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Las universidades y la construcción de nuevos horizontes de futuro

El quehacer de toda universidad comprometida con la construcción de un mejor futuro encuentra su punto de partida en los desafíos del presente. Para el México de hoy, esos desafíos imbrican aquello que sucede a escala nacional con tendencias definidas a escala global.

Esos desafíos son múltiples, complejos y obstinados. Por un lado, nos enfrentamos a la persistencia de la pobreza y a la desigualdad social; por el otro, al incremento de la violencia y la militarización de nuestra vida pública. Vivimos así bajo un escenario de fragilidad democrática en el que los derechos humanos de las personas más vulnerables son quebrantados sistemáticamente. Al mismo tiempo, nos enfrentamos al deterioro de nuestra casa común y a un magro crecimiento de nuestro aparato productivo.

En este marco, las universidades juegan un papel fundamental al momento de dar respuesta a dichas problemáticas. Por lo general, cuentan con la infraestructura intelectual, científica y tecnológica para entender la magnitud de esos retos y ser protagonistas en el diseño de horizontes de futuro. Así, el poder transformador de sus funciones sustantivas es un capital invaluable para la sociedad. ¿Cómo aproximarse entonces a los desafíos del presente y a la construcción de futuros más alentadores desde espacios universitarios? ¿De qué modo pueden contribuir las universidades a generar una sociedad más humana y justa? Plantear estas preguntas es un paso necesario para imaginar nuevos modelos de universidad.

Ilustración: David Peón

Formación, generación y vinculación: un modelo integral de universidad

Las dimensiones centrales del quehacer universitario son: 1) la formación de personas en la excelencia académica; 2) la generación de conocimiento de vanguardia y obra creativa; y 3) la vinculación con actores relevantes para el desarrollo del país. Se trata de tres tareas sustantivas que las universidades realizan para incidir de modo permanente sobre la realidad social.

Así, la dinámica de interacción y retroalimentación de esos tres nodos del quehacer universitario implica un modelo integral. Por ello, la formación de estudiantes, la generación de conocimiento y la vinculación son tareas que no pueden estar desconectadas entre sí. De este modo, las universidades deben ser concebidas como ecosistemas de intensa interacción intelectual, científica, técnica y creativa en los que dichos nodos interactúan entre sí de manera intensiva y virtuosa.

De esta forma, un modelo universitario de este tipo va más allá de un colegio en el que sólo se imparte formación a estudiantes de licenciatura y posgrado. Al mismo tiempo, debe ser más que un centro de investigación en el que sólo se genera conocimiento especializado. Finalmente, debe tratarse de un espacio en el que no sólo se trabaje a favor de la incidencia social. Al incorporar las tres funciones en un todo integral, las universidades tienen que ser concebidas como centros de formación que generan conocimiento y obras creativas de vanguardia, en un marco de vinculación dinámica con otros actores clave de los sectores gubernamental, productivo y social.

En otros espacios he apuntado que el conocimiento es la sustancia que nutre las actividades de toda universidad. Se trata de ese elemento central que alimenta la formación del estudiantado y la vinculación con actores que se encuentran fuera del campus. El desafío no sólo consiste en concentrar y compartir el conocimiento previamente existente, sino en generarlo. Al respecto, argumenté que:

La diversidad de saberes dentro de una universidad también diversifica las expresiones de generación de conocimiento que van, desde la investigación teórica y experimental básica, la investigación aplicada, el desarrollo tecnológico, la producción de obra creativa en cualquiera de sus vertientes, entre otras. Sin embargo, todas derivan en lo mismo: generar conocimiento nuevo.

Bajo esta perspectiva, la formación de estudiantes debe nutrirse del conocimiento generado por sus profesoras y profesores. Considerada como valor agregado, la generación de conocimiento y obra creativa enriquece el proceso formativo de quienes estudian en una universidad. Al mismo tiempo, también garantiza la actualización del personal académico, especialmente al contribuir a la renovación de los cursos y los programas de estudio, e incorporar en su quehacer temas y agendas de vanguardia.

