme y pesada máquina que, guardándose en varios cajones, había llegado en barco hasta el puerto de Paita en el Perú.

Los noveleros lojanos, enterados de lo sucedido, salieron con admiración a las calles a ver llegar la famosa máquina que iba a dar una luz potentísima, casi, casi como la luz del sol; de esa forma, la luz eléctrica se convirtió en el tema de mayor controversia en la campiña lojana. Se discutía altísima y complicada teología, filosofía, como gusta hacerlo los lojanos y hasta cosmética que la discutían con sapiencia las damas.

– Si Dios puso el sol para que alumbre durante el día y la luna en la noche, ¿para qué contradecir al Creador?

Otros tenían miedo porque les habían dicho que la luz eléctrica era peligrosísima:

– Si tocas un cable te quedas carbonizado.

También las señoras cotorreaban alarmadas:

– La luz eléctrica daña el cutis envejeciéndolo prematuramente. Y además por ser una luz fría produce reumas. También se discutía el que la electricidad saliese por los enchufes y los carbonizara dejándolos negros más negros que los negros de Catamayo.

Pero como siempre sucede, al lojano le ganó la curiosidad al miedo, y por eso tiritando las talangueras, pichéndose de nervios, pero curiosísimos, esperaban la hora de ser testigos de cómo la luz eléctrica dispersaría las sombras de la noche.

Y, por otro lado, los socios, interesados en recibir los frutos de su inversión, se concentraron con alma y vida en su trabajo. Con la intención de captar el agua del río Malacatos, instalaron los equipos en una casa colonial en la parte occidental de la ciudad al final de la calle 10 de Agosto, allí, donde comienza la cuesta que va a El Pedestal.

Empezaron por rearmar la enorme maquinaria, y el ensamblaje de la obra. La planta nació con dos turbinas hidráulicas de doce kilovatios, y los obreros trabajaron, incesantemente, día y noche hasta el momento de su inauguración oficial.

Y llegó la luz…

El 1 de abril de 1899 se hizo la luz en Loja para alumbrar sus noches sin Luna. Una multitud curiosa y perpleja que no quería perderse ningún detalle del espectáculo sabía que estaba ante un hito histórico. El hermoso acontecimiento de observar encendidos los focos sobre los postes de madera dispuestos a lo largo de la calle 10 de Agosto, provocó que se llamara a esa avenida «la calle de la luz».

¡Por fin llegó el momento tan esperado! De repente se escuchó un alarido de asombro, luego, las señoritas se cubrieron los rostros creyendo que así se cuidarían de los rayos misteriosos de ese sol nocturno.

La satisfacción de los lojanos al recibir los adelantos de esta técnica fue tanta que uno de sus hijos que firma Q.S. y de quien no tenemos más datos compuso los siguientes versos:

¡Gloria al trabajo y a la industria!

En lazo estrecho van camino de la vida.

Él, extendido el poderoso brazo,

Ella, bañada en luz y sonreída.

Era como un sueño. Los niños y los viejos no pegaron el ojo, porque se pasaron horas de horas mirando los focos encendidos que iluminaban las angostas calles adoquinadas de una Loja aún más pequeñita que hoy, una Loja de mil ochocientos noventa y tantos.

La luz se propagaba por todas partes: en las calles y en las plazas, en los árboles con nidos de madrugadores pajaritos, que despertaban asustados, pensando que se habían quedado dormidos y de improviso rasgaban la noche con su canto, saltando de un sauce hacia otro; los gallos también se despistaron pensando que la madrugada ya llegó y los encontró dormidos, por eso cantaron en plena noche lojana alumbrada por primera vez, por la luz eléctrica. Las casas iluminadas reflejaban hacia afuera esa misma luz a través de las ventanas y por las rendijas de las puertas. 

Así fue como todo cambió en Loja, estaban allí los vecinos, reunidos para comentar sobre el hecho grandioso de ser los pioneros en tener luz eléctrica en el Ecuador y la tercera ciudad en América del Sur después de Buenos Aires y Lima.

La maravilla de la luz eléctrica en Loja tomó la mano de la obscuridad convirtiéndola en la algarabía de jóvenes y viejos, rebosantes de alegría. La noche dio paso a un día diferente, de esta ciudad pequeñita de un puñado de casitas de adobe y bareque con techos de teja colorada construidas a la orilla de los dos juguetones riachuelos de aguas diáfanas y cantarinas, Loja amaneció con la gran noticia que todos la comentaban y la seguimos comentando hasta el día de hoy.

Zoila Isabel Loyola Román | Gaceta Cultural Loja