Alfredo Zamora, el niño que miraba - La Opinión de Murcia

Entrevista | Actor, director y productor teatral

Alfredo Zamora, el niño que miraba

El niño  que miraba

El niño que miraba / JAVIER LORENTE

Javier Lorente

Javier Lorente

Quedo en la urbanización de Montepinar, donde vive Alfredo Zamora Hernández, todo un referente de la escena murciana: actor de teatro, cine y televisión, director y productor y, junto a su pareja Inmaculada Rufete, el motor de Doble K Teatro, una de las compañías más importantes de nuestra Región. Me habla de sus 8 apellidos murcianos: «Yo soy muy de esta tierra, del barrio del Carmen, de los coloraos. Mi padre era hostelero y, durante años, llevó la cantina del Teatro Romea, y eso me cambió la vida. Yo ayudaba a la familia y con 13 años ya me veía todos los espectáculos tres veces. Miraba actuar a todos los grandes actores, de las mejores compañías españolas: Rodero, Carlos Lemos, Nuria Espert, Jose María Pou… Y también actores y compañías internacionales. El caso es que le dije a mi padre que yo quería hacer teatro como ese. Al principio me dijo que yo estaba loco, que eso sería hambrear. Pero, cuando vio que yo iba en serio, me dio los dos mejores consejos que me han dado en mi vida. Primero me dijo aquello de que quien resiste gana, que debía ir hasta el final y ser constante sin rendirme. Y también me dijo que hiciera las cosas de tal manera que, cuando ya haya estado en un sitio, pudiera volver sin problemas y sin que me diera vergüenza».

Es el menor de cinco hermanos y siempre se sintió arropado por ellos: «Me regalaban libros de teatro, de Jardiel Poncela, Arniches... Y me llevaban mucho al cine, ya de muy niño. Nunca olvidaré mi primera sesión doble: Cantando bajo la lluvia y Pinocho en los Cines Iniesta. Lo que más me ha enseñado en mi vida ha sido ver cine y teatro. Creo que, ante todo, soy un gran espectador». Me cuenta que con 17 años ya actuaba en la Compañía de Edmundo Chacour y que con 18 empezó a estudiar en la Escuela Superior de Arte Dramático. Me cuenta de sus mejores maestros y me destaca a Antonio de Béjar y Antonio Morales. «Mientras estudiaba, empecé a hacer teatro con muchos grupos murcianos: Con Alquibla hice más de 20 espectáculos. Antonio Saura y Esperanza Clares son para mí más que familia. También trabajé con Teatro de Papel, Tespis, Aula de Teatro de la Universidad, Teatro La Ruta, La Murga… Luego empecé a compartir vida con una actriz que admiraba, Inma Rufete y a partir de ahí ‘juntamos los baules’, como decían Larrañaga y Merlo, creamos nuestra Compañía y desde entonces recorremos juntos los escenarios. Inma se convirtió en el sentido de todo, y fue entonces cuando empecé a dirigir para que ella brillara y fuese el referente de la compañía», confiesa.

Disfruto de esta conversación entrañable. Alfredo habla con pasión, te mira con esos ojos inmensos, mueve las manos muy expresivamente, se aparta el flequillo lacio, y te cuenta su trayectoria, mil anécdotas y la línea de trabajo de Doble K Teatro: «Siempre intentamos mantener un equilibrio entre contar las historias que creemos que deben ser representadas, porque hablan de cómo vemos el mundo, y montajes que puedan ser contratados y representados, que tengan recorrido. Tenemos una responsabilidad sobre los actores y los técnicos de la compañía, somos una familia». Hablamos de la multitud de títulos de su trayectoria, muchos de los cuales yo he podido disfrutar, desde Yerma a Despedida de casada, desde Casa de muñecas a Vis a vis en Hawai y, cómo no, con una versión muy hermosa de ¡Ay Carmela!, con una Inma Rufete y un Nico Andreo que están que se salen, que sigue triunfando desde hace más de un año por los escenarios españoles.

Me cuenta mil cosas, incluso que no le gusta actuar y dirigir en la misma obra, que no se apaña. Hablamos de su grandísima trayectoria televisiva, con decenas de apariciones en las mejores series: «Se lo debo a Salvador Serrano, que me animó. La verdad es que tengo un gran representante y creo que, con los años, he aprendido a ser un actor fiable, que hace su trabajo con corrección y no da problemas», me dice con excesiva humildad. Lo cierto es que se ha hecho un hueco en Madrid y ya es muy conocido, casi imprescindible, en el mundo del cine y la televisión. También me habla maravillas de Jesús Ropero, su director técnico: «Es mi segundo brazo derecho, siempre está ahí, lo necesito, le consulto… Tanto que lo puedo llamar 12 veces seguidas porque se me van ocurriendo cosas. Reconozco que mi mente no para, que hay momentos en que me brota a borbotones». Pero me confiesa: «Cuando paro, paro. Por la noche desconecto el teléfono, para mí también es muy importante la familia. No hay nada tan urgente que no pueda esperar al día siguiente. También me gusta salir a cenar y al cine con la familia. Soy muy cinéfilo, también de series. Con mi hijo veo muchas series y películas clásicas». Y nos liamos a hablar de las grandes: Los Soprano, Breaking Bad y luego me cuenta cosas del rodaje con Amenábar o Álex de la Iglesia, La Catedral del Mar... Cuando va a Madrid a rodar procura ir en tren o compartir coche, su trabajo allí es intenso, pero aprovecha para ver teatro.

Me gusta una frase que me dice: «Dentro de 30 años nadie se acordará de los políticos de hoy día, pero sí de un artista, pintor o actor, o de una película que seguirá reponiéndose». De su método como director, me confiesa: «Siempre estoy abierto a las propuestas de los actores, tengo mis ideas claras o mis ideas confusas, porque mi cabeza a veces se contradice y me surgen y resurgen posibilidades, pero cuando los actores tienen otra visión, lo discutimos y sus ideas aportan. En la vida, en general, más que imponer, hay que conciliar».

Alfredo es un soñador, no puede ocultar su romanticismo, él lo sabe, pero ha aprendido a tener los pies en la tierra, y «gracias a ese equilibrio» pueden «tirar para adelante los locos» como él. De pronto entra en la cafetería una actriz de nuestra Región, actualmente afincada en Madrid, la gran Pepa Aniorte. Lo ve de lejos y corre a darle un largo y afectuoso abrazo. Más que entre compañeros, es un abrazo de cariño, como Alfredo se merece. Como en Los Soprano, dejamos el final abierto: «Hay que hacer que la gente piense».

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