Europol-ítica

 


Está el personal muy revolucionado tras haberse celebrado anoche la edición número 68 del Festival de Eurovisión.  Lo primero, confesar que no vi dicho evento.  Vamos, ni una décima de segundo.  En primer lugar, porque me desagradaba la canción que iba a representar a mi país, “Zorra”, cuyo título, contenido y puesta en escena me parecen de mal gusto.  Es en esos momentos en los que procede recordar que, en realidad, el susodicho festival no representa a las naciones en sí, sino a sus televisiones oficiales, aquéllas sustentadas por sus respectivos gobiernos.  Si yo tuviera la más mínima posibilidad de participar en la selección de la canción que debería representarme, ya os aseguro que sería una que tuviese una buena música y una buena letra, por supuesto sin ningún tipo de connotaciones políticas o ideológicas, que lo que hacen no es unir sino dividir a los habitantes de un país.  En segundo lugar, todo el circo mediático organizado en torno a la participación de Israel debió haberse eliminado desde el principio.  Que yo sepa, Israel no es Europa, y una cosa es que en algunas ocasiones se haya contado con dicho país o incluso se les haya otorgado algún (merecido) premio, y otra cosa muy distinta que, precisamente en un año como éste, haya habido que contar con ellos.  Cuando Rusia invadió Ucrania, a los rusos no se les dejó concurrir, y ahora que los israelíes llevan meses excediéndose dramática y salvajemente en su réplica al ataque que sufrieron el año pasado por parte de la organización terrorista palestina Hamás, sin embargo, sí se les permite concurrir al evento, a sabiendas de lo que iba a ocurrir.  Creo que hace tiempo que lo que está haciendo Benjamin Netanyahu se ha alejado de los límites de lo humanitario, lo lógico y lo mínimamente justificable, y parece increíble que los organizadores de Eurovisión no se hayan atrevido a tomar la decisión de separar la música de la política.  Bueno, eso de “separar la música de la política” también se merecería un capítulo aparte, porque, desde tiempos inmemoriales, las votaciones se sustentan en que los países aliados o afines se votan entre ellos, si bien últimamente, con la invención del “televoto” se había pretendido cortar con esa estrategia.  Lo cierto es que, en el año en que Israel no debió participar en Eurovisión y los sectores más progresistas de cada nación han intentado boicotear el certamen que se lo permitió, la triunfadora ha sido Suiza, representada por el cantante Nemo y la canción “The Code”, mientras que España ha quedado en el puesto 22, un puesto todavía demasiado exitoso, según mi humilde opinión.


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