Exile on Main Street: sobre huir del fisco, tocar en un sótano y crear desde lo visceral
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Música
Pasajeros en trance

Exile on Main Street: sobre huir del fisco, tocar en un sótano y crear desde lo visceral

A 52 años del lanzamiento de uno de los discos más avalados de la banda británica, se hace un retorno a la mansión francesa donde se creó.

13.05.2024 20:13

Lectura: 7'

2024-05-13T20:13:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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Una cadena de sucesos que asentaron las circunstancias para que, en el momento exacto, en un sótano de una mansión en el sur de Francia, Charlie Watts golpeara la batería en “Ventilator Blues” con una cadencia que, según él, nunca más pudo replicar.  

Un atisbo de algo que dejó como huella un disco que la crítica definió como desprolijo y desorganizado.  

Mick Jagger, que cedió el volante de la dirección artística a Keith Richards y que, en consecuencia, se mostró descontento con el resultado. Esta fue solo una de las tantas pujas de la dupla en seis décadas de trayectoria.  

Algo similar a uno de esos fenómenos astronómicos que solo pasan una vez cada mucho, muchísimo, tiempo.  

No hay absolutos en Exile On Main Street (1972). No es un disco de hits, en palabras de Jagger, “no es ese tipo de disco”. No existió un método trazado con lapicera que permitiera marcar el principio y el final. En el fondo de cada piano que emerge de la oscuridad para imponerse, de las guitarras soberbias y desafiantes de Keith Richards, de los volantazos rítmicos a lo largo de las 18 canciones que integran el álbum, está la melancolía que punza y escarba.  

La única certeza es la de no tener lugar a donde ir. Un canto que busca transportarse, lejano, desde el exilio.  

Había que reventar el sistema, o huir de él. Eso dice el músico Don Was en los primeros minutos del documental Stones In Exile (2010). Los 70 consistieron en limpiar los platos rotos que dejó la década pasada. Un revisionismo en el que ninguna de las soluciones que propusieron los polos fueron satisfactorias. Los Rolling Stones influyen en la música hace ya décadas, prenden incendios al costado de la ruta para indicar por dónde hay que circular. Pero, a su vez, todos los discos de su repertorio son un punto marcado en el mapa de su propio camino como banda. Exile on Main Street no fue un golpe en la mandíbula de la sociedad. Fue una implosión. 

Se dieron de frente con una bifurcación. Si se iban de Inglaterra, la banda quedaba en el olvido. Si no se iban de Inglaterra, tenían que pagar los impuestos. Como ninguno mostró mucho entusiasmo en lo último, las alternativas se redujeron al exilio, o la cárcel. En ambos casos, la amenaza de despedirse del éxito era latente. Por más rebeldía y rock que supuraran, ninguno dejaba de ser británico. Dejar su país también significaba irse de casa con lo puesto.  

El destino fue el sur de Francia. Mick y Bianca Jagger en Saint-Tropez, Charlie Watts en Aviñón, Keith Richards, Anita Pallenberg y Marlon, hijo de ambos, en Villefranche-sur-Mer. En esta última locación fue donde Exile On Main Street dio sus primeros respiros, en una mansión llamada Villa Nellcôte, un ex cuartel nazi. Buscaron en teatros y cines, pero la solución del estudio de grabación estaba ahí, en el sótano de Villa Nellcôte. Dada la distancia, Watts decidió mudarse con Richards.  

Nacía una tribu, una civilización que corría en paralelo al resto del mundo y hacia rituales en un sótano con paredes húmedas y electricidad precaria. El maestro de ceremonia era Keith Richards bajo la influencia. Su método consistía en ensayar 20 veces una canción y dejarla reposar para repetirla otras 20 veces. Según Watts, se notaba una influencia metodológica del jazz. Richards admitió que, a diferencia de Jagger, “ansioso” y organizado, él prefería que las cosas se dieran de manera más espontánea.    

“Era como un sauna lúgubre y oscuro, creo que es un enorme trabajo de amor”, dijo Anitta Pallenberg en Stones In Exile al respecto del proceso de creación del disco. Es difícil posicionar al amor en algún lado del panorama de aquel entonces. Es un desafío encasillar cualquier sentimiento capaz de establecerse por mucho tiempo en un contexto así. No suena como un trabajo creativo que surgió a partir de la canalización de sentimientos, sino, más bien, por la disociación de estos.  

Con “Rocks Off” como puntapié, un subidón adrenalínico con la fuerza suficiente para dar la impresión de que es lo que va a marcar el paso del resto del disco, conjugado con “Rip This Joint”, que cataliza esta sensación. La audacia de “Shake Your Hips”, que baja la velocidad, no así las intenciones, y que junto a “Casino Boogie” comienzan a teñir de un matiz diferente el espíritu.  

La compusieron pensando en un juego de dados y cartas, pero, sin saberlo, crearon un himno que remite a sentirse perdido. “Tumbling Dice” es ambivalente. Las guitarras suben y bajan como si tuvieran cambios de humor repentinos. Hay tanto ánimo como melancolía, una canción que, en realidad, es una gráfica senoidal. “I´m all sixes and sevens and nines”, una metáfora que hace alusión estar confundido. Una canción que sirve de puente entre el comienzo eufórico y el descenso con “Sweet Virginia”. Aprovecharon para servirse de todas las influencias que tenían. Little Richard, Muddy Waters, el sonido country estadounidense, el rockabilly.  

Una montaña rusa que penetra en la complejidad de un exilio que incluye niños de por medio, botellas de alcohol vacías, colillas de cigarro en el piso, horarios extraordinarios, puertas giratorias que permiten el ingreso de caras desconocidas conforme los días pasan, ensayos con personas durmiendo arriba de los amplificadores, robos de instrumentos —ocho guitarras, un bajo y un saxofón—. ¿Cuánto podría extenderse en el tiempo ese estilo de vida? ¿Qué tanta supervivencia podía tener un grupo humano en esas condiciones?  

Tuvieron que exiliarse del exilio. El frío comenzaba a sentirse. La policía francesa llegó a Villa Nellcôte para interrogar sobre tráfico de drogas. Pallenberg y Richards no podían estar más en el país. Otra vez, los Stones tenían que hacer dedo y ver dónde parar. Una vez que escucharon el material creado en todo ese tiempo, lo tuvieron claro. Ya no había nada más que hacer en ese lugar.  

La parada final fue en Los Ángeles. Un estudio de grabación real en el que remasterizaron, agregaron los toques góspel de algunos coros e introdujeron nuevas canciones como “Torn and Frayed” y “Loving Cup”. La cuota de orden necesaria. De portada, un collage con fotos de todo tipo, con caras desconocidas, en tonos sepia y la caligrafía de Jagger. Un reflejo de lo que hay adentro.  

“Son las tripas de nuestro extenso trabajo, es una crítica del exilio, no tiene una dirección concreta”, dijo Mick Jagger sobre el álbum. No es fácil de digerir, no es tan efectivo si no se le dedica una escucha atenta y continua. La reivindicación a lo largo de los años, pasando de ser criticado a ser considerado una obra del rock and roll es una prueba de esto. 52 años después de su lanzamiento, Exile on Main Street demuestra ser una pieza que no solo envejeció bien, sino que también mejora conforme pasa el tiempo. Un grito visceral de protesta, de ayuda y de placer. 

Por Sofía Durand Fernández
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