Por otro lado, un proceso formativo basado en la transmisión crítica de conocimiento original también sirve para demostrar al estudiantado que existen problemas públicos que sólo pueden ser abordados recurriendo a evidencia y a métodos de comprobación científica rigurosos. De este modo, la búsqueda de soluciones fundadas en el estudio racional y sistemático de los fenómenos —así como en el uso de enfoques teóricos actualizados y metodologías sólidas— es parte central del quehacer formativo de toda universidad de vanguardia.

No obstante, más allá de la apuesta por compartir con el estudiantado, el conocimiento se encuentra un reto adicional: la exigencia de cogenerarlo. Es decir, de producirlo en conjunto con los y las estudiantes que toman parte en la vida de la universidad. Al hacerlo se materializa una interacción virtuosa entre los nodos de formación y generación: el estudiantado no sólo se beneficia de manera directa del conocimiento y la obra generada por sus profesores; también participa activamente en proyectos e iniciativas de investigación y producción creativa.

Asimismo, es importante apuntar que la generación de conocimiento y obra creativa es una apuesta que debe trascender el campus universitario. El tercer vértice de interacción entre las funciones sustantivas de la universidad se encuentra en la vinculación, entendida como un ejercicio de diálogo, colaboración y asociación permanente con aquellos actores provenientes de los sectores público, productivo, social y cultural que inciden diariamente sobre la transformación de la realidad social.

Entre dichos actores se encuentran gobiernos nacionales y locales, organizaciones de la sociedad civil, colectivos sociales con necesidades específicas e integrantes de la comunidad de negocios nacional e internacional. Dialogar con estos actores es especialmente relevante dada la complejidad de los retos que enfrentamos en el presente, los cuales solamente pueden ser atendidos sumando conocimientos, experiencias y recursos.

Por lo anterior, la vinculación se vuelve indispensable tanto para el quehacer formativo como para la generación de conocimiento y obra creativa. Al respecto, es fundamental que las universidades lleven a dichos socios externos a sus aulas, talleres, laboratorios y foros a interactuar directamente con el estudiantado. Al mismo tiempo, es importante que inserten a las y los estudiantes en los escenarios reales de la práctica profesional. De la misma manera, deben generar conocimiento y obra creativa con y para; es decir, mediante proyectos de investigación y producción de obra relevantes y pertinentes, puestos en práctica en colaboración con interlocutores y socios externos.

A manera de conclusión: una triada con una orientación social

El modelo de universidad que he descrito enfatiza el valor de una forma particular de hacer academia, mediante la triada formación-generación-vinculación. Plantea un modelo integral que aspira a dar respuesta a realidades que militan en contra de la construcción de una sociedad más justa, solidaria y pacífica.

En ese marco, el ejercicio de formación a nivel universitario debe apostar por entrelazar la excelencia al momento de compartir conocimientos y el desarrollo de competencias profesionales con una práctica orientada a alimentar el espíritu crítico de estudiantes y profesores. Al hacerlo así las comunidades universitarias deben comprometerse con la búsqueda de soluciones a los retos del presente, sobre todo al enfrentarse a la situación de aquellos grupos en condiciones de mayor desventaja y vulnerabilidad.

La generación de conocimiento y obra creativa también debe tener esa orientación. Es decir, contribuir a eliminar aquellos obstáculos que impiden el desarrollo de una sociedad basada en la justicia, la solidaridad, la libertad, la inclusión, la productividad, la sustentabilidad y la paz. Por eso, la vinculación de las universidades con actores sociales, políticos, productivos y culturales debe ir en esa misma dirección; las universidades deben asociarse con actores con los que comparten una misma misión y visión social.

De este modo, los esfuerzos de formación, generación y vinculación deben traducirse en incidencia. Es decir, en un impacto profundo, amplio y potente en las dinámicas públicas y privadas que marcan el rumbo de la sociedad mexicana más allá del contorno de los campus universitarios.

 

Alejandro Anaya Muñoz
Vicerrector Académico de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

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Publicado en: Educación superior

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