Protestas universitarias

Protestas universitarias

Acampadas.
Acampadas.

Una aclaración inicial: la columna que sigue es difícil y pretende considerar dos preguntas que algunos han lanzado sobre las protestas en solidaridad con el pueblo palestino que se extienden por los campus universitarios a nivel internacional.

Una se refiere a si están bien planteadas estas concentraciones, en las que hay reivindicaciones concretas, pero con el denominador común de hacer un llamamiento a las instituciones académicas para que utilicen su influencia con tal de presionar a Israel. La segunda es si determinados centros han aprovechado la coyuntura, pues hay quien argumenta que quien lleva la voz cantante en muchas universidades occidentales es la izquierda radicalizada.

Sin entrar en una lectura política -complicadísima y enrevesada más aún en estos días aciagos- es razonable que los estudiantes se manifiesten ante la terrible situación que se vive en la Franja de Gaza. No obstante, estas protestas podrían ser también una ocasión para hacer algo propiamente universitario: invitar a los alumnos a un ejercicio de justicia epistémica.

Así, cabría preguntarles (y preguntarse cada uno) si este tipo de protestas no deberían aparecer cuando hay desmanes desde un lado y desde el otro, pues, de lo contrario, puede dar la impresión de que hay sesgos. ¿Es de recibo denunciar el oprobio que vive el pueblo palestino desde hace décadas y la hoja de ruta que está perpetrando Netanhayu? Evidentemente. Pero también hacer lo propio ante la salvajada que ha sido el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023. Y acerca de lo que está haciendo Rusia con Ucrania y Siria. O por las dictaduras de Cuba, Nicaragua y China. Y por Haití, en manos del crimen organizado. Y por la situación en la que viven las mujeres en muchos países. Y por la trata de menores… El grito en el cielo hay que ponerlo todos los días y por muchas causas. Por toda la humanidad. Pero bueno, esto implica entrar en otra cuestión.

Lo que está claro es que la justicia requiere una liberación de sesgos. Pide una libertad respecto a ellos pues, si no, se puede sospechar que los hay. Por ello, sobre todo -y hay acampados que lo están demandando- el enfoque más ajustado de estas concentraciones es pedir la colaboración internacional para que se presente y se cumpla ya un plan de paz. Apremia, además, por una oleada antisemita que se está extendiendo y que lleva a una causa efecto equivocada. Cabe defender al pueblo palestino, por supuesto, pero no a costa de atacar al pueblo judío, que en la historia ha derivado en catástrofes que todos conocemos y que han sido una vergüenza para la humanidad entera. La indiscutible masacre de Gaza no puede ser el pretexto para alimentar esta corriente. Cuidado.

Respecto a la segunda cuestión, hay razones para desconfiar del caldo de cultivo de marxismo cultural existente en muchas universidades en Occidente. De hecho, urge perspectiva y conocimiento histórico en este tema y en tantos otros. Así, sin entrar en un terreno fangoso, lo que se está viviendo en Tierra Santa no es una guerra entre judíos y gazatíes. De hecho, en ambos grupos hay mucha gente que no se identifica con este maquiavelismo.

Por ello, aunque los universitarios tienen criterios, datos, argumentos y sensibilidades que les hacen empatizar más con unos que con otros en esta guerra y en otros conflictos de diversa índole, como es natural, conviene ayudarles a buscar el equilibrio de juicio y de conciencia. El juego limpio que, desgraciadamente, no se logra en la geopolítica, tampoco en algunos medios de comunicación, sí puede proponerse en las aulas. Es un buen momento para ayudar a los jóvenes a entender la justicia como derecho, como deber, como proyecto que lleve al bien común, incluso en las protestas universitarias. Como caridad. Por cierto, así la entienden los hebreos: en esta lengua justicia es tzedek. Justicia y caridad comparten la misma raíz etimológica.

Cuando Hannah Arendt escribió ‘Sobre la violencia’, a raíz de las acampadas en distintas universidades norteamericanas durante el Mayo del 68, advirtió de la furia que se produjo en los campus cuando precisamente se protestaba contra otras violencias. El problema, por tanto, no era por qué se habían iniciado (aunque el polvorín ideológico y la amalgama de causas lo hacen difícil de comprender), sino el riesgo de que deriven en otra cosa.

Parece que no se han dado episodios de esta naturaleza en las acampadas, pero conviene estar atentos con la violencia que puede florecer en el corazón. Y es que ahí se juega todo.

 
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