Richard Ford. Foto: María Teresa Slanzi

Richard Ford. Foto: María Teresa Slanzi

Letras Libro de la semana

Richard Ford se despide del 'periodista deportivo' con otro crudo retrato de la sociedad norteamericana

La última entrega de la saga dedicada a Frank Bascombe aborda la enfermedad y se erige en una novela sobre el amor entre padres e hijos.

21 mayo, 2024 01:51

Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944) ha sido durante mucho tiempo nuestro principal evaluador literario de la ropa masculina fea. Philip Roth también tenía buen ojo para esta clase de cosas. En Pastoral Americana, la camisa chillona que lleva un típico socio de club de campo es "de blanco, anglosajón y protestante mixto". Pero Ford juega en una liga aparte.

Sé mía

Richard Ford

Traducción de Damià Alou Anagrama, 2024. 400 páginas. 21,90 €

En sus libros sobre Frank Bascombe –su nuevo libro, Sé mía, es el quinto y último– hemos conocido a tipos con "zapatillas deportivas bicolor de ante" y "pantalones cortos de los que marcan paquete". Algunas de las mejores descripciones no se pueden reproducir aquí.

Frank, por su parte, siempre va vestido con la ropa de fin de semana de alumno chic de universidad prestigiosa de alrededor de 1996 (aunque estudió en Michigan y pasó brevemente por la infantería de marina): pantalones chinos, mocasines y camisas de cuadros de Brooks Brothers desteñidas. Es delgado, más bien alto y bastante guapo; comparte los ojos pálidos de su creador.

Los hombres a los que mira boquiabierto no son ogros, o no del todo. A medida que Frank pasa de la literatura deportiva a la inmobiliaria –en Sé mía tiene 74 años y está casi jubilado–, ha ido adoptando una visión cada vez más a largo plazo de la condición humana. Su Estados Unidos es una gran carpa. Los torpes y los viejos, bueno, tienen virtudes que los redimen, al igual que todos los demás. A la manera estadounidense, cada alma errante es un cliente en potencia.

En El periodista deportivo, la primera novela de esta serie, Frank empezó siendo un joven literato sensible que había publicado un libro de relatos. Ford tuvo el acierto de arrancarlo de raíz del negocio de las palabras.

[Richard Ford, un americano corriente]

Los inmuebles llenan de suciedad la pala del pensamiento de Ford. Es un escritor fundamental y electrizante en lo que respecta a casas y posibles grietas en cualquier cimiento, el radón en el sótano de la vida. Comprar una casa es un momento existencial. Ford saca el máximo partido de estas escenas. Son cómicas y angustiosas.

Aunque las novelas de los Bascombe se desarrollan principalmente en los suburbios más ricos de Nueva Jersey, son, curiosamente, novelas de carretera. Frank es más feliz y más él mismo cuando está al volante; su parabrisas es una pantalla IMAX a través de la cual se empapa de noticias sobre la situación de sus vecinos y el experimento estadounidense en general.

Las novelas de Bascombe son, pues, novelas de carretera, porque se desarrollan durante las vacaciones, cuando las familias están en movimiento. El periodista deportivo (1986) transcurre durante la Semana Santa; el título de El día de la Independencia (1995) se explica por sí mismo; Acción de gracias (2006) nos lleva a esta fiesta nacional; Francamente, Frank (2014), una colección de relatos, está ambientada en Navidad y el acaramelado título Sé mía es una ensoñación del día de San Valentín.

En este caso, se trata de un viaje por carretera un tanto más funesto. Paul, el hijo mayor de Frank, padece esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Van en una camioneta destartalada desde Rochester, Minnesota, donde Paul participa en un protocolo experimental de la Clínica Mayo, hasta el Monte Rushmore. Y son una pareja extraña.

[Richard Ford, el hombre que estuvo ahí]

Paul tiene 47 años, es gordo, con verrugas, calvo y suele ir en silla de ruedas. Frank cree que se parece a Larry Flynt, el pornógrafo. Demuestran su amor con juegos de palabras e insultos. Frank también ha tenido problemas de salud, incluido un cáncer de próstata. ¿Su objetivo? "Ser feliz, antes de que caiga el telón gris".

Ford forma parte de la élite de escritores estadounidenses del último medio siglo, y este libro es una prueba de sus dotes: los verbos resonantes, la visión nítida, el catálogo de despropósitos, el razonamiento rápido, su sentido del daño (casi siempre involuntario) que los seres humanos nos infligimos unos a otros y de cómo la mayoría de nuestras heridas internas no llegan a cicatrizar.

Esta novela no es muy diferente de una llamada de teléfono de un viejo amigo a última hora de la tarde

Este libro está ambientado antes de la aparición de la covid y no es muy diferente de una llamada de teléfono de un viejo amigo a última hora de la tarde, después de dos whiskys.

Los lectores de Ford han pasado por muchas cosas con este hombre. Pero... El Día de San Valentín es una fiesta de pacotilla y el Monte Rushmore, una atracción de pacotilla. Frank y Paul saben estas cosas. Se lanzan a la carretera de todos modos, con la esperanza de exprimir algo de la felicidad que pueda quedarles.

Sé mía no es precisamente una novela de pacotilla, pero es la más floja y menos persuasiva de las novelas de Bascombe. A estos libros empiezan a vérseles las costuras. Demasiados extraños irrumpen en soliloquios imprevistos, y a veces cursis. La afición de Ford a resumir cada dos párrafos con una perogrullada sin sofisticaciones empieza a rechinar.

Un libro derivado de Sé mía llamado El ingenio y la sabiduría de Frank Bascombe incluiría eslóganes como "La paternidad es una batalla de cojines en cualquier idioma" y "La intención es lo que cuenta". Supongo que el mérito de Ford es que no hace una campaña de relaciones públicas para Frank. Capta su desesperación.

'Sé mía' es la más floja y menos persuasiva de las novelas de Bascombe. A estos libros empiezan a vérseles las costuras

Las novelas de los Bascombe nunca han parecido especialmente actualizadas, culturalmente hablando. No todo el mundo se interesa por la cultura pop, y Frank tiene derecho a estar entre los que no lo hacen. Pero la cultura que el autor introduce en Sé mía resulta aleatoria e inverosímil.

El hijo de Frank, por ejemplo, es un superfan aparentemente no irónico de la música de Anthony Newley, el cantante londinense de barrio obrero, fallecido hace tiempo, capaz de disecar una canción como pocos; su material parecía anticuado en el instante en que lo grababa. ¿Podemos culpar a Frank de que se hijo esté chapado a la antigua?

Desde el principio, los libros de Bascombe se han apoyado en el sentido de la mortalidad de Frank. Aún no había cumplido los 30 cuando decía cosas como "Cuanto más viejo me hago, más me asustan las cosas" y que esperaba una jubilación suave.

No quedan muchas fiestas importantes –¿el Día de la Marmota? ¿Hanukkah?– para que Frank las soporte en nuestro nombre. Espero que Sé mía no sea realmente su final. Dios no quiera que pierda su sentido del humor, pero parafraseando a Leonard Cohen, lo quiero más negro.